CAPÍTULO 4. Una jaula clandestina

Escrito el 26/11/2025
DAYLIS TORRES SILVA

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Ricardo miraba de los papeles a la niña dormida, y de la niña a los papeles sobre su mesa que confirmaban que era su familia. Del muchacho que decían que había sido su hijo no tenía más que una fotografía, pero podía ver a Priscila en toda la cara de la niña. De él mismo no sabía si había mucho o poco, lo que sí era idéntico era aquel cabello dorado, que Fernanda tenía largo y que Ricardo llevaba sobre los hombros, casi siempre atado en un nudo desordenado.

—¡Maldición! —gruñó frotándose la cara como si con eso se despejara las ideas—. Me habría hecho cargo… sabes que me habría hecho cargo. —Y aunque de momento a Lola le pareció que hablaba solo, pronto se dio cuenta de que se estaba dirigiendo a su mejor amigo—. ¿Por qué no me lo dijo?

—Ni idea. ¿Quizás porque te fuiste a otro país? —murmuró Rafael.

—¿¡Y solo porque me fui a otro país dejaron de existir los putos teléfonos!? —rugió él y Lola dio un respingo en su asiento.

“Ataques de ira intermitente. Recordaré anotar eso”, pensó Lola y aunque sabía que quizás no era lo mejor para él, ella sí necesitaba meter el dedo en la llaga.

—Bueno, señor Castillo, recuerde que usted es millonario y que en aquel tiempo usted y Priscila debían ser adolescentes. No creo que a sus padres les hubiera hecho mucha gracia tener un nieto en ese momento —apuntó, pero él la miró como si acabara de decir una estupidez.

—¡Por favor, señorita Caballero, somos millonarios, no animales! Y antes de que se haga películas en la cabeza la respuesta es “no”, mis padres no la habrían hecho abortar ni nada por el estilo, así que si Priscila se guardó por tantos años que teníamos un hijo, ¡le aseguro que no fue por nada que tuviera que ver conmigo!

Lola contuvo el aliento por un segundo, porque juraba que nunca en su vida había visto nada tan perversamente interesante como a aquel hombre dando vueltas por su oficina como un león enjaulado. Pero finalmente la información que había ido a dar estaba dada y ahora venía la potra parte de la operación, la de hacerle ver que él no era lo mejor para el futuro de la pequeña.

—¡Dios! ¡Una nieta…! ¡Esto me va a volver loco…! ¡Una niña…! —jadeó antes de dejarse caer más que sentarse en su escritorio, como si de repente hubiera perdido todas las fuerzas.

Entonces sus ojos solo se enfocaron en la pequeña y por un momento todos los reproches se le olvidaron. Ni siquiera podía imaginar cómo debía ser para una criaturita como ella perder a sus padres, sus otros abuelos, tíos… todos a la misma vez.

Pero aquella mirada de desesperación era justo lo que Lola estaba esperando para hacer el comentario correcto.

—Señor Castillo, entiendo que esta es una dura noticia para usted, totalmente inesperada; y que por supuesto no está preparado para asumir las enormes responsabilidades que eso conlleva, así que tengo una mejor solución para usted —advirtió y Ricardo la miró con expectación mientras Lola sacaba otro documento y lo ponía frente a él.

Lo tomó y lo leyó despacio, frunciendo el ceño de inmediato.

—¿Qué es esto…? ¿Cesión de derechos? —leyó con tono incrédulo—. ¿Quiere que renuncie a la custodia de mi nieta?

—Es una buena opción para usted, sí. Así Fer puede pasar a custodia del Estado y ser adoptada por una familia más adecuada…

—¿Dis—cul—pe? —escupió Ricardo y Lola tuvo que echarse hacia atrás para poder seguir mirándolo a la cara cuando él se levantó—. ¿Cómo que una familia más adecuada? ¿Cree que voy a entregarle a mi nieta a Estado? ¿O que hay alguien más adecuado que yo para cuidarla?

Lola se puso en pie de un salto, como si su asiento tuviera espinas. Había leído aquel expediente de una punta a la otra y definitivamente esa no era la respuesta que esperaba.

—Pues lo siento, señor Castillo, pero dado su historial de vida, empezando por el hecho de que ni siquiera sabía que tenía un hijo, no veo yo cómo sea usted lo más adecuado para ser un padre para Fernanda —espetó sin pelos en la lengua—. Porque tengamos claro que con ella no puede jugar al abuelito consentidor, Fer necesita una madre, o en su defecto un padre responsable que se haga cargo de ella, no que vaya a dejarla con la abuela o… la bisabuela o… ¡Lo que sea! —se desesperó.

Ricardo al vio levantar la barbilla con expresión desafiante y erguirse de aquella manera definitivamente era muy peligroso, porque las Kardashians como que se le inflaban del coraje y eso era muy desconcentrante… digo, desconcertante…

—¡Oiga, yo en ningún momento he dicho que dejaría a la nena con mi madre! —se defendió.

—¿Y qué otra cosa espera hacer, señor Castillo? Que usted duerma con la cara hundida entre un par de chichis diferentes todos los días no significa que tenga ni la más mínima idea de lo que es una mujer, una madre y mucho menos el trabajo que significa cuidar de una niña que tiene tantos requerimientos emocionales como Fer.

—¿¡Me está diciendo mujeriego?! —se escandalizó Ricardo.

—Te está diciendo puto —lo azuzó Rafael, que los miraba desde el otro extremo de la oficina, pensando que si aquellos dos tuvieran una malla alrededor podría cobrar como si vendiera una jaula de pelea clandestina.

—¡Ahora no, Rafa! —gruñó Ricardo antes de volver a poner toda su atención en la mujer que tenía enfrente—. Mire, señorita Caballero, con todo el respeto, pero me parece muy fuera de lugar su comentario. Cómo yo sea en mi vida privada con las mujeres no tiene nada que ver con el hijo que soy o con el padre que puedo ser, y si decido hacerme cargo de mi nieta, no va a ser para que la críe nadie más, ¿entendió?

Lola apretó los dientes, porque todo el plan que llevaba armado en su cabeza, acababa de estrellarse con el muro macizo que era el pecho de Ricardo Castillo.

—Querer y poder no es lo mismo —sentenció—. Que usted quiera ser el padre de esa niña, y que sea capaz de hacerlo, son dos cosas muy diferentes, y le garantizo que durante los primeros años y hasta que se le considere lo suficientemente apto, va a tener que tolerar mi escrutinio y mis visitas sin anunciarme.

—Pues le aconsejaría que se anuncie a menos que quiera verme desnudo porque así es como ando siempre —gruñó él y Lola sacó una pequeña libreta.

—“Comportamiento impúdico” —murmuró mientras anotaba—. Andaba, señor Castillo, andaba. Porque desde el momento en que Fer atraviese la puerta de su casa, se acabó el ser puto, se acabó el follar a cualquier hora… básicamente se acabó el follar. Los niños y más Fernanda, por todo lo que vivió, requieren una atención 24/7, así que le sugiero que lo piense bien —murmuró acercándose a él—. Piénselo muy bien… y firme su renuncia a los derechos sobre Fer. Es lo mejor para los dos.