La verdad es que ni siquiera supo cómo regresó a la casa de sus padres, porque siendo honesta ya no tenía valor para llamarla "su casa". El cuerpo le dolía, le dolían los pies de caminar y su cabeza no dejaba de martillear desesperadamente.
Por un instante recordó que Blake había dicho que estaba medio drogado, a ella tenían que haberle hecho lo mismo, era la única explicación posible.
Apretó el paso, pero para cuando logró empujar por fin la verja, ya pasaba de la medianoche y había algunas luces encendidas en su casa.
—¿¡Qué es esto, Charlotte!? —espetó su madre con rabia—. ¡¿Ahora crees que puedes llegar a la hora que quieras?! ¿¡Crees que eres una mujer después de lo que hiciste!? ¡Contéstame!
—¡Basta, mamá! ¡No estaba haciendo nada malo, estaba en casa de la abuela! —replicó Charlotte, pero su madre se puso aún más lívida.
—¿¡Cómo te atreviste a ir a molestarla!? —le gritó—. ¡Tu abuela está vieja y enferma! ¡Y le has provocado la mayor vergüenza de su vida! ¡Esto es inaudito...!
—¡Mamá por favor...! Quiero que me lleves a hacerme una prueba de drogas... yo... creo que Blake no fue el único al que drogaron, yo...
Estaba herida y desesperada, pero en aquel momento había palabras y sentimientos que pesaban para todos más que los suyos.
—¿Crees que esa es la forma en que vas a librarte de esto? —escupió Callie con odio y Charlotte se dio la vuelta para ver a su hermana. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar, pero no parecía estar dispuesta a darle ni la más mínima oportunidad—. ¡Me importa un cuerno si te drogaste tú también porque sé que es solo para aparentar! ¡Sé que querías quitarme a Blake, como dijo mamá! ¡Te odio Lottie!
Callie subió corriendo las escaleras y Charlotte sintió que su corazón se rompía mientras la veía darle la espalda.
—¡Te dije que hicieras tu maleta! —exclamó su madre—. Así que más vale que te apures, porque mañana a primera hora te vas al internado.
Charlotte no tuvo más remedio que arrastrar los pies escaleras arriba y arrebujarse en su cama llorando durante las pocas horas que tardó en amanecer.
Entonces el infierno comenzó.
Cuando ni siquiera se había levantado nadie de la casa, su madre la arrastró fuera de la cama y tiró frente a ella una bolsa en la que empezó a echar la peor ropa que tenía. Charlotte tenía hermosas joyas, buenos zapatos y ropa de diseñador que su abuela siempre compraba para ella, sin embargo Darcy solo le echó un par de mudas deportivas y tironeó de su brazo hacia la salida sin dejar que se llevara nada más. Prácticamente la empujó dentro del auto y ella misma condujo fuera de la mansión, hacia el aeropuerto.
Ser desterrada de su familia era lo peor que Charlotte podía imaginar a su corta edad, pero ciertamente no esperó que el desprecio de su madre llegara al punto de abrir la puerta a más de dos millas del aeropuerto y echarla afuera.
—Mamá... ¿qué haces...?
—¡Lárgate! ¡Desaparece de nuestras vidas! ¡No quiero volverte a ver nunca!
—¿Mamá por qué eres así? ¡Ya me vas a mandar a un maldito internado! ¿No puedes al menos llevarme al aeropuerto?
—¿Internado?
Charlotte se quedó paralizada cuando Darcy se cruzó de brazos frente a ella y lanzó la bolsa de escasa ropa a sus pies junto con un billete de avión.
—¿Internado? —escupió con sarcasmo—. Jamás permitiría que tu padre te acomodara tanto después de lo que hiciste. Tienes un billete para Estados Unidos y... —Charlotte vio con horror cómo sacaba su cartera y contaba el dinero que tenía de mano—. Trescientas libras —escupió lanzándolos a sus pies—. Si caminas hasta el aeropuerto quizás te los ahorres y te sirva para pagar algo en Estados Unidos... ¿un albergue, quizás?
Las lágrimas corrían en torrente por las mejillas de la muchacha mientras empezaba a temblar. Aquello era una pesadilla y no podía creer que estuviera sucediendo.
—Mamá...
—No vuelvas nunca, Lottie. ¡No vuelvas jamás! ¡Olvídate de que tienes familia y vete! —sentenció Darcy dándose la vuelta y dejándola allí, en medio de una carretera solitaria en un frío amanecer de invierno.
Charlotte miró la bolsa en el suelo y recogió los billetes con un gesto ausente, los guardó en su bolsillo y luego echó a caminar, pero no en la dirección del aeropuerto.
Si tenía que irse, si tenía que marcharse, ciertamente no lo haría así, porque había una última persona a la que tenía que ver antes de desaparecer para siempre. Su última esperanza.
Ya eran las once de la mañana cuando llegó a aquel edificio y el conserje la dejó pasar porque la conocía. Subió hasta el penthouse y no se molestó en tocar a la puerta porque sabía que Blake debía estar en la oficina y que allí no la dejarían entrar. Así que lo único que podía hacer era esperar.
Se sentó en el sueño junto a la puerta y esperó hecha un ovillo hasta que sintió aquellos pasos que se detuvieron al instante. Se levantó tambaleante, limpiándose la cara, y se enfrentó al rostro descompuesto del hombre al que más admiraba en el mundo.
—Blake...
—¿¡Qué diablos estás haciendo aquí, Lottie!? —gruñó él con tanta rabia que hizo que la muchacha se encogiera sobre sí misma.
—Blake... necesito hablar contigo... necesito aclarar las cosas...
—¡No hay nada que aclarar Lottie! —espetó él abriendo la puerta y entrando a su departamento—. ¡No la cierres! —dijo con impotencia—. No quiero más malentendidos.
Charlotte entró dejando su bolsa en el suelo y se acercó a él.
—¡No es verdad! ¡Por favor, Blake, mírame! Te lo juro, te juro que no me acosté contigo, que no te hice nada... ¡tienes que creerme! —le suplicó.
—¡Yo ya no sé qué creer, Lottie! ¡Te he visto crecer! ¡Tenías ocho años cuando llegué a tu familia! ¡Te he tratado siempre como si fueras mi hermanita pequeña! ¡No me cabe en la cabeza que puedas estar enamorada de mí!
—Yo no estoy... ¡no estoy enamorada de ti! ¿de dónde sacas eso? —le gritó ella.
—¡De tu maldito diario, Lottie! —rugió él—. ¡Del maldito diario donde solo escribes sobre mí!