No hay llanto ni esperanza en lo que escribo
porque es poco lo mucho que ha quedado,
te has vuelto a tu lirismo liberado
sin liberarte aún de los motivos.
No hay risa, desencanto, ni desvelo
por las sagas de Anas y temblores,
tu recuerdo nostálgico de olores
ya nunca caza lágrimas al vuelo.
¡Qué asco de sonetos dedicados!
Tu horror vacui de hombre acompañado
revela argucias que nunca creí.
Tu musa inyecta versos en tus venas,
tu “amistad” se limpia el culo con mi pena,
tus gardenias nunca han sido para mí.
Lo recibo en mis brazos con cierto desaliento
sumido en la lectura de revelar su estado:
Resignación austera de un Hombre Acompañado…
¿Mujer Acompañada… quedaste en el intento?
Para su auxilio tiendo mis manos agotadas,
cansado ya mi auxilio de tender estas manos.
Aborrezco sus sagas de sonetos insanos:
tristeza, duda, tiempo, memoria desandada.
De las cosas que añora me pregunto si quedan,
o si en lo que ha quedado conserva las que puedan
revivir en su letra nostalgias conocidas.
Deploro su recuerdo de manos, pelo, olores,
y si escribo derramo, vengando sus errores,
en su ruego de auxilio, la impiedad de mi herida
De los siglos de mimos, de faldas y de encajes,
de arrebolillos rosa pintados de falsía,
nos queda la indecencia debajo de los trajes
que mañosas velamos tras un Avemaría.
De los siglos de honra que sufrieron ultrajes
de algún pobre muchacho que amaba en demasía,
nos quedan los ardides, la belleza, el coraje
de amar con la ternura violenta de una arpía.
Nos queda el aire ignoto del cálido chantaje,
de airosas cortesanas sólo cambió el plumaje.
Seguimos siendo, Ana, más voraces y frías,
porque una risa nueva siempre es un nuevo viaje
donde la ropa puesta nos sobra de equipaje
y la seducción reza de pan de cada día.
Enterramos sus restos de gran hombre
sus sonetos, gardenias, espejuelos,
su agenda, sus migrañas, los desvelos,
sus súplicas y el ego de su nombre.
Enterramos sus ropas arrugadas,
sus rodillas, sus juegos de pelota,
su verdad infernal, su taza rota,
sus huesos, su nariz ensangrentada.
Enterramos disgustos, inconsciencia,
su “pequeña amistad” que nunca pasa,
su paz imprescindible y su perdón.
Enterramos cansancio y decadencia,
y los restos de amor de nuestras casas
que ha arrastrado este ojo de ciclón