Paola hizo un puchero y se apoyó en el barandal de la escalera viendo cómo aquel grupo de mafiosos conocidos y a medio conocer, cada uno por su lado, se enfrentaban a presentaciones incómodas y a una interesante medición de vergas mentales.
Por un lado estaba Rodrigo de Navia, actual pretendiente de Lizzie, alias: El más odiado.
Y por el otro estaba Ruben, que formaba parte de la comitiva de quienes defendían a Lizzie contra “El más odiado”.
—Así que tú eres el León de Navia —siseaba Ruben y Paola se estremeció solo con escuchar su tono, era incluso más grave de lo que recordaba.
—Y tú eres Rubén Easton. Magnate, filántropo...
—Mafioso —la interrumpió él, con una sinceridad que dejaba clara su intención—. Soy la cabeza del Clan Santamarina, así que ahórrate los elogios inútiles. Y como no necesito de tus servicios ilegales ni me caes bien, iré directo al grano. ¿Ves a esa mujer tan hermosa que está sentada allí? —preguntó, señalando a Lizzie—. Lo único que tiene que hacer es pedirlo, y mañana mismo dejas de respirar. ¿Comprendido?
Pero Rodrigo de Navia no era precisamente un manso cordero —Paola también recordaba eso—, y por supuesto que no se iba a dejar amenazar.
—Estás demasiado bonito como para intimidar, Easton —respondió con sorna—. No vine aquí para escuchar tus am...
—¿Entonces para qué viniste, De Navia? —La voz de Paola resonó desde lo alto de las escaleras, y más de uno perdió el color en aquella sala.
Sobra decir que ella solo iba a tomar partido por Aitana, pero le tenía bastante aprecio a todos los que estaban en aquella sala y era mejor si no se peleaban… mucho.
—¿Bom—bom... boncito? —tartamudeó Rodrigo visiblemente nervioso.
¡Y entonces sí que se desataron los silencios y las bombas, de esas que vienen en racimo y que al parecer le cayeron a cada uno por su lado! Paola vio todas aquellas caras que apenas iban juntando las pistas y dándose cuenta de quién era ella y lo que etsaba pasando.
—¿Y tú de dónde conoces a mi hermana? —preguntó Grillo, frunciendo el ceño y Rodrigo puso cara de que acababan de presentarle al mismísimo demonio.
—¿Es tu hermana?
Pero si el rostro de Rodrigo era un poema trágico, el de Rubén definitivamente estaba aún peor. ¡Llevaba años buscándola! ¡Años! ¡Malditos años enteros! ¡¿Y resultaba que ella era la hermana del Grillo?! ¿¡O sea Paola era la hermana de su cuñado?!
¡Aquello era una puta locura de las peores! ¡Ahora todo tenía sentido! El hermano que había mandado a matar era el Grillo, pero la verdad era que Ruben solo había fingido su muerte con un propósito mayor. ¡El hermano de Paola era el Grillo! ¡Y esa condenada lo sabía! ¡Sabía que estaban a media línea de sangre de distancia y jamás se había molestado en buscarlo de nuevo!
Pero de todo, eso no era lo que más le encendía la sangre, sino el hecho de que Rodrigo de navia estaba más nervioso que él por descubrir lo mismo. ¿Eso qué diablos quería decir?
Y lo que Ruben Easton, jefe del Clan Santamarina tenía de autocontrol, se le escapó por la boca con el siguiente reclamo.
—¡¿Bomboncito, tú de dónde conoces a este hombre?! —estalló furioso y eso solo bastó para que el Grillo también explotara.
—¿Y a ti qué te importa si lo conoce, Easton? ¿Por qué te importa a ti mi hermana? —lo increpó y paola juraba que vio momento exacto en que el aquel mafioso perdía toda la compostura, por segunda vez en su vida.
—¡Porque yo tuve algo con ella! —gritó Ruben mientras Paola se llevaba dos dedos al puente de la nariz—. ¡La pregunta es por qué le importa a De Navia!
—No, si es que a mí no... —intentó justificarse Rodrigo, pero la guerra ya estaba en la puerta.
—Porque él tuvo algo conmigo —dijo Paola con una calma que contrastaba con el caos que se desataba a su alrededor.
Los gritos estallaron de inmediato.
—¿Y tú exactamente cuándo te enredaste con mi hermana, cabrón? —Grillo levantó a Rodrigo por las solapas, para luego volverse hacia Easton con ojos de asesino—. ¡Y tú no te muevas, que contigo voy a seguir cuando termine con este!
Y era justo decir que el Grillo Fisterra estaba cumpliendo como hermano mayor por todos los años en que no había podido ejercerlo antes. Sin embargo eso no cambiaba el hecho de que Rodrigo no estaba allí por ella, y de que Ruben parecía dispuesto a desatar la tercera guerra mundial en su nombre.
—¡Ay, ya déjalo, Alonso, eso fue hace cinco años! ¿Quién se acuerda de él? —rió Pao mientras bajaba las escaleras.
—¡Eso, eso! ¡Ni se acuerda! —repitió Rodrigo, desesperado, justo cuando Grillo se giró hacia Easton con renovada furia.
—No le preguntes nada, no le digas nada, no le reclames —le advirtió Paola a su hermano—. Los conocí mientras estaba buscándote. Fue hace años, ya no importa.
Y quizás eso era lo peor de todo, ese “No importa” era como una daga en el costado de Ruben, mientras la veía salir de la casa para alejar el escándalo que sabía que él haría. La siguió con la frustración a tope y se cruzó de brazos mirándola de arriba abajo.
Tres años después no había subido ni un centímetro de estatura, pero ya no era la chica coqueta y dulce a la que cualquiera querría comerse. Se veía más mujer, más madura, mucho más peligrosa.
—¿Desde cuando sabes que tu hermano y mi hermana son marido y mujer y que compartimos dos sobrinos? —siseó con tono furioso y Paola suspiró largamente, resignada a decirle la verdad.
—Desde hace tres años —respondió.
—¿Y ni una vez se te ocurrió buscarme? —gruñó acercándose y ella se estremeció un poco, porque entre las muchas cosas que se había empeñado en olvidar de Ruben easton, estaba aquel olor a hombre peligroso que parecía prendido para siempre de su nariz.
—¿De verdad quieres que te responda a esa pregunta?