CAPÍTULO 1. Escapando del infierno

Escrito el 09/09/2024
DAYLIS TORRES SILVA


No sabía cómo, sí sabía por qué, pero el cómo era completamente desconocido. Santiago estaba en medio de aquel shock extraño por la explosión, que lo había mandado contra una de las paredes del barco, cuando sintió como si le estuviera corriendo lava por las venas.
Si el Red Bull daba alas, lo que fuera que le había metido Mateo era la fórmula de Hulk, porque Santiago se incorporó de un tirón, gritando y jadeando, sintiendo cómo toda aquella fuerza le salía del pecho y se extendía por su cuerpo en una sola sacudida.
Le bastó un segundo para ganar claridad. A unos pocos metros mateo estaba inconsciente mientras todavía sostenía aquel aparatito que parpadeaba en rojo en su mano, y Santi comprendió que lo que sea que le hubiera puesto en el pecho, acababa de usarlo.
—¡Matt, Matt! —le gritó mientras se desembarazaba de todo lo que tenía encima para ir con él—. ¡Genio, contéstame, por favor! ¡Katerina!
La mujer estaba tirada también a su lado pero al menos intentaba abrir los ojos y reaccionar. Un pedazo de algo le había golpeado la cabeza y su frente sangraba, pero a Santi le bastó un momento de revisarla para darse cuenta de que era de esos cortes que eran más escandalosos que peligrosos.
—Vamos, siéntate, siéntate... —le dijo apartándola del camino y apenas la tuvo un poco más a salvo se giró hacia Matt.
El agua estaba entrando en aquel camarote a toda velocidad, y de cuando en cuando se podían escuchar los sonidos violentos del casco del barco rompiéndose. Santiago evaluó la situación y no era buena. Las piernas de Mateo estaban atrapadas por un mueble, pero no había sangre alrededor.
—¡Dios, que no sea por la presión...! —suplicó entre dientes—. ¡Que no tenga ninguna herida, por favor...!
Miró alrededor desesperadamente tratando de encontrar algo como palanca, y alcanzó la para de metal de una silla cuya madera había quedado hecha trizas por la explosión. La acomodó en el lugar preciso y vio a Katerina levantarse un poco tambaleante para acercarse a él.
—¡Katerina...! ¿qué haces?
—Cálmate, Papi Sexi Uno, que no vas a poder tú solo —jadeó ella limpiándose la cara para poder ver, y Santiago no pudo dejar de notar que aún en medio del peligro era una mujer entera, que ni gritaba ni se amilanaba, sino que le daba el frente al peligro con la cabeza fría—. Tú levanta ese trasto, y yo tiro del Papi Sexi Dos —le dijo levantando un poco el torso de Mateo para pasar los brazos debajo de los suyos y afincar las botas en el suelo cuarteado—. ¡Cuando quieras!
Y lo que siguió a esa orden fue el gruñido sordo y violento que salía de la garganta de Santiago mientras usaba todas sus fuerzas para ejercer presión sobre aquella palanca y levantar el mueble. Sentía que cada músculo de sus brazos, su pecho y su espalda se tensaba y vibraba como una cuerda de violín, pero apenas logró despegar el montón de escombros de las piernas de Mateo solo unos centímetros se escuchó otro grito: el de Katerina mientras tiraba de su propio cuerpo hacia atrás mientras se llevaba a Mateo con ella.
Santi aguantó como un maldito campeón, pero para cuando soltó todo aquello y cayó sobre sus manos y rodillas, Mateo estaba completamente libre y Katerina a su lado jadeaba por el esfuerzo.
—¡Arriba, preciosura, arriba! —apremió Santiago echándose a Mateo sobre uno de sus hombros sin temblar siquiera.
—¡Uy ¿eso fue conmigo?! —balbuceó la mujer levantándose a tropezones y tomando la mano de Santiago para guiarse en medio de la poca luz y del humo.
—¡No, eso fue con mi novio! —jadeó Santi.
—¡Rayos, ya me había entusiasmado! —gruñó ella y Santiago tiró de su mano, tropezando unas veces y otras esquivando todo lo que se les venía encima.
Todo alrededor era un caos de humo, fuego y agua entrando. Cada vez Santi sentía más que tenía que andar cuesta arriba y muy pronto se dio cuenta de que a la siguiente sacudida que aquello diera, los iba a mandar de regreso al fondo con todos los escombros encima y entonces sí no habría quien lo salvara.
—¡Estamos en problemas, no lograremos salir por ahí! —le dijo a Katerina y solo sintió cómo la mujer se soltaba de él para regresarse.
No habían pasado ni treinta segundos cuando regresó con lo que parecía un ladrillo de arcilla.
—Los bloques de C4 de las sillas están intactos —suspiró—. ¿Sabes activar una porquería de estas?
—Amén, sí sé —respondió él.
Santi se la arrebató de la mano en un instante y al otro le pasó a Mateo, a quien Katerina sostuvo contra su cuerpo bufando por el esfuerzo.
—¡Maldición, después de esto jodido me tendría que quedar con los dos! —resopló, pero por suerte pasó muy poco tiempo hasta que Santiago se acercó de nuevo para hacerse cargo de Matt, y los sostuvo a los dos contra la pared contraria.
—¡Tápate los oídos y mantente cuerda Kity Kat, que después de esto vas a ser la única que podrá escuchar!
Y no se equivocaba, porque Mateo estaba inconsciente y él tenía que usar sus manos para sujetar a todos contra el casco contrario, así que cuando aquella explosión estalló, la única que pudo salvaguardar sus oídos fue Katerina.
Le bastó mirar por encima del hombro de Santiago para ver el boquete al otro lado del casco y las luces afuera.
Tomó su mano y tiró de él hacia allí, y Santi se dejó guiar, porque a pesar de estar tan aturdido sabía que podía confiar en ella.
Y saltó al vacío, a la oscuridad, a la noche... simplemente saltó con Mateo sobre su hombro y rezó por sobrevivir.
Quizás era que todavía tenía el corazón como un caballo de carreras, pero apenas su cuerpo se sumergió en el agua cuando todos sus instintos lo llevaros a dos cosas: a patalear con fuerza hacia la superficie, y a aferrar a Mateo porque no podía perderlo en medio de aquel mar complemente oscuro.
Su cabeza rompió la superficie del agua y juraba que gritaba mientras sacaba también la cabeza de Mateo. Pero pronto se dio cuenta de que no podía escuchar sus propios gritos y por tanto los de nadie que tratara que orientarlo en alguna dirección.
Solo tenía una oportunidad, una sola opción y era mantener la cabeza fuera del agua, mantener la cabeza de Mat fuera del agua a pesar del oleaje, a pesar del humo, a pesar del fuego... hasta que sintió que se lo arrebataban de las manos.
Tenía los ojos tan irritados que apenas podía ver, y definitivamente no pudo escuchar el sonido de los motores de las lanchas rápidas, solo sintió que a él también lo levantaban por el chaleco y tiraban de él hacia un lugar más sólido.
Ni siquiera sabía qué buscar, a dónde mirar, qué gritar, solo comprendió que alguien ponía a su lado un cuerpo que conocía bien, el cuerpo de Mateo, y que una mujer con una sonrisa satisfecha le levantaba los pulgares.
Y Santiago no podía escucharla, pero juraba que aquellos labios decían:
“Todo estará bien”.