La respuesta correcta era: “nada”. Porque más bien Asher había estado a punto de amarrarse las pelotas con alambre de púas como novillo en cerca para no saltarle encima desde que la había conocido.
—No hagas esto. ¡A menos que estés más segura que de que la Tierra es redonda! —suspiró él tirando de ella para sentársela encima.
—¡Ay por Dios, cowboy, no seas dramático! Tampoco es como que hayamos estado esperando este momento durante semanas, y por fin después de innumerables cenas, paseos bajo la luna y miradas cargadas de tensión, vayamos a consumar el hecho.
—Pues a mí me gusta comer —sonrió él encogiéndose de hombros y un segundo después ronroneaba mientras la boca de Eva hacía colisión con la suya—. Perfecta indirecta, te puedo comer a ti. ¿Pero seguro que esto no se va a convertir en una cosa de esas tóxicas donde uno persigue al otro? —preguntó por última vez y Eva detuvo aquel paseo por su cuello para mirarlo a los ojos.
—¡Te lo juro! —exclamó Eva—. ¡No te voy a perseguir, ahora vamos a sacarnos este maldito estrés de encima ¿quieres?!
—¡Por supuesto, señorita! —sentenció él mientras le pasaba los seguros a la camioneta y daba gracias a Dios y al fabricante porque tuviera los cristales entintados del negro más negro.
Un segundo después se peleaban con las camisas y los pantalones y el primer grito venía de Asher.
—¡Jesús! ¿Pero de qué carajo está hecha tu cremallera, de dientes de tiburón? —rezongó llevándose su dedo con su gota de sangre a la boca.
—¡Agradece que eso sea lo único con dientes, cowboy! ¡Ahora ven acá!
Y aquel vaquero definitivamente cerró los ojos cuando la sintió tirar de sus pantalones y tratar de acomodar todas aquellas curvas entre…
—¡Oh, Dios! —El segundo grito vino de Eva y Asher le abrió los ojos como platos—. Estoy bien, estoy bien...
—¡¿Qué pasa?!
—¡Calambre! ¡Calambre! —Eva trató de sacar aquella pierna de debajo de un asiento y los dos terminaron muertos de risa.
—Espera, deja que te ayude —dijo, inclinándose para tirar de ella pero la verdad era que estaba en la posición más incómoda posible y no tenían espacio. Así que solo tenía que tirar de ella una vez.
—¡La madre que p…!
—¿Ahora te dio a ti?
—¡No te rías! —protestó él, pero realmente no había forma de salir de aquello con dignidad—. Pero ¿esto qué es, una especie de castigo divino?
—Probablemente —respondió Eva, intentando mantener la compostura—. Por ser tan calenturientos.
—¿Pues sabes qué? ¡Yo voy a tomar esto como una señal! —dijo Asher.
—¿De que deberíamos parar? —le preguntó Eva.
—¡De que hay que hacerlo a la antigua! —jadeó él echando atrás todos los asientos de la camioneta y tirando de Eva para que cayera a su lado.
Rodar sobre su cuerpo fue lo más fácil, meterse entre sus piernas fue como si acabaran de liberarlo de una jaula, y pasar la lengua sobre aquella piel blanca y tersa fue casi maldecir porque no tenía más lengua con qué lamerla.
¡Era deliciosa la condenada! Dulce, suave, vibrante. Asher podía hacer aquello velocidad de cachorro en celo, pero la verdad era que quería disfrutarlo, así que se mordió los labios mientras subía los tobillos de Eva sobre uno de sus hombros y le sacaba aquellas bragas con un gesto sensual.
Había algo en la mirada de aquella pelirroja que era capaz de desarmar a un batallón, pero a él lo tenía completamente firme. No estaba húmeda, estaba empapada, y cuando Asher abrió sus piernas con aquel gruñido casi animal, ella solo pudo cerrar los ojos porque ya sabía lo que venía. Él se había pasado todo el condenado día excitado y ahora era simplemente un depredador que venía a comer.
Sintió su lengua delineando su sexo, mientras un par de sus dedos jugaban con su humedad por algunos segundos antes de penetrarla. Su cuerpo se arqueó involuntariamente y Asher apoyó aquella mano sobre su vientre empujándola contra el suelo de la camioneta.
—¡No te muevas! —gruñó en un tono que ya no tenía nada de simpático.
Y su boca solo volvió a atacarla, como si aquella fuera una batalla en la que ella debía rendirse mientras él devoraba todo al compás de sus gemidos. En solo unos pocos minutos sus dedos la llevaron a un ritmo mucho más rápido, y esperó a sentir el primero, aquel primero de todos los espasmos que vaticinaba un orgasmo violento para darle la vuelta con brusquedad.
—¡Aaaaah! —El grito involuntario de Eva se ahogó contra la mano de Asher, mientras aquel latigazo de placer y dolor la atravesaban.
No estaba húmeda, estaba lo que seguía, pero aun así eso no podía hacer nada contra el tamaño de aquel condenado.
Cerró los ojos y su espalda se arqueó, recibiéndolo mientras sentía su respiración caliente contra su nuca y golpeteo feroz de su ingle contra sus nalgas.
—¡Descarada! —lo escuchó reír—. ¡No puedes decirme que no estabas esperando eso!
Eva hizo un puchero y no se atrevió a negarlo. Entraba duro, rápido y hondo mientras ella sentía que apenas podía sostenerse. ¡Iba a acabar con las rodillas rojas y todo iba a valer la pena!
—Lo siento, nena, pero aquí no puedes gritar —dijo Asher, y en el momento en que lo sintió separarse de ella supo que la advertencia no venía solo del hecho de que quería arrastrarla con él a un increíble final feliz.
Sintió sus manos cerrándose en la carne de cada una de sus caderas y la siguiente embestida la envió hacia adelante mientras él gruñía. Era como si estuviera decidido a romperla. Su miembro la taladraba con fuerza mientras las uñas de Eva se clavaban en el tapete de la camioneta intentando soportarlo.
Cada golpe de su cuerpo contra el de ella era seco y poderoso. ¡Plop! ¡Plop! ¡Plop! ¡Plop! Todo en su sexo se contraía, dolía, palpitaba y la llevaba al borde de otro orgasmo.
Y por más masoquista que pareciera, las palabras que salieron de su boca solo fueron:
—¡Más…!
—¡Y ella quiere más, señoras y señores! —jadeó Asher enredando la mano en aquel cabello rojo, levantándola contra él mientras cada embestida era más feroz.
—Quiero que te corras, nena —ordenó mordiendo sus labios—. ¡Obedéceme! ¡Córrete… ahora!
Eva podía sentir su miembro penetrándola como un ariete hasta arrancarle ese grito con que se corrió completamente, y tres segundos después sentía esos gruñidos deliciosos en la garganta de Asher mientras se liberaba también.
Su cuerpo hizo un arco con el suyo y la arrastró sobre aquel tapete, mientras los dos intentaban recuperar la respiración y la cordura… aunque posiblemente solo uno de ellos volvería. Los minutos que pasaron fueron largos, sellados con algunos besos suaves porque aunque ninguno los decía, se habían quedado con ganas de más… de mucho más.
Pero finalmente fue ella la que se vistió y salió de aquella camioneta sin molestarse en acomodarse el cabello porque lo suyo era ser un sexi desastre.
—Lo siento por no avisarte sobre el tamaño —le sonrió con descaro.
—Tranquilo, me gustan las sorpresas —replicó ella alargando la mano—. Gracias por el rato, espero que no nos volvamos a ver.
—Claro… claro, por eso de que no tendremos ningún vínculo. ¿Verdad? —murmuró Asher humedeciéndose los labios.
—Exacto, ninguno —replicó Eva—. Michelle y Sebastian se separarán para siempre, nada los une a ellos, así que nada nos une a nosotros tampoco. No hay ninguna razón para que volvamos a encontrarnos.
Y esa declaración se desmoronaría como un castillo de naipes en el mismo momento en que el doctor que atendía a Michelle salió para comunicarle a su familia cómo estaba.
—Por suerte no hay nada que lamentar —declaró con alivio—. Está un poco en shock por lo que pasó, y evidentemente deshidratada, pero en su estado todo podría haber sido mucho peor, así que supongo que debemos dar las gracias.
Y en medio del silencio generalizado y de la tensión indescriptible, solo el padre de los Vanderwood se atrevió a despegar los labios para hacer aquella pregunta.
—¿Y qué estado exactamente sería ese?
—Embarazada —respondió como si fuera una sentencia, y Eva y Asher se miraron con el azoro retratado en las caras.
¿Quién había dicho qué sobre ningún vínculo…? ¿Eh? ¡¿Eh?!
CAPÍTULO 4. Ningún vínculo
Escrito el 04/09/2024
DAYLIS TORRES SILVA