LA BRUJA BONITA

Escrito el 20/08/2024
DAYLIS TORRES SILVA


Érase una vez una bruja que había nacido con la desgracia de ser bonita. Tenía los ojos del color del cielo, y su cabellera era la envidia de las mariposas, porque tenía todos los colores del arcoíris. Era más bonita que la princesa más hermosa del reino, y eso era una maldición, porque nadie la tomaba en serio.

En todas las leyendas las brujas eran feas y arrugadas, con dedos huesudos y voz chillona; por eso, sin importar qué tan malas fueran sus fechorías, nadie le daba crédito por ellas. No importaba si colgaba a los niños malos cabeza abajo, o si hacía que los murciélagos volaran de día, todos pensaban que era demasiado bonita para ser malvada.

Así que decidió que la única manera de hacerse respetar como bruja era asustando al hombre más poderoso del reino, o sea: el rey.

La bruja bonita tomó todo el hollín de su vieja chimenea y se embadurnó el largo cabello hasta dejarlo negro y sucio, al final había estado limpiando y no tenía nada que hacer con tanto carbón. Le pidió prestadas al sapo unas cuantas verrugas y se las pegó en la nariz. Y para terminar se hizo una dentadura postiza de colmillos de lobos, los pobres venían en todas las lunas llenas a que la bruja bonita les sacara los dientes malos. Se puso su sombrero picudo y los harapos más viejos que encontró, y subiéndose a su escoba, voló directo hacia el palacio real.

Los guardias se apartaron enseguida, por miedo a que les lanzara una maldición, y por primera vez la bruja bonita se sintió de verdad fea. Con su escoba en la mano, caminó muy oronda hasta la sala del trono y se plantó frente al rey y toda su corte.

—¡Quiefo afifadte que foy a embfufad fu deifno! —declaró.

—¿Qué? —preguntaron a la vez todos los cortesanos.

—¡Dfije que foy a embfufad fu deifno!

—¿Quéeee? —volvieron a gritar todos.

La bruja bonita se sacó la dentadura falsa para poder hablar mejor, y el rey le dedicó una sonrisa pícara, porque ya había escuchado hablar  sobre ella.

—¡Ah! Eres la bruja bonita —dijo el rey—. ¿Cómo te puedo ayudar?

—¿Ayudarme? —gritó la bruja bonita tirándose de los sucios cabellos—. Vine a avisarte que voy a embrujar tu reino, haré desaparecer todos los pollos, y luego haré que a los niños les crezcan escamas de pescado. ¡Y entonces todos me temerán!

De repente, los cortesanos comenzaron a reír, porque la magia de la bruja bonita era tan poderosa que las verrugas se caían, su pelo volvía a brillar en todos los colores y a las ramas de la escoba comenzaban a crecerle florecitas.

—¡Ya estoy harta! —se quejó la bruja con tristeza—. Yo solo quiero ser malvada y nadie me toma en serio.

El rey, que no tenía un pelo de tonto, se rascó la coronilla y decidió que, tal vez, había una forma de ayudar a la bruja bonita.

—Hagamos algo —le propuso—: hay muchas cosas malas que un rey no debe hacer, pero a ti te gusta ser malvada; cumple tres encargos para mí, y firmaré un decreto real ordenándoles a todos que te teman. En adelante serás culpada por todo lo malo que pase y se te considerará la persona más malvada del reino.

La bruja bonita no lo pensó mucho.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó.

—Verás —dijo el rey muy misterioso—, en el reino vecino hay una hermosa princesa que está enamorada de mi hijo, pero su padre, un viejo destentado y barrigón, no les permite casarse. Quiero que te robes a la princesa y la traigas para el príncipe.

—Acepto —dijo la bruja bonita, se subió a su florida escoba y se fue volando mientras reía a carcajadas, porque ya se le había ocurrido otro malévolo plan. Se llevaría a la princesa, la encerraría en una torre y pediría rescate a los dos reinos, así todo el mundo reconocería su maldad de una buena vez.

En una sola noche llegó hasta el reino vecino, y entrando por la ventana de su habitación, a medianoche, se robó a la princesa con todo y pijama.

Ser raptada por una bruja debía ser algo horrible, sin embargo la princesa se quedó encantada con aquel paseo nocturno, con las lechuzas que la acompañaban y sobre todo con el cabello multicolor de la bruja bonita. Se puso tan feliz por estar lejos de su palacio y de su padre cascarrabias, que quiso convertirse en su amiga de inmediato, y no paró de hablar en todo el camino de regreso.

Hacia el amanecer, la bruja bonita ya estaba tan mareada que le entregó la princesa a su príncipe encantado sin siquiera pedir rescate.

—Aquí te la dejo —suspiró inclinándose ante el rey—. Ni todo el oro de tu palacio es suficiente para soportar a una princesa parlanchina. ¿Qué otra cosa he de hacer?

—Tu próxima tarea no será tan fácil —dijo su majestad—.  Cuando el príncipe se case, debe tener su propio castillo. Al norte hay un bosque al que nadie se atreve a entrar, porque es el hogar de todos los malhechores del reino, quiero que lo conviertas en un lugar apropiado para construir un palacio.

La bruja bonita se frotó las manos, conocía ese bosque y a los bandidos que vivían en él, así que se fue pensando en todos los métodos de tortura que conocía. Apenas puso un pie dentro, su magia comenzó a hacer efecto: los riachuelos se pusieron a cantar, las golondrinas salieron de sus nidos y por donde quiera que pasaba las plantas florecían.

Los bandidos salieron de sus escondrijos y se encontraron con un repugnante mundo de luz y color, donde les crecían florecillas en las orejas, les salían colas de cerdito o se convertían en caramelos sus espadas. Cuando el bosque quedó completamente verde y vivo, todos salieron corriendo, a buscar otro reino y otro bosque oscuro en el que esconderse.

La bruja bonita regresó al palacio, muy contenta porque se había divertido mucho asustando a los malhechores, y haciendo una reverencia ante el rey, preguntó:

—¿Cuál es mi último encargo?

—Este es el más difícil de todos: el rey vecino está en camino para rescatar a su hija, y trae un ejército enorme con él. Quiero que nos ayudes a vencerlo. Si lo haces, enseguida firmaré el decreto real.

La bruja bonita cruzó los brazos, satisfecha. Su majestad sí que sabía usar sus poderes para el mal; pero ella estaba dispuesta a ser aún más malvada, así que decidió dar un escarmiento a los dos reyes. Voló sobre el límite entre los dos reinos, y de las florecillas de su escoba iban cayendo unas semillas pequeñas y moradas que no tardaron en crecer.

Cuando los dos ejércitos se alistaron para la batalla, ya se alzaba entre ellos una delgada línea de árboles morados susurradores. Cuando los soldados intentaban atravesarla, les salían manchas verdes en las mejillas, estornudaban luciérnagas o les crecían patas de palo. Al rey vecino le salió una trompa de elefante, y a su majestad le crecieron orejas de conejo.

Las maldiciones solo desaparecían cuando cada cual regresaba a su reino, así que, como era imposible ir a la guerra, no les quedó más remedio que pactar la paz y celebrar las bodas reales.

—¡Soy un fracaso! —lloraba la bruja bonita en medio de las fiestas.

—¿Cómo puedes ser un fracaso si logras que todo salga bien? —intentó animarla el rey.

—No lo entiendes —protestó ella espantando las mariposas que le salían del cabello—. Soy tan mala que rapté a una princesa, hice sufrir a los peores bandidos del reino, y hechicé a dos ejércitos. Y aun así no es suficiente. ¡No sé qué puedo hacer para ser peor!

—Yo sí lo sé —repuso el rey—. Eres tan malvada que reuniste al príncipe con su amor, expulsaste a todos los malhechores de nuestras tierras, y evitaste una guerra larga y penosa. Tu maldad ha hecho que este sea un reino más feliz para todos.

La bruja bonita hizo un puchero. Incluso sus peores actos terminaban provocando algo bueno.

—He pasado toda mi vida queriendo ser realmente malvada —suspiró.

—Nadie es solo bueno, o solo malo. La maldad puede resultar también en algo bueno, y alguien tan bella como tú puede llegar a ser, a veces, malvada —aseguró el rey, y extendiendo su mano, le entregó el decreto real—. Ahora serás conocida como la bruja más terrible de este reino, todos los reyes vecinos escucharán sobre ti, y nadie se atreverá a atacarnos.

La bruja bonita se quitó el picudo sombrero y sacudió su cabello de arcoíris, asustando a las golondrinas que intentaban anidar en él. Abrazó su florida escoba y aceptó por fin que su destino era ser una bruja bonita, y que eso no impediría que convirtiera en ranas los dulces de los niños.

 Durante muchos años la bruja bonita puso toda su malevolencia al servicio de su majestad, haciendo pociones de crecepelo verde para los calvos, entrenando enjambres de mosquitos chupadores de pesadillas, o dejando temporalmente mudos a los pajes charlatanes. Con el tiempo, por supuesto, se enamoró del rey, que la quería con todo y sus fechorías, y fue la reina más malvada y bonita que cualquier reino pudo tener.