CAPÍTULO 1. Besos en la noche (1)

Escrito el 14/12/2025
DAYLIS TORRES SILVA

3

CAPÍTULO 1. Besos en la noche (1)

Thiago

 

La villa debe tener al menos mil quinientos metros cuadrados y no menos de trescientos años. No me es difícil calcularlo a ojo porque después de todo soy dueño de una constructora. Para el mundo es una maravilla arquitectónica, pero a mí no me roba el aliento. Soy un hombre de cifras, inversiones y análisis de riesgos, si he de admirar alguna belleza, prefiero que venga en forma de mujer.

 No me malentiendan, no soy un mujeriego. Fui criado por una madre soltera que me enseñó con el ejemplo el valor de una buena mujer, así cada una de las mujeres que han pasado por mi vida han sido valiosas para mí, aunque lamentablemente no todas han sido buenas.

 Entro en lo que hace trescientos años todos llamarían palacio, y busco a mi padre con la mirada. Debí haber llegado con él para que nos presentaran juntos, después de todo mi nombre es absolutamente desconocido entre la aristocracia inglesa, pero tuve una junta que no podía evadir y negocios son negocios.

 Intento evitar miradas curiosas hasta que lo encuentro en una esquina del salón, hablando con unos hombres que, por su expresión, es imposible distinguir si son amigos o enemigos. Tomo una copa de champaña que me ofrece un camarero y me acerco con tranquilidad, ser un desconocido en cualquier ambiente, incluso en este, jamás ha logrado quitarme la seguridad en mí mismo.

 — Buenas noches. — saludo con la cortesía requerida mientras hago una leve inclinación de cabeza. Odio el protocolo de la aristocracia, pero lo he aprendido a fuerza, porque algún día no muy lejano seré parte de ella.

 Mi padre esboza una mueca que se parece mucho a una sonrisa, creo que esta gente ya no sabe cómo sonreír de verdad, pasa un brazo tras mi espalda y me presenta a sus… ¿amigos? con mucha ceremonia.

 — ¡Hijo, has llegado! Permíteme presentarte. — señala con un gesto leve de su copa — El Conde de Kent, el Barón Hastings, y el Barón de Hudson. — voy estrechando manos e inclinando la cabeza. De esta payasada voy a salir con tortícolis. — Este es mi hijo, Thiago.

 Thiago a secas, no puede seguir y lo sabe, porque mi apellido es D´cruz, común en Portugal, pero muy alejado de los títulos nobiliarios ingleses. ¿La causa? Es obvia ¿No? Soy un hijo ilegítimo, o como dirían tras estas cortinas de lujo, soy un bastardo.

 Taddeo Clifford, Conde de Worcester, jamás se preocupó por mí ni me reconoció, porque según él desconocía mi existencia. Al parecer mi madre decidió ser sincera con él antes de morir y le envió una carta contándole sobre mí, y ahora, al cabo de treinta y cuatro años, mi padre decidió reconocerme como su hijo legítimo... aunque eso todavía está en proceso.

 — Thiago es el propietario de Ankora, la constructora portuguesa— sigue mi padre, como si fuera necesario explicar más. Pero no hace falta.

 — ¿Ankora? — el Barón Hasting abre los ojos y se atusa el blanco bigote con sutileza — ¿La constructora que hizo el domo para las últimas Olimpiadas?

 — Así es. — contesto con una sonrisa mecánica. Me gusta que no conozcan mi nombre aunque sí conozcan mi empresa; significa que mi deseo de mantener mi vida privada en la mayor discreción posible ha funcionado.

 — ¿Algún nuevo proyecto en el que valga la pena invertir? — parece interesado el Conde de Kent. Es más joven que todos los otros pero aún así debe rondar ya los cincuenta años.

 — Los proyectos que tenemos están ya muy avanzados, pero en cuanto surja una buena oportunidad, serán los primeros inversionistas a los que llame. — miento descaradamente.

 Ni aunque estuviera loco me asociaría con uno de estos nobles. No es por menospreciar, pero la mayoría vive de sus títulos y de su herencia familiar, perdiendo dinero cada día en lugar de poner su esfuerzo o conocimiento en multiplicarlo.

 — Con su permiso, quisiera presentar a mi hijo al Conde de Derby, me ha estado preguntando mucho por él. — afirma mi padre y dejamos atrás al trío de vejetes.

 La noche se pasa como si fuera una espiral, igual que el camino que recorremos en el salón: una vuelta alrededor, saludamos, inclinamos cabezas, levantamos copas, habla de mi compañía, asombros asombros, y de nuevo saludamos, levantamos copas, inclinamos cabezas…

 Miro el Rolex en mi mano y son apenas las doce de la noche. Estas fiestas van para largo así que lanzo un suspiro por lo bajo porque estoy mortalmente aburrido. Las mujeres parecen todas iguales, con largos vestidos, rígidos peinados y todas con algunas copas de más. Es lógico, sus maridos, vestidos de pingüinos, beben, fuman y hablan de “negocios” sin prestarles la menor atención.

 Hay música, pero nadie baila. Esta velada en mi país sería un fiasco absoluto, pero qué le vamos a hacer. Ya cambié el champán por coñac, y a Dios gracias que lo hice porque ahí viene la charla que mi padre estaba esperando darme.

 — Hace un par de días hablé con el Duque de Richmond. — ya se había tardado — Su hija Layla está disponible… quiero decir, dispuesta. — se atropella un poco con sus propias palabras.

 — Haces un gran esfuerzo por no darme la impresión de que el matrimonio al que quieres empujarme, no es más que un negocio. — digo sin una expresión definida en la voz. He aprendido a mantener mis emociones a raya cuando estoy en público.

 — Hijo, tú no naciste en este mundo, entiendo que los matrimonios arreglados no sean algo natural para ti, pero un título es siempre un título. — dice con un mohín que no sé descifrar.

 — Puedo tener el tuyo. —Soy severo y lo sé, pero es que no me gusta andarme por las ramas—. ¿Exactamente cuál es el problema con eso?