Lo primero que hay que aclarar es que, por desgracia para Lola Caballero, cuando le habían dado el santo y seña del desmandado millonario aquel, no venía una foto incluida y no se le había ocurrido stalkearlo en las redes porque solo por la edad que tenía ya imaginaba que sería un bragueta floja. Y del asunto que la traía a punto de golpearlo y más allá hablaremos después. De momento quedémonos con que nadie le había avisado que medía uno ochenta y siete, parecía modelo de un calendario de bomberos y el fuego que desataba aquella maldita confianza en sí mismo no era solo imaginario.
Era atractivo, era sexy, era millonario… y probablemente no querría hacerse cargo de una niña de dos años, o al menos con eso estaba contando Lola.
—¡¿Eh…?! —Y esa fue la única palabra que salió de los labios de Ricardo mientras miraba a la niña como si acabaran de decirle que venía de Marte.
Lola respiró profundo y sacó una carpeta ligera de su bolso.
—Señor Castillo, ¿quiere que le explique todo en su oficina o prefiere que lo notifique aquí mismo? —preguntó con el mismo tono severo con que trataría a cualquier otro tutor que no la convenciera, pero Rafael, por suerte para todos, reaccionó de inmediato.
—¡A la oficina, a la oficina! Por favor… pase por aquí… —dijo empujando a Ricardo que parecía a punto de que le diera un colapso o algo así.
Todos pasaron a la oficina y Lola dejó a la niña un poco alejada de ellos porque seguro iba a haber gritos y era mejor si no la despertaban. Puso aquella carpeta sobre la mesa y le habló a Ricardo lo más claro que se podía.
—No sé si lo vio en las noticias, pero hace tres meses casi todos los medios cubrieron la tragedia que hubo en la capital, la boda donde fallecieron dos familias completas. ¿Lo recuerda? —preguntó con cautela y él se detuvo, frunciendo el ceño.
—Sí, claro que lo recuerdo, salió en todos lados —murmuró él—. Creo que el techo del salón de eventos colapsó o algo así. ¿No es cierto?
—Sí, así es —confirmó Lola conteniendo el aliento—. Esa era la boda de los padres de Fernanda. Daniela Lombardo y Josué Ulloa.
Ella puso dos fotografías frente a él, pero Ricardo solo las miró como si no entendiera a qué venía toda aquella historia.
—Ellos y sus familias murieron durante el banquete de bodas… la única superviviente fue Fernanda, porque la niñera se la había llevado temprano a casa —continuó Lola—. Desde el primer momento asumimos que no habría ningún familiar para reclamarla, que se quedaría a cargo del Estado… pero es obligación de la policía investigar, y su nombre salió en esa investigación, señor Castillo.
Ricardo retrocedió como si le hubieran dado una parada ninja en pleno pecho.
—¿Mi nombre? ¿Por qué demonios saldría mi nombre en…?
Pero antes de que terminara aquella frase, Lola puse frente a él una foto que sí reconoció.
—Priscila Ulloa. ¿Sabe quién era?
Y por el nudo que parecía que trataba de tragarse a toda costa, Lola entendió que sí, que él sabía muy bien quién era.
—No puede ser… éramos unos niños… —murmuró Ricardo y Rafael se adelantó de inmediato.
—¿La conoces?
—Fuimos a la secundaria juntos —respondió su amigo.
—¿Tuviste algo con ella?
—Sí pero… ¡pero éramos unos niños! ¡Claro que no la embaracé, yo sabría…!
Pero lo cierto era que Ricardo ni siquiera sabía lo que debía saber o no. Simplemente estaba aturdido y en negación, pero no lo suficiente como para que aquella mujer simplemente dejara de hablar.
—Hay documentos de la señora Ulloa que sugieren que su hijo Josué… era suyo, señor Castillo, y como usted es un donante regular de sangre, ¡amén por los buenos ciudadanos! el Estado hizo uso de su derecho a una prueba de ADN, que determinó que usted es, en efecto, el abuelo biológico de Fernanda. —La voz de Lola fue directa y profesional, y aun así él sentía que estaba a punto de desmayarse—. Eso significa que usted es el único pariente vivo de esa niña, señor Castillo. A usted le corresponde cuidarla.
Ricardo dio dos pasos atrás y se apoyó en el escritorio justo después de tropezarse con él. Las palabras retumbaban en su cabeza y sentía el suelo demasiado blando.
¿Prueba de ADN?
¿Parentesco confirmado?
No sabía si se había lanzado por el agujero del conejo detrás del trasero de alguna Alicia o si simplemente estaba teniendo una pesadilla.
—No puede ser. ¿Dónde chingados está la cámara oculta? —espetó mirando a Lola a los ojos como si esperara que ella se retractara.
Rafael tenía cara de espantado, y Lola ponía un papel tras otro sobre el escritorio, como si cada uno fuera prueba irrefutable, porque lo era.
—Lo lamento, señor Castillo, yo solo vine a informarle —dijo ella sentándose por fin y cruzando las piernas con parsimonia—. Lamento la muerte de su hijo, me doy cuenta de que ni siquiera estaba enterado.
Ricardo se llevó las manos a la cabeza porque la respuesta era un rotundo “no”. ¡Claro que no estaba enterado! Priscila y él se habían separado siendo unos chiquillos. ¿En qué mundo racional cabía imaginar que él podía haberla dejado embarazada?
¡Y ahora lo mismo ella que ese hijo que no había conocido estaban muertos y… y había una niña, una niña que era su familia…!
Si se mareaba solo un poco más caería desmayado sin la dignidad mínima requerida frente a una mujer como la que tenía delante.
—Pero es que... ¡tengo treinta y ocho años! ¡Ni siquiera sabía que tenía un hijo! ¡¿Cómo me va a decir que además tengo una nieta de dos años?! —escandalizó mesándose los cabellos, pero finalmente bajó la voz porque podía despertar a la niña.
—Bueno... considerando que tu hijo tenía diecinueve... —murmuró Rafael pasando saliva porque dentro de todo era un momento duro—. Parece que los dos embarazaron a una chica antes de los veinte. Creo que es hereditaria la sexualidad… precoz.
—Eso no se llama sexualidad precoz, señor Valverde —replicó Lola poniéndole los ojos en blanco—. Eso se llama ser muy puto y tirarte todo lo que se te cruza. Palabras más rebuscadas no hacen actitudes menos pendejas —sonrió con sorna—. En fin, señor Castillo, que estoy aquí para dejarle a su nieta, así que apechugue, porque esto es lo que tiene andar de picha brava a temprana edad. ¡Felicidades, Señor Abuelito!
