Christopher Celis se detuvo frente al vestidor de su cuarto y sacĂł una camisa blanca; perfecta para el traje azul marino que iba a usar ese dĂa. Desde la gaveta lo miraban diez relojes, cada uno de más de treinta mil euros, eran su pequeño capricho y su Ăşnico amor.
DecidiĂł usar uno de los Rolex y puso la alarma en el nuevo departamento antes de irse. Le gusta ese lugar. HabĂa pensado que dejar Grecia le costarĂa mucho más, pero regresar a California tenĂa un encanto especial y bueno… sus mujeres tambiĂ©n.
Se estacionĂł frente al nuevo edificio que habĂan comprado para las oficinas y vio el auto de Charlie, su socio en aquel proyecto y su amigo desde la universidad. Los dos habĂan hecho un año de Derecho Corporativo, pero luego Christopher se habĂa decidido por Negocios Internacionales y Charlie por EnologĂa.
HacĂa un par de años que traĂan entre manos aquel proyecto juntos y por fin habĂan extendido el imperio vinĂcola Celis Inc. hacia Estados Unidos.
Christopher tenĂa sus viñedos repartidos entre Francia, Italia y España, pero Charlie lo habĂa convencido de que Napa, en California, tenĂa una tierra especial para la uva, asĂ que allĂ estaban, preparando el nuevo vino de la compañĂa, que iban a lanzar en menos de un año.
Por desgracia no habĂan podido concretar la compra de ningĂşn viñedo, pero habĂan rentado dos que colindaban. Uno de ellos era la razĂłn por la que habĂa conocido a esa mujer: Marcia Alexander, la misma que ahora estaba sobre su escritorio, prácticamente desnuda y abierta de piernas.
Chris la vio apenas abriĂł la puerta, volviĂł a cerrar y se dirigiĂł hacia Lydia, si secretaria.
—Lydia, ¿tú dejaste entrar a la señorita Alexander a mi oficina? —preguntó.
—Sà señor… es que la señorita estaba muy insistente… y me dijo que era su novia —respondió su secretaria, intentando justificar algo que para él no tiene excusa.
—Bien, entiendo. Por favor toma tus cosas y pasa por Recursos Humanos para que te den tu liquidación —dijo con un tono totalmente inexpresivo.
Vio que se ponĂa lĂvida y balbuceaba un poco, y el magnate esperĂł que no se pusiera a llorar o la mandarĂa a sacar con seguridad.
—¡Pe… pero… señor!
—Estás despedida. ¿No fui suficientemente claro? Tienes media hora para despejar tu escritorio.
Entró a la oficina y cerró tras él.
—Marcia. —Fue todo su saludo y ella sonrió mientras él le daba la vuelta al escritorio.
—Querido… pensĂ© que un poco de ejercicio empezando el dĂa podĂa ponerte de buen humor —dijo Marcia con descaro, y Chris suspirĂł.
—Marcia, Marcia… qué inconsciente eres… una chica acaba de perder el empleo por culpa de tu calentura. ¿Qué quieres?
Se sentó en su silla ejecutiva y ella se giró para quedar frente a él. Intentó poner los tacones sobre sus rodillas, pero una mirada gélida de parte del hombre la disuadió.
—¿Qué pasa, cariño? —Marcia hizo un puchero—. ¿No tienes ganas de divertirte?
—Yo puedo divertirme a cualquier hora y con quien sea, preciosa, pero tengo reuniones importantes hoy, y no puedo arrugarme el traje. —Más bien no estaba dispuesto a arrugárselo por una mujer que se desnudaba en su oficina, pero eso no impedĂa que pudiera usarla—. Sin embargo, cariño —la remedó—, si lo que quieres es ponerme de buen humor… hay otras cosas que puedes hacer.
Marcia lo miró con la lujuria bailándole en los ojos. Se arrodilló frente a él y le abrió el cinturón y la bragueta. Sacó su miembro y jugueteó con él. Hizo un puchero cuando no obtuvo exactamente la respuesta que esperaba y su mirada adquirió un tono acusatorio, pero Christopher solo rio. Era muy consciente de su potencia y su virilidad, como también era consciente de que cada vez le costaba más excitarse con mujeres baratas.
Ya habĂa tenido demasiadas de esas, hacĂan desfile en la casa de su padre desde que Ă©l tenĂa trece años, asĂ que con los años habĂa ido perdiendo el gusto por ellas.
DespuĂ©s de esforzarse un poco Marcia consiguiĂł lo que querĂa, Chris sintiĂł su boca alrededor de su miembro y algunos minutos despuĂ©s se corriĂł en ella, sin penas ni glorias. Con el tiempo se habĂa convertido en un ejercicio vacĂo.
Se cerrĂł la bragueta y la mirĂł como si su presencia le estorbara, lo cual es completamente cierto.
—¿Quieres algo más? —preguntĂł impaciente porque Marcia se habĂa vestido pero no se iba.
La mujer negĂł con una sonrisa aunque se notaba enojada. Christopher tomaba sin dar nada a cambio y no le importa, a fin de cuentas Ă©l no la habĂa llamado. Sin embargo siempre era igual con las mujeres como ella, eran expertas en fingir que nada las afectaba.
—¿Te gustarĂa ir a comer algo despuĂ©s? —preguntĂł Marcia y Ă©l negĂł. ¡Vaya que venĂa disfrazada la invitaciĂłn!
—Tengo mucho trabajo, lo siento —respondiĂł sin mirarla mientras ponĂa en orden su escritorio. Tocaron a la puerta y Chris mandĂł a pasar.
—¿Interrumpo? —preguntó Charlie asomándose y él le sonrió.
—Claro que no, en un segundo estoy contigo. —Levantó la cabeza hacia Marcia y su sonrisa se borró—. Marcia, estoy realmente ocupado, si quieres información sobre el viñedo que te estamos rentando, con gusto te enviaré a uno de los asistentes. Y gracias por venir.
Marcia ni siquiera se despidiĂł, saliĂł apretando los dientes y taconeando fuerte, al punto de que Charlie mirĂł a Chris espantado.
—¡No me digas que te la estabas cogiendo en la oficina y asà la despachaste!
—Bueno, cogiendo exactamente no, y créeme, fui bastante amable, me la encontré casi desnuda sobre el escritorio —le dijo su amigo.
—¡Por supuesto! ¡La pesadilla de todo hombre! —exclamĂł Charlie con ironĂa.
—¿¡Verdad que sĂ!? —Los dos rompieron en carcajadas y Charlie mirĂł una de las butacas frente al escritorio antes de sentarse—. Estás a salvo —le asegurĂł Chris y Ă©l se sentĂł.
—VenĂa a comentarte que llegaron las primeras muestras de las uvas, voy a probarlas en un rato. TĂş tienes reuniĂłn con los propietarios de los otros viñedos para conseguir la renta.
Chris cerrĂł los ojos con frustraciĂłn. No era un buen dĂa para quedarse sin asistente.
—Oye Charlie, necesito un favor enorme —dijo con seriedad a ver si lo convencĂa—. DĂ©jame a Cindy.
Charlie levantó las manos en señal de rendición.
—Amigo, soy su jefe, no su chulo, si te las quieres coger tienes que ganártela —aseguró mientras esquivaba una carpeta que Chris le lanzó.
—¡QuĂ© imbĂ©cil eres cuando quieres! —lo regañó—. Necesito una asistente, acabo de despedir a Lydia y tengo el dĂa lleno de reuniones.
—Ya me extrañaba ver su escritorio vacĂo. SĂ, le dirĂ© a Cindy que te ayude por hoy…
—¿Y se me la dejas… para siempre? O bueno, hasta que haga una estupidez y yo la despida… —reflexionó.
—¿Me quieres dejar sin asistente a m� —protestó Charlie.
—Velo como una oportunidad que te doy de conseguir una asistente más apropiada —lo animĂł su amigo—. Eres enĂłlogo, tu trabajo depende de tu olfato y tu gusto, y enfrentĂ©moslo, Cindy puede llevar caca de perro todo el dĂa en el zapato y no se enterarĂa.
Charlie hizo una mueca, pero finalmente asintiĂł.
—Está bien, te tomaré la palabra siempre y cu…
De repente el sonido estridente de su celular lo interrumpió. Charlie arrugó el ceño y se fue a una esquina de la oficina a contestar. Al parecer las noticias no eran agradables porque Chris lo vio negar en el mismo momento en que cortaba la llamada.
—Escucha, necesito irme —dijo apurado.
—¿Pasó algo?
—No con la empresa. —Era una forma delicada de decir que era un asunto personal y Chris sabĂa cuan reservado era Charlie con sus asuntos personales.
—Bien, si me necesitas solo llámame. ¿De acuerdo?
Charlie asintiĂł y apurĂł el paso saliendo de la oficina, mientras Christopher hablaba a Recursos Humanos para autorizar el despido de su asistente, sin imaginar que aquel despido desencadenarĂa los acontecimientos que le arruinarĂan totalmente la vida.
