Graham se removió incómodo en la silla de su despacho, mirando la lluvia golpear su ventana. Sophia seguía internada, dormida, tranquila por el momento. La idea de dejarla ahí lo carcomía por dentro, pero la opción era hacerse cargo de ella en su totalidad no podía tomarse a la ligera, así que veinticuatro horas y una tormenta le dieron la perspectiva adecuada.
Finalmente, dejó escapar un suspiro y tomó su teléfono. Sabía que necesitaría ayuda si quería sacarla, así que marcó el número de David Harker, un abogado con el que había trabajado en el pasado. David era eficiente, astuto y, lo más importante, sabía moverse en los tribunales como un pez en el agua.
—David, necesito que me hagas un favor —dijo Graham cuando la voz del abogado contestó con su típico tono tranquilo.
“No es algo relacionado con otro de tus libros, ¿cierto?” bromeó David. “Sabes que los Derechos de autor no son lo mío”
—Tranquilo, para eso tengo a Elisa —sonrió Graham—. Esta vez es para algo distinto. Necesito que consigas que un juez valore si puedo obtener la custodia de una paciente —respondió Graham, sin preámbulos.
“A ver, pásame los datos” pidió el abogado.
—Su nombre es Sophia Midleton. Está bajo tutela del Estado porque sus padres no pudieron manejar su condición mental. El gobierno decide todo por ella, pero yo quiero encargarme de su tratamiento en un lugar adecuado —explicó Graham, mientras se levantaba de su silla y comenzaba a pasearse por la habitación.
“¿Y qué condición tiene?” preguntó David, tomando el asunto con más seriedad.
—Ella cree que es un gato.
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea y al final un suspiro un poco incómodo.
“Fox, lamento decirte esto pero ahora está muy de moda todo eso de identificarse como animales. Ningún juez te va a dar la custodia de una mujer adulta solo por eso.
—No es lo mismo, David —Graham bufó porque cada día la medicina psiquiátrica se torcía más—. Ella no se está identificando como nada, y no es algo que pueda controlar. Necesito explicárselo al juez. Solo consígueme una audiencia y te lo mostraré todo en el juzgado.
David suspiró, consciente de que cuando Graham se obsesionaba con algo, no había vuelta atrás.
—Está bien. Haré algunas llamadas y te aviso cuando tenga una fecha. Pero no te prometo nada fácil. Esto no será sencillo.
—Lo sé. Pero lo que vale la pena nunca lo es.
En los días que siguieron Graham se aseguró de ir a ver a Sophia al menos una hora cada día. La notaba inquieta y era normal, porque la habían cambiado de habitación y ahora en lugar de dormir solo se paseaba de un lado a otro, molesta y enfurruñada.
Por suerte no pasó ni una semana antes de que David lo llamara de vuelta con buenas noticias. Había logrado conseguir una audiencia con un juez local que podría decidir si Graham podía hacerse cargo de Sophia. La fecha estaba fijada para dos días después gracias a que David siempre había sido el mejor en mover sus influencias.
Así que el día de la audiencia, Graham llegó al hospital con una mezcla de nervios y determinación. Iba vestido un poco más formal de lo habitual, aunque aún conservaba su aire desaliñado. Cuando llegó a la habitación de Sophia, la encontró acurrucada en un rincón, con la cabeza bajo un brazo, como una advertencia de que no quería ser molestada.
—Hola, Sophi —murmuró suavemente, mientras se inclinaba junto a ella y la acariciaba en la cabeza.
Los ojos rasgados de la muchacha se entrecerraron y emitió un pequeño ronroneo, satisfecho.
—Hoy nos vamos de aquí por un rato. ¿Qué te parece? —le susurró señalando a la puerta, aunque no esperaba una respuesta verbal.
Sophia lo observó durante un momento con curiosidad, luego a la puerta abierta, luego a él, luego a la puerta otra vez… y un segundo más tarde estaba trepándose por su espalda con la mejor disposición.
Por supuesto que David puso cara de espantado al verlo llegar así, pero afortunadamente la sala del tribunal era pequeña, con poca gente presente, y Graham solo pidió que cerraran las puertas por si acaso.
El juez, un hombre de rostro severo y gafas redondas, entró hojeando el expediente de Sophia con preocupación, hasta que levantó los ojos para encontrarla junto al psiquiatra, o más bien sobre la mesa frente a él, en la que se había acomodado hecha un ovillo y se había echado a dormir.
Graham intentaba no reírse, pero no podía evitar notar la expresión de asombro en el rostro del juez.
—¿Hay alguna razón por la que la paciente esté…? —el juez dudó, alcanzando su pelotita antiestrés porque cada día le llegaban casos más raros— …¿durmiendo sobre una mesa?
Graham esbozó una sonrisa tranquila y se adelantó.
—Su Señoría, lo que está viendo es parte de su condición. En el hospital se vieron precisados a encerrarla en una habitación de la que no pudiera escapar y eso afectó mucho su sueño. Ahora está que se cae en cualquier parte.
—¡¿Pero sobre la mesa?! —insistió el juez.
Graham asintió sin inmutarse.
—Sophia padece de licantropía clínica —explicó con calma y el juez frunció el ceño.
—¿O sea como los hombres lobo? —masculló y aquella pelotita en su mano se deformó hasta el infinito de tanto apretarla.
—Un poco sí y un poco no —dijo el doctor con amabilidad—. La licantropía es un trastorno mental que hace que las personas crean ser animales. En su caso, específicamente, un gato.
El juez lo miró con una mezcla de escepticismo y curiosidad.
—¿Un gato? —repitió lentamente, como si no terminara de creérselo, pero quizás fue el estrés, o quizás un sentimiento un poco morboso el que lo hizo soltar la pelota que tenía en la mano, y esta fue a caer en el estrado de los testigos, haciendo que Sophia levantara la cabeza con curiosidad.
Y luego empezó el caos.