Tener la mano de Gus Henderson alrededor de su cara, tan fuerte que sentĂa sus propias muelas cortándole el interior de las mejillas, hizo que aquel par de lágrimas resbalaran de los ojos de Megan sin que pudiera evitarlo.
—¡Pues si tengo que venir veinte años más lo voy a hacer! —gruñó tan cerca de su cara, con tanto odio que por primera vez en su vida la muchacha realmente tuvo miedo de él—. ¡Voy a volver hasta que me digas por qué mataste a mi madre! ¡Y voy a volver hasta que me digas qué hiciste con su alianza de bodas!
Megan luchĂł por soltarse, pero la verdad era que de mĂ©dico aquel hombre solo tenĂa la vocaciĂłn, porque el cuerpo y la fuerza eran otra cosa.
—¡Te he dicho mil veces que tu madre jamás me la dio! ¡La señora Prudence adoraba ese anillo, decĂa que habĂa estado en su familia por generaciones, jamás se habrĂa desprendido de Ă©l!
—¡Precisamente por eso sé que tuviste que quitárselo después de matarla! —escupió Gus entre dientes—. ¡Pero terminarás diciéndomelo! ¡Tarde o temprano! ¡El único consuelo que me queda es que estando en una cárcel de máxima seguridad como esta… bueno… me imagino que las demás presas te harán pagar caro por todo lo que le hiciste a mi madre!
Y ese también fue el único momento, el único, en que Megan Carter se acordó de que era una persona con dignidad y su mano fue a estrellarse contra la mejilla del médico, haciendo que la soltara.
Gus se llevó una mano al rostro, mirándola con ferocidad, pero ella no retrocedió.
—¡Puedes esperar una maldita demanda por agresión! —sentenció y Megan asintió un segundo después.
—¿Y quĂ© me van a hacer? ÂżAñadir otro año a los veinte que me quedan? —replicó—. Tienes razĂłn en algo: me han hecho pagar muy caro aquĂ… más de lo que me merezco.
Se dio la vuelta y también por primera vez en diez años fue ella la que golpeó la puerta para llamar al guardia.
—La visita terminĂł —avisĂł juntando las manos frente a su cuerpo porque sabĂa que lo primero que harĂan al abrir serĂa ponerle las esposas—. No te molestes en regresar —susurrĂł sin mirar al hombre en el otro extremo de la habitaciĂłn—. Ya no voy a aceptar tus visitas.
Y Megan tenĂa razĂłn en algo: August Henderson, para sus amigos solo Gus, era demasiado educado como para permitir que lo peor de sĂ mismo saliera en pĂşblico, asĂ que se esperĂł a llegar a su auto para soltar toda la sarta de palabrotas que tenĂa atoradas, y luego estuvo dando vueltas por la ciudad, como un zombi perdido en el tráfico, hasta que se hizo de noche y se dio cuenta de que no querĂa regresar solo a su casa.
Ni siquiera tuvo que hacer una llamada, porque a la puerta de su mejor amigo podĂa llamar a cualquier hora, asĂ que allá se dirigiĂł y por suerte la primera personita que lo recibiĂł fue su sobrino favorito.
—¡TĂo Gus! —exclamĂł Michael emocionado subiendo a su cuello, y de inmediato alargĂł la manita—. ÂżMi regalo? ¡Ya es mi cumpleaños! ¡Dijiste que me ibas a regalar un sable de Star Wars y yo quiero el azul, porque yo soy de los buenos!
Gus le dio un abrazo apretado a aquel niño y luego lo devolvió al suelo.
—No intentes hacerme trampa, faltan dos semanas para tu cumpleaños, campeĂłn, tengo buena memoria —replicĂł y el niño dejĂł escapar una sonrisa pĂcara antes de correr de nuevo al interior de la casa.
Sin embargo en el mismo momento en que lo perdiĂł de vista la sonrisa de Gus desapareciĂł y Alan se acercĂł a saludarlo.
—¿Estás bien o necesitas un trago fuerte? —preguntó palmeando su hombro.
—Demasiado fuerte, pero no quiero incomodar a Mar a esta hora ni…
—Ni siquiera lo digas o corres el riesgo de que te tire un sartén a la cabeza, a la fiera es mejor no provocarla —le advirtió Alan—. Asà que te quedas a beber, a comer y a dormir. Ven, vamos al despacho.
Y como Gus realmente no querĂa estar solo en aquel momento y Alan era uno de los pocos que conocĂa esas crisis por las que pasaba una vez al año, se sentaron a beber hasta que Mar apareciĂł con uno de aquellos platillos llenos de cosas deliciosas que puso frente a ellos.
—Gus cariño ¿cómo estás? —preguntó dándole un abrazo—. Perdón que no haya venido antes, es horrible tener un televisor en la cocina. De repente salió una noticia de esas que te dejan pegada la pantalla y… bueno, mejor tarde que nunca.
—¿QuĂ© noticia? —preguntĂł Alan porque solo las series ponĂan a su esposa desconcentrada.
—Pues que en Alabama atraparon a un asesino en serie —murmurĂł Mar acariciándose un brazo—. Dicen en el reportaje que ha estado matando a mujeres por todo el paĂs desde hace como quince años, y nunca habĂan podido atraparlo.
—No me jodas… —exhalĂł Alan con sorpresa—. No habĂa escuchado hablar de nada de eso.
—Pues porque el FBI ni siquiera lo estaba buscando. SegĂşn que lo atraparon de casualidad, porque una tuberĂa se rompiĂł en el departamento que rentaba y el casero entrĂł a arreglarla cuando Ă©l no estaba, y ahĂ encontró… bueno encontrĂł de todo, no quiero ni recordarlo —suspirĂł Mar.
Gus se echó hacia adelante en su asiento y bajó otro trago de coñac de un tirón.
—¡Qué jodido está el mundo! —replicó—. A veces siento que la gente ya no es… humana. A veces siento que yo tampoco lo soy ya.
Alan y Mar se miraron pero los dos lo entendĂan. Gus habĂa sufrido lo indecible con la muerte de su madre, y además todas esas misiones en MĂ©dicos Sin Fronteras, viendo el resto de los horrores del mundo, habĂan endurecido su carácter de una forma extraña. AsĂ que lo Ăşnico que podĂan hacer por Ă©l era envolverlo en aquella familia que lo querĂa tanto y tratar de ayudarlo a sortear la tempestad de aquellas prĂłximas semanas lo mejor que pudieran.
Sin embargo ninguno tenĂa ni idea de que la tempestad solo estaba por comenzar.
Y Megan tampoco lo sabĂa.
Pero exactamente dos semanas despuĂ©s una de las guardias la sacaba de su celda y la llevaba a la oficina del director, donde le pusieron delante un documento para que lo firmara, y luego una pequeña caja de cartĂłn con las pocas pertenencias que tenĂa el dĂa que la habĂan arrestado.
—Supongo que solo queda ofrecerte disculpas en nombre del Departamento de Justicia de esta ciudad y desearte buena suerte —le dijo el director de la prisiĂłn como si estuviera hablando sobre el clima—. DespĂdete de quien tengas que despedirte, en dos horas saldrás libre.
Y si era honesta no alcanzaban todas las explicaciones del mundo para sacarla de aquel aturdimiento que tenĂa, porque de un momento a otro le decĂan simplemente: «Nos equivocamos, eres libre, lárgate de aquĂ».
Sin embargo, si Megan estaba completamente en shock, no habĂa palabras para describir los sentimientos que golpearon a August Henderson en el mismo momento en que fue llamado a la estaciĂłn de la policĂa donde se habĂa investigado la muerte de su madre, y frente a Ă©l se sentĂł un agende del FBI.
—Señor Henderson, no puedo ni imaginar lo que sentirá después de tantos años, pero quiero comunicarle que por fin hemos encontrado al verdadero asesino de su madre.