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CAPÍTULO 63. Un hombre dispuesto a seguir adelante.

Escrito el 14/01/2025
DAYLIS TORRES SILVA

25

Eyra salió de aquella habitación con su hijo en brazos, y fue a sentarse junto a Adriano. Poco después una de las enfermeras con bastante inteligencia emocional le trajo un cunero, y aquella habitación de la clínica de repente se convirtió en la “habitación de los tres”.

Cuatro días más pasaron desde aquel fatídico segundo en que Ennio Palatino casi había destrozado aquella familia, y la mansión empezaba a recuperar algo de calma, pero aún quedaba una atmósfera tensa, porque a pesar de que estaba fuera de peligro, Adriano todavía no había despertado.

Mientras tanto, Eyra pasaba cada minuto vigilándolo y cuidando de su hijo. Y estaba segura de que era cierto eso de que reconocía a su sangre, porque cada vez que Michele despertaba, Eyra podía jurar que el cuerpo de Adriano reaccionara, como si lo sintiera, como si quisiera despertar, tender los brazos y consolarlo.

Y finalmente aquella mañana algo cambió. El bebé comenzó a llorar con fuerza, exigiendo atención como solo un Viscontti podía hacerlo; y Eyra lo levantó con delicadeza, tratando de calmarlo mientras caminaba por la habitación.

—Tranquilo, mi amor, ya voy —susurró, acomodándolo en su pecho mientras buscaba la mantita que lo tranquilizaba antes de darle su biberón.

Fue entonces cuando lo escuchó.

—Siempre… siempre tiene hambre, ¿no? —La voz de Adriano era apenas un susurro, pero suficiente para hacer que Eyra girara bruscamente hacia él.

Sus ojos estaban abiertos, y aunque su mirada estaba cansada, había un brillo inconfundible en ellos.

—Adriano… —murmuró Eyra, sintiendo que el aire volvía a llenar sus pulmones después de cuatro días de incertidumbre.

Él sonrió débilmente al verla, pero su atención pronto se dirigió al bebé en sus brazos.

—Es igual a ti… —dijo con su voz rasposa pero cargada de algo que parecía orgullo.

Eyra parpadeó rápidamente, intentando contener las lágrimas, y se apresuró a salir para llamar al médico.

—¡Ya despertó! —anunció al pasar por la puerta, y pronto el doctor llegó acompañado por la Mamma, que llevaba una mezcla de alivio y reproche en el rostro.

El médico se apresuró a revisarlo, ajustando los vendajes y tomando nota de los signos vitales.

—Es un milagro que esté despierto —comentó mirando a Eyra con seriedad—. Aún necesita mucho reposo, pero esto es un muy buen signo.

Los hermanos Viscontti no tardaron en enterarse de la noticia, y los dos entraron a la habitación de golpe. Renzo, siempre el más directo, se sentó en la silla junto a la cama y cruzó los brazos mientras miraba a Adriano.

—Te voy a dar la paliza de tu vida cuando te levantes de ahí —le dijo con una media sonrisa—. Y espero que sepas a estas alturas que la paciencia no es mi fuerte así que… mejórate rápido.

Adriano soltó una débil risa, tosiendo ligeramente después.

—Voy a intentarlo —aseguró respirando con dificultad—. Ve diciéndole a tu mujer que saque el botiquín para ti.

Los demás rieron suavemente, aliviados de verlo en mejor estado. Después de unos minutos, las visitas comenzaron a retirarse, dejando espacio para que Adriano descansara. Eyra se quedó en silencio junto a la puerta, observando cómo el cuarto volvía a quedar en calma, pero antes de que ella pudiera salir, la voz de Adriano la llamó desde la cama.

—Eyra… Quédate un momento. Necesito hablar contigo.

Ella asintió mientras Aurleio se llevaba al bebé haciéndole miles de mimos, y cerró la puerta detrás de sí, caminando con cautela hacia él.

—¿Qué necesitas? —preguntó, manteniendo un tono neutral.

Adriano se incorporó lentamente, haciendo una mueca de dolor pero sin pedir ayuda. Con un esfuerzo visible, se sentó en la cama y miró hacia la ventana que daba al inmenso jardín de la propiedad.

—Voy a contarte una historia —dijo de repente—. Es una que conoces, pero igual tienes que escucharla. —Eyra frunció el ceño, pero no lo interrumpió—. Había una vez una niña hermosa —comenzó Adriano, con un tono que parecía distante, como si estuviera hablando de un recuerdo lejano—. Era el orgullo de su familia, una familia poderosa, orgullosa y peligrosa. Pero esa misma familia cometió un error: subestimaron a quien no debían.

Eyra sintió un nudo en el estómago al darse cuenta de a dónde iba esa historia.

—Los enemigos del padre de esa niña tenían negocios con mi propio padre, y él me ordenó matarla para desestabilizar a su familia —continuó Adriano, girándose ligeramente para mirarla—. Esa niña era el pilar del imperio Palatino, y ese imperio tenía que caer. Esa niña tenía que morir, iba a morir de cualquier manera. Esa era la orden, para mí o para quien siguiera… pero yo decidí no cumplirla.

—Buscaste la alternativa —murmuró Eyra mirando sus manos y Adriano asintió con la cabeza.

—Decidí no matarte, pero también sabía que dejarte con vida iba a tener un costo —sentenció él mirando sus manos también—. Esta era la única opción, te destrocé las manos, esa fue la consecuencia para ti… la consecuencia para mí fue que dejarte con vida me costó otra. Alguien más murió por ti. Mi desobediencia me costó la vida de mi mejor amigo.

Eyra se quedó en silencio mientras sus pupilas se dilataban y las palabras de Adriano caían sobre ella como una tormenta.

—¿Sabes lo que significa pagar un precio tan alto? —continuó él, con un tono lleno de emociones contenidas—. Antes de nosotros, antes de mí, Il Diávolo era una cosa muy diferente. He pasado la mayor parte de mi vida adulta cargando con el peso de mis decisiones, pero ni una sola me he arrepentido de ellas. Así que voy a dejar de disculparme ahora. No importa lo cruel que fuera, no me arrepiento de lo que hice, porque gracias a eso estás aquí, viva… y eres la madre de mi hijo.

Eyra apretó los labios mientras sus ojos se encontraban con los de Adriano. Había algo en su expresión que no podía descifrar: no era soberbia ni arrepentimiento, sino algo mucho más profundo, más humano.

—Dejaré de disculparme por lo que pasó con tus padres —sentenció él con firmeza—. Dejaré de disculparme por todo. Entiendo si eso no mejora las cosas entre nosotros, pero las cosas son como son.

Eyra abrió la boca para responder, pero no encontró palabras. En su lugar, simplemente se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Adriano solo pero visiblemente más tranquilo.

Dos días después, él insistía en que debía levantarse de la cama y al parecer no había Mamma ni Conte ni nadie que pudiera disuadirlo.

—Ya he pasado suficiente tiempo aquí —le dijo a la Mamma, que lo miraba con desaprobación absoluta.

—No estás en condiciones de ir a ningún lado —replicó ella—. Si sigues insistiendo, me vas a obligar a tomar medidas drásticas.

—Lo más drástico que va a pasar es que me iré de tu casa y no volveré nunca más, chiquilla —suspiró Adriano—. Así que ve haciendo las maletas, porque si quieres saber de mí a partir de ahora, tendrás que ir a visitarme tú.


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