Había que reconocerlo: aquella mujer era más capaz de cargarse a un escuadrón de carabineros que el mismísimo Napoleón.
Como también había que reconocer que Asher Vanderwood iba haciendo un despliegue de seducción y coquetería por donde quiera que pasaba, porque después de todo era el más sexi de los hermanos Vanderwood, y el más simpático también.
Y obviamente su primera reacción a pesar del dolor en las piernas fue mirar al pedazo de mujer que lo había enviado al suelo. Por supuesto que de abajo para arriba la vista era terriblemente espectacular, pero la palanca del coche no lo era tanto, así que Asher se aseguró de que sus reflejos fueran dignos de un buen vaquero, y se levantó listo para enlazar a aquella novilla descarriada.
Su primer movimiento y el más importante para su salud fue quitarle la palanca de las manos, y como esas manos ya venían con bofetadas incluidas, también se las sujetó detrás de la espalda mientras la pegaba a él con tanta fuerza, que hasta sentía sus pechos aplastarse contra su torso... ¡Y lo peor era que también se le subían!
“¡Jesús cuídame de los malos pensamientos, y permite que solo los buenos salgan de mi boca”, rezó internamente, pero en el mismo momento en que aquella mujer se revolvió contra él se dio cuenta de que Jesús no estaba muy colaborativo ese día.
—¡Joder, qué buena estás! —jadeó sin poder evitarlo, porque pocas cosas lo ponían tan alborotado como la adrenalina que le provocaba una chica peligrosa.
—¡¿DISCULPA!? —se escandalizó Eva abriendo mucho los ojos—. ¡¿Qué dijiste, infeliz!?
—Dije que no, que no es la primera que me pasa por delante esta noche, pero como no tengo ni esposa ni prometida, puedo aceptar todas las putas de medio tiempo que quiera —siseó Asher mordiéndose el labio inferior con el gesto más sensual y coqueto de la historia—. Ahora que si llegara una dama dominante y mandona así como tú, no pondría ninguna objeción en meterla en mi cama a tiempo completo.
Y ese fue un error.
Dejar que su lengua se soltara como hacía siempre fue un gravísimo, ¡gravísimo! error, porque Eva no le aguantaba frescuras a nadie, y el tacón de aquella plataforma se hundió encima de su zapato. Antes de que Asher pudiera soltar su siguiente nada disimulado galanteo, la mano de Eva había ido a agarrarle eso que solo se debía tocar con cariño, y le dedicaba el más agresivo de la historia.
—¡Hija de tu madre…! —exclamó él doblándose contra su mano.
—¡Y de todos los putos demonios del infierno como no tienes una idea, cabrón! ¡Me importa muy poco que seas el príncipe de Michelle, igual te voy a quitar la razón para usar un calzoncillo! —exclamó Eva y lo siguiente que vio fue aquel puchero con boquita de pato que Asher le hacía.
—¡No soy yo, no soy yo...! ¡Yo soy el gemelo lindo…! —exclamó y la mujer frente a él lo soltó de inmediato, mientras Asher se incorporaba como podía, cruzando los pies y respirando profundo porque aquella manito definitivamente estaba pesada.
—¡¿Cómo!? ¿Tú...? —Eva lo miró azorada mientras se limpiaba la mano en la cadera, como si quisiera obviar el hecho de que estaba caliente.
—¡Somos dos, te lo juro por Cristo divino resucitado, somos dos! —respondió Asher levantándole un par de dedos que no tenían nada que ver con la paz ni la victoria—. ¡Somos gemelos, somos idénticos, el de la paliza está ahí arriba encerrado en su cuarto...!
Eva se cubrió la boca con una mano y negó mientras se acercaba de nuevo a él, esta vez con más vergüenza que agresividad.
—¡Ay, por Dios, qué pena! —dijo porque a pesar de todo todavía podía ser educada… a veces…
—¡¿Pena tú!? ¡Pena yo que me dejaste lisiado, y todos los niños que haga a partir de ahora serán cojos! ¡Así que ve pensando en cómo vas a responder por esto! —le gritó Asher y Eva levantó la mano como si estuviera en una clase, llamando al cantinero, que de inmediato se acercó a ellos.
—¡Una bolsita de hielo por favor, ya ya ya! —lo apremió y un segundo después le puso la bolsa de hielo contra sus joyitas, y encima hasta se la sujetaba... la bolsa—. ¡Vas a ver que en un ratito se te pasa! ¡Fue un apretoncito de nada...!
Asher la miró como si fuera un niño enfurruñado, pero como era descarado y coqueto pero no idiota, algo pareció saltar de pronto dentro de su cabeza y clavó los ojos en Eva con expresión asustada.
—¡Oye, oye, espérate! ¿Estaba alucinando o de verdad dijiste que Michelle está desaparecida? —la increpó de inmediato y Eva asintió en respuesta.
—Por eso estoy aquí. Vine a buscar a Sebastián a ver si por alguna casualidad estaba con él, porque Michelle no ha llegado a la casa. Así que fui al bufete de abogados donde iban a firmar la demanda.
—¿Y allí para qué? ¡Si la dichosa firma terminó hace medio día! —declaró Asher.
—¡Pues eso me dijeron, pero la camioneta de Michelle todavía está allí! —exclamó Eva con nerviosismo—. ¡Michelle es loca pero no tan loca como para desaparecer sin contestar! ¡Algo tiene que haberle pasado, o de lo contrario su camioneta no seguiría en el estacionamiento del bufete!
Asher hizo un gesto de confirmación con la cabeza y lo siguiente que la muchacha sintió fue su mano sujetando la suya con el gesto más decidido, dominante y oportuno de la historia.
—De buena fuente te digo que no está con Sebastián, así que vamos, vamos a avisarle al resto de la familia a ver si podemos encontrarla.
Eva no protestó ni siquiera cuando tomaron el ascensor y él todavía no soltaba su mano. Era evidente que él tenía el “dominante” desatado, pero mientras fuera para encontrar a su mejor amiga no iba a quejarse. Así que tampoco protestó mientras atravesaban el corredor, ni cuando aún la estaba sujetando mientras tocaba a la puerta de Sebastián como si quisiera derribarla.
Lo que siguió fue una vorágine que la que los dos solo se concentraron en informar a la familia. Los Vanderwood se movían como una manada de depredadores, pero por suerte estaban demasiado bien coordinados, y fue cosa de muy poco tiempo que dieran con el rastro de quien se había llevado a Michelle y se alistaran para seguirlo.
—Será mejor que tú te regreses a la hacienda —intentó explicarle Asher acercándose a ella antes de que partieran—. La abuela puede asustarse y necesita…
—La abuela es mayorcita y debe saber autocontrolarse —sentenció Eva con seguridad—. Ahora la que me necesita es Michelle, así que a donde ustedes vayan, yo voy a ir.
—¡Mujer, no seas testaruda! ¡Esto puede ser peligroso! —le dijo él abriendo la parte trasera de su camioneta para enseñarle que llevaba algunas armas de fuego ahí—. Nosotros vamos a encargarnos de recuperar a Michelle, tú solo ve a casa y haz…
—Deberías tener cuidado si vas a decir que vaya a hacer cosas de mujeres —siseó Eva poniéndose seria de repente mientras alcanzaba una de aquellas escopetas—. Verás… tuvieron que mandarme a un internado porque tengo tres hermanos mayores que yo… y soy peor que todos ellos juntos —sonrió y sin dejar de mirarlo a los ojos o mirar la escopeta, la desarmó y la armó de nuevo, cargándola en menos de un minuto, dejando a Asher mudo y a punto de soltar la baba—. Aunque honestamente no entiendo la afición de los hombres por las armas, es claro que una señorita como yo resuelve cualquier situación de conflicto con un bastón de hockey o con la palanca de un carro.
Y no hubo dios sobre la tierra que le impidiera a Asher abrir los brazos con un rapto de teatralidad y arrodillarse frente a ella, porque no había nada que lo derritiera más que aquella suficiencia natural.
—¡Pues a sus pies entonces, señorita! —exclamó y Eva levantó una ceja divertida.
—¿En serio? ¿A mis pies? —se inclinó sujetando la barbilla de Asher con el índice—. ¿Y no harías un mejor trabajo digamos… entre ellos?
CAPÍTULO 2. A sus pies, señorita.
Escrito el 04/09/2024
DAYLIS TORRES SILVA