CAPÍTULO 3. Amenazas en la oscuridad

Escrito el 25/08/2024
DAYLIS TORRES SILVA

3

No era una pregunta fácil de responder, porque eso significaba que Kolya tenía que ser completamente sincero con un extraño, pero después de todo él mismo había buscado a ese extraño, o al menos al otro extraño que lo había traído...

—¡Diablos! ¿Por qué nada me sale como quiero? —gruñó el muchacho con impotencia y Santiago se dio cuenta de que era lo suficientemente inteligente como para ser desconfiado.

—No tienes que pasarte de información —le dijo como un suspiro—. Solo dame la básica para que pueda entender por qué demonios estás aquí. Porque si voy a sacarte de este lugar, necesito saber a quién estoy sacando. A menos, claro, que seas un psicópata homicida, y en ese caso no quiero saberlo.

Del otro lado se escuchó una risa suave y cansada.

—Te diría que no se puede ser un psicópata homicida a los doce años... pero he tenido pensamientos feos últimamente —murmuró el niño echándose hacia atrás y acosándose en la cama.

—Bueno, teniendo en cuenta que estás preso a los doce años con gente tan jodida como esta, es un milagro que no te hayas cargado ya a alguien —replicó Santiago también mirando al techo—. ¿Dijiste que estabas aquí por hackear? —lo interrogó de nuevo.

—Traté de hackear la base de la Interpol. Bueno... logré hackear la base de la Interpol.

—¿Y cómo pudieron agarrarte si eres tan bueno? —se asombró Santi.

—Porque mi cerebro es más rápido que el resto de mi cuerpo —gruñó Kolya—. Se supone que a los nerds se nos da bien correr, pero con los hermanos que tengo jamás tuve que hacerlo, así que cuando rodearon el café en el que estaba conectado, no se me dio bien eso de escapar a tiempo... Definitivamente ya no tenía guardaespaldas que me cuidaran.

Santiago respiró pesadamente escuchando el tono amargo en la voz del chiquillo, pero trató de concentrarse en hilvanar todos los puntos para poder entender por completo qué era lo que estaba sucediendo.

—¿Me imagino que con «guardaespaldas» te refieres a tus hermanos? —lo increpó y Kolya sabía que no tenía ningún sentido negarlo.

—Somos tres —dijo y Santiago de inmediato pensó en los hermanos De Navia, y en por qué a Mateo le había afectado tanto verlo allí.

—¿Eres el más pequeño de los tres? —preguntó.

—Siempre nos estamos peleando por saber quién es el más pequeño de los tres, pero solo yo, que tuve acceso a nuestra acta de nacimiento, sé que realmente soy el mayor.

—¿Trillizos? —preguntó Santi.

—Casi idénticos, al menos por fuera —murmuró el muchacho pensativo—. Yuri siempre ha creído que es el mayor, por eso casi siempre se comportan más como nuestro padre que como nuestro hermano, y Alexei... Alexei es el simpático, es al que todos quieren...

—Y tú eres el inteligente —comprendió Santiago por fin.

—Por lo visto no todo lo que hace falta. Si de verdad fuera inteligente ya habría encontrado a mis hermanos —murmuró con aquella molestia que solo era para sí mismo.

—¿Quieres contarme qué fue lo que pasó? —Santi sabía que aquello era demasiado personal, pero también sabía que al otro lado de la pared estaba un adolescente en potencia que por más inteligente que fuera necesitaba conexiones, conexiones emocionales, y si no lograba hacerlas entonces sería otro adulto tan complicado como Mateo.

Pasaron largos minutos hasta que Kolya le contestó.

—Nos separaron hace un año. Nuestros padres murieron y el orfanato decidió separarnos porque juntos nadie se quería hacer cargo de nosotros. He estado haciendo todo lo posible para encontrar a mis hermanos, mi última carta desesperada fue venir aquí, así que fui saltando de un tren de carga a otro, hasta que llegué lo más cerca que pude de Lyon. Trataba de meterme al algoritmo de reconocimiento facial para rastrearlos.

—No lo entiendo... ¿No se supone que puedes hackear casi cualquier cosa desde el otro lado del mundo? —lo increpó Santi arrugando el ceño.

—Cuando tienes una buena computadora, sí —replicó el muchachito—. Pero trata de hackear un servidor de la Interpol con una computadora de un ciber café, que tiene menos potencia que un perezoso con artritis, y luego hablamos. ¡Si es que no es raro que me hayan agarrado!

Santiago se rascó la cabeza con gesto pensativo mientras escuchaba cómo el chiquillo de doce años despotricaba contra los sistemas gubernamentales, los funcionarios públicos, y todos los idiotas en medio que lo habían separado de su familia hasta que por fin llegó a donde quería.

—Lo único que necesito, lo único, es alguien que me saque de aquí —murmuró Kolya—. ¿Tú cobras mucho?

—¿Qué?

—Pensé que el otro vendría con más gente, pero solo vino contigo. No creo que sea pobre, eso quiere decir que solo confía en ti. ¿Eres su guardaespaldas?

—No, soy su... Bueno su... su…

—¿Qué cosas es «susu» en español? —preguntó Kolya.

—¡Su novio! Quiero decir que soy su novio… o espero… no sé.

—¡Ah! ¡OK, OK! Entonces sí va a regresar ¿verdad? ¿Va a regresar por ti?

Santiago miró alrededor y dijo aquello tan bajo como podía.

—Puedes estar seguro de eso... pero creo que podría necesitar ayuda de nuevo, tu ayuda. Tal como hiciste la última vez.

—No creo que me dejen tocar una computadora de nuevo —sentenció el chico—. Además, ya no sabría cómo encontrarlo, si vio la encriptación que dejé en la isla digital entonces ya sabe cómo reconocerme y no se va a dejar encontrar.

—No te preocupes, que si el cerebrito quiere que lo encuentres, te aseguro que se va a dejar ver.

Del otro lado se escuchó una risa suave.

—Apuesto que odia que le digas así.

—Bueno, es un acuerdo de mutua agresividad, yo le digo «cerebrito» y él me dice «niño» —rio Santiago a su vez.

—Y él te quiere mucho, ¿verdad?

—Sí —respondió Santiago convencido—. Él me quiere.

—Bien —fue lo último que le escuchó decir al crío antes de que al otro lado se oyera el ruido con que se levantaba y los pasos que daba hasta la puerta, solo para golpear violentamente en ella—. ¡Lo tengo! —gritó Kolya al guardia y Santiago se levantó de un tirón, con el corazón latiéndole a mil por segundo—. ¡Ya tengo la palabra clave de la encriptación de Mateo De Navia, ahora sáquenme de aquí! ¡Se las voy a dar, pero sáquenme!

Y por primera vez Santiago quiso que la tierra se lo tragara, porque toda su maldita preparación había caído a los pies del interrogador menos imaginado.

Y mientras aquella culpa recaía sobre su corazón, una muy diferente y aún más fuerte hacía latir el de Mateo, esperando con impaciencia que aquel tiempo pasara.

Jamás veinticuatro horas habían sido más largas o desesperantes. Lo único que quería era que todos terminaran de reunirse para exponerles su plan, la mitad del cual ya estaba en completo funcionamiento.

Por supuesto que la llegada del Grillo y de Luciana fue caótica, pero mientras el Grillo se desesperaba, su mujer se ocupaba de recordarle que Santiago era un hombre adulto y que sabía muy bien lo que estaba haciendo.

—Ahora ¿me quieres explicar por qué demonios ese muchacho loco se quedó ahí encerrado para que le hicieran quién sabe Dios qué? —vociferó el Grillo Fisterra sin poder evitarlo.

—Kolya —sentenció Mateo y todos en aquella habitación lo miraron.

—¿Disculpa? ¿Además de ustedes dos hay otro metido en el asunto? ¿Son un trío ahora? —espetó el Grillo abriéndole los ojos y Mateo puso en blanco los suyos.

—Kolya es un niño ucraniano de doce años, y es la forma en que logró encontrarme la Interpol. Solo estuvimos con él algunos minutos, pero está preso allí. Un niño de doce años preso en Lyon en la sede de la Interpol por ser un hacker. ¿Esperabas que Santiago hiciera otra cosa?

El Grillo abrió la boca y tomó todo el aire que pudo antes de dejarse caer en una silla, porque la respuesta era evidente. ¡Por supuesto que Santiago no tenía corazón para hacer otra cosa que prestarle su ayuda a cuanta criatura inocente lo necesitara!

—Muy bien, ¿entonces qué demonios vamos a hacer para sacarlo de allí? —gruñó otra voz, más serena y más fuerte, atravesando las puertas de la sala de reunión, y todos se giraron para ver la figura elegante y feroz de Ruben Easton.

—Te vamos a entregar a la Interpol —declaró Mateo sin cortarse y Ruben lo miró como si se hubiera vuelto loco.

—¡¿Es una puta broma?! —le gritó porque si él tenía que asaltar Lyon con un maldito ejército entonces iba a hacerlo, pero de ninguna manera iba a entregarse ni dejar allí a Santiago sin pelear—. ¡Yo soy Ruben Easton, De Navia! ¡Soy el mayor capo reconocido en Europa Occidental, mi poder de fuego supera a los ejércitos de varios países, y tengo asesinos escondidos hasta en la suela de los zapatos! ¡Podría sacarlo de allí a cañonazos! ¿¡Entonces qué te hace pensar que estoy tan loco como para correr el riesgo de entregarme a la Interpol!?

Y en ese momento una mujer llena de curvas y aspecto amenazante salió de una de las esquinas oscuras de aquella habitación.

—Porque el muchacho dice que eso es lo que nuestro sobrino necesita, Ruben. ¡Y si dice que te tienes que entregar, entonces te tienes que entregar! —sentenció Paola Fisterra y Ruben la miró como si fuera un fantasma resucitado.

—¡Pues por eso digo, que me tengo que entregar! ¡Eso… me entrego, me entrego!