CAPÍTULO 2. Nadie quiere volver a verte

Escrito el 31/10/2024
DAYLIS TORRES SILVA


Charlotte se cubrió los oídos con las manos como si fuera una niña pequeña y se hizo un ovillo mientras su hermana corría detrás de Blake.

Pasaron largos y terribles minutos mientras su madre le reprochaba la forma en que había destruido cualquier posible futuro de Callie con el hombre que amaba, y su padre la sacaba de allí a tropezones para que no cayera en la tentación de volver a pegarle.

Con la respiración convulsa y el cuerpo temblando, Charlotte esperó a quedarse sola y se puso de pie, trastabillando. De verdad no sentía nada. Llevó una mano a su sex0 y tampoco estaba sucia... ¡Ella de verdad no podía haber hecho nada con Blake!

Salió envuelta en la manta y corrió hacia su habitación para darse una ducha y vestirse de inmediato, sin embargo en el mismo momento en que intentó salir notó que la puerta no se abría.

—¿Qué...? ¡Oigan...! ¡Alguien! ¡Ábranme! ¿¡Qué está pasando!? —gritó golpeando la puerta, pero era inútil, le habían pasado dos vueltas de la llave y no podía salir.

Charlotte se sentó en su cama y se abrazó las piernas, intentando hacer memoria. Lo último que recordaba era que Blake la había detenido entre la fiesta y le había pedido otra copa de champaña. Ella había ido a la cocina y entre el gentío de camareros y cocineros, alguien le había entregado dos copas: Una para Blake y una pequeña para ella, porque casi no la dejaban beber, aunque fuera en las fiestas familiares. Así que estaba muy segura de que esa había sido su única copa de la noche...

¿Entonces cómo había terminado desnuda en aquel cuarto con Blake?

El día pasó lento y angustiante mientras de cuando en cuando se escuchaban gritos afuera. Nadie se molestó en llevarle una botella de agua siquiera, y mucho menos comida, pero aunque su estómago rugía, Charlotte no volvió a golpear aquella puerta ni a pedir que la dejaran salir.

Por fin cuando oscureció escuchó el sonido de la cerradora al abrirse y su madre se asomó a la puerta con expresión severa.

—¡Vamos, tu padre quiere hablar contigo! —espetó como una sentencia y Charlotte la siguió hasta el despacho de la mansión.

Su padre siempre había sido un hombre justo, al menos eso era lo que siempre le había demostrado, pero en aquel momento no parecía dispuesto a escuchar explicaciones.

—Esto que nos has hecho no tiene nombre, Lottie —remarcó sin mirarla a la cara.

—¡Papá, yo no hice nada, te lo juro...!

—¡Ya basta, Charlotte, lo que hiciste es más que evidente! —le gritó su madre sacudiéndola por un brazo—. ¡Te encontramos en la cama con el prometido de tu hermana y él rompió su compromiso con ella! ¿Sabes cómo está Callie? ¡Dice que ya no quiere vivir y todo es tu culpa!

—¡Entonces déjame hablar con ella! ¡Déjame explicarle! Yo no tengo idea de lo que pasó, solo me bebí una copa anoche y...

—¡Suficiente! —rugió su padre con un gesto de asco—. ¡No quiero escuchar los sórdidos detalles de lo que hiciste! Me he pasado todo el día pensando, tratando de tomar la mejor decisión para esta familia y esperaba encontrarte al menos arrepentida, ¡pero esa negativa tuya es indignante! ¡Ya no puedo tenerte bajo nuestro mismo techo, Lottie!

—¡Noooooo! Papá, no... —Charlotte se echó a sus pies como si fuera una niña pequeña, pero el cuerpo de su padre era de acero—. ¡Papá por favor no me hagas esto, tienes que escucharme, tienes que creerme...!

—¡No puedo creerte! ¡Lo que le hiciste a tu hermana es imperdonable! —sentenció Conrad Pearce con determinación—. Quiero que te vayas lo antes posible.

—¡No puedes hacerme esto, papá, yo soy tu hija, no puedes echarme...! —le rogó.

—No te voy a echar, pero mañana mismo te vas a un internado en Estados Unidos, y espero que te olvides de nosotros para siempre. No esperes que te contactemos, no esperes que pague tu universidad, no esperes ni siquiera una llamada en Navidad porque a partir de ahora es como si una de mis hijas hubiera muerto. ¡Estás muerta para mí, Lottie!

Esas fueron las últimas palabras que Charlotte lo escuchó decir antes de abandonar la habitación y dejarla allí, llorando en el suelo como si solo fuera un perrito abandonado. Los ojos de la chica subieron hasta su madre con tono de súplica.

—Por favor mamá... por favor...

—¡Me das asco, Charlotte! Siempre has querido destacarte en todo, ser más que tu hermana, solo estás llena de envidia por lo que ella sí ha podido conseguir —espetó Darcy—. Ya escuchaste a tu padre: mañana te vas a un internado, así que más te vale hacer la maleta.

Salió de allí, dejándola sola y el corazón de Charlotte se volvió entonces hacia la única persona que podía ayudarla.

Salir de su casa no fue el problema, porque parecía que ya no le importaba a nadie, pero no le permitieron sacar su auto así que tuvo que tomar el autobús hasta la casa de la señora Blanca Pearce, su abuela paterna. Era una mujer dulce pero firme, y además la adoraba, así que Charlotte estaba segura de que la apoyaría y trataría de ayudarla.

Sin embargo lo que se encontró al llegar allí fue muy diferente. En los ojos de su abuela solo había tristeza y decepción.

—¡No, no puedes creerlo! ¡Tú no puedes ser como ellos, no puedes creer que yo sea capaz de una atrocidad como esa, abuela! —sollozó desesperada, pero su abuela negó alejándose.

—Yo no quería creerlo, lo primero que hice fue defenderte, pero luego tu madre me mandó las fotos.

—¿Las... fotos? ¿Qué fotos...?

Charlotte sentía como si su cuerpo fuera demasiado pesado como para mantenerse erguida. ¿Le habían tomado fotos con Blake?

—La idea de mandarte a un internado fue mía, Lottie —sentenció su abuela—. Quiero que entiendas que no puedo pasar por alto lo que hiciste. A partir de hoy quedas fuera de mi testamento, y fuera de mi vida.

—Abuela... abuela no... —lloró Charlotte amargamente.

—Por favor vete de aquí —sentenció la anciana—. Nadie en la familia quiere verte de nuevo, yo menos que nadie. ¡Vete!