CAPÍTULO 5. Un desafío

Escrito el 19/07/2025
DAYLIS TORRES SILVA

12

Ruben la observó con los puños apretados, el ceño fruncido y un nudo en el estómago que parecía no querer aflojarse. Ella estaba frente a él, tan serena como siempre, con esa calma que él no lograba entender y que le sacaba de quicio. Parecía que nada de lo que había pasado le afectaba, como si todo esto fuera solo un trámite sin importancia, un capítulo cerrado para ella.

El jardín estaba silencioso, salvo por la respiración pesada de ambos y el leve ruido del viento que se colaba entre los setos alrededor. Ruben podía sentir el peso de sus propios pensamientos, la mezcla confusa de dolor y rabia que le atravesaba el pecho con cada palabra que no se atrevía a decir.

—Entonces fue tu elección. ¿No buscarme nunca? —preguntó él, con la voz baja, tensa, tratando de contener la rabia que le hervía por dentro—. ¿Todo fue por el Grillo? ¿Solo por él?

Paola no desvió la mirada ni un instante. Sus ojos, de un color difícil de describir, parecían profundos pozos de serenidad y determinación. Y si Ruben no hubiera estado tan concentrado en ello quizás la habría visto pasar saliva.

—Un poco sí, y un poco no —respondió sin rodeos y sin un ápice de arrepentimiento—. Me acerqué por él, sí. Porque había cosas que necesitaba entender, porque había preguntas sin responder… —Un suspiro de resignación estremeció su pecho—. Pero no me acosté contigo por él, si es lo que te molesta. En cuanto a mi elección… creo que fui muy clara la noche que desaparecí.

—Era cómodo como juguete sexual pero no para algo a largo plazo —siseó Ruben.

—Lo único que hay a largo plazo en tu vida, querido, es el clan Santamarina. No finjas que tienes suficiente sanidad emocional como para ser capaz de tener una pareja —le replicó Paola—. La verdad es que siempre pensé que nos íbamos a encontrar mucho antes; pero el hecho de que haya pasado tanto tiempo... significa que nuestras vidas no tienen puntos de contacto. Entonces… ¿para qué forzarlo?

Ruben sintió cómo el aire se le hacía más denso. Avanzó hacia ella, paso a paso, hasta dejarla entre él y la pared de setos. Pero Paola no se movió ni un centímetro. Su rostro se mantenía sereno, y sus ojos estaban más oscuros de lo habitual, como si guardaran una tormenta que no pensaba dejar salir.

—Lamento recordártelo, pero me he pasado la mitad de mi vida forzando mi maldito destino, Bomboncito —murmuró él, y sin esperar respuesta, la besó.

Fue un beso impaciente, áspero, lleno de frustración y deseo acumulado. Sus labios se encontraron con urgencia, como si con ese contacto pudiera borrar años de distancia y de búsqueda. Y Paola no se resistió; le respondió con igual intensidad, sus manos aferraron la camisa de Ruben, apretando con fuerza, como si quisiera quedarse ahí solo un momento más.

¡Si había que perderse un poco pues se perdían y listo! Pero fue él quien se apartó bruscamente, con la respiración agitada y los ojos encendidos de furia.

—¡Maldición, De Navia! —escupió, con una mezcla de dolor y rabia—. Así como estuviste conmigo, también estuviste con Rodrigo, ¿no? ¿Y con cuántos más, Bomboncito? ¿A cuántos les hiciste ese jueguito de mujer dulce que no rompe un plato?

Ella lo miró con un puchero suave. No se sorprendió, no se molestó. Solo acarició su barbilla con la punta del índice y sonrió contra su boca, mirándolo a los ojos.

—Los celos no te quedan, Ruben —dijo con calma, casi como una sentencia—. Especialmente a ti, que vas por la vida como si nadie pudiera tocarte. Yo soy adulta desde hace mucho, y no me disculpo por la impresión que doy, porque siempre voy advirtiendo que me cargo toda la vajilla. ¿No es cierto?

Él apretó los puños, intentando encontrar alguna grieta en esa muralla de seguridad que ella mostraba, pero cada palabra de Paola era una declaración de independencia.

—¡Diablos! —espetó apartándose—. ¡No puedo creer que te hayas burlado de mí de esa manera!

—Puedes pensar lo que quieras —respondió ella, sin levantar la voz—. Pero más allá de compartir una familia política y dos bellos sobrinos, no hay nada que nos una. Tú y yo no tenemos un lazo real, así que no te debo explicaciones. Hemos sido desconocidos por tres años, no tiene nada de malo que sigamos desconociéndonos.

Y con esa última frase que ni ella misma se creía, se giró y entró a la casa sin mirar atrás. Sus pasos eran firmes, decididos, dejando en el aire un silencio que dolía más que cualquier grito.

Ruben se quedó parado en la puerta unos segundos, tragándose la rabia y el dolor. Sabía que debía irse, que nada bueno saldría de quedarse ahí parado, pero sus pies no se movieron. Había algo dentro de él, algo testarudo, que todavía no la soltaba.

Finalmente decidió volver al caos de la casa, pero cuando cruzó el umbral se encontró cara a cara con el Grillo y el ambiente cambió en un segundo.

—¿Te metiste con mi hermanita? —dijo, directo y sin rodeos, como un disparo en medio de la habitación.

Ruben sostuvo su mirada sin flaquear. No había miedo, solo cansancio y la verdad a flor de piel.

—No fue como lo estás pensando. ¡Y obviamente no fue mi culpa!

—¿Ah, no? ¿Y cómo fue, entonces? ¿Una coincidencia? ¿Un descuido? ¿Un ratito de diversión? —El Grillo levantó una ceja, incrédulo.

Ruben apretó los dientes y casi casi estuvo a punto de patear el suelo como un niño frustrado.

—¡La estuve buscando durante tres años! —dijo, con la impotencia vibrándole en la voz—. Y ella... siempre supo quién era yo. ¡Solo se acercó a mí porque te estaba buscando y luego me dejó tirado sin decirme nada! ¡Y ya no me buscó más… ni se dejó encontrar!

El Grillo lo observó unos segundos, y algo cambió en su expresión, como si, de repente, todas las piezas del rompecabezas encajaran.

—¡No me jodas! ¿Es ella? —murmuró, casi para sí mismo, porque Luciana y él se habían pasado los últimos años burlándose de él por andar de arrastrado platónico detrás de la mujer fantasma y ahora resultaba…—. ¿Paola es la mujer de la que hablabas? ¿La que te tenía vuelto loco?

—¡No me trae vuelto loco!

—Sí, claro, lo que tú digas —carraspeó el Grillo, soltando una risa seca y dándole una palmada en el hombro.

No era una muestra de apoyo. Más bien una advertencia resignada, un gesto que parecía decir “esto no va a ser fácil”.

—Mis condolencias —dijo con una mezcla de burla y lástima—. Porque no creo que haya un solo hombre en este mundo capaz de conquistar a Paola.

Y en respuesta solo recibió la mirada de desafío que estaba esperando.

—¡Eso está por verse!