La bella durmiente... o La tonta de la aguja

Escrito el 31/08/2024
DAYLIS TORRES SILVA

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Érase una vez unos reyes que, después de tener que practicar por años, porque al parecer los salmones del rey no nadaban río arriba, por fin tuvieron una hermosa niñita llamada Aurora, e hicieron una fiesta para que todo el mundo se enterara.

Invitaron hasta al último gato, incluidas todas las hadas, pero evidentemente la invitación de la más cabrona de todas se tenía que perder en el correo; ya por ahí vamos viendo las deficiencias de los trabajos gubernamentales desde esa época.

La cosa es que la susodicha hada que no fue invitada, al parecer no había superado su crisis adolescente, así que decidió hacerla de pedo.

El resto de las hadas ya se habían encargado de darle a la niña una serie de dones muy útiles para que pudiera destacarse en la vida: belleza, por si quería ser influencer en Instagram; voz melodiosa, en caso de que quisiera participar en Got Talent… cosas así. (Ooooobviamente a ninguna se le ocurrió darle ni medio gramo de inteligencia o de lo contrario la muchacha no se hubiera dejado engatusar por el primer tarado que la besuqueó dormida)

En fin, que para apaciguar su berrinche, el hada malvada, más conocida como Maléfica, -para que los lectores no tuvieran problema en reconocerla-, decidió lanzarle una maldición a la bebé y matarla; pero no en ese instante; no, así no tendría gracia, el sadismo había que ponerlo a tope así que mejor en dieciséis años, ¡para que tengan tiempo de quererla y así les duela más!

La cuestión era que al cumplir los dieciséis la princesa se pincharía el dedo con la aguja de una rueca y moriría al instante, ¡vaya a saber usted qué arteria vital pasaría por ese dedo!

Por suerte algún hada que todavía quedaba por ahí media chispita y descarriada, logró pasar aquella maldición de la muerte al sueño, pero lo que sí estaba claro era que la princesa se iba a perder cien años de fiesta. ¡Para que a la próxima no se olvidaran de invitarla!

Intentando evitar la maldición, las hadas se llevaron a Aurora al bosque y los reyes quemaron todas las ruecas del reino. Dieciséis años después el resultado era evidente: Aurora era una inocentona que andaba cantándole a los pajaritos y en el castillo ya andaban prácticamente en taparrabo.

Aun así decidieron celebrar los dieciséis años de la princesa con bombo y platillo, y por supuesto no faltó el sirviente antimonárquico, envidioso y mal pagado al que Maléfica pudiera influenciar para que dejara una rueca regada por ahí, de forma tal que Aurora pudiera estratégicamente tropezarse con ella por pura casualidad.

Ahora bien, aquí era donde hubiera hecho falta el gramo de inteligencia que nadie le dio, porque a la niña en vez de tocar la rueda, el hilo, pedal, la santísima madre de la rueca… le dio por tocar precisamente la puñetera aguja.

«¡Oh, hay un objeto punzante! ¿Qué pasará si lo toco?» Pues no sé, tarada, ¿qué pasa si metes la mano en la chimenea encendida? ¿Tú qué crees?

Bien, siendo clara la situación de que no era muy brillante Aurorita, se pinchó el dedito y cayó dormida por los próximos cien años, o al menos hasta que viniera el príncipe en-cantador de ducha… digo, de bosque, y la despertara con el primer beso de amor.

Me pregunto seriamente si alguien habrá imaginado lo que saldría de la boca de esa princesa después de cien años; pero creo que debe haber sido muy duro para el pobre príncipe, cruzar los fosos, pincharse hasta el culo en el bosque de espinas, trepar los muros del castillo abandonado (porque evidentemente era más fácil que usar las escaleras) y matar a un dragón, solo para acabar besando a otro.

A partir de aquí ya no nos meteremos en el trastorno de necrofilia del príncipe encantado, ni en cómo rayos eso era un beso de amor si nunca se habían visto. ¿De qué se enamoró él exactamente? ¿Del vestido comido de cucarachas o de su aliento de obrero portuario?

En fin, la cuestión es que después de despertar, la princesa se quedó con el príncipe, (que era el único que la toleraba en las mañanas), consiguió un buen dentista y se dedicó por completo a cantar.

Por su parte Maléfica por fin superó su catarsis adolescente, pero como buena rencorosa que era, todavía seguía con la idea de vengarse; así que se dedicaba a poseer el cuerpo de Simon Cowell para no dejarla ganar nunca en los Got Talent.