PREFACIO

Escrito el 15/08/2024
DAYLIS TORRES SILVA

1

Muchas veces Mila se había preguntado cómo era posible que recordara todo si solo tenía seis años cuando había pasado. Debía ser que esos últimos momentos antes de que una persona pierda todo lo que ama, todo lo que es valioso en la vida, eran imposibles de borrar.

Estaban en la casa y su madre regañaba a sus hermanos mayores. Al parecer Marcia quería salir vestida de «zorra», pero por más que la miraba, Mila no le veía el disfraz. No fue hasta muchos años después que había entendido a lo que se referían y por qué su hermano Nico se había metido en la pelea.

—¡Aquí la única zorra que hay eres tú! Te prohíbo que le hables así a mi hermana o vas a saber de lo que soy capaz —le gritó, girándose después en dirección a Mila—. ¡Mejor ocúpate de tu mocosa y métete en tus asuntos!

Recordaba que su madre estaba muy nerviosa, apretaba con fuerza si mano, la llevaba casi a rastras hasta subirla en el auto y salían de la casa mientras la escuchaba hacer el peor de los escándalos.

—¡Mamá! ¿Ya vamos por mi pastel? —había preguntado porque esa mañana debían ir por su pastel de cumpleaños, que sería al día siguiente…

Pero en lugar de eso su madre había manejado en silencio hacia la oficina de su padre, que también le gritaba a uno de sus amigos. Finalmente después de un rato su padre se había acercado a ellas muy enojado. Su madre y él hablaban en voz bastante baja hasta que el tono de su padre había cambiado.

—¿Cómo se te ocurre decir eso? ¡Son sus hermanos!

—¡Son sus hermanastros y la odian! —había replicado su madre—. ¿O acaso no recuerdas por qué tuvimos que enseñarla a nadar a los tres años? ¡Porque Marcia la aventó a la piscina!

—Solo estaban jugando… —Ahora sabía que su padre intentaba calmarla, pero no había forma de lograrlo.

—¡Yo vi lo que hiciste con tu testamento! ¡Todas las cláusulas raras que pusiste…!

—Sandra ¿registraste mis cosas?

—¡No me cambies de tema! ¡Tú también te diste cuenta de que no la quieren!

Aquella forma en que se hablaban solo le había dado ganas de llorar, y las lágrimas habían empezado a acumularse en sus ojos aunque para ese momento no comprendiera mucho. Ella quería a Marcia y a Nico. ¿Por qué ellos no la querían también? No veía la diferencia entre hermana y hermanastra, no sabía que su madre era la segunda esposa de su papá y que Marcia y Nico la culpaban… las culpaban a las dos, por el divorcio de sus padres.

Pocos minutos después una mujer se había asomado a la puerta.

—Señor, Nico y Marcia lo están esperando aquí afuera.

—Dígales que salí.

Su padre había salido con ellas por una puerta trasera y se habían subido los tres al auto.

—Mañana es el cumpleaños de Mila. ¡Sus seis años! —había dicho llamando su atención al pronunciar su nombre y sonriéndole para que dejara de llorar—. No quiero tener discusiones ahora, mejor vamos a pasar el resto del día juntos y luego ya veremos.

Se habían metido en el tráfico, su padre había conectado la pequeña pantalla en el tablero y ella se había empeñado en que cantaran juntos. Le gustaban las muecas que hacía y su padre había tratado de distraerla mientras las lágrimas se borraban de su rostro… pero distraerla había sido exactamente la causa de su desgracia.

Otro auto los había impactado con fuerza, recordaba los vidrios saltando y encajándose en su piel, los giros, los golpes, el terror…  los gritos de su madre y luego un silencio que había sido mucho peor que sus gritos.

Mila había despertado dos días después en el hospital. Marcia había sido la primera en acercarse a ella, lo sabía por su voz chillona, y Mila había lanzado las manos adelante para tratar de alcanzarla porque no veía dónde estaba.

Ella se lo había dicho, y ahora, después de tantos años, se daba cuenta de que lo había hecho casi con gusto. Sus palabras exactas habían sido:

—¡Por tu culpa mi papá se murió! —Le apretó tanto el antebrazo que Mila gritó.

—¡Mami!

—Tu mami también se murió, mocosa maldita. Eso es lo único bueno de todo esto… ¡Eso y que tú no vas a volver a ver jamás!

Todo su cuerpo temblaba en ese momento porque su pequeño cerebro de seis años no podía aceptarlo. Sus padres estaban muertos y ella se había quedado ciega por un traumatismo en el accidente.

Marcia la había llamado asesina, basura, bastarda, y otra decena de palabras que tampoco entendía, pero lo que sí entendía era que la iban a mandar directamente a un orfanato con las monjas, porque nadie en el mundo la quería.

Ni siquiera podía llorar, sus ojos dolían tanto que la sedaron muchas veces esa semana, pero su corazón había sido enterrado junto con sus padres. Los extrañaba, los llamaba de vuelta, gritaba hasta que nadie podía calmarla porque su mamá y su papá ya no estarían con ella nunca más. Aunque solo hasta después de crecer Mira era capaz de ponerle nombre a esas emociones: desesperación, miedo, dolor, desamparo…

Había esperado y esperado, a que viniera alguien que la quisiera, pero los amigos de sus padres solo pasaban y se iban. Sin embargo el día que le habían dicho que podía dejar el hospital, no fue ninguna monja a recogerla; en cambio Marcia la había empujado en la parte trasera de un auto, y la había llevado a la casa donde había nacido.

—¿En serio tenemos que quedarnos con esta ciega inútil? —había escuchado decir a Nico mientras ella tanteaba a su alrededor por algo para apoyarse, porque de verdad necesitaba algo, una pared, un ancla…

—Quiero a mami y a papi… —había sollozado angustiada, hipaba sin contenerse y sentía algo muy pesado presionando su pecho. No entendía por qué sus propios hermanos la trataban así. 

—¡Cállate maldita mocosa! —escuchó a Nico.

Como nota curiosa, sin importar lo que le hiciera, a Nico no le agradaba que llorara en su presencia, y se lo hizo saber abiertamente descargándole una bofetada que la mandó directo al suelo con un labio roto. Mila se quedó en el piso, encogida sobre mí misma y paralizada, porque era la primera que alguien le levantaba la mano.

Su hermano la golpeó por primera vez esa noche… y no se detuvo desde entonces.