CAPÍTULO 4. Una habitación con poca luz (1)

Escrito el 14/12/2025
DAYLIS TORRES SILVA


Layla

Sus últimas palabras me vienen a la cabeza y siento que no puedo controlar la respiración. Me he sentido impotente tantas veces en mi vida que ya debería estar acostumbrada, pero esta es definitivamente la peor de todas. Siento su brazo alrededor de mi cuerpo y ni siquiera tengo fuerzas para asustarme por que un desconocido está abrazándome… o controlándome. Ya no sé.

 Me duele el alma, el corazón, la mente… todo menos esa mano que hasta hace unos segundos sostenía un pedazo de vidrio y me hacía sentir que, al menos si me hacía daño, era algo que yo podía controlar.  

 Sabía que este día llegaría, sé lo que soy, lo que siempre he sido, pero esperaba un poco de compasión ahora que… ahora que… El nombre y cuño en aquel certificado que hice pedazos hace unas horas me arranca un gemido ahogado. Si alguna esperanza quedaba, murió hoy. Murió junto con la mujer que quise ser un día.

 Mi cuerpo se tensa y no puedo evitar los sollozos que siguen saliendo de mi pecho, y de repente es como si ya no tuviera fuerza ni voluntad para nada. No sé en qué momento he llegado al suelo pero estoy sentada sobre el regazo de ese hombre. Siento la dureza de su pecho contra mi espalda y mi piel se eriza cuando su aliento roza contra mi cuello.

 — Puedes gritar. — sus labios se sienten suaves y calientes — Conozco el sentimiento, de impotencia, de ira, de dolor. Te prometo que saldrá si gritas.

 Nunca lo he intentado, pero ¿qué más voy a perder? Me dejo ir, grito con todas las fuerzas que me quedan. Grito por James, Grito por Theo. Grito por la libertad que no tengo. Grito por la condena con la que nací. Grito porque la maldita vida es injusta en las maneras más insospechadas… y de repente ya no tengo aire y todo lo que sale de mí son lágrimas, calladas y profundas, las de siempre.

 Estoy tan cansada que sólo me muevo cuando me obliga. Quedo sentada todavía sobre él, muy cerca, y puedo sentir su mirada penetrante, incluso un poco acusadora, clavándose en mi rostro.

 — No vuelvas a hacerlo. —su voz intenta ser dulce, pero estoy segura de que hay fiereza detrás de esa aparente tranquilidad — Ningún maldito infeliz hijo de puta vale tu vida.

 ¿Yo dije eso en algún momento?

 Normalmente no maldigo, al menos no en voz alta.

 La vergüenza de lo que acabo de hacer es otro golpe. Me lastimé, lo sé, ha empezado a doler como el demonio, ¿pero no era eso exactamente lo que quería? ¿Que me doliera algo de lo que por una vez soy por completo responsable?

 Me justifico, no sé cómo, o al menos lo intento.

 Mis palabras se atropellan porque toca mi muñeca para mostrármela y sé que está furioso por lo que hice, y no entiendo por qué pero eso me agrada.

 Es mayor que yo, eso es obvio, como es obvio que está acostumbrado a dos cosas: una, a mandar en su ambiente; y dos, a proteger a la gente que le importa. Sé que no formo parte de la gente que le importa, pero los hombres que nacen con instinto protector no pueden evitarlo, algo se desarrolla en su carácter que salta a la vista. Lo sé porque conozco la otra cara de esa moneda.

 Me mira los labios, y yo miro los suyos. Estamos tan cerca que puedo sentir el tirón de su erección golpeando contra la parte trasera de mi muslo. Debo estar hecha un desastre y aún así le he provocado eso… es inapropiado pero al menos no es hipócrita.

 No menciona una sola palabra sobre ello, creo que espera que no me haya dado cuenta, pero sí lo hice. Lo hice y mi piel vibró en un solo instante.

 — Puedo enseñarte diez maneras de sentirte viva justo ahora, y ninguna…

 Intenta decirme algo, pero no termina.

 El calor que sube por mis piernas y se acendra en lo alto de mi estómago responde por mí. Sí, tiene razón, hay miles de formas de sentirme viva justo ahora. Miro su boca y es como si un imán me arrastrara. Busco sus labios y no pido permiso para ir más allá. No lo necesito.

 Él los separa para recibirme y siento su lengua trazando un camino de deseo sobre la mía. Sabe a coñac del caro y sal de mar. No entiendo la combinación pero ese sabor me hace cerrar los ojos y aferrarme a la solapa de su saco con la mano que no me duele.

 No sé en qué momento giro lo poco que falta para que estemos frente a frente y ya estoy a horcajadas sobre él. Hay muy poca luz en el salón, pero es suficiente para notar que es muy atractivo. No atractivo oscuro, como los chicos malos. Atractivo como hombre experimentado, pleno, salvaje, delicioso.

 Pone sus manos alrededor de mis caderas, empujándome sobre su erección, y se me escapa un gemido involuntario. No puedo recordar la última vez que tuve sexo con un hombre, parece que han pasado siglos, y quisiera decir que sólo mi cuerpo está necesitado, pero la verdad es que mi alma también lo está.

 Siento que mi vestido va subiendo poco a poco, y ese roce premeditado sobre mis muslos hace que me estremezca y arquee el cuerpo. Me besa el cuello, la clavícula, el hombro. Lame, muerde, besa, y se toma todo el tiempo del mundo para acariciarme mientras va descubriendo mis piernas y entonces entiendo que lo deseo. En estado puro, es deseo en estado puro y me abandono a él.