El sol de la tarde se filtraba a través de las grandes ventanas de la propiedad que Amira había elegido con tanto cuidado. La casa en Reggio de Calabria, aunque grande, tenía un aire acogedor y sereno que la había hecho sentir como un hogar desde el primer momento. Y la galería que ocupaba toda el ala este de la mansión era su lugar favorito.
Christiano estaba de pie en el umbral, mirándola fijamente con una ligera sonrisa en los labios. Aquel era su espacio y no había tardado en llenarlo de bloques de mármol y estatuas a medio esculpir. Pero su momento favorito era, sin lugar a dudas, cuando Amira llegaba temprano a casa, se quitaba el uniforme, y caminaba por la galería con aquellos vestidos suaves que lo hacían perder la cabeza.
Christiano se acercó lentamente a ella.
—¿Me estás espiando? —preguntó con una ligera sonrisa antes de abrazarla y Amira asintió.
—Un poquito nada más, no quería molestarte —respondió la Ejecutora, cruzando los brazos detrás de su cuello y buscando su boca con un gesto sensual y decidido.
La lengua de Christiano se hundió en su boca y sus manos rodearon su cintura, y no había nada suave en aquel beso, solo deseo, posesividad… hasta que Christiano se apartó un segundo, respirando pesadamente.
—¿Karim? —preguntó y Amira negó.
—Tarde de cine con Massimo. Lo traerán en la noche —susurró y eso fue más que suficiente para que todo se saliera de control.
Un segundo después él la levantaba para subirla sobre uno de los bloques de mármol y se metía entre sus piernas. Cada movimiento era urgente y desesperado, hasta que ella terminó destrozando cada botón de su camisa y él le subió aquel vestido sobre los muslos antes de hacer desaparecer las bragas.
Amira cerró los ojos por un segundo, pero uno solo, mientras acariciaba su erección, porque en el mismo momento en que el italiano empezó a masturbarla, supo que aquello sería rápido, feroz y brutal.
Los dedos de Christiano se enredaron en su cabello mientras ella lo abrazaba con la misma fuerza. El mundo se desvaneció a su alrededor, dejándolos solos, en esa burbuja de pasión que parecía no tener fin mientras él la penetraba lentamente y la Ejecutora dejaba escapar un jadeo profundo de satisfacción.
Sus caderas salieron a recibirlo y al instante siguiente la galería se llenaba con un concierto de besos desesperados, gritos, gruñidos y palabras sexys y peligrosas. Cada vez que estaban juntos era como si la desesperación, la anticipación, solo crecieran, como si no fueran capaces de saciarse uno del otro.
Christiano levantó una de sus piernas por encima de su cadera y Amira gimió cuando lo sintió empujar más hondo, más fuerte.
—Me estaba muriendo por esto —jadeó desesperada y Christiano mordió sus labios con posesividad mientras la devoraba.
—Y yo me pasé el maldito solo pensando que estaba loco por hacértelo así, sobre uno de estos bloques…
—¿Quieres bautizarlo? —preguntó ella coqueta y lo vio sonreír con descaro.
—Cada centímetro… ahora córrete… solo quiero escucharte…
Y Amira no supo si fue orden o petición, solo que su cuerpo ya no era suyo, y solo unos pocos minutos después aquel clímax la hacía derretirse en los brazos de italiano mientras él terminaba dentro de ella con un rugido de satisfacción.
—Creo que se te va resbalar el cincel con todo esto —no pudo evitar reírse ella, pero antes de que la broma se asentara entre los dos, Christiano acarició sus muslos, acomodándole el vestido, y abrió la mano de Amira, poniendo en su mano un anillo de compromiso simple y delicado.
La Ejecutora se quedó paralizada por un instante y luego lo miró con el corazón aun más acelerado.
—Quiero pasar el resto de mi vida contigo, Amira.
—¿Qué…? ¿Me estás…? —balbuceó ella, pero realmente le estaba costando disolver aquel nudo en su garganta.
—Quiero que seas mi esposa. Te amo con todo lo que soy, y quiero compartir esta vida contigo, en este lugar, juntos, para siempre… con nuestros hijos —sentenció él y Amira se quedó en silencio un momento.
Miró sus ojos, vio la sinceridad en ellos y luego hizo un esfuerzo enorme por no echarse a llorar.
—Sí —dijo finalmente, con una sonrisa que iluminó su rostro—. Sí, quiero casarme contigo.
Christiano no pudo evitar sonreír ampliamente al escuchar su respuesta. La abrazó nuevamente, levantándola contra su cuerpo y volvió a besarla.
—Te prometo que nunca te arrepentirás de esta decisión —dijo él, besándola en la frente. —Nunca, Amira, nunca.
Las semanas pasaron rápidamente, y la boda fue algo íntimo, un evento pequeño pero lleno de amor, porque no querían hacer un gran revuelo y a fin de cuentas tampoco tenían a muchos a quienes invitar. La capilla de la propiedad Garibaldi, con su arquitectura antigua y sus vidrieras de colores, fue el lugar perfecto para la ceremonia, que por supuesto, fue oficiada por la Mamma.
Amira se había decantado por un vestido blanco muy sencillo, completamente occidental, aunque el perfume que usaba, su favorito, seguía teniendo aquellas notas de las fragancias árabes. Christiano, por su parte hacía lo posible por no desesperarse, enfundado en su traje de pingüino y apadrinado amablemente por el Conte.
Karim y Massimo iban con sus trajecitos, como los mozos de las flores más lindos que cualquiera podía imaginar. Y por supueste que apenas Amira y Christiano se reunieron en el altar, Karim les hizo un gesto llevándose la mano a los ojos, como para advertirles que los estaba vigilando.
—Bueno pero solo un besito pequeño antes de los votos —consintió la Mamma y Christiano inclinó a Amira, besándola como una promesa de que lo haría para del resto de su vida.
La Mamma guio la ceremonia hasta el final, los hizo pronunciar los votos oficiales de los matrimonios dentro de la ´Ndrangheta, y para cuando los declaró marido y mujer, ellos ya se habían besado como cinco veces y Karim estaba exultante de felicidad.
Y la verdad era, que había una fuerza en esa unión que solo ellos podían comprender. La fuerza del amor a su hijo, y de la pasión y la complicidad que había nacido entre los dos.