Cedric entró a la oficina de su nueva empresa con el paso seguro y la frente alta, respirando esa mezcla de orgullo y expectativa que se siente cuando uno llega a un lugar sabiendo que todo el mundo lo está esperando. Se detuvo un instante en la recepción, observando a la gente que caminaba de un lado a otro, con carpetas bajo el brazo, teléfonos pegados a la oreja y gestos que delataban que cada uno tenía mil cosas en la cabeza.
Cedric sonrió para sí; la energía le gustaba. Era un buen lugar para hacer cosas grandes, precisamente por eso había comprado Kronnos.
Una asistente bastante nerviosa lo llevó a su oficina y dejó un montón de carpetas frente a él.
—Señor, la reunión que pidió con los gerentes ya está programada, lo esperan en veinte minutos.
Cedric le dio las gracias con una sonrisa perfecta. Quería conocer de primera mano cómo se manejaban en esa compañía y, sobre todo, que los gerentes de cada área comprendieran que había llegado con ideas claras y con la intención de escucharlos, pero también de tomar de ellos solo lo que fuera conveniente para Davenport Inc.
Así que veinte minutos después se sentaba a la cabecera de aquella mesa en la sala de juntas y saludaba a todos sus subordinados.
—Buenos días a todos —dijo mientras señalaba la pantalla donde aparecían los proyectos en curso—. Estoy muy entusiasmado con la adquisición de este equipo y con todo lo que vamos a lograr juntos. Me gustaría revisar cada proyecto y hablar con los responsables de cada área, si les parece bien.
Los gerentes se miraron entre sí, algunos nerviosos, otros con la típica sonrisa diplomática de quien sabe que tiene que agradar al nuevo jefe. Cedric comenzó a escuchar los informes, haciendo preguntas puntuales, tomando notas mentales de lo que le parecía bien y lo que no.
Cuando llegaron a los proyectos nuevos, algo le llamó poderosamente la atención. Había uno que destacaba no solo por su diseño, sino por la audacia de su concepto; y Cedric frunció el ceño, intrigado.
—Este proyecto me interesa mucho —dijo, levantando la vista de su carpeta—. ¿Por qué no lo han comenzado todavía?
—Es nuestro próximo proyecto estrella —le respondió otro de los gerentes—. Había algunas dificultades con el terreno pero logramos solucionarlo al final. Se acaban de entregar los últimos detalles apenas ayer.
Cedric hojeó de nuevo la carpeta. Aquel diseño era tan perfecto que estaba seguro de poder presentarlo para los premios de arquitectura del año.
—Perfecto, entonces se tramitarán todos los permisos necesarios de inmediato —declaró—. Y me gustaría hablar con el arquitecto que lo dirige. Parece muy talentoso.
Y ese fue el momento en que el amable señor Barnum quiso que la tierra se lo tragara.
—Me temo que eso no será posible, señor Davenport —respondió con cautela—. Es arquitecta, y la perdimos en la fusión.
Cedric arqueó una ceja, tan sorprendido como molesto.
—¿Qué la perdimos? ¿Cómo es posible? —preguntó—. Yo no di la orden de despedir a nadie.
Barnum pasó saliva, visiblemente incómodo.
—Lo sé, señor, pero ella pidió su renuncia voluntaria al enterarse de que las empresas Davenport habían adquirido el despacho de arquitectura —dijo con un tono que pretendía ser neutral, pero que no ocultaba un dejo de resignación.
Cedric se inclinó hacia adelante, y de repente su interés se convirtió en determinación, porque eso significaba que ella estaba despreciando su empresa.
—Mira, yo hice esta adquisición para ganar el talento de esta empresa, no para perderlo. Un despacho de arquitectos sin buenos arquitectos no me sirve de nada. Así que más le vale que conservemos a la creadora de ese proyecto.
Barnum negó con la cabeza, con un gesto de impotencia y más nervios de los que se permitía reconocer.
—Créame que lo intenté —le aseguró—. Traté de convencerla para que se quedara, incluso le ofrecí un aumento, pero no cedió. Decidió irse de todas formas.
Cedric apretó los labios, respiró hondo y luego preguntó, con un hilo de esperanza en la voz:
—¿Ya le firmó su renuncia?
—Este… Sí, hace media hora —contestó Barnum poniéndose más pálido todavía.
—¿Y ella ya salió del edificio? —insistió Cedric, con una mezcla de curiosidad y cálculo.
—Este… No lo sé —respondió Barnum respirando pesadamente—. Estaba en su oficina recogiendo sus materiales… pero no sé si…
Cedric esbozó una sonrisa apenas perceptible, pero con esa chispa que delataba que yahabía formado un plan en si cabeza.
—Quizá una arquitecta talentosa como ella solo quiera que le ofrezcan un buen trato, y siendo el dueño yo estoy en capacidad de ofrecer mucho más que usted —dijo—. Guíame a su oficina.
Barnum tomó la carpeta con los detalles del proyecto y comenzó a caminar por los pasillos, mientras Cedric lo seguía.
La luz del mediodía se colaba por las ventanas, reflejándose en las paredes y el piso brillante, mientras él sentía un extraño cosquilleo en el estómago, una mezcla de anticipación y entusiasmo; había algo en ese proyecto que prometía ser importante y por supuesto que no podía quedarse sin la arquitecta para que lo dirigiera.
—No soy ningún incompetente como jefe ¿sabe? —comentó Barnum, rompiendo el silencio mientras caminaban—. Estoy seguro de que la señorita Grimmes estaba más que feliz en la empresa. Ayer me entregó los planos con tanto entusiasmo… no podía esperar para empezar la obra y de repente… bastó que le dijera de la fusión para que presentara su carta de renuncia. La Licenciada Grimmes siempre ha sido tan correcta, pero solo escuchó su nombre y… No entiendo cómo es que quiere irse de esta manera.
Cedric frunció el ceño al escuchar aquel apellido y mientras los dos se detenían en aquella puerta, sintió como si acabaran de sacarle el aire de un golpe.
—¿Grimmes? ¿Dijo Grimmes? —gruñó y Barnum se detuvo con una mano sobre la manija—. ¿Cuál es su nombre…?
—Ayanna. Se llama Ayanna Grimmes —sonrió el hombre mientras abría la puerta y Cedric se quedó mudo.
Ahí estaba ella. Al otro lado de la oficina, con la luz del sol golpeando su cabello, recogiendo papeles y organizando su escritorio… como si casi diez años no hubieran pasado.
