Durante diez años ese médico eminente ha estado torturando a la pobre chica. Cada año la visita en la cárcel y cada año le exige que confiese por qué asesinó a su madre. Y cada año ella se niega. Sin embargo, después de toda una década de odio, por fin el asesino serial que aterrorizaba al país es atrapado y entre sus trofeos encuentran pruebas del asesinato de su madre.
—¡Carter! ¡Tienes visita! —gritó la guardia desde la puerta de la celda y la muchacha se levantó de la cama inferior de la litera con un gesto cansado.
Tener la mano de Gus Henderson alrededor de su cara, tan fuerte que sentía sus propias muelas cortándole el interior de las mejillas, hizo que aquel par de lágrimas resbalaran de los ojos de Megan sin que pudiera evitarlo.
Hubiera sido mejor que lo golpearan. Realmente hubiera sido mucho mejor, porque Gus solo atinó a pestañear muy despacio, abriendo y cerrando la boca como un pez fuera del agua, pero sin que nada realmente lograra salir de ella por un buen rato.
Megan ni siquiera era capaz de poner los pies en la tierra con firmeza. En un momento estaba escuchando a Sibil regañarla porque a pesar de estar tantos años en la cárcel no había aprendido a ser lo suficientemente perra, y al otro el director le estaba diciendo que habían revocado su sentencia porque habían encontrado al verdadero asesino de Prudence Henderson.
