Dos días antes.
Lola miraba a Fer como si fuera el tesoro que jamás le habrías dicho que quería. Hacía dos meses, cuando todo había pasado, le habían puesto a aquella niña en las manos en medio de la madrugada; una nena que no entendía lo que pasaba y que no paraba de llorar de la angustia y del miedo.
No era ni de lejos el primer caso de la trabajadora social, desde su graduación había visto muchos niños abandonados, pero nada tan trágico como aquello. Había peleado incansablemente por conseguirle una familia de acogida, pero había sido totalmente imposible. A Lola se le rompía el corazón solo de pensar que tenía que dejarla sola en uno de los centros, sin nadie que la consolara o que pudiera explicarle que ni mamá, ni papá ni los abuelos volverían; así que contra todo buen juicio, había hecho a toda prisa sus papeles y se había llevado a Fer a casa.
—Estás pensando seriamente en quedarte con ella. —La voz de su madre la hizo reaccionar.
—¿Eh?…
—Ni siquiera lo niegues, tienes esa cara de que matarías por esa niña. Yo me enamoré de ella en una semana, así que estoy segura de que después de tres meses no la puedes soltar. Estás pensando en adoptarla.
Lola miró a su madre y una vez más confirmó que a la señora Juliana no se la podía engañar.
—¿Qué quieres que te diga? Jamás había sentido una conexión como la que tengo con ella —suspiró Lola levantando en brazos a la niña y acunándola contra su pecho—. Fer es… especial.
—Entonces haz los trámites de una vez. Si tú la quieres y ella no tiene más familia, ¿para qué vas a seguir esperando?
Y eso era cierto. A pesar de todo lo que había pasado, Fernanda se había adaptado a ella con rapidez. Era evidente que extrañaba a su familia, pero Lola prácticamente vivía para ella y la señora Juliana la cuidaba como si ya la considerara su nieta.
—Tienes razón, no voy a esperar más —sonrió Lola acariciando la cabeza de la niña—. Ni siquiera puedo imaginar cómo sería no tenerla aquí. Mi chiquita bonita —suspiró besándola mientras la veía quedarse dormida poco a poco, abrazando su mantita de conejo—. Eres lo mejor que me ha pasado, y te prometo que voy a cuidarte siempre ¿me oyes? Siempre.
Sin embargo, ese mismo día Lola se daría cuenta de que “siempre” era una palabra demasiado grande que, por desgracia, no estaba en consonancia con las más recientes investigaciones de la policía.
—¿¡Un familiar!? ¡¿Cómo que Fer tiene un familiar!? —escandalizó frente a su jefa cuando esta puso a un lado los formularios de adopción y le mostró aquellos resultados de ADN.
—Acaban de salir. La niña tiene un abuelo paterno, biológico al menos. Según la investigación de la policía, la abuela fue madre soltera pero dejó indicios de quién era el padre de su hijo, o sea el abuelo de la niña… ¡en fin! Que es el abuelo biológico.
—¡Pero no legalmente! Quiero decir… ¡no tiene ningún vínculo legal con Fer! —escandalizó Lola.
—No, pero eso no cambia el hecho de que el señor Castillo no estaba enterado de su existencia y de que si se entera de que dimos a su nieta en adopción sin notificarle, nos podrían caer encima las diez plagas de Egipto —advirtió su jefa con incomodidad.
—No me jodas, ¿es alguien influyente? —siseó Lola.
—Castillo. Ricardo Castillo —especificó su jefa—. Millonario hasta los calzones, así que es un problema potencial y no puedo dejar que me caiga encima, a menos que sea literalmente.
—¡Abril! —exclamó Lola y esta le pasó un expediente.
—Lo que sabemos de él —le dijo con complicidad—. Escucha, sé que te has encariñado con Fer y que quieres adoptarla, pero no podemos hacer a un lado el protocolo. Tenemos que notificarle a este hombre que tiene una nieta y que ahora está a su cuidado.
Lola se levantó de la silla con expresión desesperada. Esa misma mañana había dicho que no sabría qué hacer si perdía a Fer y ahora esa pesadilla en particular se estaba haciendo realidad.
Tomó el expediente y lo leyó con la poca calma que pudo reunir.
—Ricardo Castillo, treinta y ocho años, soltero. ¿Soltero todavía? ¿En serio? ¿Y treinta y ocho? —se escandalizó—. ¡¿Pero este está follando desde los quince o qué?!
—No lo dudaría —suspiró Abril—. Y respondiéndote más allá del expediente, según las revistas de chismes es un auténtico Casanova. Mujeriego hasta el infinito, sin intenciones de casarse o tener pareja fija. Vive para su trabajo y sus fiestas.
—¡¿Y a un tipo como este le quieren dar a Fer?! ¡Diablos, no! ¡Seguro que la dejaría por el resto de su vida con una niñera y solo la vería por sus cumpleaños, si es que se acuerda de que la criatura cumple años! —espetó Lola desesperada.
No podía perder a su niña, mucho menos frente a un hombre al que seguramente no le importaría para nada. Fer se merecía mucho más que solo crecer en una cuna de seda pero sin una gota de amor filial.
—No… no puedo permitirlo, Abril, no puede ser… ¡Dime que tengo alguna opción! ¡Dime que tengo alguna salida! —le suplicó Lola sentándose frente a ella, y su jefa pasó saliva antes de rascarse la cabeza y contestarle.
—Bueno… la solución ya la sabes: tienes que conseguir que renuncie a sus derechos sobre Fer —murmuró como si no quisiera que nadie más la escuchara—. El tipo es un mujeriego, fiestero y solo Dios sabe qué más. No creo que quiera echarse la carga de paternar a una bebé recién aparecida, mucho menos si está bajo al estrictísima vigilancia de una trabajadora social que puede declararlo “No apto” en cualquier momento. Entonces… —Los ojos de Abril se convirtieron en dos destellos sugerentes—. Tienes dos opciones: o logras que te firme la renuncia a todos sus derechos, o lo persigues hasta que encuentres una evidencia lo bastante fuerte como para declararlo “No apto”.
Lola apretó los labios mientras aquella idea tomaba forma en su cabeza, y cuando se levantó, ya tenía los puños apretados y la determinación retratada en el rostro.
—Muy bien… si eso es lo que hace falta para que Fer se quede conmigo, entonces lo conseguiré —sentenció metiendo el expediente en su bolso—. Ricardo Castillo no sabe con quién se metió.
