CAPÍTULO 3. Los lazos rotos

Escrito el 25/08/2024
DAYLIS TORRES SILVA


Algún lugar entre la Sierra de Aitana

 y la Villa de las Mercedes

 

A menos de ochocientos metros de la mansión, la silueta de un hombre comenzó a desdibujarse. Sus rasgos no aparentaban más de veinticinco años, pero en el mortal agotamiento de sus ojos se podían leer décadas de controlado instinto. Sin embargo había estado a punto de cometer un error doblemente peligroso: intentar una cacería diurna y dar rienda suelta a una naturaleza que de cuando en cuando no admitía represión.

Por suerte el ataque de los mastines había llegado a tiempo para fijar sus pies a la tierra y su conciencia a la realidad.

Hasta donde alcanzaba su conocimiento, la villa había estado deshabitada durante los últimos diez años, y lo menos que esperaba al levantarse esa mañana era la llegada de inquilinos tan excepcionales.

Retrocedió lentamente, fundiéndose con el ramaje hasta que su cazadora oscura fue uno más entre los troncos de los pinos, y después echó a correr como si su completa existencia dependiera de ello. Quizás no pudiera comprender en toda su profundidad lo que acababa de presenciar, quizás debía investigar la clase de criaturas que se habían instalado tan cerca de su territorio de descanso; pero de algo estaba completamente seguro: tenía que poner la mayor distancia posible entre la Villa de las Mercedes y él, al menos por el momento.

“Tranquilo, tranquilo… - se dijo mientras emprendía una marcha silenciosa y veloz hacia el interior del bosque - Ahora la mejor opción que tienes es la caza, dedícate a ella… concéntrate en ella…”

Y eso hizo, con toda la vehemencia de su naturaleza.

Apenas transcurrieron algunos segundos para que sus facciones, su cuerpo entero, se adaptaran al ejercicio de fuerza que vendría a continuación, y luego todo fue oído, olfato, reflejo. No le fue difícil detectar el rastro de los dos perros que el cachorro de tigre había dejado vivos; la adrenalina que desprendían era como un trazo luminoso para sus sentidos, una invitación a su apetito y su necesidad de liberar la tensión.

Mientras los árboles se deslizaban con rapidez a sus espaldas, Dominic intentó  mantener la mente despejada, reprochándose una y otra vez su constante obsesión por visitar el Faro del Albir. Le gustaba el mar más de lo que habría admitido ante nadie y aquel era uno de los pocos placeres que se permitía, y por lovisto ese tampoco había tenido resultados muy satisfactorios.

Ahora tenía otra conciencia, otros ojos con los que lidiar; y los breves instantes en que los había sentido sobre él habían sido suficientes para comprender que la fuerza de aquella chica era mayor que cualquiera que hubiera experimentado antes, una fuerza capaz de arrastrar su propia conciencia hacia donde no quería ir…

— Una fuerza que debo eliminar lo antes posible.

Despertó de nuevo a la cacería cuando una rama le pegó en el rostro, haciéndole un corte limpio que no tardaría demasiado en cicatrizar y advirtiéndole que estaba perdiendo el enfoque. Retomó el rastro que poco a poco se alejaba de las zonas más frecuentadas por los “turistas ecológicos”, y en menos de una hora logró localizar a los dos mastines.

Antes de que pudieran siquiera percatarse de su presencia los había matado, y el olor de la muerte fresca hizo que su ánimo mejorara hasta el punto de hacerlo de nuevo un ser medianamente racional. Enterró los cuerpos con cuidado, lo bastante profundo como para que ningún animal carroñero consiguiera sacarlos y esparcir los restos en lugares más frecuentados. Se limpió como pudo en un pequeño arroyo y se dirigió con paso sosegado muy lejos de allí, hacia la sierra, hacia la parte deshabitada de la montaña donde las bajas temperaturas y los animales salvajes disuadían a los turistas de sus exploraciones. Donde podía estar a solas con el mundo.

Dominic no sabía si su refugio se podía definir como cabaña, casa o cualquier otro apelativo arquitectónico convencional. Guardaba un vago recuerdo de su infancia en los canales de Venecia, una extraña lección aprendida luego de una invasión del mar: “solo los altos edificios son seguros” y de esa manera había construido su vivienda.

Era una amplia galería hecha de troncos, suspendida a seis metros del suelo sobre ocho tupidos fresnos.  Las habitaciones, separadas por largos pasillos, eran pequeñas y acogedoras, y por completo carentes de una estructura tradicional. Al final de los corredores un cuarto de casi doce metros cuadrados daba asilo a la añeja caldera de vapor, que con lentitud iba esparciendo su aliento cálido por las estancias.

Cualquier extraño habría dicho que era una casa de locos, oscura y revuelta, pero cada uno de los gastados y antiguos objetos que componían su refugio eran funcionales para él, necesarios para la supervivencia de su humanidad, si no de su cuerpo.

Salvar los seis metros entre la tierra y la balaustrada de la puerta sólo requirió un breve impulso, y Dominic entró en la galería de madera como si solo en aquella pequeñísima red de laberintos pudiera encontrar respuesta a los sucesos del día. Estaba nervioso por la chica que lo había visto en los acantilados, había podido intuir el peligro en ella, la energía en ella más que en cualquier otra persona que lo hubiera mirado antes. Y aquellos animales que la acompañaban eran una confirmación de sus peores temores.

El sonido crepitante de la caldera le dio la bienvenida, se sacó las ropas sucias de sangre y de barro y dejó que la bañera se llenara poco a poco de agua caliente antes de sumergirse por completo.

Necesitaba analizar la situación con absoluta serenidad. Cerró los ojos buscando un poco de concentración mientras las ondas de agua templada le lamían el cuerpo con delicadeza. Cuando intentó ver de nuevo, los ordenados conjuntos de amarillentos libros habían desaparecido, y Dominic abrió los ojos a la habitación de Lara.

 

 

 

 

Villa de las Mercedes

 

 

— Esto, sin discusión, es cien veces mejor de lo que imaginaba. — la mirada de Lara vagó indistintamente hacia los grandes ventanales— Debo concedértelo, madre, fue una sabia decisión venir aquí. Creo que me puedo acostumbrar a esto. — pero en el fondo sus palabras no eran más que un intento por parecer a gusto.

Se dejó caer con aparente jovialidad sobre el enorme diván frente a las ventanas, que  ofrecían el impactante paisaje de un atardecer. Estaba feliz… y triste… y la mezcla de terror y de sorpresa todavía no la había abandonado, pero intentaba disimularlo sacando a su conversación cualquier tema que no evocara la tragedia que había estado a punto de ocurrir.

Dominic no podía escuchar una palabra, sin embargo aquella extraña zozobra que se había apoderado de él en los acantilados volvió a recorrerlo como un mal presagio, y comprendió definitivamente que ella era mucho más fuerte de lo que en un principio había sospechado.

— ¿En serio te gusta entonces? — el entusiasmo de la mujer era verídico, Dominic pudo ver la satisfacción en su rostro mientras Lara asentía — Y eso que todavía hay que invertirle mucho trabajo. ¿Puedes imaginarte esta casa después de que tu padre haya hecho su magia?

— Por supuesto que me la imagino. Va a ser una maravilla renacentista de madera labrada y jardines y obras de arte. No sé cómo lo consigue pero papá es experto en sacar de las cosas su verdadera belleza.

Dominic logró percibir un poco de ternura… de ansiedad… ¿o era enojo? ¿Sobre qué demonios estarían conversando? Las emociones de Lara eran un ventarrón impetuoso que lo llenaba sin salir a la superficie y sin que él lograra descifrarlas.

Hubiera creído que semejante avalancha de sentimientos podía hacer estallar a una persona, transfigurar un rostro o al menos hacer entrar en pánico a quien tuviera enfrente, pero esas emociones no lograban emerger. Nada en ella evidenciaba la exaltación que la estaba consumiendo.

Podía sentir el corazón casi saliendo de su pecho, palpitando al unísono del pequeño músculo que amenazaba también romper el pecho de Lara y se dijo que ya era suficiente. No había necesidad de seguir confirmando algo de lo que ya estaba seguro: aquella muchacha distaba mucho de ser una humana común, y tanto ella como sus animales habían osado invadir sus predios de caza.

Concentró todos sus esfuerzos en desasirse, en romper el vínculo que lo conectaba a sus ojos, a su cuerpo y casi a su estado de ánimo, pero no lo consiguió. Se había entregado a la conexión por su propia voluntad, sin embargo esa voluntad le había sido arrebatada sin que se diera cuenta.

Su respiración se aceleró en un segundo y su cuerpo se reveló como si estuviera a punto de enfrentar un gran peligro. Aquella incapacidad para controlar la conexión hizo que su conciencia se revolviera y una sensación de temor que no había experimentado en muchas décadas lo hizo maldecir entre dientes. Por primera vez se sintió impotente, sometido, y mientras su desesperación crecía el reflejo de los grandes ventanales sólo le devolvió el rostro de una chica sonriente, en extremo tranquila. ¿Cómo podía alguien en su sano juicio mostrar tal disparidad, contener con tanta habilidad sus expresiones hasta el punto de que nadie habría sospechado que detrás de aquella sonrisa se agitaba un alma tormentosa?

— Señoritas — la voz de su padre, como siempre, fue una caricia para sus oídos y Dominic alzó con ella la mirada para encontrarse con un señor de unos cincuenta años que se apoyaba en el picaporte de la puerta — ¿Serían tan amables de acompañarme a cenar?

— Por supuesto — contestaron las damas al unísono.

Entonces los ojos de Lara lo llevaron por el interior de la casa, el cuarto de la hermana pequeña, las salas comunes, el jardín, obligándolo a ser testigo de una interacción a la que siempre había intentado sustraerse. La familia se acomodó en uno de los salones que daba al fondo de la casa y la madre fue poniendo en la mesilla central grandes bandejas con comida para compartir. Las conversaciones se fueron animando mientras todos cenaban y de cuando en cuando el espíritu de Dominic se veía sacudido por oleadas de alegría o de satisfacción, seguidas de ganas de reír, de cansancio, de irritación o de un poco de pena que la muchacha nunca dejaba entrever.

— Entonces, Eve— Hatch fue cauteloso en su pregunta aunque evidentemente pretendía algo más — ¿te gusta la nueva casa?

— ¡Sip, mucho! Me asusté con los perros pero Lara dice que no van a volver más… y si vuelven Khan se los comerá.

La afirmación de la pequeña fue tan natural que la preocupación de su padre por las consecuencias del ataque se disolvió al instante. Por fortuna había situaciones que a los niños les era más fácil olvidar o asimilar.

— Y a ti, Lara, ¿te gusta?

Por desgracia su respuesta no podía ser tan infantil como la de su hermana, pero tampoco estaba dispuesta a compartir con el resto de la familia sus más hondas impresiones sobre aquel viaje.

— Creo que algún día miraré atrás y me sentiré satisfecha de haber venido a pasar mi primera juventud a este desolado retiro. —intentó bromear— Es un hermoso proyecto, papá, y si para ustedes puede llegar a ser un plan a largo plazo… supongo que es mi deber apoyarlos.

Dominic experimentó un breve instante de rebelión y se preguntó por un segundo si era posible que Lara se estuviera resistiendo al vínculo tanto como él lo hacía, pero no tardó en comprender que a pesar de encadenarlo a sus ojos ella no tenía ninguna pista de la conexión que estaban compartiendo, y eso quizás era lo más terrible: lo que fuera que estuviera haciendo, lo hacía inconscientemente.

— Eve ¿me ayudas a dar de comer a los cachorros?

— ¡Claro! — Evelett se emocionó por la decisión de Lara de compartirle ese espacio en particular, y los padres se miraron inquietos cuando las chicas se levantaron para unirse a los tigres, que retozaban en una esquina del salón.

La alimentación de los cachorros no duró mucho, las neveras de la casona estaban preparadas con varios kilos de carne fresca, y por suerte todavía comían poco y dormían mucho. Por alguna razón que Lara no llegó a comprender, el episodio de los mastines no le había provocado la misma desconfianza hacia los tigres que permanecía latente en el ánimo de sus padres, de modo que prefirió evitarles el desasosiego y llevárselos a su habitación por esa noche. Veinte minutos después arropó a Evelett en su cama, le deseó sueños felices y se dirigió a su cuarto con gesto cansado.

— ¿A dormir o a desempacar? — preguntó una voz a sus espaldas.

— A bañarme, mamá. El cuerpo me está pidiendo una ducha caliente y una cama suave. Ya tendré tiempo de desempacar mañana.

— Está bien, descansa entonces. — murmuró Emma lanzándole un beso al aire.

Lara le devolvió el beso y se metió a su habitación, esperando que en las próximas doce horas a nadie se le ocurriera la terrible idea de molestarla. La alcoba era exageradamente grande, pintada de un color muy claro que a aquella hora no logró definir. El mobiliario era preciso y elegante: una cama con un baúl de piel a sus pies, un diván, un tocador, dos lámparas, un vestidor digno de una estrella de Hollywood, varias alfombras de mullido pelo y tanto espacio libre en medio que se hubiera podido practicar vals sin temor a estrellarse con nada.

La cama era enorme, con la cabecera revestida en madera y pieles, y a ambos lados dos mesas de noche acunaban al menos una docena de polvorientos libros. Lara sacó del baúl seis o siete cojines y un juego de sábanas que puso sin molestarse en arreglar demasiado. Quizás el diseño interior de aquella casa fuera todo un suceso, pero por el momento solo quería dormir, dormir sin soñar, perderse entre las almohadas y olvidarse de todo.  

Acomodó a los cachorros en su cesta sobre el diván, que ocupaba el centro de la alcoba, y se acercó a los grandes ventanales de cristal. El calor de afuera en contraste con el aire acondicionado dentro, había creado una ligera capa de bruma sobre el vidrio, y Lara disfrutó a través de ella la vista exterior. La noche se prometía nostálgica y profunda, hambrienta como un lobo y magnífica para evocar buenos recuerdos.

De muy lejos parecía llegar el olor a sal del mar sobre los acantilados, como una invitación distante y agradable, y el desconocido rostro de un hombre la hizo sonreír. Por primera vez en el día Dominic sintió su respiración acompasarse, fundirse en una deliciosa soledad.

La vio dibujar con el dedo índice sobre la niebla del cristal el contorno del faro del Albir junto a tres palabras diminutas que estaba dispuesta a hacer realidad, y un viejo instinto en su sangre volvió a dispararle todas las alarmas. Era un adiós y una bienvenida, era un inconsciente reto que prometía atormentarlo mientras él lo permitiera.

— Muy bien, ducha caliente, allá voy.— dijo Lara cruzando el vestidor lleno de espejos mientras se quitaba la blusa.

“¡Dios!”. Dominic se incorporó de repente cerrando los ojos con fuerza y ella terminó de desnudarse sola en su cuarto. El agua de la bañera ya estaba helada cuando volvió a ver los estantes llenos de libros de su propia habitación. Se envolvió en  una manta y se dejó caer en uno de los sillones frente a la chimenea de la cabaña de los fresnos.

En voz baja, y con la inquietud bailándole en los ojos repitió el dibujo de Lara sobre el cristal.

— “Nos veremos pronto…”

Estaba seguro de que así sería. Toda su vida en adelante estaría condicionada por su conexión con aquella chica: su actividad, su descanso, su sueño, incluso las cacerías se verían interrumpidas porque si ella lo llamaba, él no podría negarse; lo había sabido desde que los límpidos espejos de sus ojos lo habían encontrado en los acantilados.

Algunas de las personas que lo veían no lograban el vínculo, otras eran débiles y Dominic podía evitarlas, podía evadir sus ojos y sus vidas y esperar tranquilamente a que murieran para romper el vínculo, pero ese no era el caso de Lara. Lara no lo dejaría escapar, era fuerte, lo llamaría a su conciencia y a sus ojos aún sin saberlo, lo arrastraría a su vida y a sus emociones.

No volvería a ser dueño de sí mismo hasta que no rompiera esa conexión; y hasta entonces, todo lo relacionado con ella era de su propiedad, su intimidad le pertenecía tanto si Dominic quería como si no. Desde el primer instante solo había existido un posible desenlace:

— Debo matarla. — sentenció.

Y ni siquiera había dudado en su resolución mientras abandonaba los acantilados y seguía como un vendaval el sonido de la camioneta por los senderos del bosque que llevaban a la mansión. Esa fue la primera vez que Lara lo llamó a sus ojos, con tanta agresividad que debió detener su carrera a varios cientos de metros para no tropezar y caer.

Respondió estableciendo el vínculo y se vio obligado a conocer cada rincón de la casa que le mostraban, subir a través de su mirada los largos escalones y experimentar cada uno de los muchos sentimientos que la habían embargado.  Vio a la hermana pequeña, al chofer que le hablaba a nadie porque nadie le prestaba atención, y al cachorro que caminaba frente a la joven.

Dominic estaba acostumbrado a aquel castigo, el hecho de ser visto por alguien implicaba establecer una conexión, un enlace mediante el que cual él podía usar otros ojos, pero ese enlace también era una forma de esclavitud. No importaba la distancia, no importaba que apenas vislumbraran su silueta dibujada en las sombras, si alguien lograba verlo, él podía localizar a esa persona dondequiera que fuera, podía mirar a través de sus ojos, y en casos muy especiales percibir una mínima parte de su sensibilidad.

A lo largo de los años había aprendido a controlar el vínculo, a entrar y salir de él a voluntad, pero a las emociones de Lara no lograba oponerles resistencia: nunca había conocido a alguien tan peligrosamente expresiva por dentro y tan impasible en su exterior, lo subyugaba y lo sacaba de su cabeza justo cuando quería, y mientras ella manejara el vínculo a su antojo él estaría indefenso.

La ansiedad había llegado a ser insoportable mientras avanzaba a tientas hacia la mansión, había tenido que cerrar los ojos para no perder el equilibrio y corría guiado únicamente por el olfato y el oído, entonces la angustia de la muchacha lo sacudió, el horror lo envolvió todo, y los mastines cruzaron por su cabeza como balas fatídicas.

No era la primera vez que veía la muerte desde los ojos de los hombres, pero aquellas ajenas emociones lo llenaron de un instinto con el que no había obsequiado nunca antes a un humano. Deseó llegar a tiempo, borrar aquel pánico adherido al corazón de Lara y se dijo que podía llegar, apenas a ochocientos metros de la casa hubiera podido asesinar en instantes a los perros. Su cuerpo se inclinó hacia adelante en una fracción de segundo para iniciar la carrera… y en ese momento el cachorro saltó.

Dominic había quedado petrificado, sintiendo cada respiración entrecortada de Lara, la sorpresa, la confusión, el total desconcierto. El tiempo voló mientras el tigre atacaba y mataba, y él sintió que un escalofrío de muerte le recorría la piel. Algo oscuro se cernía sobre aquel animal, tal vez también sobre la hembra. Algo de sobrenatural y sombrío dominaba al tigre, pero antes de que pudiera temer siquiera por la vida de la chica, notó que los ojillos del cachorro se posaban en ella con dulzura, a la vez que con una protección fiera y brutal.

Temer por la vida de la chica, eso había sido aún más irracional, su instinto de auto conservación lo impelía a sacarla del esquema, a eliminarla… temer por su vida era un absurdo. ¿Qué demonios estaba mal en él? Se había concentrado de nuevo en Lara y su rostro se había oscurecido poco a poco con la certeza del fracaso. El tigre imperaba. El tigre pequeño y sanguinario y nada común, terriblemente nada común, no lo dejaría matarla. Al menos no ese día.

Dominic acercó las manos al fuego crepitante para calentarlas, era un gesto que no necesitaba, un gesto muy humano que se había negado a olvidar a pesar de las décadas, y meditó la estrategia inmediata. Tal vez él fuera prisionero, pero tenía sus ojos y ahora todo lo relacionado con Lara le pertenecía.

— Nos veremos pronto. — murmuró aceptando el reto.

 

 

 

 

Altea

 

 

Las semanas pasaron aprisa desde la llegada de los Sanders a la Costa Blanca, se consumió el verano y las playas llenas de bulliciosos estudiantes fueron quedando poco a poco silenciosas. El único lugar que permanecía activo era la Villa de las Mercedes. Para el final de la estación veraniega, con todos los proyectos aprobados, la casa se convirtió en un hervidero de camiones de materiales y obreros que entraban, rompían, reparaban y salían.

Rara vez las chicas veían a su padre durante más tiempo que el justo para cenar, pero era un mal necesario al que ya se habían acostumbrado. Una vez que la obra negra de algunas partes de la casa estuviera terminada comenzaría el verdadero trabajo de Hatch: elevar a calidad artística aquellos trozos de paredes blancas.

Tres veces por semana Emma recibía a dos muchachas de Altea que venían a ayudarle con las labores de limpieza, porque para ella resultaba imposible hacerlo sola; y tener más personal a su cargo era algo que lejos de molestarla la tenía de un constante buen humor.

Las chicas se habían adaptado muy bien al ambiente festivo del pueblito de mar y a la pacífica soledad de la villa. Dominar el idioma se convirtió en un juego y el colegio bilingüe en que Lara comenzó aquel ciclo escolar fue una salvación para su vida social: nadie podía decir que era tímida, pero no entender o entender muy poco a sus compañeros no la habría ayudado precisamente a hacer amigos.

Al cabo de algunos meses la vida había comenzado a simplificarse como ocurría siempre que enfrentaban un nuevo proyecto, y cada uno estableció sus propias rutinas, unas más dinámicas que otras, que coincidían solamente a la hora de la cena.

—  ¡Mamá, me voy a la escuela!— aquella mañana el verano lanzaba sus últimos vapores antes de dar paso al otoño, y Lara salía para disfrutar su tercera semana en la preparatoria.

Emma cruzó el jardín interior para detenerse delante de su hija con aire de inquieta intimidad, algo que solía hacer cada vez más a menudo desde que consideraba que esta tenía edad suficiente como para traer algo más que un amigo a la casa.

— Todavía falta una hora para que comiencen tus clases. ¿Debo preocuparme por algún chico en especial? — y en verdad quería estar preocupada, aquel colegio privado era lo suficientemente caro como para que Lara se tropezara con “buenos chicos”, pero al parecer los genes disipados de su padre estaban dispuestos a predominar.

— ¡Sí, cómo no! —refunfuñó ella— Se llama Khan y se ha pasado la noche rezongando sin dejarme dormir, así que quiero alejarme de él lo más pronto posible. Tengo que sacarlo esta tarde a hacer un poco de ejercicio o de lo contrario me voy a pasar otra noche en vela.

Se apresuró a guardar los libros que faltaban, lo último que necesitaba era una plática sobre hombres y tigres.

— ¿Ya desayunaste? — le gritó Melena mientras se alejaba

— Sí, mamá, ya tomé un vaso de leche.

— ¿Y te llevas algo más? No puedes vivir solo de aire.

— Despídeme de Eve. — dijo Lara saliendo apresurada por la puerta frontal, en cuyo jardín se aglomeraban ya varios contenedores con materiales y muebles.

Los rayos matinales le acariciaron el rostro como una bienvenida y se detuvo sonriente a disfrutarlos; frunció el ceño para adaptar la vista al sol durante unos segundos y luego se ajustó los lentes oscuros que usaba para conducir. A algunos centenares de kilómetros de allí, Dominic abrió los ojos, y la mañana comenzó también para él con una insoportable alegría.

Lo primero que captó su mirada fueron los mismos quince kilómetros de carretera que separaban la casa del instituto, y que la muchacha recorría cada día en un pequeño Honda negro, -el modelo más sencillo que se guardaba en las cocheras de la mansión y que le habían permitido usar para su desplazamiento diario-.

La visión periférica le mostró las diminutas manos de una Lara juguetona que se aferraba al volante y se miraba de cuando en cuando, risueña, en el espejo retrovisor. Había amanecido de un humor peculiar, era de esos pocos días en que se veía exactamente como se sentía, y Dominic se arrellenó cómodamente en su sillón presintiendo una jornada muy interesante.

Al principio le había resultado odioso tener que responderle, dejar cualquier cosa que estuviera haciendo y ocupar la mayor parte de su día siguiendo la dirección de sus ojos, había tenido que interrumpir varias conversaciones importantes con Max, había perdido numerosas presas, se había caído de la cabaña de los fresnos en seis ocasiones y había imaginado cada forma posible de separarle la cabeza del cuerpo… pero no lo había logrado.

De modo que se planteó la forma de utilizar la conexión como una estrategia a su favor: la aprendería, la conocería lo suficiente como para encontrar un espacio, un pequeño margen de tiempo a solas, apenas los segundos que necesitaba para romper el vínculo.

Desde el incidente del mastín muerto había decidido no tentar a la suerte. No volvió a frecuentar el Faro del Albir, reconoció los terrenos de la villa palmo a palmo y buscó todas las maneras de acercarse así como las rutas de escape. En varias ocasiones había estado a pasos de ella, a un leve impulso del alfeizar de su ventana, pero los tigres seguían rodeándola como si fueran guardianes en lugar de mascotas y no le dejaron más opción que mantenerse lejos.

Sin embargo él veía por sus ojos, y la había seguido por la casa, a la escuela, en los paseos vespertinos con sus nuevas amigas, en las correrías por el bosque con los tigres. Cada uno de los pasos de Lara era una faceta nueva que se le revelaba, cada sonrisa de júbilo era otro hilo finísimo que lo envolvía y lo ataba y lo dejaba exhausto.

Luego de un mes de arrastrarlo por su vida y por el cataclismo de sus emociones, Dominic había aprendido a esperarla, a saber cuándo iba a llamarlo, a presentir sus accesos de rabia y su serenidad autoimpuesta. Con las semanas su ansiedad se tornó entendimiento, comprensión, interés en cada pequeño acto que ella realizaba.

Era tan absolutamente suyo… hasta que Lara dejó de llamarlo a sus ojos.

Durante todo el primer día sin el vínculo creyó que sus esfuerzos por controlarlo habían dado resultado, todo se haría más fácil si era él quien lo manejaba. Aguardó pacientemente por una nueva conexión para intentar controlarla, para aceptarla o rechazarla según su voluntad, pero esta no llegó. Ni en las horas siguientes ni en los próximos días. Y Dominic ya no supo si la impotencia rabiosa que le mordía la carne le pertenecía a él o a Lara.

Encontrarla entonces fue tan sencillo como respirar. Tenía su olor en la garganta como una bocanada de fuego helado y ni siquiera el aroma del tomillo floreciente podía disfrazar la estela que dejaba su presencia. La última vuelta de un sendero se la entregó gritando su frustración al borde de una peña, y por un instante la conexión ocupó un segundo lugar en su pensamiento.

Estaba sola, sola y lista para que él terminara en un instante aquella peligrosa unión que la había convertido en su carcelera. Estaba sola y su rostro congestionado por la rabia que jamás se permitía exteriorizar lo dejó paralizado, expectante, sintió que gritaba por los dos, que lloraba por todo y por nada, por esas cosas que el alma no sabía pero que estaban ahí, torturando hasta la saciedad.

Y por esa única vez su necesidad de ser libre había sucumbido a la decisión de regalarle algunos días más… una decisión con la que tenía que seguir viviendo.

— ¿Sí?— Dominic no se percató de la llamada hasta que Lara tuvo el celular pegado a la oreja, y como en tantas otras ocasiones sintió una extraña preocupación. La muchacha no solía ser distraída pero de todas formas no le hacía gracia que fuera a descuidar un poco el volante y acabara accidentada, aunque eso le hubiera ahorrado los problemas de conciencia respecto a matarla.

— Dianne a este lado— se escuchó por el auricular la voz cantarina.

— ¡Ah! Dianne, ¿Qué pasa?

— Necesito que me justifiques en el colegio, no voy a poder ir hoy.

— ¿Por qué, estás enferma? — y el tono de Lara fue de completa burla, con unas pocas semanas de conocerla sabía que Dianne no se ausentaba de la escuela precisamente por enfermedad.

— ¡No, claro que no! Es que estoy organizando un campamento… o algo así. Ya sabes que hoy empieza la Feria de los Artesanos, significa buena comida, buena música en la Marina y mucha diversión. Estoy planificando una escapada perfecta para mañana, nos vamos a la playa temprano, escuchamos a los grupos que vengan a tocar y alargamos la fiesta hasta bien entrada la noche. Nos metemos a las casas de campaña, charlamos, dormimos, y al otro día todos juntos nos levantamos y cada uno a casita, sin más complicaciones… Sólo eso.

— ¿Y va… quién?

— ¡Pues todos! Marissa y Alex ya me confirmaron la invitación, sólo faltas tú. Y aparte de nosotras todo el que quiera sumarse es bienvenido.

— Está bien, voy a pensarlo.— aunque más que pensar Lara tenía que pedir un persuasivo y extenso permiso.

— ¡Ah, Lara! ¡No pienses tanto que eso no es saludable! — la voz de Dianne se descompuso en un segundo.

— Bueno, te contesto en la tarde. — suspiró condescendiente — Y te dejo ya, que estoy entrando a la escuela. Besos.

Si en un primer momento a Dominic le había resultado insoportable compartir aquella obligada conexión con Lara y más allá, tener que aguantar sus llamadas imprevistas, el hecho de compartir sus emociones se le había convertido en algo sospechosamente deseado, sobre todo teniendo en cuenta que él era el único que lo sentía con tanta vehemencia.

Siguió sus miradas de precaución mientras giraba para entrar en el estacionamiento de la preparatoria, y a través del espejo retrovisor se encontró con el rostro risueño de Lara, que de cuando en cuando lanzaba aéreos besos a su reflejo. No tardó en salir del auto y detectar a unos pocos metros un par de jovencitas haciéndole señales para que las acompañara. El intercambio de besos y abrazos matutinos se sucedió aprisa y las tres chicas se dirigieron a los salones.

— Oye, Lara — una de las muchachas, morena y de cabello rizo se colgó de su brazo mientras le preguntaba — ¿Ya pensaste qué le vamos a decir al profesor Balboa sobre la ausencia de Dianne?

— Por supuesto, Mari, diremos que Dianne tiene gripe estacional. Ha estado lloviendo un poco y media preparatoria tiene gripe, así que no sospechará.

La otra chica, de ojos saltones y alocados dejó escapar una risilla pícara.

— ¡Demonios! Eres buena mintiendo… lástima que no lo uses más seguido con tu madre. — bromeó Alexandra — ¿Te costará mucho el permiso para ir con nosotras de campamento?

— Eso depende. Si uso algunos nombres estratégicos puedo asegurarte que no se negará. Mi madre tiene tantas ganas de que tenga novio que se derretirá cuando mencione a Jens. A propósito ¿crees que Jens vaya?

— ¡Si eso significa que tú irás puedes creer que lo arrastraré hasta allí! Al final Dianne quiere hacer el campamento por ti. Nos dijiste que mañana se cumplen cuatro meses desde que llegaste, queremos celebrarlo.

— ¡Alex! ¡Tonta! Se suponía que eso era secreto. — Marissa  dejó escapar un suspiro de enojo mientras la homenajeada soltaba un par de carcajadas.

— Pues si no querían que yo lo supiera, no se lo hubieran dicho a ella en primer lugar. — se burló Lara — ¡Si ustedes saben que Alex no se aguanta nada!

— ¡Eso es cierto! — se defendió la aludida — No me lo hubieran dicho… un momento… ¿Quéeeee? ¡Yo sí me aguanto las cosas!

Las carcajadas se redoblaron mientras caminaban por el corredor central de instituto. Como tantas veces desde su primer contacto con la muchacha, Dominic deseó que su don se extendiera también al oído, porque esa era una de las pocas cosas que no conocía de Lara: el sonido de su voz. Le causaba una extraordinaria curiosidad escucharla reír, oírla cantar, oír el cuchicheo de esos besos flotantes que se lanzaba al espejo.

A pesar de conocerla hacía apenas tres semanas, esas chicas podían disfrutar de partes de Lara de las que -aún- él no era dueño. Pero incluso con esas limitantes el solo hecho de verla en el ínfimo espejo, de experimentar con ella la azarosa vida del instituto ya era suficiente para hacer de su día un día interesante.

— ¿Qué tenemos a primera hora? — interrogó Alex cuando por fin entraron en el salón y ocuparon sus asientos.

— Literatura — respondió Marissa sacando dos cuadernos y pasándole uno — Toma.

— ¿Y eso qué es? — preguntó la muchacha inclinándose para agarrar el cuaderno que le ofrecían.

Lara sonrió mientras un hombre de baja estatura y cabello escaso acomodaba sus cosas en el escritorio de los profesores.

— La prueba fehaciente de que eres despistada: — cuchicheó Lara — apuesto lo que sea a que tu madre se lo ha dado a Mari porque a ti se te quedaba.

Marissa hizo un gesto de afirmación con la cabeza y con un poco de esfuerzo por contener la risa comenzaron a prestarle atención a la clase. El profesor pasó la lista de asistencia y al llegar al nombre de Dianne Lara levantó la mano con rapidez.

— ¿Sí, señorita Sanders?

— Dianne tiene gripe estacional, profesor, su mamá debe llamar por la tarde para informarlo debidamente.

— De acuerdo. — fue la única respuesta y la clase continuó sin más percances.

El instituto era un extraño lugar en el pensamiento de Dominic. Le resultaba fascinante la forma en que Lara se desarrollaba entre aquella multitud de caracteres diferentes, moviéndose como las olas cuando se adaptan a la forma de una playa. Era muy distinto a como había sido su propia educación, Dominic se habría catalogado a sí mismo como un inadaptado a esta nueva sociedad, si hubiera aceptado convivir con ella en algún momento.

Pero Lara era diferente.

Ella entraba a la escuela y rodeada de cientos de personas de su edad su excitación crecía: estaba en su medio, se le daba con naturalidad la interacción social. A sólo unas pocas horas de llegar a su nueva preparatoria ya había encontrado tres chicas con las que su carácter y su forma de ser acoplaban a la perfección, si bien era cierto que no se parecían en nada.

Dominic se había divertido de lo lindo mientras Lara escribía sus primeras impresiones sobre ellas. Marissa era la más centrada del grupo, pero sólo necesitaba que un chico guapo le pasara por delante para desconcentrarse; por fortuna no había en el instituto más que dos o tres chicos lo suficientemente atractivos como para nublarle la vista.

Alex, por otro lado, no necesitaba nada para desconcentrarse, ella ya había venido al mundo fuera de lugar; ni Lara ni él habían conocido jamás a una persona tan despistada… ni tan feliz con eso.

Y Dianne estaba totalmente loca, sus padres eran militares así que tenía lo que ella cariñosamente llamaba “un irrespeto total por la disciplina”; pasaba los cursos por los pelos pero eso no le interesaba demasiado, era lo que la mayoría de la gente conoce como un espíritu libre.

— ¡Vaya cuarteto! — murmuró Dominic mientras seguía con la vista las diapositivas que el profesor explicaba a la clase sin lograr que lo atendieran del todo.

Pasaron con rapidez las primeras cuatro horas de la mañana, ocupadas para Lara con Literatura, Biología, Historia y Matemáticas; y las chicas se separaron en las dos últimas sesiones para volver a reunirse en la cafetería durante la hora de descanso. Este era uno de los momentos más intrigantes para él, y como siempre fue Marissa quien sacó el primer tema de conversación. Alex parecía más ocupada en comer primero y hablar después.

— Lara, me sorprende lo fácil que se te ha hecho el idioma, para nosotras no fue tan sencillo al principio, — una de las mejores cosas de la escuela bilingüe era que pocos estudiantes pertenecían a la zona, Marissa era de ascendencia italiana, Dianne había llegado de Francia apenas un año antes y con Alex resultaba que compartía bandera — parece que se te da bien vivir aquí ¿no?

— Pues parece que sí — Lara sonrió involuntariamente, muy a su pesar los últimos meses habían sido de su agrado y el inicio del curso había llenado todas sus expectativas respecto al nuevo colegio — El clima es muy agradable, sólo un poco cálido en verano y con hermosas nevadas en la sierra en invierno, justo como a mí me gusta.

— ¿El resto de tu familia también se lo toma tan bien o sólo eres tú?

— No, a todos nos gusta. Pero mamá y papá tienen tanto trabajo que casi no salen de la casa, sólo los domingos vienen todo el día a la ciudad, a hacer las compras de la semana y a pasear un poco. A Eve y a mí nos funciona mejor, porque yo vengo al instituto y Evelett se distrae mucho sola.

— ¿Y todavía no la llevan al colegio? — se interesó Marissa

— Por su edad no le toca comenzar la escuela primaria hasta el próximo año, aunque mamá le propuso la idea de mandarla si ella quería, pero a Eve todavía le gusta tener su tiempo a solas. Lo que sí aprendió fue a leer. Apenas llegamos me pidió que la enseñara y aprendió en pocos meses. Ahora los libros son su mayor curiosidad. — explicó Lara y Dominic sintió un destello de profundo afecto vagándole en el pecho, el tipo de cariño que solo sentía cuando Evelett estaba con ella.

— Sabes lo que diría Dianne ¿verdad? — interrumpió Alex con la boca llena — “¡Qué desperdicio, leyendo tan pequeña, cuando debería estar jugando con el agua de los charcos…! ¡Eso no es saludable!”

— Sí, lo sé. — rio Lara — Pero Evelett se entretiene mucho leyendo, es un poco retraída así que son los libros o andar por los jardines de la casa con Silver Moon pisándole los talones…

Marissa dejó escapar el mismo gesto de desaprobación que hacía cada vez que Lara mencionaba a sus tigres. ¡Eran animales salvajes, no gatitos!

— En serio no sé cómo tus padres dejan esos bichos sueltos con ustedes dentro de la casa. — refunfuñó.

— ¡Ah! — su voz adquirió un deliberado tono maternal — ¡Pero si son sólo dos cachorritos todavía! No pesan más de ciento veinte “kilitos”… cada uno.

— ¡Oh, qué lindos! No importa que estén grandes, yo quisiera unos. — esta vez Alexandra no se abstuvo de intervenir, pestañeando embelesada con aquellos ojos grandes y grises, sólo para que Marissa le lanzara una mirada asesina por encima de los lentes.

— Sí, no puedo negar que han crecido mis cachorros. Pero no pueden estar sin mí ni yo sin ellos. Los dos duermen conmigo y papá tuvo que armar para nosotros una súper cama de tres metros de ancho cuando comenzaron a crecer. La parte buena es que nadie me molesta temprano en las mañanas porque mis tigres son muy malgeniosos con su horario de sueño.

— ¡Uff! Estás desquiciada. — protestó Marissa — El día que amanezcas sin algún pedazo importante de tu cuerpo no te quejes.

— No me quejaré, lo juro.

Su amiga parecía a punto de entrar en shock, así que Lara prefirió cambiar la conversación a un tema más animado.

—  Oye, Mari — le dijo con aire misterioso — ¿sabes a cuáles de los especímenes masculinos de nuestro instituto, dotados de cierta belleza, habrá invitado Dianne al campamento?

— ¿Los qué…? — Alex la miró con cara de desorientación y las chicas rieron al unísono.

— ¡Hombres! Alexandra ¡Hombres guapos! — casi deletreó Marissa.

— ¡Aaaah, hombres guapos! Haberlo dicho así, llanamente.

Mari suspiró resignada y se volvió hacia Lara para responderle con aire de suficiencia.

— Por supuesto que sé quiénes son los chicos que irán al campamento, yo misma hice la lista y ya los invité… pero no sé a qué viene la pregunta, llevo dos semanas presentándote a los monumentos de la escuela y casi ni los has mirado. ¿Estás segura de que no dejaste a nadie importante en Los Ángeles?

— No — aclaró Lara con desgana, las personas no eran objetos que pudiera llevarse como un recuerdo a dondequiera que iba, y si era tan apegada a sus objetos no quería imaginar cómo sería con una persona  — Nadie importante quedó en Los Ángeles… pero debo confesarte que llegando aquí conocí a alguien muy interesante.

— ¿Cómo, cuándo, dónde… por qué no me habías dicho?— le reclamó Marissa — ¿Cómo se llama?

— Espera, no lo sé…

— ¿Cómo que no lo sabes?

— Es que solo lo vi de lejos… el día que llegué, en el Faro del Albir.

Sus amigas cruzaron miradas con una expresión que vagaba entre la curiosidad y la burla, hasta que Alex murmuró en tono de tenebrosa especulación.

— ¡Entonces ya te atrapó el Fantasma del faro!

Lara dio un respingo en el asiento y contempló a Alexandra con urgencia, animándola a hablar; era la primera vez que alguien le mencionaba al hombre que saltaba sobre los riscos cerca del mar y la información prometía estar bastante alejada de sus expectativas. Durante los primeros meses después de su llegada había tenido muy poco contacto con personas del lugar, y a los pocos que había llegado a conocer nunca les preguntó nada porque no quiso que su primera impresión fuera la de una loca.

Y ahora le hablaban de él con tanta naturalidad que experimentó un leve repunte de decepción, como si el secreto de un tesoro que le pertenecía inexorablemente se hubiera hecho público.

— ¿Tú lo has visto?— le preguntó celosa.

— No… claro que no, es solo una leyenda. — respondió Alex, mirándola como si en realidad no estuviera muy cuerda.

— Para explicarlo mejor, — interrumpió Marissa que no tenía paciencia para escuchar una historia contada por Alex y estaba deseosa de pasar con Lara a una pregunta más privada — la propiedad en la que vives ha pertenecido a la familia Swels desde que el mundo se acuerda, pero ha estado deshabitada por muchos años. Apenas dos o tres familias se han quedado en esas tierras por algún tiempo, iban y venían si dar muchas razones de su llegada o su partida. Pero hay algo, o alguien, mejor dicho, que al parecer ha estado ahí por siglos: el Fantasma del faro.

— No sabía que el Faro del Albir estuviera dentro de la propiedad… pero son miles de hectáreas, supongo que no debería sorprenderme. — reflexionó Lara para sí misma — ¿Pero es un fantasma “fantasma” o es una persona?

— Bueno, cariño, — aclaró Marissa — la leyenda dice que hace como tres siglos, sobre los acantilados al este de la propiedad, muchos pescadores vieron a un muchacho que saltaba desde el borde del precipicio junto al Faro del Albir. Eso por supuesto asustaba a todos especialmente porque son más de cien metros de altura, ninguna persona podría sobrevivir a semejante caída… pero cada dos o tres años se repetía la historia. Un día dejaron de verlo, pero para ese entonces su constante suicidio ya se había convertido en un mito; y en adelante lo usaron como un terrorífico cuento de cuna.

— Hasta que dos siglos después un desafortunado viejo vislumbró a un joven que saltaba desde los acantilados, tal y como le habían contado de niño en una historia, y ahí comenzaron otra vez los misterios del faro y se corrió la voz de que el fantasma había vuelto. — Alex asumió una voz de vieja cuentacuentos, el final de las historias siempre era suyo — Mi abuelo decía que sólo cada cincuenta años aparecía, que nadie lograba verlo más de una vez y quien lo hubiera hecho de seguro no sobrevivía. Pero ya hace décadas que nadie lo ve. Aunque quien sabe… como hay carne fresca en la mansión….

Las últimas palabras le salieron como si recitara una mágica superstición.

— ¿Nadie lo ha visto en décadas? ¿Y sólo se le ve una vez? ¿Estás segura?

— ¡Seguuura…! — murmuró Alexandra  persistiendo en su juego.

Lara se volvió a apoyar en el asiento con satisfacción disimulada, y por la forma en que comenzó a sentirse un presentimiento lleno de certezas asaltó a Dominic: estaba pensando en él; había en su ánimo algo del temor, la admiración y la ansiedad que había experimentado el día que se conocieron.

Marissa la estudió con una mirada llena de curiosidad calculadora, de sus tres amigas era la más suspicaz, y también la más hábil para manejar situaciones impredecibles.

— ¿Cuántas veces lo has visto? — le preguntó, sorprendiéndola y haciendo que Alex se volviera, anonadada.

— Tres. — respondió Lara con voz pausada, intentando minimizar el hecho de que probablemente pareciera propensa a las alucinaciones.— Siempre de lejos, cuando por raras circunstancias mis correrías con los cachorros se extienden demasiado fuera de casa.

— ¿Y…? — la instó Marissa.

— Y siento como si estuviera muy cerca, juraría que ha estado fuera de mi ventana más de una vez… ¡Es una locura! — se rio de sí  misma — Desde hace cuatro meses he esperado encontrarlo en cualquier vuelta de esquina y ahora resulta que he estado buscando a  un fantasma. ¡Eso sí es mala suerte!

Marissa le lanzó una mirada condescendiente y le quitó la botella vacía de refresco para echarla a la basura, mientras las tres salían de la cafetería para seguir sus clases.

— Querida, — le dijo — no me importa con quien te obsesiones, mientras sea un chico y me des todos los detalles. ¿Es un trato?

Lara no pudo evitar sonreírle.

— Es un trato.

Un par de horas después estaba de vuelta en el estacionamiento, felizmente agotada por un día de estudio y lista para ir a casa. Todavía le quedaba por delante la ardua tarea sacar a correr a los tigres, y como si no fuera suficiente debía convencer a su madre para que la dejara ser partícipe de las ocurrencias de Dianne.

— Asegúrate de que Emma te deje ir de campamento con nosotras. — insistió Alex con obstinación.

— Sí, voy a hacer uso de todo mi arsenal de chantaje para que me dé permiso.

— De acuerdo.

Lara se subió al coche y salió con cuidado del estacionamiento, el pueblo estaba más animado que de costumbre por la Feria de los Artesanos, y por todos lados se escuchaba música y algarabía. Las plazuelas de Altea estaban abarrotadas de carpas de blanco lino que disipaban el calor de la tarde, y bajo ellas innumerables comerciantes ofrecían a voces sus mercancías. Desde toda la provincia llegaban artistas y visitantes para ser testigos de una de las mayores fiestas del año, y si no se equivocaba Emma no se perdería la emoción de la feria. Después de todo el apogeo de la celebración no duraría más que un fin de semana.

 Ya en carretera abierta Dominic vio sus labios moviéndose en lo que parecía una animada canción. Buscó el nombre en la pantalla del reproductor del auto en una de las tantas miradas panorámicas de la chica y tarareó con ella. Escuchar la música de un artefacto eléctrico era otra de las muchas cosas que lo habían sorprendido en su último siglo de vida, “ciencia” era la palabra de orden de la nueva era y como toda criatura de su raza la adaptación era lo primordial.

Dominic había intentado asumir los conocimientos modernos como una parte importante de su trabajo, no podía negar que la destreza de sus subordinados para el manejo de la tecnología digital les había ahorrado algunas muertes en más de una ocasión, y que las redadas corrían menos riesgo de resultar en un esfuerzo perdido, pero aun así seguía prefiriendo los métodos de caza tradicionales.

La poca facilidad para manejar los equipos electrónicos que tanto él como Lara compartían, había llegado a resultarle un suceso interesante; cuando apenas había logrado dominar uno de ellos, ya se encontraba en las manos de Lara otro que parecía aún más difícil de descifrar, y suspiraba enojado cuando ella no lograba encontrarle ni pies ni cabeza.

Pero esta tarde no, esta tarde estaban los dos de un humor liviano y divertido, cansados de otro día de fructífera educación, y ansiosos: ella por llegar a casa, él por encontrar de una vez y por todas la brecha en su seguridad.

Dominic se estiró con alborozo en su butaca, era la trigésima vez que no se separaba de los ojos de Lara durante toda una jornada, y ya ni siquiera luchaba por romper la conexión porque sabía que era una batalla perdida. Recordó que luego de varios días sin ningún contacto casi había llegado a desear que lo llamara y volver a la rutina de sus ojos le había provocado un alivio inesperado.

Había lazos, lazos entre los dos que se quebraban a cada instante, que resurgían y lo agobiaban tanto si existían como si no. De modo que allí estaba, odiando y deseando a un tiempo la vida de la que era un obligado testigo.

A Lara le tomó apenas un par de minutos aparcar en el estacionamiento de la villa, y no pasaron ni diez segundos antes de que los tigres asomaran las blancas cabezas por la puerta y se abalanzaran sobre ella, tirándola por el suelo en medio de toscos jugueteos. Lara los acarició unos momentos y entró a la casa directamente hacia el ala oeste, donde su padre tapizaba las paredes de una salita de lectura.

— Hola papá. — lo saludó, dándole un beso afable en la mejilla.

— Hola, hija, llegas temprano. ¿Me quieres ayudar? — preguntó Hatch.

— ¿Necesidad tuya o diversión mía?— respondió con perspicacia mientras descargaba la mochila en el suelo.

— Diversión de los dos. — aclaró el padre.

— Entonces vas a tener que perdonarme hoy, tengo que hablar con mamá sobre algo importante.

— ¿Chicos? — se interesó el señor Sanders sonriente, sin dejar de mirar la pared.

— Peor. — respondió Lara poniendo los ojos en blanco— Permisos.

— ¡Uuuh! Te deseo suerte entonces. Pero antes ¿qué me dices de esta tapicería? ¿Te gusta?

Lara le dedicó una mirada crítica y después dio su veredicto.

— Le queda excelente el borgoña a la habitación… siempre que ocupes un mobiliario claro, por supuesto.

— Por supuesto. — consintió el padre y Lara dejó tras de sí la pequeña sala de lectura para dirigirse con paso apresurado a la cocina.

A unos pocos metros escuchó cantar a su madre, muy buena señal de su humor si pretendía convencerla de que la dejara estar fuera toda una noche con sus amigas y sabía Dios quién más. Por suerte guardaba un as bajo la manga: una colorida descripción de las festividades que mantendrían a Altea desvelada durante algunos días.

— Hola, mamá.

— Hola, Lara. ¿Cómo estuvo tu día?

— Agradable. Fue el viernes más rápido de la historia y cuando salí di algunas vueltas por el pueblo… está la feria muy animada. — la miró de reojo.

— Eso espero porque con todo este trabajo ya estamos necesitando un poco de diversión. — respondió su madre llena de júbilo, dejando a un lado por un momento la  lista de compras que estaba escribiendo sobre la barra de desayunar — Ya convencí a Hatch para que pasemos el fin de semana en Altea, nos han rentado una habitación familiar para que no tengamos que perdernos los juegos de medianoche.

— ¡Qué bien! — murmuró sin saber si eso era precisamente bueno para sus planes.

— ¿Qué pasa? ¿Alguna novedad en la escuela? — le preguntó Emma viéndola tan pensativa.

— Pues la verdad sí. Quiero pedirte permiso para…

— Lo tienes. — la cortó su madre.

— ¿En serio? ¿Tienes… idea de para qué quiero pedirte permiso? — indagó Lara con asombro.

— Para un campamento. — dijo Emma alegremente, con la satisfacción de estar un paso por delante de la muchacha — En la última media hora me han llamado Marissa, Alexandra y Dianne, para explicarme con detalles todo lo que iban a hacer para celebrar tus primeros cuatro meses en España. La verdad no veo razón para decir que no.

— ¿Te convencieron mis amigas? — el tono de Lara era de sarcástica incredulidad, algo le decía que en el fondo Emma las veía como una de tantas ataduras para obligarla a estabilizarse.

— No, realmente me convenció la señora Emma, la madre de Alex. Me estuvo dando lata al teléfono durante quince minutos sobre lo despistada que es su hija y la enorme paciencia que le tienes –todo lo cual me consta-, y que por favor te dejara asistir al campamento para que ella pudiera estar más tranquila respecto a la seguridad de Alexandra.

— ¿Y eso te ha convencido?

— Pues sí. Si las madres de tus amigas te ven como una chica responsable y asentada capaz de mantener en orden a sus hijas, creo que yo debería manejar la misma opinión, sobre todo porque te conozco más que ellas. Además Emma ha mencionado que van a estar bien cuidadas, algunos muchachos muy… respetables, cuyas familias ya deberíamos conocer, van a acompañarlas.

— ¿Te refieres a Jens? — el hijo del magnate de la industria chocolatera definitivamente debía ser un personaje “respetable” a los ojos de Emma.

— Me refiero… a que sí puedes ir. ¡Y ya no me distraigas más que tengo mucho que hacer todavía!

Lara hizo un sonriente gesto negativo con la cabeza y Dominic sintió que lo inundaba una maravillosa satisfacción. Aunque no sabía qué era, resultaba obvio que había obtenido lo que quería, y el ánimo de Lara bailaba samba a pesar de que su tono seguía siendo sosegado.

— ¿Necesitas que te ayude en algo?

— No. Ve y aséate antes de que nos sentemos a la mesa, y apresura a Evelett que casi es hora de cenar.

— Está bien. — recogió los materiales del colegio y se dirigió a su habitación con paso rápido, Emma al parecer quería salir pronto de la cocina y no sería ella quien la retrasara. Tenía luego toda la noche por delante para llamar a sus amigas y darles la buena nueva.

Hizo un pequeño baile de la victoria cuando llegó a lo alto de la escalera y Dominic no pudo contener una carcajada, cualquiera habría podido pensar que la más pura inocencia animaba aquel espíritu; pero él la conocía, la sentía, y en aquellos últimos meses había percibido en su esencia más oscuridad que en cualquier otro ser humano que hubiera conocido. Lara era más parecida a él a pesar de lo mucho que se esforzaba por esconderlo.

 La vio entrar a su cuarto y lanzar la mochila sobre el diván mientras se quitaba con premura los zapatos. Se bajó el cierre con un movimiento instintivo, sin tener que mirarlo y cuando pasó frente a los espejos del vestidor iba dando pequeños brincos tratando de sacarse el pantalón.

“¡Dios!” -Dominic volvió a cerrar los ojos con sobresalto.-  “¡Esta mala costumbre de no avisar cuando va a desnudarse…!”