CAPÍTULO 5. Culpa.

Escrito el 28/09/2025
DAYLIS TORRES SILVA

20

Jared entró al hospital corriendo, con Millie en brazos. La sentía ligera, demasiado menuda, como si no pesara nada. Su respiración era superficial, apenas perceptible; y el corazón de Jared golpeaba como loco; porque juraba que nunca había sentido tanto miedo en su vida.

—¡Ayuda! —gritó, y su voz resonó en el pasillo blanco—. ¡Se desmayó, se golpeó la cabeza!

Dos enfermeras corrieron hacia él y lo guiaron a una camilla. Jared la depositó con cuidado, con las manos todavía manchadas de sangre.

—Tranquilo, nosotros nos hacemos cargo —le dijo una enfermera, empujando la camilla con rapidez.

Jared se quedó parado unos segundos, como congelado, hasta que un médico lo apartó con un gesto firme. Vio cómo las puertas de urgencias se cerraban y se la llevaban lejos de él.

—¡Necesito su nombre completo! —exclamó el doctor de inmediato.

—Millie… ¡Millie Braeden! —respondió Jared aturdido, tratando de enfocarse.

—¿Bebió alcohol, consumió algo?

—¡No, no…! Creo que está enferma de algo… —murmuró Jared mientras ese sentimiento de culpa se acendraba en su corazón.

—Bien. Ve a lavarte, no puedes estar así en la sala de espera —le indicó el médico con prisa antes de marcharse.

Jared trató de respirar hondo, pero era como si su pecho simplemente no pudiera expandirse. Miró sus manos ensangrentadas y corrió al lavabo. Abrió la llave y frotó con desesperación, pero la sangre parecía no querer irse. Cada mancha roja le recordaba que Millie se había desplomado frente a él, y que tal vez todo era culpa suya.

Los minutos se le hicieron eternos hasta que una hora después un médico apareció en la sala de espera, y Jared se levantó de golpe de su silla.

—¿Está bien? —preguntó, con la voz ronca.

—Está estable, gracias a que la trajiste rápido —dijo el doctor, acomodándose los lentes—. Tuvo una lesión por el golpe, y una crisis que no debió agravarse tanto si se supone que tiene un perro de asistencia.

Jared lo miró en shock. ¿Un perro de asistencia? ¿Atlas era un perro de asistencia? ¡Con razón ella estaba tan desesperada!

—¿Qué… qué tiene Millie? —preguntó en voz baja, pero el médico negó con la cabeza.

—Lo siento, no puedo darte más información. No eres familiar. Pero ya llamamos a sus padres, ellos vendrán enseguida.

Jared apretó la mandíbula, frustrado. Sintió que algo dentro de él se revolvía, pero no tenía más remedio que marcharse si quería resolver algo de aquel desastre. Se quedó un rato en el estacionamiento, mirando el hospital iluminado, hasta que finalmente arrancó su coche y volvió al campus.

Apenas llegó, fue directo a buscar a los responsables de llevarse al perro, ¡porque Dios sabía que él no los había mandado a hacer esa babosada! Preguntó, gritó, exigió respuestas. Y antes de que amaneciera por fin enfrentó a Mike, que estaba encorvado en un sofá con una cerveza en la mano.

—¡Fuiste tú! —le espetó Jared, sujetándolo por la camiseta—. ¡Tú te llevaste al perro!

Mike lo apartó con una risa nerviosa, pero no lo negó.

—¡Cálmate, hombre! Fue una broma, ¿ok? Solo lo sacamos un rato y después… se soltó.

—¡¿Cómo que se soltó?! —gritó Jared, empujándolo contra la pared—. ¡Ese perro era su maldito soporte, idiota! ¡Es un perro de asistencia porque está enferma de… algo!

—¡¿Y yo cómo diablos lo iba a saber?! —replicó Mike, levantando los brazos—. El bicho solo salió corriendo, nadie pudo atraparlo.

Jared le soltó un golpe en el hombro que lo hizo tambalear.

—Si le pasa algo a ella… —lo miró con rabia contenida—. No sabes en lo que te metiste. ¡Sal a buscar al puto perro! ¡Ahora! ¡Reúne al equipo de fútbol…!

—¡Oye, oye…! Nadie va a querer salir a esta hora para…

—¡Para lo que me salga de los huevos, Mike! Para las bromas muy listos ¿pero para las consecuencias no? ¡Levántalos a todos! ¡Los quiero en la calle buscando al perro y más les vale que aparezca porque de lo contrario van a tener que buscarse un nuevo quarterback!

Su amigo apretó los dientes y esbozó una negativa.

—No serías capaz… —murmuró, pero Jared se acercó a él y lo sujetó por el cuello de la camiseta.

—A diferencia de todos en ese equipo, yo no estoy becado. Mi familia es millonaria. Y si decido mañana que no quiero jugar, bueno…

Mike no contestó, pero diez minutos después los cincuenta y seis chicos de aquella casa de fraternidad se lanzaron a la madrugada a buscar a Atlas. Sin embargo no lograron encontrarlo ni ese día ni los siguientes.

Jared se mantenía atento, preguntando por Millie a su compañera de cuarto cada vez que podía, pero la respuesta siempre era la misma:

—Sigue en el hospital, y no creo que quiera verte.

Jared apretó los labios. Tenía que encontrar al perro como fuera.

El campus pronto se llenó de carteles con la foto de Atlas. “Se busca. Perro de asistencia. Recompensa”, y debajo su número de teléfono. Los chicos los iban poniendo en cada esquina.

Finalmente dos semanas después, recibió una llamada de una familia local, avisando que podía ser que sus hijos hubieran escondido al perrito de los carteles.

—Lo sentimos mucho —le dijo la madre apenas llegó—. Es que no los dejamos tener perros y los chicos lo escondieron en la casita del jardín. Apenas hoy me di cuenta.

Jared reconoció a Atlas en un segundo y sintió un alivio tan grande que casi se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Oye, amigo… —susurró, agachándose y extendiendo la mano, y Atlas se dejó acariciar sin dar muchas muestras de entusiasmo.

Entregó la recompensa que había prometido sin dicutir y salió de allí con el perro asegurado con una correa.

—Vamos a llevarte con Millie —le dijo mientras arrancaba el coche, con el corazón latiendo rápido—. Esto lo arreglamos, lo prometo.

Para cuando llegó al hospital ya tenía el corazón acelerado por la noticia, pero ni de broma esperaba la que él mismo recibió.

—¿Millie Braeden? Ya le dimos el alta ayer.

Jared parpadeó despacio, eso era bueno. Si le habían dado el alta era porque estaba mejor, así que seguramente había regresado a la residencia. Con esa esperanza volvió directo al campus. Entró en la residencia, subió las escaleras de dos en dos y golpeó la puerta de su habitación, pero fue la compañera de Millie quien abrió.

—¿Dónde está? —preguntó él de inmediato.

—Ya no está aquí —respondió la chica—. Sus padres vinieron y se llevaron todo.

Jared sintió que la garganta se le cerraba.

—¿Cómo que se llevaron…?

—Lo que oíste. Se llevaron sus cosas. Creo que ya no va a seguir en la universidad.

Él se quedó inmóvil un segundo, y luego salió disparado hacia la oficina de administración.

La secretaria levantó la vista cuando lo vio llegar sofocado.

—Necesito información sobre Millie Braeden —dijo Jared, golpeando el mostrador con la mano—. ¡Por favor, es urgente! ¿Se fue de la universidad?

—Un momento, por favor —respondió ella, tecleando con calma en la computadora mientras a Jared lo consumía la impaciencia—. Sí, se dio de baja hace dos días, pero no tengo más datos. No sé si se transfirió a otra universidad o si simplemente dejó los estudios.

Jared se pasó la mano por el cabello, desesperado.

—Entonces dígame cómo localizarla… algún teléfono, una dirección…

—Lo siento, no estoy autorizada a dar más información —dijo la secretaria con un tono definitivo—. Pero pregúntale a sus amigos, ellos deben saber.

Y ese era el problema: que ella no tenía amigos, él la había aislado hasta no dejar que nadie se le acercara.

Jared salió de la oficina tambaleando. Caminó por el campus con Atlas a su lado, mientras el perro lo miraba con ojos fieles, como si esperara que él supiera qué hacer. Pero Jared no lo sabía.

En esa mente que estaba a punto de cambiar para siempre solo había una pregunta: “¿Cómo voy a encontrarte?”