La vio retroceder, fruncir el ceño, pestañear demasiado despacio como si estuviera a punto de dormir o de desmayarse, y la envolvió en sus brazos con un gesto posesivo y nervioso.
—Ki... ¡Gin...! ¡Oye...! ¿Está todo bien...? —murmuró con el corazón acelerado y sintió la forma en que la muchacha temblaba contra su cuerpo.
—Sí... lo siento, no tengo idea de por qué dije eso —murmuró rascándose la frente y tratando de apartarse, como si de repente cayera en cuenta de lo que había salido de su boca—. ¡Oh, Dios, lo siento mucho...! ¡Yo no quería...!
Sus ojos iban de la foto hasta él y de vuelta, mientras sentía aquel nudo en la garganta que no sabía cómo tragar.
—Cálmate, no dijiste nada malo —susurró Peter tratando de recomponerse—. Te juro que no dijiste nada malo...
Sin embargo si había algo más que debía decirse, fue interrumpido un segundo después por uno de los chicos que tocaba a la puerta. Los dos salieron de la oficina y él la vio perderse entre los alumnos como si quisiera escapar de él; y no tenía idea de que era todo lo contrario.
La escuela Russel era un colegio lleno de movimiento en el día, pero en las noches tenía ese mágico misticismo de palacio invernal que hacía que todo se acostaran temprano. Normalmente Peter se retiraba siempre después de la cena, pero ese día no pudo evitar darle la vuelta a una de las torretas y mirar hacia aquella ventana de la que sabía que era la habitación de Gin.
No planeaba quedarse allí por mucho tiempo, ni siquiera podía explicar lo que había sentido, pero antes de que se diera cuenta escuchó aquella voz a su espalda que lo hizo girarse de inmediato.
—Tú también me estás buscando... —susurró Gin y Peter pasó saliva, intentando contener aquel mar de emociones caóticas que sentía.
—¿”También”? —preguntó dando un paso hacia ella y la vio pasar saliva y frotarse los brazos con nerviosismo.
—Si te lo contara no me creerías —murmuró la chica y Peter se acercó despacio, como si fuera un animalito al que le diera miedo asustar.
—Pruébame —le pidió con aquella sonrisa llena de amabilidad que hizo que la muchacha se relajara en un segundo.
—Nunca te había visto antes. Para que pudieras creer todo lo que te voy a decir, primero tendrías que saber eso: que jamás te había visto antes de hoy en esa foto —murmuró la muchacha y Peter asintó.
—Te creo.
—¡Pero ese es el problema! ¡Ni yo me creo! ¿Entiendes? —replicó ella apretando los puños aun dentro de los bolsillos—. Si yo no fuera yo, diría que soy una acosadora porque desde hace mucho que algo... ¡Dios, no sé qué estaba tirando de mí hacia acá! ¡Como si hubiera algo aquí que necesitara ver, como si hubiera alguien esperando por mí, como...!
—Como si yo estuviera esperando por ti —sonrió Peter y ella pasó saliva—. Y no te equivocas en eso. He estado esperando, he estado esperándote por mucho tiempo, solo que no esperé volver a verte en esta vida.