Santiago se levantó cuando percibió el primer movimiento en el balcón, su mano se fue sobre el arma que tenía más cerca y su cuerpo se perdió en la oscuridad de una esquina hasta que aquel hombre entró. Lo inmovilizó exactamente como su padre le había enseñado y puso aquel cuchillo en su cuello.
—Muévete un solo centímetro y te juro que te mato —gruñó, pero contra su mano sintió unos labios calientes que intentaban hablar.
El olor a cedro inundó su nariz y Santiago no dudó dos veces de dónde venía. Lo soltó como si se estuviera quemando y le dio la vuelta, tirando de su suéter hacia él.
—¿Mateo? —siseó encontrando sus ojos—. ¿Te volviste loco? ¿Qué haces escabulléndote por mi ventana?
Mateo tragó en seco, respirando pesadamente mientras intentaba calmarse, y se pasó una mano por el cabello.
—¡Pues no podía entrar por la puerta principal! —replicó en un susurro nervioso—. ¡¿Tienes idea de quién está en la sala hablando con tu madre?!
Santiago arrugó el ceño, sin entender cómo Mateo podía saber eso, hasta que se dio cuenta de lo que pasaba.
—¿Te metiste a las cámaras de la casa? —gruñó abriendo mucho los ojos, y antes de que Matt retrocediera ya tenía el puño de Santi enredado en el frente de su suéter y tiraba de su cuerpo hacia él—. Mateo... el circuito de esta casa es interno. ¿Por qué lo hackeaste?
Mateo pasó saliva. El chiquillo no se veía tan chiquillo sin una playera ancha que le disimulara todos los malditos músculos, y verlo enojado no ayudaba a su concentración.
—¡Te hice una pregunta, contéstame! ¿Nos estabas espiando? —siseó Santiago con el corazón acelerado pero Mateo negó.
—¡No, claro que no! ...bueno, no a todos... —murmuró desviando la mirada y Santi levantó la barbilla frunciendo el ceño.
—¿Me estabas espiando a mí?
—¡Oye «espiar» es una palabra demasiado fuerte! Solo estaba asegurándome de que estabas bien, ese es mi trabajo, mi hermano casi está a punto de adoptarte y yo quería... solo era para ver si estabas bien... —soltó Mateo como una retahíla y Santi sonrió de medio lado porque, aunque aún no sabía el motivo, eso hacía que cada músculo de su cuerpo vibrara como si pudieran sentir alegría por sí solos.
—No sabía que había cámaras en las habitaciones —dijo pensativo.
—Todas están desconectadas...
—Menos la de este cuarto —dijo Santi comprendiendo y aquello le aceleró todo—. Ni se te ocurra mentirme, Matt, porque te juro que puedo olerlo —lo amenazó achicando los ojos—. ¿Dónde está?
Matt apretó los labios con un gesto de impotencia y señaló a una de las esquinas de la habitación. Santiago se dio cuenta de que apenas era distinguible el lente y se acercó, dándole la espalda a Mateo, que inmediatamente miró al techo para no ver la figura definida de su espalda y sus muslos y su tr...
—Bien, a partir de ahora tendré en cuenta que me estás observando —murmuró Santi sin hacer escándalo.
—¡No te estoy observando, solo fue...! ¡Solo fue para saber que estabas vivo! —gruñó Mateo con frustración—. ¿Y te puedes poner ropa, por favor?
Santi levantó una ceja divertida y buscó un pantalón de algodón para ponerse, pero nada más.
—¿A qué viniste, Mateo?
—El hombre del salón. ¡Es Ruben Easton! En la calle se dice que él fue el que mató a tu padre —le dijo Matt preocupado.
Santi respiró profundo. Era una suerte que solo hubiera visto a Ruben. Por desgracia no podía contarle todo lo que quería, mucho menos que su padre estaba vivo y que Ruben era quien lo había ayudado a fingir su muerte.
—Ruben Easton es mi tío, Matt —respondió metiendo las manos en los bolsillos y eso solo hizo que sus pectorales se definieran más—. Es el hermano de mi madre y él no mató a mi papá. También está tratando de protegernos, así que no te preocupes por eso.
El rostro de sorpresa de Mateo era épico, él que lo sabía casi todo, no tenía ni idea de que Ruben Easton era realmente el heredero del clan Santamarina. Y si a eso le sumaba el hecho de que había tenido que confesarle al chico que lo estaba viendo por nada...
—¡Maldición! —gruñó—. No lo sabía pero me alegro de que no sea una amenaza para ustedes. En fin... lamento haberte molestado.
—No me molestaste —sonrió Santi con una expresión capaz de derretir los polos—. De hecho es lo más amable que has hecho por mí.
—¿Se te olvida que ayer te salvé el trasero? —siseó Mateo.
—Ayer también fuiste un idiota pedante que se limpió la mano con que le agradecí.
—No fue eso, fue...
Mateo apretó los labios porque ni siquiera podía explicarlo. Se quedaron mirándose a los ojos por un largo instante y el ambiente se hizo tenso y pesado.
—Eres un chiquillo muy conflictivo —gruñó dirigiéndose a la ventana de nuevo, pero la llamada de Santiago lo detuvo.
—Matt... —La risa podía escucharse en su voz—. No apagues esa cámara. A lo mejor conviene que me vigiles... ya sabes... por lo conflictivo.
Mateo salió de su balcón tan sigilosamente como había entrado y Santi hizo pinzas con los dedos sobre las perneras de sus pantalones, levantándolas para sentarse en el borde de la cama. Se acarició la cara con las manos mientras intentaba digerir aquel panal de abejas que tenía en el estómago. Se tiró hacia atrás en la cama y miró hacia esa esquina donde ahora sabía que estaba la cámara, el corazón le martilleaba a mil por segundo, y por desgracia empezaba a hacerse una idea de por qué.
Esa noche no se quitó el pantalón para dormir, pero al día siguiente, apenas se subió a la Hummer, levantó el teléfono para llamar a Rodrigo.
—¿Santi? ¿Todo bien? Supe que ayer las cosas no pasaron a mayores.
—Sí, así fue, gracias a tu hermano que me sacó de la calle a tiempo —murmuró—. Pero no es por eso que te llamo, necesito hacer un retiro del Pozo, quiero comprarle algo lindo a mi hermana antes de que nazca, y si conoces un buen joyero me gustaría verlo también.
Del otro lado se escuchó una risa satisfecha.
—Por supuesto, muchacho. Escucha, no estoy en Mónaco ahora, y quizás me tarde otro día más en volver, pero hablaré con Mateo para que te acompañe. Sabes que con él estás tan a salvo como conmigo —le dijo Rodrigo—. Hagamos algo, quédate este fin de semana en mi casa, hay una cosa importante de la que quiero hablarte, así tendremos tiempo de conversar.
Santiago lo pensó un momento, su padre y su tío, más todos los hombres de su tío, estaban cuidando a su madre, así que nada pasaría si él se escapaba por un par de días.
—Está bien, te lo agradezco. Con todo lo que está pasando me viene bien despejarme.
Avisó a sus padres sobre la invitación de Rodrigo y esa misma tarde echó un par de piezas en un bolso de deporte. La Hummer entró por el estacionamiento principal y poco después bajaba en el ascensor hasta el fondo de esa bóveda que era el Pozo.
Cuando las puertas se abrieron, un Santiago muy sonriente se encontró con un Mateo con cara de asesino en serie.
—¡Wow! ¡Qué mal te ves! ¿No dormiste? —dijo Santi con inocencia y Mateo le abrió los ojos mientras apretaba los labios.
—¿Tú qué crees? —siseó.
—Pues no sé, no me fijé en la hora mientras saltabas de mi balcón como un acosador —replicó con sorna pasando junto a él, muy cerca, para empujar la puerta del cuarto de control y dejar su bolso dentro.
Cuando se volvió Mateo estaba que echaba humo por las orejas, y Santiago no sabía por qué, pero él lo estaba disfrutando mucho.
—Necesito hacer un retiro del Pozo, cliente Alfa-Foxtrot-34762, Santiago Alonso Fisterra —sonrió sacándose el suéter por la cabeza y abriendo los brazos—. Entonces, ¿me enchufas tus aparatos o qué?