Cerca tu incomprensión, Ana querida
del vástago reducto de mis horas,
lejos de las recámaras sonoras,
cerca de las amnesias extendidas.
Lejos de los archivos malolientes
del orgullo final de las libretas.
Cerca de las verdades y maletas
con que dejamos de ser inocentes.
Cerca de mí, de mi honestidad plena
tu llanto se trasforma en risas crueles
que alegran mi conciencia más serena.
Ya vendrán los alcázares de invierno,
que Dante, por “idiotas” y por “fieles”,
nos hace un guiño ya desde el infierno.
Puedo pecar de bruja si me tienta
los músculos infieles que le cedo,
-respuesta del “no quiero, pero puedo”-
a la cáustica historia que me cuenta.
Ana va al pizarrón con otro guiño,
como infalible guía del contrato:
las noches, los tejados y los gatos,
son deslices triviales del cariño.
“¿No puedes tú?” rumora si la miro,
tan sutil, delicada, casi santa
que es un axioma el pie con que camina,
siguiéndola renuncio a mi retiro,
va mi pie por la huella de su planta,
y mi fiebre a buscar su adrenalina.
Otra falta de Norte a la alegría
recuerda los abrazos que no siento:
Son hojas secas en un día de viento,
gránelas el calor por otro día.
En el regaño hurtado a la paciencia,
en la espalda sellada y conocida,
en la argucia discreta y concebida,
va la falta de Norte a mi conciencia.
Separémonos pues, cerrando puertas,
desenterrando las distancias muertas,
dilatando los días a placer.
Separémonos aunando predicciones
que tus veinte septiembres juguetones
falsearon al “por siempre” de un ayer.
“Miserrima est fortuna cui inimico
caret.” Dice el Latín, y tú, pequeño,
vano, engreído, antagonista, dueño,
careces del “te quiero” que predico.
Yo me miro a los ojos el cariño.
Ella, dentro de mí, niega con saña.
Yo acredito la noche que te extraña.
Ella acepta la guerra con un guiño.
Sonríe al desespero de la prisa
que hace sucia de besos tu camisa
y canto enarbolado a tu reír.
Yo cornisa, tú salto y ella suerte.
Disfruta la agonía de tu muerte,
mi enemiga de noches sin dormir.