Sesión 1248. Consulta de la doctora Serrano, Especialista en Psiquiatría.
—¿Quieres contarme más sobre esa pesadilla?
—¿Cómo sabe que tuve una pesadilla? —La miro con un tono de sarcasmo que no me sale bien—. ¿Durmió conmigo?
—Traes esa cara siempre que tienes pesadillas, Amy —responde anotando en su cuaderno—. Y nadie duerme contigo.
—¡Auch! ¿Amaneció molesta hoy, doc?
—Amy.
Reconozco ese tono, ese que dice: “No desperdicies tu sesión, que el gobierno solo te paga dos por semana y deberías venir diario”.
—En estos días he tenido muchas. —Me encojo de hombros porque sé que no hay nada que hacer—. Me despierto siempre igual, con el mismo miedo clavado.
—¿Qué fue esta vez, el secuestro o el escape?
—El escape —murmuro abrazándome el cuerpo y metiendo los pies debajo de mi cuerpo—. Su cara cuando me vio correr… es una de esas cosas que no puedes sacarte de la cabeza, como una canción pegajosa.
—¿Corriste al bosque otra vez?
Lo pienso, porque en mis sueños es lo que siempre hago, repetir lo que realmente hice, pero en este no.
—No, esta vez me quedé —murmuro y la doctora levanta la cabeza.
—Esa es una construcción nueva. ¿Por qué te quedaste?
—Porque escucho sus gritos… ya sabe, los del chico que me soltó. —Me acaricio la frente con impotencia—. Todo lo que tengo de él son sus gritos, pero en el sueño no corro, me quedo para ver cómo su padre lo golpea…
—Amy, no puedes culparte porque le hicieran daño, fue decisión del chico liberarte, él sabía lo que iba a pasar si te dejaba escapar.
Y es cierto, lo sé, pero la culpa sigue aquí sin importar qué.
—Todavía no tienen nada… —Antes solía decirlo con rabia, ahora solo es con miedo—. La policía no tiene nada.
—Han pasado muchos años, y él dejó de secuestrar niñas cuando tú escapaste —dice la doctora y me lanza la pregunta con que a veces me testea—. ¿Has pensado en qué harías si lo vieras ahora?
—No lo vería… él sabe cómo hacer para que no lo vean, pero sí me está viendo a mí.
—Amy, ya hablamos de esto, no es probable que…
—Sí, sí, la policía me lo dice cada vez, estoy paranoica, no hay nadie siguiéndome… ya entendí. —Pero solo lo digo para librarme de su sermón y ella lo sabe—. Será mejor que me vaya.
—La sesión no ha terminado…
—Sí, sí lo hizo —murmuro y un segundo después se escucha la alarma de su reloj.