No soy yo quien escribe mientras corren bajo mis manos estos signos, es el fantasma adormecido de tu Ana que le dicta desvelos a mi nombre.
Me pareció tan firme como una de mis letras, tan tempestuosa y frágil como nunca seré.
Me vomitó un impúdico discurso y marché a probar suerte en otros sueños… Ana ya estaba allí, bailando sobre el sol la danza de sus triunfos.
La habrías escrito aún después de muerta, la habría escrito yo después de viva, abrazando la felpa de la almohada, sonriendo desde el papel vacío…
Ana siempre está allí.