CAPÍTULO 4. El instrumento de deflagración

Escrito el 20/08/2024
DAYLIS TORRES SILVA

2

Mimí veía doble… o triple… la cosa era que veía muchos Satanaces y eso era peligroso. 
Se dio cuenta cuando se fue de boca contra una pared.
—¿Qué hacesssss, Min... Minitoy? —rezongó él con la lengua trabada. Los Valverde habían celebrado la noticia como solo ellos sabían hacerlo: hasta desfallecer. 
Luego les habían pedido un Uber y los habían mandado al departamento de Rafael para que tuvieran su madrugada de bodas… o al menos lo intentaran.
—¿Qué hacessssssss?
—Estoy tratando de pasarle la lengua a uno de los tú… pero creo que me equivoqué… —Mimí hipó y volvió a intentarlo, golpeándose de nuevo.
—Ese tam... ¡hip!... tampoco soy yo… —advirtió Rafael—. Ni ese… ni ese…
—¿Me quieres ennnnncaminar un poquito… digo… antes de que me acabe de rrrrrromper la cara….? —pidió Mimí y él acabó jalándola dentro del departamento.
Mimí miró alrededor por encima de aquella bruma y rio. 
—Wow, Satanás… ¿estás sobrecompensando? —preguntó porque la sala era extremadamente grande. 
—Pues no, solo lo estoy haciendo proporcional…—respondió él encogiéndose de hombros—. También hay otras cosas grandes aquí…
Se miró la entrepierna y Mimí se humedeció los labios. Se acercó a él y le echó los brazos al cuello mientras palpaba por encima de su ropa los músculos duros.
—¿Ahora es… ¡hip!… cuando me haces el amorrrrr sssssalvajemente? —preguntó con un intento muy fallido de coquetería.
—Puesssss no —replicó él y Mimí hizo un puchero.
—¡Joder, a ver si va a ser verdad que no se te para…!
—¡Que no es eso, pendeja…! —rezongó Rafael y luego sonrió—. ¿No lees los anuncios? ¡No se debe manejar maquinaria pesada bajo los ejectos del alcohol… !
—Los effffectos…
—¡Eso, eso! Pero mañana a primera hora… ¡te voy a dejar inválida! 
Mimí trató de ponerle los ojos en blanco, pero eso le dio demasiado mareo y acabó sentándose en el sofá.
—¿Quieres que te lleve a la cama… essssssposa mía? —preguntó Rafael cayendo a su lado.
—Ahorita… ahorita… —murmuró Mimí, y un segundo después estaban los dos roncando sobre el sofá, sin haber llegado ni siquiera cerca de la cama.
Mimí abrió los ojos al día siguiente y el sol ya estaba bastante alto, así que debían pasar de las diez. El sonido de la ducha se le hizo entraño, el olor a café la hizo sentir mejor y se sentó con la cabeza entre las manos, jurándose que no iba a beber de nuevo.
Levantó la mirada para tratar de ubicarse y la figura de Rafael saliendo del baño casi le desprendió la quijada. 
Llevaba una toalla alrededor de las caderas y con otra se secaba el cabello. Tenía un cuerpo de tableta de chocolate de lujo, como para ganar Míster Universo.
—¡Jesucristo! —balbuceó Mimí cuando lo tuvo a dos metros. 
—¿No era Satanás? Ponte de acuerdo —se rio Rafael—. Te puse todo lo que necesitas en el baño, anda a quitarte la resaca.
Mimí lo obedeció porque reamente lo necesitaba, y se metió a la ducha, sintiendo cómo el agua le aliviaba aquel dolor de cabeza. Se puso una playera enorme que Rafael le había dejado y le sacó un bóxer de la gaveta, total él tenía muchos.
Para cuando llegó a la cocina, ya Rafael estaba preparando algo de desayunar que no los hiciera vomitar a ninguno de los dos. 
Mimí se sentó en una de las banquetas de la barra y se bebió medio vaso de jugo helado antes de apoyar la barbilla en las palmas.
—Oye, Satanás, esto es en serio ¿cómo es que no tienes una comitiva de mujeres derribando tu puerta? —preguntó con curiosidad.
Rafael se encogió de hombros mientras bebía su jugo.
—Pues supongo que no se trata de cuántas mujeres puedas tener, sino de cuántas puedas mantener.
—Pues tú no has mantenido a nadie y yo tampoco —bufó Mimí—. ¿Y si de verdad somos unos desastres? 
—¡No digas eso ni en broma, Minitoy! —gruñó Rafael señalándola con la espátula—. Tú y yo nos conocemos desde niños, sabemos que no somos malas personas, tenemos nuestras cosas, pero no como para que nos vayamos a quedar solos para toda la vida. 
—Pues ya no, porque nos casamos… ¡Joder, Satanás, nos casamos en serio! —murmuró Mimí y él puso un par de platos en la barra antes de sentarse frente a ella—. ¿Qué se supone que vamos a hacer? 
—Pues nos podemos divorciar en cualquier momento, eso no es un problema, ninguno de los dos se la va a poner difícil al otro… —respondió él, pensativo—. Pero es que de verdad me molestó lo que dijo la zorra de tu prima, no les quiero dar el gusto. 
Mimí pinchó furiosamente su omelet con el tenedor como si fuera alguien a quien quisiera apuñalar.
—Yo tampoco. ¡Seguimos casados entonces!... ¿Pero se supone que lo intentemos? 
Los dos se quedaron mirándose durante un largo minuto.
—Pues intentarlo habrá que intentarlo mucho, de verdad somos personas muy diferentes —dijo Rafael—. Para empezar te mudas aquí, y esta tarde conversamos con tus padres para darles la noticia. 
—¿Y sobre todo lo demás?
—Supongo que saldrá por el camino ¿no? —suspiró él mientras Mimí miraba alrededor, aquel lugar estaba inmaculado, como si nadie viviera allí.
—Se me había olvidado que de verdad eras tan meticuloso… —murmuró—. Oye, eso que dijo Sabrina… de que hay que seguir un protocolo para acostarse contigo… ¿es verdad? —preguntó intentando disimular la risa, y él le dirigió una mirada asesina.
—¡Claro que no! ¡Esa solo fue la babosa de tu prima justificando lo injustificable! Tengo preferencias como todo el mundo. ¿Qué tiene de malo querer hacerlo cómodamente en una cama y no trepando por las paredes? —gruñó Rafael—. ¡No soy el puto Spiderman! Agarrar a una mujer contra la pared un momento está muy sexi, ¡pero cogérsela así da un puto dolor de espalda que no veas!
—¡Y raspa la espalda! —añadió Mimí.
—¡Y raspa la espalda, ahí lo tienes! —exclamó él—. No me malentiendas, no le quito el valor a las posiciones sexuales, pero no hay nada que no puedas hacer en una cama o en un Sillón Tantra. ¡El suelo y la alfombra son recursos desesperados para mí! 
—¡Y raspa las rodillas! —apuntó Mimí—. Y luego pareces niña de cinco años con las patas rojas.
—¡Exactamente mi punto! ¿Por qué no escriben eso en las novelas esas que tú lees? ¡Coger delante de la chimenea es un asco! ¡Se te pega una peste a humo de los cojones! —exclamó Rafael y Mimí se echó a reír—. ¡Es que si el egipcio que inventó la cama nos viera a cuatro patas sobre una alfombra raspándonos las rodillas pensaría: «¡Es que no la he publicitado bien!»
La carcajada de Mimí retumbó en el departamento y Rafael la miró bien, con aquel cabello mojado y esa risa descontrolada se veía muy sexi. No llevaba brasier así que las gemelas se le marcaban en su playera, y Rafael estaba que babeaba por ellas. 
—Bueno… habiendo aclarado eso, creo que sí deberíamos intentarlo. —A Mimí se le fue la risa en un segundo y lo miró aturdida—. ¿Qué? Tú me gustas, yo te gusto, pensé que eso había quedado claro cuando me dijiste y cito: «Méteme la lengua hasta el esófago…»
—Síííííí… sí… bueno sí… emmm… 
Rafael achicó los ojos y le dio la vuelta a la encimera, quedándose frente a ella. Mimí estaba que se le hacía agua la boca con el cuerpazo de aquel hombre, le tocó los cuadritos con las puntas de los dedos, pero cuando tiró de aquella toalla solo ahogó un grito llevándose las manos al pecho.
—¡Jesús bendito! —exclamó saltando de la banqueta y corriendo por sus cosas mientras Rafael se envolvía de nuevo en la toalla. 
—¿Qué pasa? ¡Tampoco es para tanto!
—¿¡No es para tanto!? ¿¡No es para tanto…!? —gritó Mimí buscando sus zapatos bajo el sofá—. ¡Eso no es un pene, eso es un instrumento de deflagración! 
—¡Oye, oye…! No uses palabritas raras que las lectoras de plataforma siempre se quejan por eso —le advirtió Rafael.
—¡No es una palabra rara, deflagración: combustión…!
—Esa tampoco…
—¡Pues que se busquen un puto diccionario, coño, si ahora San Google lo sabe todo! —rezongó Mimí corriendo hacia la puerta sin importarle que estaba en playera y bóxer.
—¿Sí sabes que estás ofendiendo a todas las que nos están leyendo ahora mismo, verdad? —le gritó Rafael y la vio asomar la cabeza de nuevo.
—Me vale madres, pero tú a mí, eso, ¡no me lo metes!