Ayanna apoyó el bolígrafo sobre la mesa y firmó la última hoja con un trazo firme que tembló apenas al final. El silencio de la oficina la envolvió, aunque en su pecho todo sonó como un tambor que marcaba el cierre de una etapa enorme. Pasó las páginas con cuidado, como si cada una guardara un pedazo de su propia historia. Al fin la carpeta quedó completa, gruesa y perfecta, lista para ser entregada.
—Listo… —murmuró y su voz salió aliviada, casi incrédula.
Había pasado meses en ese proyecto. Noche tras noche frente a planos iluminados por la lámpara de escritorio, tazas de café frías, correcciones infinitas, dudas que la perseguían en la madrugada. Pero también había tenido momentos de orgullo, esa chispa que la impulsaba cada vez que lograba resolver un detalle estructural complicado o cuando encontraba la forma ideal para que la luz natural transformara un espacio. El edificio que había imaginado por fin tomaba forma en los planos y ya había sido aprobado; ahora solo debía entregar las últimas correcciones.
Lo tomó entre los brazos como si fuera un tesoro y caminó hacia la oficina del señor Barnum. Cada paso le pareció más pesado que el anterior, no por cansancio, sino por emoción pura. Tocó la puerta con los nudillos y escuchó la voz severa de su jefe desde dentro.
—Pase.
Ayanna entró y el señor Barnum levantó la vista sobre sus lentes y la observó con una ceja arqueada. Su expresión seria nunca revelaba mucho, pero Ayanna conocía la rutina. Él nunca sonreía sin motivo, jamás felicitaba sin estar realmente impresionado.
—Aquí está el proyecto final, señor —dijo ella mientras posaba la carpeta sobre el escritorio.
Barnum abrió la portada y comenzó a revisarlo. No dijo nada durante varios minutos. Solo pasaba página tras página, ajustaba los lentes, fruncía el ceño, asentía para sí mismo. Ayanna sentía un cosquilleo en la garganta que subía y bajaba con cada movimiento mínimo de su jefe.
Hasta que por fin, él cerró la carpeta y se quitó los lentes.
—Esto es… perfecto —confirmó con una sonrisa satisfecha—. Has hecho un trabajo impresionante en este proyecto.
A Ayanna se le fue la tensión de los hombros y una sonrisa se formó sin permiso.
—¿De verdad? ¿Le parece bueno?
—De verdad. Este proyecto no solo es excelente, sino que generará millones cuando esté construido. Creo que es nuestro as más importante bajo la manga ahora mismo, espero que pueda ponernos en una buena posición cuando la nueva administración comience a revisar los proyectos en curso.
Ayanna parpadeó, sorprendida, porque el comentario, aunque dicho con absoluta naturalidad, era algo así como un balde de agua fría.
—¿Nueva administración? —preguntó con curiosidad y Barnum se aclaró la garganta, mirando alrededor como si temiera que algún chismoso cruzara la puerta en el momento menos adecuado.
—Sí. No lo comenté antes porque no quería crear un revuelo innecesario, pero la firma acaba de ser absorbida por una compañía más grande.
Ayanna se quedó inmóvil. Sus dedos se cerraron sobre el borde de la silla frente al escritorio y se dejó caer en ella intentando que no se le notara demasiado aquel súbito nerviosismo que la embargaba. Kronnos no era un simple despacho de arquitectura; era una compañía bien constituida con inversiones millonarias. Así que había muy pocas compañías más grandes en el país que pudieran absorberla y uno de esos gigantes era…
—¿Vendida? —logró carraspear por fin—. ¿Puedo preguntar a quién?
—A la corporación Davenport —respondió su jefe, acomodando unos papeles como si se tratara de algo menor.
Ni siquiera se dio cuenta de que el mundo de Ayanna se inclinaba abruptamente y una oleada de vértigo le subía desde el estómago hasta la cabeza.
—¿Davenport…? —repitió ella como si el nombre le raspara la garganta. Y se echó adelante sobre la silla, sin elegancia ni fuerza—. ¿habla de la corporación de… Cedric Davenport?
Barnum hizo un gesto de afirmación y luego se encogió de hombros.
—Sí, él es el dueño. Supongo que lo conoceremos en la reunión oficial de presentación, cuando venga a asumir la administración de la empresa.
Ayanna bajó la vista y un cosquilleo helado le recorrió el cuerpo. Trató de respirar de forma normal, pero el aire parecía demasiado pesado. Una punzada de ansiedad se le instaló en el pecho, y aunque no quería que su jefe se diera cuenta, la palidez que enmarcaba su rostro lo decía todo.
Barnum se inclinó hacia ella y empujó la carpeta del proyecto.
—Entregaré los planos al nuevo CEO en cuanto me lo pida. Estoy seguro de que iniciarán el proyecto pronto y por supuesto que tu presencia como arquitecta será fundamental —apuntó, pero aunque esperaba que ella se moviera después de eso, Ayanna simplemente no lo hizo—. ¿Pasa algo, hay alguna otra pregunta que quieras hacerme?
Ayanna apretó los labios y la urgencia de aquella decisión le estalló en el pecho. No podía tener nada que ver con Cedric Davenport, ni siquiera podía estar cerca de él. No podía permitirse ni un plano, ni un saludo, ni una reunión. ¡Nada!
—Ayanna… —insistió Barnum—. ¿Tiene alguna otra pregunta?
Ella tragó saliva y lo observó directamente, con una mezcla de determinación y un miedo silencioso muy bien guardado.
—Sí, señor… ¿Qué tan rápido puede firmarme mi carta de renuncia?
