CAPÍTULO 3. Lo que pudo ser

Escrito el 12/06/2025
DAYLIS TORRES SILVA

14

Amy cerró el libro con una mezcla de satisfacción y melancolía. Había devorado cada página de “La casa evitada” con una devoción que hacía mucho no sentía por nada. La historia le había dejado un sabor extraño, como si la realidad se le hubiera deformado un poco. Esa sensación tan típica de Lovecraft, esa incomodidad deliciosa de no saber si uno está loco o simplemente ha visto demasiado.

Dejó el libro sobre la mesa del comedor y lo miró como si fuera un objeto sagrado. Lo había cuidado como un tesoro prestado, y ahora… ¿qué hacía con él?

Pensó en Josh. Desde aquel día en el parque no lo había vuelto a ver. No se habían intercambiado números ni forma de encontrarse, y no lo había vuelto a ver en la biblioteca las veces que había vuelto. Había dicho que trabajaba en un instituto, pero había muchos en la ciudad, así que ahora no sabía cómo devolverle el libro ni, más importante aún, cómo verlo de nuevo.

Con un suspiro resignado, agarró el libro para guardarlo en su bolso, y fue en ese momento cuando, sin querer, notó que la última hoja tenía algo más. La dio vuelta y, allí, casi escondido en una esquina, había un número de teléfono escrito a mano.

Se quedó mirándolo largo rato.

—¿En serio dejaste tu número acá? —murmuró, medio divertida, medio nerviosa.

Dudó. ¿Y si era un número viejo? ¿Y si solo era una casualidad? ¿Y si lo había dejado antes para alguien más?

Dudar de todo y en especial de sí misma era una parte intrínseca de su naturaleza, pero al final, después de veinte minutos mirando la pantalla del celular y borrando mensajes que nunca llegaba a enviar, escribió algo simple, algo que sabía que él entendería.

La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”.

Esperó.

Cerró el celular.

Lo volvió a mirar.

Nada.

Se levantó, preparó un té, y justo cuando se sentó de nuevo, el teléfono vibró.

"El miedo es nuestro estado natural. Solo la ignorancia lo disfraza de otra cosa."

Hola, Amy”.

Amy sonrió y se le hizo un nudo cálido en el estómago. Las frases de Lovecraft eran como un código de reconocimiento rápido entre ellos.

Segundos después, entró otro mensaje.

Domingo, 10:30 am. Café Kalamusa”.

Y así empezó.

***

El encuentro en la acogedora cafetería, que a esa hora de la mañana un domingo estaba atestada de gente, consistió en treinta minutos de intercambio de libros, café cargado y preguntarse quién estaba lo suficientemente ansioso como para marcharse primero.

Pero el chat ya estaba abierto, y bastaba con que uno terminara algún libro para que una nueva frase de Lovecraft apareciera en él.

Amy y Josh comenzaron a verse con frecuencia, y cada encuentro era distinto pero familiar. Ella esperaba esos ratos como quien espera que algo bueno pase después de una larga racha de días grises. Siempre se veían en sitios llenos de gente; a veces solo tomaban café, otras, caminaban por las plazas con las manos en los bolsillos. Una vez fueron a una feria de libros usados y él le compró un pequeño tomo destartalado de Lovecraft, y escaparon corriendo para que el vendedor no se diera cuenta de que aquella tercera edición era un tesoro.

En uno de esos encuentros, entre sorbo y sorbo de cappuccino, Amy se animó a preguntarle algo que llevaba tiempo rondándole en la cabeza.

—¿Por qué vas a terapia? —dijo, sin rodeos y Josh alzó una ceja, sorprendido por la pregunta directa—. ¡Lo siento, lo siento, no debí preguntar eso! Son cosas demasiado personales y...

—Me cuesta confiar en la gente —respondió con naturalidad—. Siempre he tenido esa sensación de que la gente me va a traicionar. Me es más fácil conectar con libros que con personas.

Amy asintió despacio.

—Yo también siento eso a veces.

—¿Y también te hicieron un perfil de la niñez y culparon a tus padres?

—Emmm… más o menos —suspiró Amy, porque eso era mejor que decirle la verdad.

Josh la miró, como si intentara descifrar más de lo que ella no decía.

—¿Te medican? —preguntó y ella negó con sinceridad.

—Ya no. ¿Tú?

—Solo cuando no puedo dormir. Increíble me pasa menos seguido desde que descubrí a Lovecraft.

Amy frunció el ceño y se dio cuenta de que a ella también le había pasado lo mismo, que desde que había empezado a leerlo las cosas habían empezado a mejorar.

—¿Cómo podemos dormir mejor por leer terror? —preguntó y Josh se quedó mirando al enorme parque frente a ellos.

—Quizás porque es demasiado evidente que no es real. La realidad es mucho más aterradora, aunque nadie la vea.

Amy pasó saliva. Eso era justo lo que ella decía todo el tiempo, pero nadie la escuchaba.

Unos días después, Josh la sorprendió con una invitación inesperada.

—¿Quieres venir a una de mis clases? —le dijo mientras caminaban hacia la biblioteca.

—¿A tu instituto?

—Sí. Voy a impartir la clase especial sobre Lovecraft. Serías como una invitada silenciosa. Solo para mirar, nadie va a molestarte.

Amy dudó al principio, pero algo dentro de ella dijo que sí. Tal vez la curiosidad, o tal vez las ganas de ver cómo sería el instituto.

La clase fue en un aula mediana, con adolescentes esparcidos por todos lados y más celulares encendidos de los que Amy podía contar. Josh se movía entre ellos con una energía tranquila pero intensa. Hablaba con pasión, hacía preguntas raras, retaba a los chicos a imaginar mundos sin forma, a pensar en el miedo como algo profundo y antiguo.

Amy lo miraba con admiración. Estaba fascinada y no podía negarlo. Él no solo enseñaba, sino que conectaba, transformaba a un grupo disperso de chicos en una pequeña comunidad que, aunque fuera por una hora, compartía la misma historia.

Sin embargo cuando salieron, Josh notó algo en su expresión. Estaba callada, demasiado incluso parqa ella.

—¿No te gustó? —preguntó, preocupado.

Amy tardó en responder, y cuando lo hizo, fue bajito, casi como un secreto.

—Me habría encantado estudiar algo así… o al menos estudiar, pero ni siquiera terminé la secundaria.

Josh bajó la mirada por un segundo, no de decepción, sino de respeto.

—Pues yo creo que nunca es tarde, Amy —le dijo y la vio sonreír sin ganas.

—Para algunas cosas sí.

Esa noche, mientras se acomodaba en la cama, su celular vibró. Era un mensaje de Josh, pero esta vez no había una frase, solo un archivo adjunto con un título: “Temario — Literatura Universal I”.

Amy frunció el ceño, confundida, y le escribió de vuelta:

¿Qué es esto?”

La respuesta llegó rápida.

Es una sorpresa. ¿Puedes venir mañana al parque de la catedral? 18:00”.

Verse allí ya era natural, así que Amy llegó puntual, caminando despacio mientras trataba de olvidarse que de nuevo la habían molestado en el restaurante y que el jefe se había enojado con ella por rehusarse tajantemente a servir fuera de la barra. El café que se tomaran ahí… podía con eso, pero rodar entre las mesas eso sí que no.

Josh ya la esperaba, sentado con su cuaderno habitual.

—¿Entonces? —preguntó Amy, directo al grano, y Josh le tendió una hoja impresa.

—Doy clases en un centro de educación para adultos. Dos veces por semana, por la noche. Hay un programa para terminar la secundaria… y también otros talleres, como este —señaló el temario—. Literatura, historia, escritura creativa. Puedo incluirte si quieres.

Amy se quedó quieta, y miró la hoja como si le hubieran puesto un espejo enfrente. Uno donde podía ver todo lo que había podido ser y no era, o quizás todo lo que podía ser y no sería.

—Es una oportunidad increíble… —murmuró, pero él no encontró en su rostro el entusiasmo que había esperado.

Amy apretó los labios. Quería agradecerle, decirle que le importaba que él pensara en ella, que la incluyera; sin embargo solo pudo decir:

—Gracias por pensar en mí… pero no salgo de noche.