CAPÍTULO 10. ¡NO ERES TÚ!

Escrito el 28/08/2024
DAYLIS TORRES SILVA


Mía cerró los dedos con fuerza sobre el borde del lavabo y cerró los ojos, un poco porque estaba mareada, pero más que eso porque las manos de Leo se estaban deslizando abajo con suavidad, recorriendo sus piernas, bajando aquel pijama hasta sacárselo finalmente por los pies.

Él se quedó allí un segundo, observando el suelo, con la mejilla a la altura de sus muslos, y se obligó a mirar hacia arriba y sonreír… pero lo que vio tenía la capacidad de borrarle la sonrisa en un segundo. Mía se había quitado el abrigo y solo tenía debajo una camiseta muy delgada.

Nunca, desde que había nacido, Leo la había visto con menos ropa… a excepción de esa vez en la piscina… ¡y los dos sabían cómo había terminado aquello! Eso le dio valor para levantarse y abrir la ducha de un solo movimiento.

Guio a Mía debajo del agua y se quedó afuera, viendo cómo intentaba mantener el equilibrio apoyándose en una de las paredes, hasta que pareció imposible que pudiera mantenerse en pie por más tiempo. Leo logró alcanzarla antes de que cayera y puso una mano sobre su frente, estaba hirviendo todavía.

—Leo déjame acostarme —suplicó ella con cansancio—. No me siento bien…

—Ya sé que no te sientes bien, linda, por eso estamos aquí.

—Tengo frío.

—Tienes mucha fiebre, Mía, el agua te ayudará a que se te b… —Leo tenía toda una disertación preparada, pero todo se fue al diablo en el mismo segundo en que Mía apoyó la cabeza contra su pecho, rodeó su cintura y lo abrazó. Estaba tiritando por el agua fría, y Leo se mojó de pies a cabeza solo para mantenerla allí, de pie bajo la cascada de agua que debía bajarle aquella temperatura.

Acarició sus brazos y la vio acurrucarse contra su cuerpo, como si él pudiera hacerle de escudo contra todo. Sin el enorme abrigo de por medio, Leo podía sentir cada curva y cada línea perfecta de Mía, no había un milímetro de aire entre los dos. Ella estaba ardiendo por la fiebre, y él porque la tenía a ella.

Sintió como si su cuerpo reaccionara de un letargo extraño, como si cada una de sus terminaciones nerviosas volviera por fin a despertar, a resurgir en esa ola de instintos y deseos que hacía ocho años los había arrastrado a donde no debían.

Mía levantó la cabeza, movió sus brazos y tomó el rostro de Leo entre sus manos, obligándolo a inclinarse sobre ella. Repasó las líneas en su frente, alrededor de sus ojos, en su mandíbula… y sus dedos fueron a trazar un camino de ansiedad sobre su boca. Mía pasó las yemas de los dedos sobre los labios de Leo, como si con ellos quisiera sentir lo que debía sentir su boca. Pero era imposible… no podía… y aún así era incapaz de separarse.

—No es lo mismo… —murmuró cerrando los ojos y Leo no supo si entre el agua que corría por su rostro también corrían lágrimas—. Nunca será lo mismo.

—Mía —Él tomó sus manos y las apartó de sus labios—. Por favor…

—¿Por favor, qué? —Una risa llena de amargura se le escapó—. ¿Mía por favor no me toques? ¿Mía por favor no te acerques? ¿Mía por favor lárgate de mi vida?

Lo empujó, alejándose y apoyándose contra la pared que tenía detrás.

—¡Estás delirando por la fiebre! —trató de justificarla Leo.

—¿Y eso hace menos cierto lo que digo? —No entendía cómo, sintiéndose tan mal, lo único que su cerebro quería hacer era pelear con él—. ¡Pues si de todas formas no te vas a tomar en serio lo que digo, entonces igual te lo voy a decir! ¡Te odio! ¡Me abandonaste!

—¿Y qué querías que hiciera? —gritó él, limpiándose el agua que le caía del cabello—. ¿Qué hiciera una reunión familiar? ¿Qué nos sentáramos todos, puro amor y paz, y les anunciara que me gustaba mi prima?

Mía se cubrió el rostro con las manos y sollozó.

—¡Contéstame! ¡¿Eso querías?! ¡¿Eso te hubiera hecho feliz?! ¡Contéstame!

—¡No lo sé! —gritó ella en respuesta—. ¡No lo sé!

—¡Pues yo sí lo sé! ¡Sé cómo nos hubiera mirado nuestra familia! ¡Sé el daño que habríamos hecho! ¡A la larga habrías acabado odiándome más de lo que me odias ahora! —Leo negó con vehemencia apoyándose también en la pared—. ¡Me fui para que pudieras ser feliz!

—¿Y a ti te parece que lo soy? —replicó Mía alzando la voz.

—¡Te vas a casar! ¿No? —declaró él abriendo los brazos.

—¿Y exactamente qué crees que hago aquí, a menos de tres semanas de casarme? ¡¿Qué diablos vine a hacer aquí si soy tan feliz?!

Leo pareció reaccionar en ese instante. Era cierto. Mía no lo había buscado en ocho años, ¿por qué ahora…? Toda clase de situaciones le vinieron a la cabeza, comenzando por todas esas que causaban tanta vergüenza en una mujer que rara vez se atrevía a contarlas.

Salvó la distancia que había entre ellos y la tomó por los hombros, sacudiéndola hasta que ella levantó la cabeza y enfrentó sus ojos.

—Mía… ¿tú no quieres casarte con él? —preguntó mientras sentía que cada músculo en ambos se tensaba como si fueran cuerdas de guitarra.

La vio desviar la mirada y morderse los labios mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos.

—¡Respóndeme, Mía! ¿No te quieres casar con él?

Ella negó agachando la cabeza y el pecho de Leo se ensanchó con una ira y una impotencia que solo lograba sentir cuando las cosas estaban relacionadas con ella.

—¿Qué te hizo…? Mía ¡¿ese hombre te hizo algo…?! —Miró al techo intentando controlarse, obviamente que algo le había hecho, Mía ya no era una niña, pero ese no era el punto—. ¿Te hizo algo que tú no quisieras? —terminó por fin.

—¡No! —Mía negó con un gesto de las manos y se cubrió el rostro—. ¡No, no! Giordi no es así… él no es malo.

—¡Pero tampoco puede ser un ángel si no quieres casarte con él! —bramó con rabia—. ¡No me mientas, Mía, porque te juro que tarde o temprano lo voy a averiguar!

—¡No es eso, Leo! ¡Giordano Massari es el hombre más bueno, más amable… más noble que puede existir en este mundo…!

—¿¡Pero!?

—¡Pero no eres tú! —gritó Mía apretando los puños—. ¡No eres tú! ¡Maldita sea, no eres tú!

Su expresión se rompió en un sollozo ahogado y se volvió de cara a la pared para no verlo.

—¡Sal de aquí! —exigió, pero él no pudo moverse—. ¡Saaaaal!

Leo se movió como por inercia, como si no fuera dueño de su cuerpo ni de sus pensamientos. Todavía mojado se dejó caer en el sillón frente a la chimenea… y supo que lo que corría por su rostro no tenía nada que ver con el agua de la ducha.