El corazón le dolía, el alma le dolía. Algo dentro de Ayanna simplemente se había roto solo por ver a aquel hombre de pie frente a ella.
—Maldición, son diez años —masculló para sí misma—. Él no ha cambiado anda, pero tú sí… tú sí.
Lanzó la caja con lo poco que llevaba al asiento del copiloto, y se sentó al volante de su camioneta mientras trataba de mantenerse respirando. Dejar Kronnos había sido cosa de un día para el otro, literalmente, así que ahora tenía que decidir qué hacer.
Por suerte no era como que le faltaran propuestas de trabajo, podía quedarse o marcharse; y tal como estaban las cosas, volver a Inglaterra posiblemente sería lo mejor. Quizás si hubiera estado sola lo habría hecho, habría tomado un avión y se habría largado lo antes posible, pero no estaba sola y no podía someter a las personas a las que más quería en el mundo a que vivieran con esa sensación de estar huyendo.
Así que se tomó el resto del día para perderse en el tráfico, porque era mucho mejor opción que volverse loca, y para las tres de la tarde se detuvo frente a la puerta de aquel colegio, abrió los brazos y dejó que aquellas dos gotas de agua con sonrisas radiantes se colgaran de su cuello como si todavía tuvieran dos años.
—¡Mami! ¡Salimos primeras de la clase! —exclamó Rowena haciéndole un gesto de victoria, y Ayanna levantó las manos y hasta protagonizó un bailecito que hizo que la otra gemela pusiera los ojos en blanco.
—Por favor, solo vamos a tercer grado, un poco de decoro —suspiró dramáticamente Coralie—. No sé cómo podemos ser idénticas por fuera y tan distintas por dentro…
—¡Sí, claro, porque tú tienes tripas azules! —se burló Rowena.
—No, porque yo sí tengo sentido del ridículo, no como tú y mamá —se quejó su hermana—. Supongo que en eso debo haber salido a papá.
Ayanna contuvo el aliento por un segundo. El tema de su padre jamás había estado prohibido, simplemente que en un día como aquel, la encontraba más sensible que nunca.
—Eso es cierto —murmuró acariciando la cabeza de su hija—. ¿Y sabes qué más era tu padre? Un hambriento de primera. Así que vámonos a comer algo antes de que me coman a mí.
Las gemelas no se lo hicieron repetir y se subieron a la camioneta, ajustándose los cinturones y bombardeando a Ayanna con todo lo que habían hecho en las últimas seis horas. Ella exhaló un suspiro de alivio y se sumergió en aquella conversación como si fuera justo la medicina que necesitaba para tratar su herida más reciente.
Después de veinte minutos de tráfico, por fin se detuvo frente al restaurante favorito de las chicas y las gemelas se sentaron con expresiones que iban de la sospecha al crimen.
—¿Cuál es la mala noticia? —preguntó Coralie y Ayanna frunció el ceño.
—¿Por qué tiene que haber una mala noticia? —se quejó.
—Porque solo nos traes aquí para grandes celebraciones o para darnos malas noticias. —Rowena respaldó a su hermana—. “¿Les gusta su hamburguesa? ¡Qué bueno, porque nos vamos a mudar!”
Ayanna las miró con una ceja arqueada y se encogió de hombros.
—Entonces espero que disfruten su hamburguesa, porque nos vamos a mudar —respondió.
—¿¡Quééééé?! —exclamaron las gemelas al unísono y lo que vino después fue un concierto desesperado de protestas que parecían no tener fin.
—¡Yo no me quiero mudar! ¡Era una expresión!
—¡Yo voy de primera en la escuela, me vale que esté en tercer grado! ¡Quiero ser la primera!
—¡Mamá, aquí están todos nuestros amigos!
—¿Por qué nos iríamos? ¿Te echaron del trabajo?
—¡Y seguro hasta quieres regresar con los abuelos! ¡Yo voy a donde sea menos con los abuelos!
Ayanna se cubrió el rostro con las manos. Bueno, ahí se iba volando la posibilidad de volver a Inglaterra. Y agradeció cuando les trajeron la comida y las gemelas se concentraron más en comer que en discutir.
Le dio un sorbo a su bebida y por un segundo se quedó mirando su plato como si esperara que la respuesta correcta saliera de ahí, pero al final sabía que solo le quedaba el diálogo y la conciliación.
—Tuve que dejar mi trabajo —murmuró y las niñas se quedaron mirándola con atención—. No tenemos problemas de dinero y tengo muchas ofertas fuera de la ciudad. No tenemos que volver a Inglaterra si no quieren, pero sí tendremos que cambiar de ciudad.
El silencio que se hizo en la mesa fue casi trágico mientras las gemelas se miraban. La respuesta era obvia: ellas no querían irse. Estaban en la misma escuela desde los cuatro años, tenían sus amigos de las pijamadas, del equipo de softbol y de los campamentos improvisados de padres sobrecompensadores. ¡Por supuesto que era una crueldad arrancarlas de todo lo que conocían y amaban!
Y lo peor de todo era que Ayanna sabía que a pesar de las protestas, las niñas tratarían de adaptarse a cualquier lugar a donde las llevara, simplemente porque sabían que eran una familia de tres y debían cuidarse entre ellas.
—¿Tenemos que irnos ya, o podemos acabar el año escolar? —preguntó Coralie con seriedad y Ayanna se llevó dos dedos al puente de la nariz.
—Bueno… faltan dos meses para acabar el curso así que… creo que es tiempo suficiente como para que yo valore las opciones que tengo y vaya a un par de entrevistas —murmuró por fin.
—O para que encuentres otro trabajo aquí en la ciudad —añadió Rowena y su hermana le dio un codazo—. ¿Quéééé? Yo solo digo. ¡A lo mejor hay más trabajo aquí!
Y era obvio que para las niñas la esperanza era lo último que se perdía, en especial para Rowena. Ayanna les sonrió con dulzura y terminó asintiendo como si ella también esperara lo mismo.
—Sí, así es… quizás encuentre más trabajo aquí —contestó—. Ahora coman, que todavía hay muchas tareas que hacer si quieren seguir siendo las primeras de la clase. ¡Coman!
Las gemelas se hicieron un guiño antes de seguir devorando aquellas hamburguesas, y Ayanna trató de seguir sonriendo, de no mostrar el terremoto que le corría por las venas, porque aunque ella y Cedric no se habían cruzado en cuatro años viviendo en la misma ciudad, algo le decía que dos meses no serían suficientes para seguir evitándolo.
