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CAPÍTULO 12. Una familia por Acción de Gracias.

Escrito el 25/02/2025
DAYLIS TORRES SILVA

48

Lexie estaba de rodillas, ajustando el pequeño suéter de Rose mientras la niña jugaba con una cinta de su cabello. La mañana era tranquila como cualquier otra, y la muchacha había decidido que si bien no podía abrir la tienda y atender a un sinnúmero de clientes mientras cuidaba de su hija, al menos sí podía ir a organizar las flores que habían llegado y ver qué as se sacaba de debajo de la manga para estirarla unos cuantos días más y que llegaran vivas y lozanas al día en que volviera a abrir.

Así que estaba tratando de preparar a la nena para sentarla a desayunar, hasta que un sonido estridente y una algarabía repentina la hicieron levantar la cabeza. Voces exaltadas, risas, y el inconfundible murmullo de varias personas hablando al mismo tiempo, todos en el corredor frente a su departamento.

Frunció el ceño con cierta proecupación. ¿Qué demonios estaba pasando afuera?

Pero un segundo después el timbre sonó con insistencia. Lexie tomó aire y se puso de pie, murmurando un "ya voy" mientras caminaba hacia la puerta. Abrió con cuidado y, para su sorpresa, lo primero que vio fue a Luc.

—Lo siento, lo siento, lo siento —dijo él de inmediato, levantando las manos en un gesto de disculpa, y antes de que ella pudiera responder, una anciana con un porte impresionante lo hizo a un lado con una fuerza sorprendente.

Luc apenas tuvo tiempo de tambalearse antes de que la mujer, con una gran sonrisa, levantara los brazos y gritara:

—¡Silenzio! Cállense todos.

El bullicio cesó de inmediato, y Lexie, aún en shock, miró a la mujer frente a ella. Ojos vivaces, cabello gris peinado con delicadeza, vestida con elegancia y, sin embargo, con la calidez de alguien que había vivido muchas vidas y amado con intensidad.

La nonna la observó de arriba abajo y, con un resoplido, llevó las manos a su cara, sosteniéndole las mejillas.

—¡Santo Padre! ¡Eres la muchacha más hermosa que he visto en mi vida! —gritó hacia su familia—. ¿Verdad que sí?

—¡Vero, vero! (*cierto, cierto) —exclamó uno de los tíos.

—¡Es la bonita de Luc, è bellissima! (*Es bellísima)

Lexie parpadeó, sorprendida cuando de repente el pequeño departamento se vio invadido por una docena de adultos y dos niños un poco mayores que Rose.

—¿Qué…?

—Ma, ¿dónde está la piccolina? —preguntó la anciana—. ¡Su bisabuela le ha traído regalos!

—¿Bisabuela? —repitió Lexie sin entender qué estaba pasando allí.

Pero antes de que pudiera reaccionar, la anciana la abrazó con una fuerza sorprendente, estrechándola contra su pecho con calidez.

—Estoy tan feliz de conocerte, mia cara —susurró, besándola en ambas mejillas con entusiasmo—. Has robado el corazón de mi nieto, y eso es algo muy especial, así que yo te entrego el mío. El mío y una sartén, porque de vez en cuando hay que escarmentar a los hombres.

Lexie se quedó de piedra. ¿Qué estaba pasando? Bueno, las pistas eran pocas pero contundentes: aquella era la familia de Luc y la señora era su tan amada nonna.

Rose, que hasta entonces había observado con curiosidad desde el suelo, levantó los brazos en dirección a la anciana, como si la conociera de toda la vida.

—¡Oh, che bella bambina! (*qué hermosa niña) —exclamó la nonna, alzándola sin dificultad—. ¡Eres un ángel, piccolina! ¡Y tu bisabuela te trajo muchos muchos regalos!

Rose soltó una carcajada y se aferró a la anciana con confianza, como si se sintiera completamente segura en sus brazos.

—Yo… creí que estaba en Italia… nonna —murmuró pero ella se encogió de hombros.

—Pues estábamos, pero en cuanto Luc nos llamó, y nos dijo que necesitaba ayuda —respondió la nonna con naturalidad, como si fuera lo más obvio del mundo—, decidimos venir a verte.

Y, como si hubieran estado esperando su señal, todos entraron a la casa con bolsas llenas de regalos y comida. En cuestión de segundos la mesa del comedor estaba cubierta de paquetes envueltos en colores vibrantes, cajas de galletas caseras, bandejas de pasta, pan fresco y botellas de vino.

Lexie llevó una mano a su frente, porque al parecer ya sabía de quiénes había aprendido Luc sus asaltos culinarios.

—¿Qué está pasando? —susurró Lexie mientras todos se movían en medio de un ajetreo alegre.

—Estás a punto de vivir una experiencia italiana —respondió Luc—. Es nuestra “Acción de gracias”, así que puedes darme las gracias cuando te rescate de ellos.

Antes de que pudiera replicar, Lexie se encontró sentada a la mesa rodeada por extraños que hablaban a la vez, preguntando cosas sobre ella, sobre Rose, sobre la tienda. Todo mientras comían como si llevaran días sin probar bocado.

La nonna, con Rose aún en brazos, cortaba trozos de pan y los mojaba en chocolate casero antes de dárselos a la niña, que los aceptaba con una alegría absoluta.

 Y aunque realmente Lexie se sentía feliz con aquella visita, no podía pasar por alto quién había sido el artífice de todo.

—Luc. —Lo agarró del brazo y le hizo una seña con la cabeza.

—¿Qué?

—Ven conmigo.

Lexie lo arrastró hasta el pequeño baño de su apartamento y cerró la puerta detrás de ellos. Y un segundo después él pasaba saliva porque el espacio era ciertamente demasiado pequeño como para “contener” a un hombre de su tamaño y a ella, los dos a la vez.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Lexie en voz baja, cruzándose de brazos—. ¿Por qué mi casa está llena de italianos que vinieron probablemente flotando en un trineo como Santa?

Luc esbozó una sonrisa de niño travieso.

—Solo quería ayudar.

—¿Ayudar? —preguntó Lexie sin poder creer que aquel loco había trasladado a una docena de personas a través del océano solo para cuidar de ellas.

—Mi familia es la mejor. Te van a ayudar con la tienda para que no tengas que cerrarla. Y también ayudarán con Rose.

Lexie lo miró fijamente.

—No puedes estar hablando en serio.

—Completamente. Además, si quieres, seremos tu familia para Acción de Gracias.

Lexie sintió un torbellino de emociones. ¿Una familia?

Sí, la más hermosa, porque no cabía dudas de que eran unidos e impresionantes… ¡y todos estaban en su sala, llenándola de comida, regalos y promesas!

—Esto es demasiado —murmuró, pero Luc tomó su mano y le hizo un guiño.

—Deberías tener cuidado con lo que dices.

—¿Por qué?

—Porque mi familia está justo detrás de la puerta, escuchándolo todo.

Los ojos de Lexie se abrieron de par en par.

—No…

—¿Apostamos?

Lexie alargó la mano, abrió la puerta de golpe y se encontró con al menos siete cabezas amontonadas en la entrada del baño; y todos intentaron disimular, obviamente sin éxito.

—¡¿Ya se besaron?! —susurró la nonna.

Lexie volvió a cerrar la puerta rápidamente, apretó los dientes y se quitó una de sus zapatillas.

—Lexie, no… —empezó Luc.

¡PAM! La zapatilla impactó contra su brazo.

—¡Estás castigado! —exclamó ella—. Por todo lo que queda de año, Luc, ¡castigado!


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