CAPÍTULO 2. Perseguidos por el invierno

Escrito el 25/08/2024
DAYLIS TORRES SILVA


SEGUNDO CAOS. EL DESTIERRO

 

Villa de las Mercedes

Once meses antes.

 

Dominic frunció el ceño y arrugó la nariz en un gesto de incredulidad mientras olfateaba el aire. Desde hacía varios kilómetros un hedor particular y desagradable podía percibirse, pero nadie había prestado demasiada atención. Hubiera sido absurdo asociar la fuente de aquel aroma justo con el lugar al que se dirigían; Sn embargo allí estaba, cerca y más agresivo, avisando que cada buen pensamiento que pudieran haber albergado hasta entonces estaba pronto a desaparecer.

Frente a sus ojos, a no más de tres kilómetros de distancia, se levantaba una columna de humo negro y denso, la clase de humo que queda como recuerdo después de varias horas, cuando el incendio ha arrasado ya con cualquier partícula capaz de quemarse.

La casa había ardido hasta sus cimientos sin más necesidad que una pequeña chispa. Las paredes y los suelos tapizados en madera preciosa no habían ofrecido demasiada resistencia al fuego, y el tanque de gas de tres mil kilogramos que abastecía la cocina y la calefacción central se había encargado de la parte más pesada del trabajo. Apenas tres o cuatro muros del ala frontal quedaban en pie, y un pedazo de escalera semiderruida que no llegaba a ningún lado. Ya no existía el segundo piso y del jardín central no quedaban más que algunos árboles chamuscados.

El resto no eran que cenizas, y la millonaria propiedad se prometía como un mero anuncio de la devastación entre la que caminarían de ahí en adelante.

Dominic bajó de la camioneta a unos cien metros y el resto del destacamento lo imitó con actitud vacilante. El cuadro que se extendía ante sus ojos era a un tiempo angustioso y amenazante. Después de la demostración de fuerza y de voluntad que Lara había dado frente a Craig resultaba imposible creer que se hubiera dejado arrancar la vida en una estúpida explosión, pero cualquier cosa podía haber pasado.

“No, Lara está a salvo y lejos.” - se obligó a pensar el Comandante.

Si era así, entonces en los alrededores de la casa debían quedar rastros de la huida y no quería que las huellas de tres camionetas y de dieciséis sorian echaran a perder el rastro. Bajo sus órdenes estaban los mejores cazadores del mundo, y entre ellos nadie como Sam y Vera para seguir una pista, por tenue que esta fuese. Sin embargo Dominic no podía correr riesgos, no cuando de ello dependía que encontraran a Lara.

_ Registren hasta el último grano de polvo entre las cenizas _ ordenó con una voz desprovista de acento que no comunicaba su estado de ánimo, que no era más que un vacío _ Encuentren cualquier indicio que nos ayude a saber dónde está Lara o a dónde se dirige.

Los sorian se dispersaron al instante, escrutando con hábiles ojos los restos humeantes de la casona y sus alrededores, en busca de un rastro que seguir.

_ Comandante ¿cree que Lara haya provocado esto? _ preguntó Max cuando creyó que el resto del grupo se hallaba lo suficientemente apartado.

No necesitó pensarlo mucho, era obvio que no conocía a esta nueva criatura que se autodenominaba “Madre”,  pero si algo había en ella de la antigua Lara, Dominic sabía que no se sentaría a esperar que fueran a atraparla.

_ En esta casa estaba todo lo que tenía, todos sus recuerdos, buenos y malos. La creo perfectamente capaz de hacer esto y más si lo considera una forma de dejar todo atrás, de poner distancia entre nosotros y su familia. Jamás permitiría que los dañáramos y te aseguro que no necesitó demasiadas pistas para comprender que Ius no les perdonará la vida si caen en sus manos… en nuestras manos, quiero decir.

Era improbable que Lara se hubiera arriesgado entonces a viajar con sus padres y su hermana, si lo que pretendía era ponerlos a salvo. Quizás sus caminos se hubieran separado desde el mismo momento en que habían abandonado la casa en ruinas, o quizás lo harían más adelante; de cualquier forma no sería difícil determinar cuál era el rastro correcto, bastaría con localizar el olor de los tigres, estaba seguro de que los animales no se separarían de ella en momentos de tanto peligro.

_ También están sus amigas. _ recordó Max _ Tal vez alguna de ellas pueda saber de su paradero.

_ Lo dudo. Las chicas le son muy queridas, jamás iría a verlas si sabe que eso significaría condenarlas.

Max vaciló, incapaz de hacer cualquier comentario a la afirmación de su superior. No era propio de su amigo y mucho menos de sus subordinados el cuestionar las órdenes recibidas, pero todo era diferente ahora. No estaban cazando a renegados ordinarios, a traidores a la sociedad de la noche como los que habían cazado desde hacía trescientos años. Era a Lara a quien perseguían y ese nombre ya significaba algo para ellos.

La muchacha moribunda a la que hasta hacía tres días trataban de salvar de la muerte, a la que habían cobijado y protegido, la dueña de toda la tranquilidad de Dominic, era ahora la enemiga acérrima del regente.

El problema se resumía en que Lara no era una extraña para el destacamento de cazadores, la habían conocido en su debilidad y en su resurgimiento. Si los más ancianos del Concejo prácticamente habían reverenciado su condición de Madre, no era difícil imaginar entonces que los más jóvenes quedaran sugestionados por el hecho de verla terminar su transición; y por desgracia para Ius, entre las criaturas de la noche la fe era una fuerza mucho más poderosa que el propio Concejo.

La fidelidad de los craig seguiría siendo incuestionable, su adhesión a Ius jamás cambiaría por cuanto su supervivencia dependía de él. El regente los había colocado desde el nacimiento de su raza, aunque no lo comprendieran, en una posición sin muchas salidas: o lo seguían, o morían.

Sin embargo con las otras razas sucedía algo muy diferente. El Concejo se había disuelto sin muchas ceremonias después del incidente y los líderes de las castas habían respondido a la ofensa de Craig con un alarmante silencio. Incluso en el interior del destacamento sorian las opiniones se habían tornado perturbadoras. Nadie olvidaba las palabras de Lía la noche en que el regente reclamara los colmillos de la Madre: ¡Esto es tan cruel como lo que le hicieron en la sala blanca!”; y que nadie se molestara en expresarlo en voz alta no significaba que no estuvieran de acuerdo con ella. Pero quien más preocupaba a Maxwell era el Comandante. No habían conseguido arrancar una sola palabra de sus labios desde que habían abandonado la casa del regente, y en todo momento se le veía taciturno y ensimismado, como si una determinación profunda aguardara para salir a la luz.

La mansión en cenizas sin dudas debía significar un choque fuerte para su ánimo, muy debajo del semblante endurecido se transparentaba una preocupación latente, un desaliento que temía encontrar entre los restos de piedra y madera cualquier indicio de que Lara hubiera muerto en la explosión. Dominic no solía ser capaz de poner la distancia necesaria entre sus emociones y sus actos cuando se trataba de la muchacha, y por momentos era solo un rostro impávido que daba órdenes.

Las reflexiones de Maxwell apenas duraron unos segundos antes de que una llamada de Kathrina lo hiciera reaccionar. Se dirigió con prisa al lugar donde la sorian se encontraba agachada y pensativa, y supo al instante que los problemas sólo acababan de comenzar.

_ ¿Qué sucede? _ la respuesta fue del todo innecesaria. A los pies de Kathrina un cuerpo calcinado y maloliente aparecía semi aplastado por algunas vigas que debían haber caído en el derrumbe.

_ ¿El Tercer Descendiente? _ inquirió el Comandante con un acento casi risueño, que perdió toda su energía cuando la mujer se dispuso a dar su criterio.

_ No lo creo, señor. El aspecto muscular no concuerda. Evan Swels era más alto y este hombre parece de unos cuarenta o cincuenta años.

_ ¿Cuarenta o cincuenta años? _ el abrumado cerebro de Dominic se disparó en suposiciones lógicas.

Había esperado que Lara terminara por matar al Tercer Descendiente, eso le habría quitado una preocupación y le habría añadido el deleite de ver muerto a quien la había condenado a vivir en las sombras. Pero si aquel cadáver no pertenecía a Evan Swels… la única persona en la casa que cumplía con las características del cuerpo era el padre de Lara.

_ No puede ser… _ murmuró incrédulo _ Kathrina ¿ese hombre murió en el incendio?

La sorian tragó en seco y respiró hondo antes de contestar. Al Comandante no iba a agradarle en absoluto sus hallazgos.

_ No, señor, murió desangrado. La arteria carótida fue seccionada y no debió tardar más de dos o tres minutos en fallecer… las marcas en su cuello son de caninos, puedo asegurar que fue atacado por una criatura de la noche, una criatura cazadora.

Los labios de Dominic se movieron sin pronunciar palabra. ¿Sería posible que Ius hubiera enviado a alguien antes que a ellos?

_ ¿Quieres decir que se alimentaron de él, Kathrina? _ volvió a cuestionar.

_ No, Comandante. Toda la sangre sigue aquí, coagulada sobre y alrededor del cuerpo. Creo que solo… lo dejaron desangrarse.

Dominic apretó la mandíbula en un intento de alejar los malos presagios que lo rondaban. ¿Por qué? ¿Qué criatura podría haber ocasionado la muerte del padre de Lara y sobre todo, qué había pasado con los otros miembros de la familia?

_ Sigan registrando en los escombros. _ determinó con actitud pausada _ Intenten reconstruir el ataque y lo que pasó tras la explosión.

Las camionetas estaban lo bastante lejos como para que Dominic pudiera ocultar de todos la frustración que estaba sintiendo, de modo que se conformó con caminar sin mucho tiento sobre los restos de madera quemada y de rocas negras. Intentó con todas sus fuerzas no pensar en lo que sucedía y puso toda su atención en los olores a su alrededor, que cada vez se volvían más repugnantes.

De repente su olfato captó el hedor característico de la carne abrasada por el fuego, y con la punta de una de sus botas separó un pedazo de yeso de más de un metro que de seguro se había deprendido del techo.

_ ¡Kathrina! _ vociferó y en un instante la chica estaba de pie junto a él, examinando con mirada inquieta el nuevo cuerpo que el Comandante había encontrado y de cuyo cráneo colgaban aún algunos mechones color oro.

No era Lara, Dominic estaba seguro, pero eso no hacía que su ansiedad disminuyera precisamente.

_ ¿También cuarenta o cincuenta años? _ preguntó aunque ya estaba bastante seguro de la respuesta que recibiría.

_ Sí, señor.

_ ¿Murió desangrada, igual que el hombre?

_ No, Comandante. El ataque al hombre fue dirigido a la garganta, es el método natural de los cazadores, pero el ataque a esta mujer fue dirigido a la nuca, le rompieron el cuello y me atrevería a decir que la arrastraron tirando de él. Tuvo que haber sido una criatura con mucha fuerza.

_ ¿Uno de los tigres? _ se aventuró Dominic desconcertado.

Kathrina elevó los ojos hacia Maxwell antes de contestar, pero nada habría hecho su respuesta menos perturbadora.

_ No. _ descubrió el cuello del cadáver con lentitud _ Las marcas de los caninos apenas están separadas, esto no lo hizo un animal. Sin embargo me atrevería a hacer una suposición.

_ Adelante. _ la instó el Segundo al Mando.

_ Las distintas razas de la noche se caracterizan por sus costumbres, es muy difícil abandonar un método de cacería una vez que se ha enraizado. Creo que la única criatura capaz de matar de esta manera aún en su forma humana es un runier.

_ Y uno muy viejo, cabe decir. _ murmuró Robertson.

Los dieciséis sorian se miraron con sorpresa mal disimulada. Dos ataques tan distintos no llamaban la atención por los tipos diversos de heridas, sino por los tipos diversos de criaturas capaces de infligir esas heridas.

_ Pero, un sorian y un runier…_ balbuceó Rianna vacilante _ ¡Es imposible! ¿Qué hacen un sorian y un runier juntos?

_ Nada. _ replicó el Comandante en voz baja y concentrada. Al parecer nadie entendía lo que resultaba tan obvio, pero era natural: nadie como él tenía tan presente cada aspecto de lo ocurrido hacía tres días en el salón del Concejo, y nadie había reparado tanto en las consecuencias de las marcas en el cuerpo de Lara _ No fueron un runier y un sorian. Fue ella.

Max dio un respingo involuntario.

_ ¿Lara? ¿Crees que Lara mató a sus padres?

_No, Max, no solo lo creo. Por desgracia estoy seguro de que esta matanza fue obra suya. _ y girándose hacia sus soldados pidió otra vez _ Continúen buscando, ojalá me equivoque, pero aún falta la hermana pequeña.

El conmocionado destacamento se esparció por la propiedad en busca de cadáveres y las camionetas no parecieron demasiado distantes cuando Dominic se dirigió hacia ellas, con los ánimos hechos pedazos y el semblante inalterable. No se sentía capaz de manejar solo la avalancha de decisiones que se aproximaba, pero tampoco deseaba que sus subordinados fueran conscientes de su debilidad.

Aquella no podía ser Lara, la criatura despiadada que había asesinado a su familia no podía ser la chica amable de la que se había enamorado. Lara no podía existir en ella.

Max tardó otra hora en acercarse para informarle que no habían encontrado nada más. Aquellos dos muertos eran los únicos restos humanos de la catástrofe y los rastreadores no habían podido dar con el cuerpo de la niña.

_ ¿Crees que la llevó consigo? _ inquirió Maxwell, intentando sacar de detrás de la máscara los verdaderos pensamientos de Dominic.

_ Puede ser, aunque no me parece muy razonable que matase a sus padres y no a su hermana.

_ Dom, me temo que no hay nada de razonable en Lara…  y hay algo más que debes saber: de la mujer se alimentaron. Si algo heredó de los sorian y esta fue su primera comida, es lógico que haya perdido el norte, como sucede con nosotros cuando nos alimentamos por primera vez.

 _ Lo sé, pero ese es el problema. Su primera comida debió ser Evan Swels ¿recuerdas? Fue a él a quien le llevamos la noche que despertó. No logro comprender por qué no lo mató a él, y en cambio y recorrió tantos kilómetros para asesinar a su familia dos días después.

Max se mesó los cabellos con un suspiro mientras el resto de la escolta se les unía con expresiones que variaban desde la contrariedad hasta la preocupación. Por desgracia todos eran capaces de comprender el alcance de lo que acababan de ver. La criatura responsable de aquella aniquilación, -y todo indicaba que podía ser Lara- representaría sin dudas un trabajo duro para ellos. Dominic agradeció el silencio colectivo y buscó los ojos de Sam, encontrando en ellos la chispa del rastreador que ha encontrado su pista.

_ ¿Por dónde se fueron, Sam? _ fue la única pregunta del Comandante.

_ Al oeste, un auto rápido. Lara y el Tercer Descendiente, estoy seguro de que la niña iba con ellos.

Dominic arrugó la frente con cautela.

_ ¿Y los tigres?

_ Al noroeste, pero hasta que sigamos el rastro no puedo decir cuánto se separan del camino que tomó la Madre.

_ No puede ser. ¿Lara y los tigres separados, precisamente ahora cuando ella es el blanco de cada criatura de la noche?

Algo muy delicado estaba ocurriendo y Dominic temía no alcanzar una completa conciencia del peligro hasta que fuera demasiado tarde.

_ Muy bien. Sigamos el primer rastro. Lara es quien nos interesa.

_ Comandante _ se aventuró Sam _ ¿Desestimaremos la segunda pista?

Dominic asintió con determinación.

_ No creo que debamos darnos el lujo de separarnos. Por más frustrante que sea no sabemos aún a qué nos enfrentamos. Alístense para salir.

Pasaba ya de las dos de la tarde y no había motivos para perder más tiempo. Los fugitivos les llevaban más de treinta y seis horas de ventaja y esa distancia necesitaba ser recuperada, o de lo contrario cada vez se alejaría más la posibilidad de capturarlos.

Sam y Vera comenzaron el rastreo a pie mientras el resto de los sorian se dirigían a las camionetas para seguirlos. El aire olía a tensión y a incomodidad, y Max pareció ser el único dispuesto a poner fin al incómodo silencio.

_ Señor, sabe que jamás he cuestionado una decisión suya…

Dominic comprendió que algo inquietaba el espíritu del muchacho y de la mayor parte de su equipo también.

_ Max, puedes hablar con libertad, eres mi amigo antes que mi subordinado, como todos en esta escolta. ¿Qué te preocupa?

El joven pareció dudar por un segundo, no estaba seguro de que fuera el lugar ni el momento apropiado para tener aquella conversación, pero tampoco podía asegurar que hubiera un buen momento para expresar lo que todos se estaban preguntando. Sin importar las diferencias de edad, de experiencia o modos de pensar, aquellas catorce criaturas que se movían a su alrededor eran su familia y no importaba si escuchaban. También ellos tenían derecho a saber cómo iba a ser el juego a partir de entonces.

_ Comandante, quiero saber si vamos a seguir las órdenes del regente tal como las dio. Quiero saber si vamos a buscar a las personas cercanas a Lara y las torturaremos y mataremos. Quiero saber si buscaremos a la Madre para asesinarla.

Ni un solo movimiento de sorpresa o de confusión hubo en el rostro de Dominic cuando respondió.

_ ¿Por qué preguntas eso Max? Sabes que no es parte de nuestra política el desobedecer las órdenes del Concejo. ¿Por qué te inquieta ahora lo que vamos a hacer?

_ Porque estoy perfectamente acostumbrado a asesinar stark, runier, nihil. Renegados, traidores. Pero no es parte de nuestra política torturar a seres humanos que nada tienen que ver con nuestro mundo.

El Comandante tampoco pareció reaccionar a eso. Sabía muy bien a lo que su Segundo al Mando se refería: ellos eran asesinos, y aún entre los asesinos existía cierta ética.

_ Lara no es un ser humano. _ replicó.

_ Y el regente no es el Concejo.

Muy a su pesar, Max seguía siendo la misma criatura que Dominic había esperado que fuera cuando lo convirtió. El muchacho quería saber hasta dónde su amigo se enterraría en el lodo, para sacarlo o enterrarse con él. Pero la escolta en pleno contenía la respiración, porque de sus próximas palabras dependería el futuro de todos, y el Comandante no tuvo valor para hacerlos elegir.

_ No olvides que eres un soldado, Maxwell. _ determinó con voz dura _ Ellos ordenan, nosotros obedecemos. ¡Y las órdenes fueron bastante claras!

 

 

Algún lugar al norte de Marsella.

 

 

La tarde se prometía despejada y fresca, más que de costumbre en los últimos días, y Siena eligió un sedán amplio con vidrios polarizados y cómodos asientos para el viaje que iban a realizar. El auto era rápido y la mujer lo manejaba con destreza inigualable. Saliendo directamente de las cocheras de la mansión, era muy difícil que alguien descubriera quién iba dentro, pero si aun así lo hubieran intuido siempre quedaría la duda de que fuera el regente quien salía sin escolta y con tan pocas precauciones.

La Primera Oficial lo había preferido de esa forma y el jerarca confiaba en su juicio. Además, el sitio que planeaban visitar no debía ser del dominio de ningún miembro del resto de las Razas, ni siquiera de sus propios destacamentos de craig. Cuanto más en silencio se mantuviera aquel asunto mayores probabilidades existían de llevarlo a feliz término. Solo ella y Craig serían testigos del hecho.

Después de dos horas de devorar la carretera, Siena tomó un camino arenoso que se desviaba a la derecha y anduvo todavía otros quince kilómetros a toda marcha, sin reparar en las nubes de polvo que el auto levantaba a su paso. Finalmente tras una vuelta del sendero el regente divisó la casa, hecha en parte de ladrillos y en parte de madera. No sólo parecía desvencijada, sino que la carencia total de pintura y de acabados le daba un aspecto de burda rusticidad. Sobre el tejado de descoloridas tejas un cuervo graznaba su hambre con vehemencia, como si presintiera la muerte en la tétrica choza y hubiera decidido ser el primero en reclamar el botín.

De pie frente a la entrada de la vivienda una mujer de unos treinta años y largos cabellos grises los esperaba con actitud respetuosa. No podía decirse que era particularmente bella, pero tanto en su desarrollo físico como en el color de sus ojos se adivinaba la estirpe de los craig.

_ Buenas tardes, señor. _ saludó, bajando la cabeza en cuanto Ius y Siena descendieron del coche, sin embargo la cortesía fue sólo para el regente y la Primera Oficial dejó escapar la misma sonrisa incómoda que había esbozado cuando Craig le refiriera el motivo del viaje.

_ Selana. _ el regente contestó con brevedad a su saludo _ ¿Está todo listo?

_ Como lo ordenó, señor.

_ ¿A cuál has traído? _ se interesó Siena.

_ Al más anciano, señora. He seguido sus instrucciones de realizar el procedimiento en uno que fuera prescindible, de modo que he elegido al más cercano a la muerte, por si acaso erramos en algo. No es inteligente desperdiciar jóvenes en los días que corren.

Ius sonrió complacido, no se había equivocado al elegir a Selana para aquella tarea. Tenía el mismo carácter duro de Siena y muy poca predisposición a los apegos filiales, la muerte de uno de sus hijos la tenía sin cuidado.

Desde la época de la Gran Rebelión Craig había puesto todo su empeño en el desarrollo de su raza, sin tener ni la menor idea de cómo lograr reproducirla. Había cometido errores de todo tipo y Siena había tenido que solucionar con el exterminio varios de sus fallidos experimentos, pero al parecer algo había hecho bien: la reproducción natural.

Ante su falta de conocimientos para la procreación de inmortales, Ius había decidido hacía casi doscientos años que un reducido y minuciosamente seleccionado grupo de hembras craig se dedicaran a la reproducción como lo hacían los humanos comunes. Buscaban descendientes que pudieran continuar la estirpe, pero mientras no encontraran la vía correcta, el Cenáculo de Madres había concebido numerosos bebés que de una forma u otra terminaban sirviendo a la raza. Sin importar el origen de los padres, ya fueran craig o humanos, los hijos nacían y crecían sin que ningún indicio recordara que llevaban en ellos la sangre de sus madres.

Pero Lara lo había cambiado todo. Lara le había dado el procedimiento correcto y él tenía suficientes descendientes humanos de su fábrica de madres como para practicar sin que su número se viera demasiado afectado.

_ Selana. _ la curiosidad lo asaltó por un momento, con las últimas novedades no había estado muy al tanto de lo que ocurría con el Cenáculo _ Dime algo ¿cuántos hijos has tenido en los últimos cincuenta años?

_ Cincuenta, señor. El mayor está por cumplir los cincuenta y un años, y el menor tiene apenas cuatro meses de nacido.

Siena no hizo ningún comentario, pero la otra mujer leyó en su rostro el desconcierto y se apresuró a explicarle.

_ Nuestro periodo de gestación es más corto de lo usual, no pasa de los cinco meses, de modo que no es un problema tener un bebé cada año. Lo triste es que ese hecho es lo único fuera de lo normal, porque una vez nacidos los niños crecen con la misma lentitud de un humano común y corriente.

La Primera Oficial asintió con la cabeza, insegura de por qué lo hacía. No era ella quien se encargaba de esos asuntos de Craig, sino Selana, su participación nunca había ido más allá de limpiar el desastre cuando algo salía mal y prefería mantenerse al margen de aquella producción de hijos a diestra y siniestra.

_ ¿Y todas las craig del grupo llevan ese mismo ritmo? _ quiso saber Siena, que en sus más de quinientos años no había tenido un solo descendiente ni pensaba tenerlo jamás.

_ No, por supuesto que no. Cuando el Cenáculo de Madres fue creado, nos comprometimos a dar nuestros hijos humanos al regente para que incrementara nuestra raza, pero nuestro compromiso no se extendió a la cantidad de hijos que tuviéramos a bien procrear, ni a que debíamos entregar la totalidad de ellos. Algunas tienen bebés cada dos o tres años, otras entregan dos bebés por cada uno con que se quedan para intentar sus propios métodos de volverlo inmortal… pero la única que tiene un hijo cada año y los entrega todos soy yo.

_ Por eso Selana y no otra es la rectora del Cenáculo _ la interrumpió Ius, que ya estaba perdiendo la paciencia entre tanta plática _ Hay madres muy comprometidas con la causa, pero ninguna como ella. Por eso la llamé para que el primer procedimiento se realizara con uno de entre su prole.

Solo en ese momento Siena reparó en la figura cansada que ocupaba el centro de la habitación. El anciano debía tener más de setenta años, encorvado y perdido en medio de una conversación que estaba lejos de llegar a comprender. Sus manos callosas y manchadas se aferraban a los brazos de la endeble silla, y los miraba como si fuera a echar a correr de un instante a otro aunque resultaba evidente que sus escasas fuerzas jamás se lo hubieran permitido.

El cuervo volvió a graznar sobre el techo desencajado, dando saltos cortos y urgentes sobre la madera podrida y las desgastadas placas de zinc; y Craig comprendió el motivo: la muerte se respiraba en aquellas paredes.

Aquel era el hijo mayor, aún viviente, de la rectora del Cenáculo de Madres, y si era cierto lo que la mujer decía entonces debía haber más de setenta hijos suyos listos para el procedimiento. Sin embargo ella había escogido al menos necesario, si el viejo moría sin remedio, nadie lo extrañaría.

_ ¿Dónde está el resto de tus… descendientes? _ la Primera Oficial dudó un poco al preguntar. No era parte de su carácter el ser sentimental y mucho menos afectiva, por el contrario, le gustaba llamar a cada cosa por su nombre y no consideraba que a aquella producción en serie se les pudiera llamar hijos. _ Porque dudo mucho que puedas encargarte tú sola de todos ellos.

Selana sonrió. Era historia sabida entre las criaturas de la noche la habilidad de Siena para el sarcasmo, pero le sorprendía que Ius no la hubiera puesto ya al tanto de todos los detalles relacionados con los hijos humanos de los craig. Era obvio que el regente no confiaba por completo en nadie. Tal vez por eso estuviera vivo y gobernando todavía a pesar de su… limitación. Lo miró con una interrogante en la mirada y tras un breve gesto de aprobación de Ius se dispuso a poner al corriente a Siena de la destacable labor de su grupo.

_ Nuestra misión no se remite solamente a parir, también nos hacemos cargo de la crianza y la educación de los niños. Los menores de diez años están en varios hogares de la raza, que se encargan de administrar las madres que menos procrean. Nosotras sabemos cuáles son nuestros descendientes pero ellos se crían como huérfanos, sin saber jamás quién es su madre o su padre. Después de los diez años comienzan su educación, aprenden parte de la historia de nuestra casta y sobre todo los preparamos para que, llegado el momento, puedan asumir su lugar como inmortales en la sociedad de la noche, como siervos leales a la casa Craig.

_ Esta educación dura seis años, en otra de nuestras perdidas instituciones, y después de ese tiempo los lanzamos al mundo para que hagan sus vidas, se reproduzcan y tengan sus propios hijos. La continuidad de la Raza sigue siendo nuestra prioridad. _ declaró el regente con entusiasmo _ Hasta ahora todos han muerto de viejos, pero eso cambiará hoy. ¿No es cierto, Selana?

_ Eso espero, señor. Aunque todavía me quedan algunas dudas respecto a lo que haremos con esto.

Extendió el brazo para enseñar a Ius el relicario de oro que tanto había manoseado en los últimos días y su ignorancia agradó al regente. Al parecer nadie más que él había interpretado un poco más allá de las palabras de Lara, ni siquiera Siena, que había estado presente durante los tristes sucesos de su revelación y escape. Y eso era muy conveniente, en primer lugar porque que nadie más intentaría hacer lo que él se proponía, y en segundo lugar porque el resto de los miembros del Concejo debían estar tan desorientados como sus subordinadas en aquel asunto.

_ Por quinientos años nos hemos preguntado para qué servían _ dijo tomando el relicario y abriéndolo con sumo cuidado _ Nunca comprendimos por qué luego de la Gran Rebelión, cuando despertamos de la última batalla, cada craig encontró un medallón como este colgando de su cuello, y mucho menos comprendimos qué significaban esas pequeñas piezas que contenían.

Siena no necesitó hacer memoria. El suyo aún lo conservaba a buen recaudo, temerosa -como el resto de los craig- de perderlo por lo que pudiera representar. Abrir los ojos al mundo con la memoria limitada había hecho que cada seguidor de la casta de Ius diera un valor incalculable a lo que poseían en el momento del despertar, y dado que todos los craig poseían estuches iguales, los habían atesorado aún sin saber su origen o su objetivo.

Los medallones eran circulares y achatados, de unos cuatro centímetros de diámetro, y pesaban como si cargaran cien almas en pena, razón principal por la que ningún craig los usaba con frecuencia.

De un lado llevaban incrustados tres anillos, uno a continuación del otro, como ondas en el agua que se incrementaran. El primero y más pequeño era de un índigo mate y oscuro, le seguía un anillo de negrísimo mineral, y por último un aro plateado y pulido terminaba con la ornamentación. En la otra cara, una frase que había sido el desvelo de Ius por los últimos cinco siglos aparecía grabada con artística delicadeza:

“Enta, Brafe, Ásore. Inu Ásore Tegra.”

Debía ser parte del lenguaje antiguo de los stark, el mismo lenguaje en el que estaba escrita la Memoria Histórica, y tan indescifrable como ella habían sido aquellas seis palabras. Cada relicario llevaba dentro dos colmillos, diminutos y amarillentos, como extraídos de la boca de un niño; y dos más de tamaño adulto. Craig nunca había logrado comprender por qué todos los tenían, pero escuchando hablar a Lara un pequeño rayo de luz le había traído a la reflexión el misterio de aquellos caninos.

“Y de tal forma quedó instituido, como costumbre, ceremonial y regla que los colmillos fueran transmitidos de madres a hijos solamente, generación tras generación…” - Había dicho la muchacha, pero un detalle había escapado a su lectura.

_ Se supone que para crear uno de los nuestros, la madre debe pasarles sus colmillos a sus descendientes, pero sabemos que un craig adulto no puede quedarse sin colmillos, o no será capaz de asimilar otros, a no ser que estos pertenezcan a la Madre _ el rostro se le torció en un gesto de rabia, pero siguió hablando _ Entonces, si no es posible que una stark adulta ceda sus colmillos adultos a sus hijos ¿cuáles puede darles?

Siena lo observó completamente anonadada, aunque pletórica de una indiscutible confianza en el acierto del regente.

_ Los anteriores a la transformación. _ murmuró mientras en los labios le temblaban un millón de dudas _ Pero, no puede ser… si como dijo la chica nacemos como humanos y luego nos convertimos, esos colmillos no deberían tener poder para crear un inmortal, porque son de cuando éramos humanos.

Ius afirmó con la cabeza. Él había pensado lo mismo, pero por alguna razón sus padres o quienes los hubieran criado hasta la Gran Rebelión les habían legado aquellas piezas. No podía ser casualidad que todos las poseyeran.

_ No sé cómo ni por qué, Siena, pero estoy seguro de que esta es la clave. El motivo por el que nos transformamos a pesar de haber nacido humanos es porque en nuestra sangre corre parte de la noche. Los stark adultos no pueden perder sus colmillos, de modo que solo quedan estos, los que mudamos de niños, y los que mudamos al convertirnos. Estos son los caninos que deben ser legados a los descendientes, aunque no sé exactamente cuáles.

Las mujeres se quedaron en silencio por algunos segundos, mientras el cuervo repetía su hambrienta sinfonía sobre el alero de la casa. Cuatro piezas, cuatro inmortales que cada madre tenía a su favor, cuatro miembros más para la casta de los craig, cuatro posibilidades que se multiplicarían en sus hijos y en los hijos de sus hijos, hasta el fin de los días.

Un imperio, el verdadero imperio de la noche.

_ Según la lectura de la chica, la Madre sólo necesitó un colmillo para transformar a cada uno de sus hijos, de modo que con uno de estos bastará. _ se aventuró Siena.

_ Sí, pero ¿cuál de ellos? _ intervino Selana.

_ Bueno… si las cuatro piezas fueron conservadas, debe ser porque las cuatro son relevantes. _ la conclusión de la Primera Oficial era demasiado obvia y tal vez por eso fuera la correcta _ Comencemos con cualquiera de ellos, si no funciona, siempre podemos extraerle de nuevo el colmillo una vez que esté muerto.

Ius tomó un diminuto canino entre sus dedos pulgar e índice, y lo observó con peculiar curiosidad mientras las craig se acercaban al demacrado anciano y lo ponían en pie, acercándolo a la zona del cuarto donde las sombras de la tarde ya habían comenzado a hacer su trabajo. Lo dejaron caer sin muchas ceremonias en un sofá que debía tener su misma edad y que estaba tan arrugado y sucio como el hombre, y cerraron hasta la última hendidura por la que pudiera penetrar un poco de claridad.

_ ¿Cuánto cree que tardará en completarse el proceso, señor? _ indagó Selana. Le preocupaba poco si el condenado sufría o no con la transformación, pero sí le interesaba el tiempo que tardarían en apreciar los resultados. Era tan impaciente como Craig y por lo visto más drástica en sus actos.

_ No tengo idea, las instrucciones dicen todo lo que hay que hacer, pero no cuánto tiempo debemos esperar hasta que al descendiente muerto se le ocurra revivir. Esa es la desgracia de los ancestros, nunca querían revelar la totalidad de sus secretos, de modo que tendremos que poner un poco de nuestra propia imaginación, y sobre todo estar preparados, por si lo que resulta no es precisamente lo que esperamos.

El anciano se movió un poco, sin resistirse a la suerte que aquellos extraños parecían depararle, y sin acotar ni una sola palabra a la madeja de deducciones que le costarían la vida. De un recuerdo muy vago de sus primeros años, creyó reconocer a una de las mujeres, pero a sus setenta y tantos ya no podía estar seguro de nada, ni siquiera de la cantidad de hijos y nietos que había tenido en su vida, si era que había tenido alguno.

 _ ¿Cómo te llamas? _ preguntó el regente con una sonrisa consoladora que al anciano se le antojó vacía pero espontánea.

_ ¿Po- por qué quiere sa-saberlo? _ tartamudeó el hombre con los achaques de la vejez asomándole en los dientes desgastados.

_ Porque es hora de morir, viejo, y quiero saber cómo debo llamar al primer inmortal craig que nace después de medio siglo.

Afuera, el cuervo extendió sus alas y chilló llamando a la oscuridad. La cena estaba servida, ahora solo debía esperar, como todos en la casa.

Esperar. 

 

 

Algún lugar de la Región de Limousin.

Francia.

 

 

Evan sonrió mientras miraba comer a Evelett. El vaso de setecientos cincuenta mililitros lleno de helado entre sus manos no parecía ser suficiente para satisfacerle el apetito, y por el ritmo cada vez más veloz de la cuchara, el joven temió que la pequeña se fuera a resfriar.

La cafetería no era precisamente muy cálida, defecto natural de todas las cafeterías de mala muerte que se añejaban al borde de la autopista, y cuya única subsistencia se debía a los pocos cafés que los choferes, cansados y somnolientos, pedían para combatir el sueño de la madrugada. Y si a eso le sumaba el hecho de que el invierno parecía recrudecerse por las noches, entonces Evelett corría peligro de tener gripe muy pronto.

_ Tu hermana me matará si se entera de que te compré helado. _ murmuró, un poco hablando con la niña y un poco consigo mismo _ No deberías estar comiendo eso a esta hora.

_ Yo no te obligué a que me lo compraras, _ ripostó ella casi burlándose _ solo lo pedí y tú me diste lo que yo quería sin importar las consecuencias. Eso te pasa porque todavía no eres papá.

_ ¿Qué?    

Evan no pareció comprender a dónde iba dirigida aquella pequeña explicación de sus propias acciones, y sobre todo, cómo una niña de seis años podía pensar en eso con tanta naturalidad.

_ Lo que te quiero decir es que los niños no deben tomar helado a las ocho de la noche. Se supone que a esta hora cenemos algo caliente y nutritivo, en especial porque hay mucho frío. Pero tú no sabes eso porque no eres papá… o no tienes hermanos pequeños. ¿Tienes?

_ ¿Qué, hermanos pequeños? _ rio siguiendo el hilo de pensamiento de la niña _ No, no tengo a nadie en el mundo. _ y por extraño que pudiera parecer eso no amedrentaba su ánimo.

Evelett lo pensó un momento antes de mirarlo con un poco de lástima, la forma en que asimilaba y procesaba cada información siempre lograba sorprender a Swels.

_ Lo lamento. _ dijo de repente _ No debe ser agradable estar solo en el mundo. Yo tengo a Lara, y tú podrías tenernos a nosotras… ¡pero mi hermana te matará cuando sepa que me diste helado con el frío que hace!

Evan dejó escapar un par de carcajadas de buena gana. Hacía mucho tiempo que no reía sin tener la deliberada intención de hacerlo, sin necesitar convertir una sonrisa en un arma de comunicación y de manipulación. Desde la muerte de sus padres no había tenido tantas ocasiones y mucho menos motivos para dejarse contagiar por la alegría de alguien más. Se había dedicado a lo que él consideraba la misión de su vida, y todo lo demás había perdido relevancia, incluso el sencillo hecho de ser feliz.

Pero ahora muchas cosas eran diferentes. No porque dos personas eligieran estar con él sin una obligación de por medio –sabía que Lara no lo necesitaba para sobrevivir-, y tampoco porque las posibilidades reales indicaran que tal vez no estaría solo nunca más. No, había llegado a un punto de su personalidad en que la soledad no lo asustaba. La diferencia era que las personas con las que estaba, eran exactamente con las que deseaba estar, no con las que necesitaba estar. Incluso los tigres le resultaban agradables aunque sabía que el sentimiento no era mutuo.

Todas sus ideas, sus metas, sus objetivos, su misión, parecían encausarse por fin. Acompañaba a Lara, como debía ser; Evelett era una preciosa y deseable carga, los tigres no lo adoraban pero sabía que en caso de peligro lo defenderían, y muy pronto encontrarían a Moyra. Evan  tenía muchos motivos para sentirse verdaderamente feliz.

_ Será mejor que nos vayamos ya a la habitación. _ dijo levantándose y ayudando a la pequeña a bajarse de su silla _ Lara no debe tardar mucho en llegar.

_ ¡Espera! _ pidió la niña antes de salir de la cafetería _ ¿Me compras un libro? Es que Lara olvidó sacarme alguno de la casa cuando nos fuimos.

Él la miró aparentando desconfianza, su amistad con Evelett cada vez se hacía más recíproca y más fuerte.

_ Mmmmm, no estoy seguro de que eso sea recomendable… pero como no soy papá y no sé de esas cosas te preguntaré. ¿Crees que es bueno que un niño lea un libro?

_ Los libros son educativos… _ declaró ella con una risueña superioridad que se vio interrumpida al instante por una burla _ los helados no.

_ Bien, _ consintió Evan, como si acabara de escuchar la solución a su conflicto _ ya que son educativos supongo que podemos encontrarte uno adecuado.

La librería, minúscula y con un olor penetrante a moho y papel podrido, no se separaba de la cafetería más que por un cristal endeble y sucio. El interior parecía oscuro, alumbrado por una lámpara amarillenta que no alcanzaba a iluminar la totalidad de las estanterías. No resultaba un lugar agradable y definitivamente su estética no llamaba la atención.

“No creo que vendan mucho. –pensó Evan- Da igual, de todas formas ya nadie lee.”

Evelett recorrió los estantes con la vista. Los libros eran viejos y las páginas prometían desprenderse sólo con hojearlas un poco, pero le gustó el tamaño de los volúmenes y después de revisar algunas contraportadas se decidió por un ejemplar grueso y con un fuerte olor ha guardado.

_ Este, quiero llevarme este. ¿Me lo compras? _ pidió mirando a Evan con actitud emocionada.

_ ¿La primera parte de El Señor de los Anillos? ¿En serio? _ se acuclilló frente a ella mientras escrutaba con asombro el pesado libro _ Evelett, esto tiene más de cuatrocientas páginas, y es una historia un poquito complicada. _ apuntó _ ¿Estás segura de que quieres llevar este?

_ Claro. _ aseguró la niña _ Es bueno que sea largo, así me durará más. Y lo que no entienda puedes explicármelo tú.

“¡Demonios, entre ella y su hermana hay que ver cuál es más rara!” - Pensó mientras le hacía un gesto significativo al anciano dependiente y sacaba la cartera para pagar.

 _ Son veinticuatro con cincuenta. _ murmuró el viejo de mala gana.

Evan le entregó el dinero y recogió el libro del mostrador sin mayores muestras de cortesía, a las nueve de la noche nadie estaba de ánimos para “fue un placer” o “muchas gracias”. El pequeño motel de carretera no quedaba lejos y el joven apresuró el paso de Evelett, que aferraba con una mano el pesado libro y con la otra el vaso con los restos del helado que había sido su cena.

El lugar se veía tranquilo. Lara lo había elegido porque estaba bastante apartado de los pueblos de la zona, y porque detrás todo un bosque podía respaldar no solo su cacería sino también su escape de ser necesario llegar a esos extremos. Evan abrió la puerta de la habitación con cautela y la registró con la vista antes de hacer pasar a la pequeña. Él no era una defensa muy capaz, pero el solo hecho de descubrir a tiempo cualquier cosa que se saliera de lo normal, podía ser la diferencia entre una niña viva y una niña muerta, y Lara jamás le perdonaría si algo le sucedía a su hermana.

“En tiempos en que la oscuridad se halla tan clara que no puede protegernos, se ha de desconfiar más de la luz que de las sombras. RecordóEl brillo exiguo de una luciérnaga sobre tu piel, puede ser el blanco perfecto para tu enemigo.”

Su padre solía decirle aquellas palabras aunque Evan no pudiera recordar en qué contexto, y de pronto habían venido a su mente como previniéndole, como intentando despertar su sagacidad. Pero la habitación estaba quieta y despejada casi de muebles. No había lugar en que un enemigo pudiera esconderse, así que decidió dejar a un lado las sospechas y acomodarse por fin. El día había sido largo y tanto él como la niña necesitaban descanso.

El cuarto era pequeño y extremadamente pulcro para ser de un hotelucho de carretera. El mobiliario estaba compuesto solo por un par de camas personales, una cómoda vieja que aún parecía conservar su fortaleza, y una mesa algo desvencijada con dos sillas. Cuatro vasos de cristal sobre una bandeja eran el único adorno de la mesa; y varias toallas y jabón en el baño las únicas cortesías que el hotel ponía a su disposición.

Evan suspiró resignado, no estaba acostumbrado a aquel grado de sencillez. Su vida entera la había pasado en las más caras habitaciones de los más caros hoteles, y la buena vida era difícil de olvidar. Pero aunque llevaba consigo dinero suficiente como para haber comprado aquella decadente construcción y diez hectáreas a la redonda, necesitaban pasar desapercibidos.

Por fortuna, el buen juicio de Lara había desestimado el precioso Bugatti Veyron y se había decidido por una camioneta color plata, a pesar de que en el garaje se guardaba otra de color negro.

_ Esta tiene más en común contigo _ le había dicho Evan, que adoraba la enorme Audi oscura, pero a Lara no le había fascinado precisamente.

_ ¿Negra? ¡Ni loca! ¿Qué demonios les pasa, criaturas, que con ustedes todo tiene que ser negro? ¿Tengo porte acaso de estar de luto?

Le había lanzado una mirada suspicaz al traje negro que ella llevaba puesto, solo para que la muchacha se defendiera con un rezago de vanidad infantil que lo hizo reír.

_ ¡No te atrevas! Esto me queda bien.

La camioneta plata se había alejado ronroneando de la que fuera una de las más hermosas residencias de España, y ahora estaban allí, en lo que él consideraba menos que un cuartucho de mala muerte. Pero Lara había decidido que ese era el lugar adecuado para pernoctar y no era muy saludable estar desobedeciéndola.

_ Bien, es hora de asearnos y dormir _ declaró Evan, alzando a Evelett para sentarla sobre la cómoda.

_ ¿No esperaremos a La? _ inquirió la niña, raspando con la cuchara de plástico el fondo de su vaso de helado.

_ No, no sé a qué hora llegará y dudo que le agrade encontrarte despierta en la madrugada. Los niños deben tener ocho horas diarias de sueño reparador. _ contestó mientras le quitaba, no sin trabajo, los zapatos y las medias _ ¿Ves? Yo también sé algo de cachorritos como tú.

Definitivamente los niños no eran lo suyo, pero Lara había dejado a Evelett a su cargo por algunas horas y era imperativo que cumpliera esa tarea a cabalidad. Abrió uno de los bolsos en que la muchacha había recogido algo de ropa para ella y la niña, y sacó un grueso pijama de lana azul con nubes blancas dibujadas en el pecho.

Acomodó sobre el lavabo el pijama celeste y una toalla limpia, y revisó con minuciosidad la ventana del baño; no era lo bastante grande para que un adulto entrase, pero sí para que un niño saliese. Finalmente, llenó la bañera de agua caliente y llamó a Evelett.

_ Oye, Evy, creo que aquí tienes todo lo que necesitas para asearte. Estaré afuera, pero quiero escucharte todo el tiempo. _ le advirtió _ ¿Será que puedes cantar? 

_ ¿Cómo los adultos cuando cantan en la ducha? _ inquirió Evelett condescendiente.

_ Exacto. Quiero que cantes como los adultos en la ducha, para poder escucharte.

La nena asintió sin comprender mucho. Era tarde y tenía más sueño que ganas de preguntar, de modo que dejó para otro día su rol natural de inquisidora y en cuanto Evan salió, cerrando la puerta del baño tras de sí, comenzó a cantar la primera tonada que le vino a la cabeza. La temperatura de la habitación no permitió que su sesión de auto limpieza durara demasiado, así que en breves minutos salió arropada en su pijama y tiritando de frío. Swels la envolvió en varias mantas de dormir y la acomodó en la cama más lejana a la puerta de entrada.

_ ¿Estás a gusto así? _ le preguntó, sin poder desentrañar el tipo de sentimiento que aquella situación le provocaba.

_ Sí, estoy muy cómoda, gracias. _ susurró ella estirando una manito para agarrar el libro que Evan había dejado convenientemente sobre una silla junto a la cama.

_ Ahora debo bañarme yo. ¿Puedes seguir cantando un  ratito más, solo para que yo te escuche?

Evelett suspiró aburrida.

_ ¿No puedo mejor leer en voz alta?

_ Claro, como prefieras. Lo que me interesa es oírte.

Evan se metió al cuarto de baño y se duchó con prisa, un poco abrumado por el frío y otro poco por la preocupación de la niña que estaba sola en la habitación; pero la voz de Evy se escuchaba fuerte y clara, hermosamente fluida y modulada, mientras iniciaba la lectura de La Comunidad del Anillo.

_ Cuando el señor Bilbo Bolsón de Bolsón Cerrado anunció que muy pronto celebraría su cumpleaños centésimo decimoprimero con una fiesta de especial magnificencia, hubo muchos comentarios y excitación en Hobbiton. Bilbo era muy rico y muy peculiar y había sido el asombro de la Comarca durante sesenta años, desde su memorable desaparición e inesperado regreso. Las riquezas que había traído de aquellos viajes se habían convertido en leyenda local y era creencia común, contra todo lo que pudieran decir los viejos, que en la colina de Bolsón Cerrado había muchos túneles atiborrados de tesoros.”

Por un segundo Evan se quedó perplejo. No era un fenómeno extraño que un infante de seis años leyera con fluidez, pero la forma en que aquel relato cobraba vida en sus labios requería sin dudas una interpretación que para nada resultaba natural a esa edad. La entonación de las oraciones, las inflexiones de voz en cada diálogo, todo indicaba no solo que la niña leía bien, sino que además poseía una perfecta comprensión de aquel texto a pesar su complejidad.

Salió del baño aún secándose las orejas y el cabello marrón mojado, y fue a sentarse frente a Evelett con actitud fascinada. La pequeña interrumpió de golpe su lectura y lo miró con curiosidad.

_ ¿Qué sucede?

_ Evy, ¿dónde aprendiste a leer? _ respondió Evan a su vez con una pregunta.

_ Lara me enseñó hace unos meses, y me deja leer cuanto quiero, no se preocupa porque me duerma muy tarde leyendo, y cuando lo hacía en casa nunca se lo decía a mamá.

_ ¿Y entiendes bien lo que cuenta ese libro?

_ Mmmmm _ la niña titubeó _ Hay algunas palabras que no entiendo. ¿Qué significa “magnificencia”?

Evan sonrió divertido. Le costaba creer que el significado de algunas palabras fuera lo único que la separaba de un completo entendimiento de aquella historia.

_ Magnificencia está relacionada con la palabra magnífico. Significa que algo es estupendo, que es grandioso.

_ ¿Como mi hermana?

Él no necesitó pensarlo mucho. El abismo que había excavado entre la real expresión de sus pensamientos y Lara, no era necesario con Evelett. La niña era muy intuitiva, pero las emociones de los adultos aún no podían haber llegado a su percepción.

_ Sí, como tu hermana. _ se atrevió a sincerarse _ Ella es genial ahora ¿no es cierto?

_ Ella siempre ha sido genial. _ corrigió la pequeña _ Siempre ha hecho cosas que nadie hace, como criar a Khan y a Silver Moon.

Él asintió con la cabeza, totalmente de acuerdo. Comprendía el vínculo de los animales con la muchacha desde el momento en punto en que ella era una stark – o parte stark – y ellos eran sus Mensajeros; pero antes de que la transformación ocurriera Lara había pasado casi todo un año con los tigres, viéndolos convertirse no solo en animales adultos, sino en un par de felinos maduros cuyo natural instinto debería haber sido atacarla en algún momento.

Sin embargo, ni una sola cicatriz en su cuerpo indicaba que Khan o Silver Moon la hubieran agredido nunca, a excepción de las marcas en sus antebrazos, pero no se había atrevido a preguntar por su origen, y además estaba convencido de que cualquiera que hubiera sido la causa, esta no estaba ligada en modo alguno a un ataque. Era una de las razones por las que la había elegido como candidata para la transformación, sabía que ya desde su vida humana era alguien muy especial.

Reflexionó durante un largo segundo cómo tratar aquel tema con la niña. No estaba seguro de que Lara aprobaría lo que iba a hacer, pero si había decidido llevar a Evelett con ellos entonces debía comprender que no podía mantenerla para siempre al margen de su situación, o del peligro que correría. La muchacha no había entendido razones sobre su hermana, separarse no era una opción; pensaba que a pesar de las amenazas de su nueva vida Evelett estaría más a salvo con ella que con nadie en el mundo. Y tenía razón, pero eso no significaba que pudiera ocultarle para siempre lo que estaba sucediendo. Más temprano o más tarde Evelett comprendería que nada a su alrededor era exactamente tan normal como se suponía que fuese, y era más saludable que lo descubriera pronto.

No sabía si lo hacía por ahorrarle un momento incómodo o confuso a Lara, o porque se sentía confiado en su propia capacidad para manejar aquella circunstancia, pero apeló a las palabras de sus padres y comenzó por preguntarle a la niña.

_ Evy ¿te gustan las historias como las de este libro, con seres fantásticos, duendes, y animales y árboles que hablan?

La pequeña ni siquiera necesitó valorar su respuesta, como todo niño de seis años vivía más en su imaginación que en la realidad.

_ Claro. ¿Por qué?

_ ¿Qué tal si te dijera que algunas de esas criaturas sobrenaturales pueden existir de verdad?

Evelett levantó una ceja con la incredulidad retratada en su pequeño rostro. Respetaba y obedecía a Evan porque su hermana le había pedido que lo hiciera, comenzaba a tomarle cariño porque en realidad se portaba muy bien con ella y la complacía en todo; y en el fondo lo consideraba un poquitín loco, pero de eso a inventarse personajes de los libros iba un trecho grande.

Se inclinó hacia adelante en la cama mientras lo observaba directo a los ojos y habló muy despacio.

_ Evan, el hecho de que mi imaginación me haga hablar con mis muñecas, no significa que ellas de verdad puedan hablar.

El joven lanzó una carcajada vehemente. La expresión de la niña indicaba que lo estaba considerando nada menos que loco o estúpido. En verdad lo que intentaba decirle sonaba descabellado hasta para alguien de su edad, pero si lo hacía como sus padres lo habían hecho con él, entonces todo peligro de trauma severo podía ser descartado, -aunque era posible que Lara no pensara lo mismo, a su juicio él había salido bastante retorcido-.

_ Vamos a ver, Evy, no estoy loco todavía. Solo te pregunto si te agradaría que algunas de esas cosas fantásticas fueran de verdad. ¿Te gustaría, por ejemplo, poder platicar con Silver Moon?

Evelett entrecerró los ojos y frunció el ceño, desconfiada, sin conseguir desentrañar aquella madeja en que se le tornaba la conversación con Evan, y ya que no estaba loco, creyéndolo más tonto cada vez.

_ Pues sí, creo… _ susurró, no muy convencida _ Aunque si hablara con Silver Moon, lo primero que haría sería quejarse porque le peso en sus costillotas cuando me lleva.

_ Tal vez, _ sonrió Evan _ pero aunque no me creas, puedo asegurarte que la tigresa de tu hermana habla. Cuando Lara regrese, pregúntale y veremos qué dice.

La niña se encogió de hombros, aún escéptica ante tal declaración, pero como no era su costumbre discutir con los adultos, y menos con los que no eran de su familia, se abstuvo de hacer cualquier comentario y acogió la idea con una resignada aceptación.

_ Si es lo que quieres, le preguntaré a Lara, pero va a pensar lo mismo que yo, que se te zafó un tornillo.

Volvió a recostarse en su almohada y Swels se tendió en la cama de al lado, atento a la lectura en voz alta que se reanudaba. Por más de una hora estuvieron despiertos, hasta que los ojillos verdes de Evelett comenzaron a cerrarse por el sueño, su lectura se hizo lenta y entrecortada, y terminó por quedarse dormida. El viaje se estaba tornando demasiado largo para una niña, pero debía acostumbrarse pronto, porque lo más probable era que pasara el resto de su vida viajando.

Evan apagó las luces y revisó de nuevo cada ventana, cada puerta, cada mínimo orificio de acceso a la habitación. No demoraría mucho en ser medianoche, y no era seguro que Lara volviera antes del amanecer, de modo que no teniendo él la fuerza para pelear, debía tener la cautela para evadir cuanto fuera posible a sus enemigos. Pensó en los últimos días. Llevaban más de una quincena en la carretera, deteniéndose sólo para dormir en pequeños moteles de paso, o para que Lara pudiera salir a cazar en las noches.

Aquella primera semana después de que abandonaran la casona, había estado casi irracional. Khan decía que era natural en el proceso, eventualmente necesitaría alimentarse menos, pero en los momentos iniciales su fortaleza era variable y dependía de cuánto se alimentara. Con tantos enemigos tras ellos y la vida de Evelett bajo su responsabilidad, Evan comprendía que la muchacha no quisiera perderse ni una noche de cacería.

No se había atrevido a preguntar qué cazaba. En las zonas boscosas del Norte había una buena diversidad de animales que podían servirle como presas, pero después de lo sucedido en la casona prefería mantenerse alejado de la información nutricional de su recién estrenada esposa. No podía reprocharle a Lara el asesinato de sus padres, sólo agradecer que él no hubiera corrido hasta el momento la misma suerte, sobre todo porque estaba consciente de que la merecía.

“¿Por qué demonios me dejas vivir?” - Cuestionó como si ella pudiera oírlo, pero fuera cual fuera la razón solo podía sentirse aliviado porque aún estaba vivo, y lo menos que podía hacer era intentar restarle preocupaciones y ayudarla en cuanto le fuera posible.

En aras de serle útil se concentraba en hallar a Hobin. El abogado debía haberse asustado mucho con su desaparición de la casa, porque tanto él como su hija Helen parecían haber cambiado sus teléfonos y sus correos electrónicos. Había acabado por localizarlo fuera de España, en algún lugar al norte de Europa, y era allí dónde se dirigían.

Lara quería que Hobin se encargara de su situación legal cuanto antes. El dinero les podía ahorrar los pasaportes y permisos en dos o tres fronteras, pero tarde o temprano alguien comenzaría a hacer preguntas, de modo que la muchacha deseaba que pusieran a Evelett bajo su tutela cuando antes. Hasta el momento no había mencionado el divorcio, pero sabía que era otra de las razones por las que quería el servicio del abogado. De cualquier forma no le preocupaba la separación, el propósito de su misión estaba cumplido, y tanto si lo abandonada al día siguiente como si permanecía con él por los trescientos años que le quedaban, estaría conforme.

_ ¡Evan!

Dio un salto involuntario en la cama. La voz de Lara lo llamaba aunque estaba seguro de que ella se encontraba demasiado lejos como para poder escucharla. Un presentimiento incómodo lo asaltó, una cuerda invisible que comenzó a tirar de su conciencia hasta volverse completamente insoportable.

_ ¡Evan!

Otra vez, y en esta ocasión la voz sonó cercana. Evelett hablaba en sueños, pero Swels podía jurar que era el acento de Lara el que escuchaba.

Ni siquiera se molestó en cambiar de ropa a la niña o despertarla. Sabía que no había suficiente tiempo, la adrenalina corriendo desquiciada por su cuerpo se lo avisaba, no había tiempo. Abrigó a Evelett con las mismas mantas con las que dormía y la metió en el auto, estacionado frente a la habitación. Los bolsos habían quedado hechos y cerrados, los lanzó a la parte trasera de la camioneta y antes de que cualquiera pudiera percatarse ya iba manejando a más de ciento treinta kilómetros por hora, alejándose del motelucho y del peligro.

_ No voy a detenerme hasta que nos encuentres. _ le dijo a la niña, que aún dormitaba profundamente. Si él había podido escuchar a Lara, tal vez ella también fuera capaz de escucharlo. _ No te tardes.

_ No lo haré. _ murmuró la muchacha desde los labios de Evelett y Evan supo de inmediato el porqué de aquella súbita llamada.

Los cazadores los habían encontrado.