Thiago
No termina el insulto porque lanza una copa contra la pared más cercana y supongo que ahí se fue su rabia. Si este es el origen del ruido de vidrios rompiéndose, significa que debe estar casi por acabar con toda la colección de copas. Está tan absorta en lo que hace que ni siquiera se ha dado cuenta de que estoy aquí.
Saca otra del estante que hay tras ella y vacía un poco de lo que sea que haya en esa botella que lleva en la mano. Se lo bebe de una vez y deja caer la cabeza sobre el pecho. Escucho un sonido extraño y sé que viene de allí, de lo más hondo de su ser. Y no puedo evitar quedarme como una estatua porque hace demasiados años que no lo escuchaba.
Está sollozando, primero con rabia, luego con frustración y sé lo que viene, sé hacia dónde va ese tipo de llanto que se ahoga y resurge y arrastra todo a su paso. Veo que levanta la copa y esta vez su blanco es la barra, la estrella contra la vieja superficie de madera con toda la fuerza de su brazo y sé que no hay forma de que no se haya lastimado. Estoy a menos de dos metros cuando la veo agarrar un trozo de cristal con esa mano y apretarlo…
— ¡Súeltalo…! — no grito, sólo soy enérgico. No sé en qué momento he llegado pero estoy tras ella. La aprieto contra mi cuerpo con el brazo izquierdo, mientras con el derecho sostengo su muñeca para obligarla a que deje ir el pedazo de cristal — ¡Súeltalo! — susurro en su oído con toda la suavidad que la adrenalina me permite y se queda inmóvil, no sé si sorprendida o asustada.
Su pecho no deja de subir y bajar con los sollozos. Sé que no puede evitarlo, pero me tranquiliza que poco a poco vaya abriendo los dedos hasta el que vidrio cae al piso. La luz es escasa en el salón, pero es suficiente para ver que no hay pedazos pequeños incrustados en la palma de su mano.
Su espalda está contra mi pecho, echa atrás la cabeza y siento que pierde fuerzas. Me dejo resbalar por la pared hasta quedar sentado en el suelo con ella encima, que sigue llorando como si el mundo se terminara. Saco el pañuelo de mi traje con la única mano que tengo libre y envuelvo la suya con gesto torpe, porque no me atrevo a soltarla.
Aprieta los puños y sé que quiere sacarlo todo, sólo que no sabe cómo. La envuelvo en un abrazo y dejo caer la barbilla sobre su hombro.
— Puedes gritar. — mi boca roza su cuello, no sé por qué lo hago, ni siquiera sé quién es, pero no puedo evitarlo — Conozco el sentimiento, de impotencia, de ira, de dolor. Te prometo que saldrá si gritas.
Me obedece, grita cerrando los ojos y su cuerpo se tensa de tal manera que creo que si la aprieto sólo un poco más se romperá. Una, dos, tres veces y luego su pecho se ahoga en busca de aire. Es terrible, lo sé, pero después de eso comienza a relajarse y en cierto punto sólo hay silenciosas lágrimas cayendo de sus ojos.
Le da vuelta a su rostro con los ojos cerrados y por primera vez puedo verla bien. Tiene unas pestañas largas y muy negras, una naricita respingona y los labios más apetecibles que he visto en mi vida. Abre los ojos poco a poco y veo que son de un color miel oscuro. Tiene una belleza extraña, de esa que parece que va a desaparecer de un momento a otro como polvo de hadas.
Levanta un poco la mano donde tiene enroscado mi pañuelo lleno de sangre y la mira como si fuera algo completamente ajeno.
— No vuelvas a hacerlo. — Dios sabe que no soy un rescatador de damiselas en peligro, pero por alguna razón verla lastimada es insoportable. La obligo a girar medio cuerpo para enfrentarme y atrapo su cara para que se concentre en mí. Mis dedos se mojan con sus lágrimas y eso me enfurece — Ningún maldito infeliz hijo de puta vale tu vida. — no sé por qué recuerdo cada palabra.
Hace un movimiento con la boca, como si quisiera responder, y siento que hay un resorte bajo mi pantalón. Sólo espero que no lo sienta. Me mira como si no entendiera y luego habla. Su voz es una seda en mis oídos:
— No iba a hacerme daño, — sus ojos se clavan en los míos y me estremezco — Créeme tengo motivos muy poderosos para vivir.
— ¿Y qué es esto entonces? — pregunto tomando su muñeca y levantando su mano herida.
La observa y veo que pasa saliva. Entiendo la confusión que siente, se ve que no era ella misma hace unos segundos.
— Yo… solo… solo necesitaba…
— Sentir algo. — termino por ella.
Asiente despacio y veo que sus labios tiemblan. Me provoca unas ganas horribles de besarla pero me aguanto.
— Necesitaba sentir… que estaba viva. — dice en un susurro.
— Puedo enseñarte diez maneras de sentirte viva justo ahora, y ninguna… — no intentaba ser coqueto, lo juro, pero no puedo terminar de hablar porque es demasiado obvio que está mirando mis labios.
Sus ojos trazan un camino hasta mis ojos y no puedo decir exactamente cuándo, pero siento la invasión de su boca sobre la mía. Sabe a vino y a deseo contenido y mi cuerpo responde en automático, apretándola sobre mi naciente erección mientras la escucho lanzar el suspiro más necesitado de la tierra.
La beso como si no fuéramos a despertar mañana, y sé que no será lo último que le haga a esta mujer.
