Amy terminó de sacar cuentas en la caja, revisó que la registradora estuviera cerrada y limpió el mostrador por costumbre, aunque ya lo habían hecho antes. Su turno había pasado sin demasiados sobresaltos, pero con ese típico cansancio que no venía del cuerpo, sino de la mente.
Metió su abrigo en el bolso, se lo colgó al hombro y salió por la puerta trasera del restaurante sin despedirse de nadie; pero en lugar de dirigirse a su casa, caminó en dirección contraria, con la nota que había encontrado todavía rondando en su cabeza.
“Viernes. 18:45. Parque de la catedral. Lleva el libro.”
Era una locura, lo sabía. O quizás la doctora Serrano tenía razón y no estaba viviendo nada de esa vida que tanto se empeñaba en conservar.
El parque de la catedral se alzó ante ella diez minutos después. No tenía idea de qué iba a encontrar, pero la idea de estar en un espacio abierto, lleno de gente, la tranquilizaba. Le gustaba el murmullo constante de las conversaciones, los pasos sobre la gravilla, y el ladrido ocasional de algún perro. El aire olía a pasto recién cortado y a pan caliente de algún carrito callejero; y los árboles proyectaban sombras largas mientras el sol bajaba lentamente sobre la ciudad.
Caminó entre los senderos, observando los bancos, sin saber si lo iba a encontrar, pero su mirada se detuvo de inmediato cuando lo vio.
Josh.
Estaba sentado en una banca, leyendo —cómo no—, con una postura relajada y los lentes un poco caídos sobre la nariz. Llevaba la misma bufanda gruesa de la vez anterior, aunque esta vez la había enrollado más suelta.
Amy se acercó con pasos cautelosos, como si no estuviera del todo segura.
—Este… ¿Josh…? —dijo, medio afirmando, medio preguntando, y él levantó la vista con una sonrisa tranquila—. Disculpa, no estoy segura, pero creo que encontré una nota en el libro. No sé si era para mí o si alguien la dejó por accidente…
Sin embargo él se levantó para saludarla.
—Sí era para ti. Me alegra que vinieras —dijo alargando la mano para saludarla.
—Emmmm… bueno… traje el libro —murmuró ella y Josh le entregó el que tenía en las manos.
—Genial. Y yo te traje otro. Creo que este te gustará.
Amy se quedó de pie por unos segundos, luego se sentó junto a él en la banca tomando el libro, que más bien parecía un texto cualquiera encuadernado torpemente.
—“La casa evitada” —leyó el título—. ¡Esto es…!
—Fue la primera publicación independiente de Lovecraft. Solo se imprimieron trescientos ejemplares, y muchos se perdieron o destruyeron, lo que lo convierte en una rareza.
Amy abrió mucho los ojos.
—¿Cómo lo conseguiste? —preguntó en un susurro.
—¡Manuscribiendo! Lo copié completo de un ejemplar que había en una biblioteca —sonrió Josh—. Fue una maldita pesadilla pero ya casi no me falta nada de él.
Amy asintió impresionada, todavía con algo de reserva, pero ya con una pequeña sonrisa en el rostro.
—Debes tener una colección impresionante.
—¿A ti te faltan muchos ejemplares?
—Casi todos —admitió Amy—. No me alcanza para comprar libros, pero con suerte casi todo lo consigo en bibliotecas o prestado.
—Bueno… —Josh frunció el ceño—. Hay una fotocopiadora muy buena en el instituto donde trabajo, puedo fotocopiar mi colección para ti.
Y la propuesta era muy tentadora, demasiado, quizás por eso Amy sintió aquel tirón en su conciencia, aquella necesidad de retroceder.
—Bueno… yo ya terminé de leer Los Mitos de Cthulhu. ¿Dijiste que lo quieres para una investigación?
Josh la miró con una expresión cálida, sin juicio, solo interés genuino.
—Sip, soy profesor en un instituto. ¿Y tú en qué trabajas?
Amy pasó saliva. Era muy duro que entre todas las personas que podía conocer en el mundo, conociera precisamente a alguien con quien tenía tan poco en común.
—En un restaurante. Llevo la caja, nada emocionante.
—¿Y estudias algo relacionado con literatura?
Amy bajó la mirada un segundo, y luego negó con la cabeza.
—No. En realidad no pude… estudiar mucho. —Y era preferible hacer el silencio ahí, que explicarle que después de los once años la ansiedad no le había permitido ir a la escuela de nuevo—. ¿Y tú? ¿De qué eres profesor?
—Literatura en bachillerato. Aunque últimamente mis clases parecen más un show de stand-up mal escrito. A veces siento que estoy peleando con zombis armados con celulares.
Amy se rio con suavidad, y él siguió hablando, animado.
—Estoy planeando leerles algo de Lovecraft la próxima semana. ¡Quiero asustarlos!
—¿Y lo disfrutan? ¿Los adolescentes a Lovecraft? —preguntó ella.
—Algunos sí. Otros solo quieren saber si hay película. ¡Pero no me rindo!
En ese momento, un grupo de niños que no pasaban de los ocho años pasó corriendo frente a ellos, gritando y riendo. Uno de ellos tropezó y cayó de rodillas, ensuciando a un señor con el refresco que llevaba en la mano. Amy se tensó y miró alrededor rápidamente.
—No veo a ningún adulto con ellos —dijo con preocupación, casi en un susurro—. ¿Por qué demonios los padres no salen con sus hijos?
Josh notó cómo se ponía rígida y su expresión cambió.
—Sí… eso pasa mucho. Yo doy clases en instituto porque no soporto ver cómo algunos padres sueltan a sus hijos chiquitos al mundo como si solo con parirlos fuera suficiente. Me gustaría tratarlos como se merecen… pero no puedo.
Amy lo miró de reojo.
—¿Y qué te lo impide?
Josh miró hacia adelante con una sonrisa medio torcida.
—El Código Penal, la Santa Biblia y la Comisión de los Derechos Humanos.
Amy soltó una carcajada, de esas que salen sin filtro, sin permiso. Rio con fuerza, y se tapó la boca como si no creyera lo que acababa de hacer. Hacía mucho que no se reía así.
Josh se giró hacia ella, sorprendido pero feliz. Y después solo hubo un silencio suave, cómodo.
—Oye… —dijo Amy—, ¿no crees que lo de la nota fue un poco raro? ¿O sea, dejar una nota en un libro para invitar a alguien?
Él hizo una mueca fastidiada y sus cejas se juntaron con un puchero molesto.
—Mi terapeuta dice que necesito conocer personas, pero como ya te habrás dado cuenta, no soy muy bueno para eso. Me cuesta acercarme a la gente… así que pensé que esto quizás podría funcionar.
—¿Tu terapeuta conoce a la mía? Porque ella también me dice lo mismo —confesó Amy llevándose una mano a la frente—. Que debería intentar salir de la cueva.
—¿Y has salido?
—Bueno… —respondió pensativa—. Estoy en un parque, hablando con un profesor sobre Lovecraft. Así que... tal vez sí.
Ambos rieron mientras el cielo ya comenzaba a volverse naranja, y el aire traía un leve soplo más frío. Amy se levantó con suavidad.
—Creo que debería irme. Tengo que tomar el metro si quiero llegar a casa antes de que anochezca.
Josh asintió y se puso de pie también.
—Gracias por venir. De verdad.
—Gracias por invitarme. O… por dejar una nota en un libro viejo a ver quién aparecía —dijo con una sonrisa cohibida.
—Es mi estrategia de socialización más efectiva hasta ahora —bromeó él.
Amy dio un paso hacia atrás, ya lista para irse, pero se detuvo.
—Gracias por el libro, supongo que te lo devolveré si vuelvo a verte —le dijo—. Que tengas un buen fin de semana.
Josh la miró, como si pensara unos segundos antes de responder.
—Mi día favorito es el lunes —dijo de repente y aquello no venía al caso, así que quizás ahí estaba la razón por la que él necesitaba un terapeuta.
Amy arqueó una ceja.
—¿Lunes?
—El lunes todo comienza de nuevo. Es el día de las oportunidades ¿no crees?