CAPÍTULO 3. La suegra malvada

Escrito el 20/08/2024
DAYLIS TORRES SILVA

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—Y ahora, los declaro marido y mujer ¡puede besar a la novia! —anunció el juez y la gente comenzó a aplaudir. 
Rafael la tomó en sus brazos, le hizo un dramático giro y la inclinó como en una película.
—¡Joder, Minitoy, yo te tiraba de las trenzas! ¡No sé cómo besarte! —se rio—. ¿Te basta con un piquito?
—¿Tan mal besas, Satanás? —se espantó Mimí.
—No creo, mejor probamos… 
Sus labios se unieron con los de la muchacha y Mimí sintió que se derrrrrrretía en sus brazos. Tenía una lengua curiosa y mordía tanto como besaba. ¡Le encantaba eso!
Acabó con los ojos bizcos y sin poder respirar.
—¿Eso fue demasiado? ¿Volvemos al piquito? —preguntó Rafael.
—¡Nooooooo, no, no, no! ¡Tú méteme la lengua hasta el esófago! ¡Tú sin miedo…! 
Rafael la levantó y volvió a besarla con un gruñido de satisfacción. Le gustaba su sabor, le gustaba que no fuera ni tímida, ni trágica, ni mojigata. 
—¡Ejem! ¡Ejem! —carraspeó el juez—. Si fueran tan amables de firmar.
Rafael se limpió la boca y se bajó la pierna de Mimí, que ya estaba como por su cadera, firmó el papel y ella lo firmó luego. 
—Bueno, Minitoy… ¡vamos a celebrar esto! —exclamó ofreciéndole su brazo.
—¿Ahora es cuando me echas sobre tu hombro como el cavernícola sexi que sé que tienes dentro? —preguntó Mimí.
—Lo haría, pero se te vería el culo.
—Ah… bueno… ¡igual vamos a beber!
Salieron de allí muy orondos, mientras veían cómo los otros novios hervían de rabia. Se habían robado la atención de su boda y ahora en lugar de hablar sobre Daniel y Sabrina, todos hablaban sobre Rafael y Mimí.
Rafael le abrió la puerta del coche y Mimí se remeneó del gusto. Él se sentó detrás del volante, puso música a todo lo que daba y condujo hasta el club de campo del que los Valverde eran socios. 
La arrastró hasta uno de los restaurantes junto al lago y anunció por todo lo alto que Rafael Valverde se había casado. En dos segundos estaba corriendo la champaña y ellos dos rían como locos.
Cuatro horas después salían del club para dirigirse a la casa de los Valverde. 
—Joder, Satanás, en serio nos casamos… ¡pero ya echamos a perder el inicio de la historia! ¡Teníamos que habernos emborrachado o algo, debíamos casarnos por error, idiota! —protestó ella—. ¡Tenemos que arreglarlo! Busca algún motivo para que me odies a muerte y quieras vengarte hasta que te enamores de mí.
—¡Por Cristo, Minitoy! Deja de leer tantas novelitas de plataforma, te están aguando el cerebro —se rio Rafael—. ¿Cómo te voy a odiar si te conozco desde que éramos niños? Creo que lo peor que me hiciste fue robarme los libros. 
—Bueno… —Mimí miró al techo del auto con una mueca—. ¿Recuerdas la caca de perro que te encontraste un día en tus zapatos y creíste que era culpa de Mónica?
Rafael la miró de reojo.
—Déjame adivinar: no fue Mónica.
—Y tampoco era de perro.
—¿¡Te cagaste en mis zapatos!? ¡Cochina! —exclamó Rafael.
—¿Ya me odias? ¿Cómo está tu sed de venganza? —preguntó Mimí inclinándose hacia él. 
Pero la verdad era que Rafael estaba tratando de aguantar la risa.
—Amerita que te azote el trasero en repetidas ocasiones… pero hasta ahí.
Mimí hizo un puchero.
—¡Vamos, Satanás, tienes que ayudarme! —le pidió—. ¡Un dramita es todo lo que pido! ¿Qué te cuesta conseguirte una amante y romperme trágicamente el corazón?
—¡Es que de verdad no soy un playboy! ¿Qué quieres que le haga? 
Él se encogió de hombros mientras estacionaba frente a la casa de sus padres. 
—¡No me jodas! ¡Con lo bueno que estás y no aceptas amantes! ¿¡También tenías que ser fiel!? —rezongó Mimí.
—Mira, Minitoy. No es cuestión de fidelidad, es cuestión de logística. Entre el trabajo y la alineación con reglas, no tengo tiempo ni para una novia, ¿en qué momento tendría también una amante? —refunfuñó—. ¿Pero tú quieres drama? ¡No hay problema! ¡Vas a ver!
Sacó su teléfono y lo puso en altavoz, y al otro lado le contestó una voz impaciente y furiosa.
—¡Rafael Alejandro Rey Valverde! ¿¡Por qué chingados no me respondías al teléfono!? —le gritó su madre—. ¿¡Qué es esa estupidez de que te casaste!? ¿¡Con el permiso de quién!? ¿¡Cómo se te ocurrió!? ¡Dime que es mentira, tiene que ser solo un chisme!
Rafael vio la sonrisa en el rostro de Mimí y suspiró.
—No, mamá, no es un chisme. De verdad me casé.
—¿¡Con quiéeeeeeeeeeeennnnn!? —rugió la señora Valverde, desquiciada.
—Se llama Minerva —respondió Rafael.
—¡Minerva! ¿¡Qué Minerva!? ¿Quién es? ¿De dónde es…?
—¡Espera, espera! Estamos fuera de la casa. Ya me bajo y te la presento —dijo Rafael colgando la llamada y las gemelas de Mimí estaban que se hinchaban en su pecho de la emoción.
Bajó del auto y se colgó del brazo de su flamante esposo.
—¡Ahora sí! ¡Esto por fin se va a encaminar! —exclamó emocionada—. Tendré una suegra que me odia a muerte por arrebatarle a su adorado hijito, a su tessssssorooooo. Tu madre pondrá el grito en el cielo porque no te casaste con una millonaria salva-empresas, ¡sino con una humilde maestra de artes plásticas como yo! ¡Me detestará! ¡Dirá que no soy suficientemente buena para su familia! ¡Me humillará en cada evento al que vayamos y yo sufriré en silencio solo por no darte un disgusto…! ¡Hasta que mi suegra malvada acabe provocándome un trágico accidente… o inculpándome de algún asesinato…!
Y como para corroborar sus palabras, la señora Lucía Valverde abrió la puerta de aquella casa como si fuera un dragón echando fuego por la boca.
—¡Rafael! ¡¿Con quién chingados te casast…?! —La señora Lucía se detuvo al ver a Mimí y la señaló—. ¿Mimí…? ¿Minerva…? —Rafael asintió y la sonrisa de su madre llegó de oreja a oreja—. ¡Miiiiiiimííííííííí! —exclamó abrazándola y besándola—. ¡No lo puedo creer! ¡Por fin se me hizo! ¡Llevo toda la vida rezando a ver si ustedes dos, brutos, se enredaban de una buena vez! ¡Y ahora se casaron! —Abrazó a Mimí y empezó a dar saltitos de alegría—. ¡Gracias, Dios mío! ¡Qué felicidad!
Mimí le dirigió una mirada asesina a Rafael, que se desternillaba de risa contra el marco de la puerta.
—¡Joder, Satanás, consíguete una puta amante!