CAPÍTULO 2. Un gato en una jaula

Escrito el 30/10/2024
DAYLIS TORRES SILVA

3

Nadie que viera a Graham Fox, con su desaliño natural y aquella forma de encorvarse que siempre lo hacía ver cansado, podía imaginar que debajo de esas ropas había un hombre de uno noventa, lo suficientemente fuerte para alzar en vilo a Sophia y meterla por una de las ventanas de la torreta.

La levantó por las axilas como si de verdad fuera un gato y ella se quedó así, con los brazos y piernas colgando mientras lo miraba con curiosidad.

¬—¡Wow! —exclamó Graham al ver aquellos ojos. Era demasiado menuda y pequeña, él debía sacarle casi cuarenta centímetros de altura y triplicarle el peso. Parecía demasiado frágil, pero la curiosidad en sus ojos estaba llena de energía—. Es increíble…

—Síndrome de Schmid-Fraccaro —dijo Noah Wolcott, el director del hospital, que llegaba junto a ellos apresurado—. ¿Todos están bien?

Alrededor los residentes y enfermeros asintieron antes de marcharse, y el director miró a Graham con curiosidad, aunque después de algunos años de conocerlo, ya podía imaginar lo que venía.

—¿Te resulta interesante? Solo es un caso de conducta suicida más…

Sin embargo, el carraspeo del residente que estaba dándole el recorrido a Graham lo detuvo.

—¡Ejem! El doctor Fox cree que no es eso lo que tiene —murmuró y el director del hospital lo miró con incredulidad, mientras contra todo buen juicio Graham sentaba a Sophia de vuelta en la ventana y ella se hacía un ovillo.

Graham solo alargó una de sus manos con suavidad y dejó que sus dedos rozaran la parte posterior de su cabeza, justo donde se unía con el cuello. Al principio, no hubo reacción, pero después de unos segundos Sophia giró ligeramente la cabeza hacia su mano, inclinándola, como lo haría un gato que busca ser acariciado en el punto exacto.

El ronroneo fue casi imperceptible al inicio, apenas un susurro bajo su piel, pero lo suficiente para que todos lo notaran.

—¿Te gusta eso? —murmuró Graham mientras aquella caricia se hacía más profunda—. Sí que te gusta, ¿verdad? —sonrió antes de girarse hacia el director—. No intenta suicidarse… solo está comportándose como un gato.

El director no sabía ni qué decir, porque jamás en su vida se le habría ocurrido algo como aquello, aunque en efecto explicaba mucho su comportamiento.

—De cualquier forma sigue siendo peligroso. No podemos dejar que siga trepando por todos lados —dijo con cansancio—. Tendremos que extremar las medidas y mantenerla encerrada en una sala sin acceso a ventanas.

Graham frunció el ceño porque esa idea era inquietante para él. Sophia, en su mente, no era un peligro para sí misma por querer morir, sino por querer ser libre.

—No puedes hacer eso —replicó Graham, retirando lentamente la mano de la cabeza de Sophia, que ahora respiraba profundamente, relajada—. Encerrarla así solo la va a empeorar. No puedes poner a un gato en una jaula, mucho menos sin ventanas.

Noah se encogió de hombros con tristeza, pero terminó negando.

—Lamentablemente, no tengo opciones. Aunque no sea suicida, no significa que no pueda tener un accidente, y no puedo seguir poniendo en peligro a mi personal para seguirle el paso. Somos un hospital de gobierno, Graham, sabes que no tenemos los recursos para tratar con casos excepcionales.

Durante un momento la cara del médico fue de la duda a la curiosidad y el director suspiró.

—¿Quieres pedir el caso de Sophia? —preguntó al fin.

—Me gustaría tomar el caso, sí —contestó Graham—. Debe tener una mente muy especial y no niego que me gustaría estudiarla, y aquí no van a lograr nada. Tendría que trasladarla a otro lugar más… adecuado para sus necesidades, por supuesto, y…

Sin embargo, mientras Graham hablaba, todos notaron la forma en que Sophia rozaba su pantalón, buscaba, husmeaba, intentaba trepar por una de las perneras hasta encontrar de dónde agarrarse en la bata médica, y finalmente se subía por uno de los costados del doctor, aferrándose a su hombro mientras apoyaba la cabeza en él y miraba a todos con curiosidad.

—¡Joder! —murmuró el director, porque no tenían que ir más allá de convencerse de que Fox había dado en el clavo con aquel diagnóstico—. Voy a hablar con el psiquiatra a cargo —dijo haciéndole un gesto para que lo siguiera, y diez minutos después todos lo habían visto atravesar el hospital con la chica prendida de su espalda como un animalito curioso, sin que Graham se inmutara.

El doctor Leeds, que estaba a su cargo, de inmediato le extendió el expediente, mirando a la chica con curiosidad, como si de repente pudiera ver todas aquellas señales que antes no había visto.

—No tengo problemas con pasarte el caso, Fox —dijo Leeds sin rodeos, mientras le entregaba el expediente de Sophia. —Pero no está en mis manos decidir qué hacer con ella.

Graham frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando?

—El gobierno tiene la tutela de Sophia. Los padres no pudieron hacerse cargo después de que su condición empeoró, así que se la entregaron al Estado como se entrega un recién nacido en un orfanato. Ahora ellos no pueden decidir sobre ella, es el gobierno quien lo hace.

Eso evidentemente tomó a Graham por sorpresa. Nunca antes había aceptado la tutela completa de un paciente, pero parecía que no había otra opción.

Se sentó en un sofá que había en la habitación, y Sophia se bajó de él, lentamente, acurrucándose junto a su pierna como si ahí se sintiera lo suficientemente segura para dormir.

—Comprendo, entonces… pediré su custodia. Solicitaré que me permitan trasladarla a instalaciones donde pueda estar más segura, incluso si tengo que hacerme cargo de ella a tiempo completo.

—¿Vas a escribir un nuevo libro? —lo increpó Leeds, que sabía que Graham podía darse el lujo de tratar a un solo paciente si quería, porque su trabajo ya lo había hecho millonario.

—Quizás… —replicó él pensativo, acariciando la espalda de Sophia—, por lo pronto solo puedo decirte que ella habla un idioma diferente.... y yo me lo quiero aprender.