El silencio en el cuarto era lo suficientemente pesado como para que Mateo escuchara claramente su primer gemido y sintió que su cuerpo se ponía rígido.
Ya había visto la foto de Santiago en la lista de clientes del Pozo, pero tenerlo delante... era como si lo hubiera golpeado en lugar de mirarlo.
Se dio la vuelta y vio que estaba dormido. Era un chiquillo, Mateo le llevaba cinco años, pero él le sacaba el doble de musculatura. Sabía que era genético porque había conocido a su padre, y en ese momento recordó que al Grillo Fisterra lo habían matado hacía poco.
Se giró y lo vio temblar, estaba teniendo una pesadilla y las lágrimas salían de sus ojos hasta que eso no pareció ser suficiente y Mateo lo escuchó gritar. El cuerpo de Santi reaccionó y el suyo también. Matt ni siquiera pudo evitarlo, en un instante estaba en su silla y al otro derrapaba debajo de él y lo alcanzaba antes de que se golpeara contra el suelo.
—¡Hey! ¡Hey! —Lo sacudió solo para verlo despertar jadeando con desesperación, sudando a pesar del frío del aire acondicionado—. Tranquilo... todo está bien, todo está bien... —murmuró sosteniendo su cabeza, y cuando Santi lo miró con aquellos ojos de cachorro perdido, sintió que algo se le revolvía dentro.
Mateo lo soltó poco a poco y lo ayudó a sentarse de nuevo en el sofá, pero su mano seguía acariciando su nuca con un gesto de seguridad.
—Tranquilo, ya va a pasar...
Santi se limpió las lágrimas y lo miró a los ojos, mientras Matt sentía que estaba a punto de tragarse la lengua porque los dos respiraban en el mismo pequeño espacio de diez centímetros.
—Siento la muerte de tu padre —dijo finalmente y retrocedió.
Lo vio asentir y ocultar la cabeza entre las manos mientras resistía ese impulso tan raro por abrazarlo.
—No te preocupes, así son las cosas —susurró Santi.
Se quedaron en silencio por un instante, pero Mateo sentía como si su cabeza fuera a estallar de un momento a otro.
—La situación está controlada afuera, ya te puedes ir. Voy a mandarte con escolta —declaró con nerviosismo—. Bueno... fue un placer conocerte.
Le tendió la mano y Santi dudó un segundo en estrecharla. Algo muy raro pasaba con él, y supo lo que era en el mismo momento en que sus manos se tocaron. Había tenido esa sensación antes, se había electrocutado un par de veces y era la misma.
Mateo también lo había tocado antes... pero era diferente a tocarlo mientras Santiago lo miraba a los ojos. Un estremecimiento lo recorrió y soltó su mano, limpiándose la palma sobre el pantalón como si fuera incapaz de dejar de sentirla. ¿Qué diablos le pasaba?
—Gracias por todo —murmuró Santi con sequedad sin poder creer que se estuviera limpiando.
«¡Qué imbécil! ¿Se limpiará también cuando le pasan la lengua?», gruñó mentalmente antes de alejarse.
Mientras las puertas del ascensor se cerraban, Mateo lo miró por última vez y notó que sus labios se habían convertido en una línea fina.
«¿¡Y yo qué coño hago mirándole la boca!?»
Literalmente se golpeó la cabeza. Algo debía estar mal ahí arriba.
Se dio la vuelta y se sentó de nuevo al teclado. Siguió su Hummer y su escolta a través de las cámaras de la ciudad y cuando por fin atravesó las rejas de su casa, activó de nuevo la seguridad y la triplicó.
Entonces respiró profundo y procuró olvidar.
...
Misión Imposible 540.
No olvidó nada.
...
—¡Maldición!
Mateo se levantó de la cama por tercera vez en la noche y revisó el sistema de alarmas. La casa de los Fisterra estaba más que protegida, él mismo había instalado ese sistema, así que Santiago estaba bien... tenía que estar bien... pero la verdad era que no estaría tranquilo hasta que lo viera.
Luchó contra todos sus principios, pero finalmente hizo lo que jamás había hecho: violar la privacidad de un cliente. Se mordió el labio con fuerza mientras activaba el circuito de cámaras de la casa para que salieran en su tableta y buscó la cámara del cuarto de Santi. El circuito era interno, pero no había nada que él no pudiera hackear.
—Solo quiero asegurarme de que está a salvo... es trabajo... solo trabaj...
La luz de la luna se proyectaba sobre él a través del cristal de la ventana. Santi dormía boca abajo, abrazado a una almohada y solo en bóxer. Tenía la piel blanquísima, la espalda ancha y los músculos perfectamente definidos.
Mateo lanzó a un lado la tableta y un nudo se formó en su garganta, porque lo primero que había pensado era lo hermoso que se veía mientras dormía tan plácidamente.
—¡Mierda, mierda...! —gruñó frotándose los ojos y caminó por toda la habitación como si lo hubiera picado algo.
Se sentía extrañamente ligado a él, pero la forma en que lo estaba... simplemente no podía entenderla. Se metió al baño y se dio una ducha antes de vestirse y salir a la calle. Había literalmente cientos de bares en Mónaco en los que era bienvenido y de uno de ellos salió con una chica prendida a su costado.
Pasó el resto de la madrugada como debía, escuchando a una mujer gritar su nombre sin importar que el edificio se enterara, pero apenas la mañana llegó, cuando un sonido diferente empezó a escucharse. Mateo abrió los ojos y giró la cabeza para ver cómo la chica junto a él se masturbaba furiosamente.
—¿Qué haces? —preguntó divertido.
—¡Ah...! Lo... lo siento... es que... es... ¡ah, es muy lindo! ¡Tu chico...! ¡Es tan sexi...! —gimió la muchacha descontrolada y Mateo abrió mucho los ojos al darse cuenta de que tenía aquella tableta en la mano y estaba mirando cómo Santiago se secaba después de salir de la ducha.
—¡Maldición, sal de aquí! —gruñó molesto sacándola de la cama y cortándole aquel clímax sin piedad—. ¡Fuera!
Apagó la pantalla porque él tampoco quería mirar, pero se dio cuenta de que tenía el corazón disparado como un caballo de carreras. Se pasó el día molesto, incómodo, frustrado, y ni siquiera podía alcanzar a imaginar por qué. Sin embargo cuando llegó la noche, parecía que Mateo estaba a punto de arrancarse el cabello frente a aquella tableta apagada.
—No está bien que lo vea... no está bien... —Ni siquiera notaba que no había comido ese día—. Solo quiero saber que está a salvo... es trabajo... el chico es importante para mi hermano... muy importante...
Se dio mil justificaciones y por fin encendió la pantalla, pero la figura que vio en las cámaras de la casa no era precisamente la que esperaba ver.
—¡Dios! —gruñó y salió corriendo a cambiarse.
Un segundo después se subía a su auto y conducía como un poseso hacia la villa de los Fisterra.
No se presentó por la puerta principal, pausó el sistema de seguridad solo el segundo que le tomó saltar la verja y luego lo activó de nuevo. Rodeó la propiedad hasta llegar a la habitación de Santi y miró al balcón, no estaba tan alto y la pared tenía buenos salientes. Le dio gracias a la maldita calistenia y solo soltó un gruñido cuando empezó a trepar.
Alcanzó el balcón, abrió despacio la ventana y frunció el ceño cuando no vio a Santi en su cama. Miró alrededor varias veces en medio de la penumbra y estaba a punto de dar un paso cuando alguien tapó su boca y sintió el filo de un cuchillo de combate contra su cuello.
—Muévete un solo centímetro y te juro que te mato —siseó aquella voz ronca y profunda en su oído y Mateo sintió que el mundo se detenía en ese mismo instante.
Sabía que era Santiago quien estaba pegado a su espalda, solo esperaba que él lo recordara también.