CAPÍTULO 1. Un hombre preparado

Escrito el 25/08/2024
DAYLIS TORRES SILVA


Para el momento en que Santiago Fisterra volvió a abrir los ojos, estaba esposado en una silla, con los pies sujetos por bridas, en una habitación en penumbra y con un olor bastante desagradable.

Frente a él había una mesa muy vieja y mal cuidada, tanto que entre los años, el uso y la falta de higiene, se le había acumulado aquella capa desagradable de lo que parecía suciedad con grasa que se le pegaba la madera. Sabía por qué aquel era el primer pensamiento que le cruzaba la cabeza al despertar, y era porque esa no era la primera vez que estaba atado a una silla, y porque además estaba entrenado para detectar cualquier cosa que pudiera usar como un arma para defenderse o para atacar... Y a falta de algo más, Dios sabía que era capaz de convertir aquella mesa en la peor pesadilla de cualquier ser humano.

Pasó saliva despacio y respiró hondo tratando de evaluar cada parte de su cuerpo. Le dolía la espalda, le dolía la piel como si tuviera quemaduras profundas y finalmente eso era lo que le habían provocado los electrodos de las pistolas eléctricas con que le habían disparado. Pero también le dolían los músculos, absolutamente todos, precisamente porque le habían descargado unos cuantos miles de voltios sin ninguna compasión.

Por último miró alrededor, achicando los ojos para educar la vista a la oscuridad, y logró enfocar a la figura de un hombre que estaba en el fondo de la habitación a su izquierda.

Siete por siete metros, fue el cálculo más rápido que Santi pudo hacer. Tres pasos de aquel hombre hasta llegar a su posición, él estaba en medio.

—¿Listo para decirme tu nombre? —preguntó el tipo y Santiago lo evaluó despacio.

Se notaba que era un militar, pero eso no significaba que fuera un profesional. Había cosas en él, chapucerías en el vestir que le permitieron a Santiago evaluarlo como si fuera un caso clínico.

—Yo soy el agente Sullivan de la Interpol —se presentó el hombre arrastrando una silla chirriante desde un rincón y sentándose frente a él—. Espero que recuerdes muy bien por qué estás aquí, porque te garantizo que nosotros sabemos absolutamente todo, y que este interrogatorio no va a detenerse hasta que tú sueltes la lengua.

Santiago bajó la mirada hacia la mesa y la clavó en una de las tantas marcas que tenía sin despegar los labios, dejando bastante claro que no tenía ninguna intención de decirle nada.

—¿Qué pasa, eres mudo? —lo increpó el agente con un tono que pretendía sonar sarcástico—. ¿Necesitas un traductor? O no sé… ¿quizás alguien que te diga cómo funciona un interrogatorio regular?

Y esta vez ni siquiera los ojos de Santiago se movieron.

—Bueno, sabemos que no eres mudo, gritaste un poco cuando te dimos las descargas, pero quizás seas un tilín retrasado —intentó burlarse el agente—. Quizás solo eres el martillo ¿no es cierto? Se nota que eres una bola de músculos, puro esteroide, ¿verdad, campeón? Pero no eres precisamente de los que piensan, y te garantizo que la única forma que tienes de salvarte el pellejo es decirme dónde demonios está el que sí piensa y que te trajo aquí. Nos da lo mismo cuánto te pagó, lo único que tienes que hacer es decirnos en dónde está.

Otro discurso infructuoso, porque el hombre frente a él ni siquiera pestañeó. Y era evidente que el agente Sullivan se había enfrentado a muchos hombres entrenados en su vida, pero ninguno tan desesperante como aquel, al punto de que quince minutos después golpeaba violentamente la mesa con las palmas de las manos echándose hacia adelante.

—¡Habla de una vez, maldita sea! —le gritó—. ¿Cuál es tu nombre? ¿Quién te pagó para meterte en la base de la Interpol? ¿¡Y cómo lo encuentro?! ¡Solo eres un maldito peón, eso me queda claro, pero a menos que abras la puta boca, te garantizo que vas a pasar el resto de tu vida en una cárcel, sin juicio sin derechos, sin identidad y sin nadie que te encuentre! ¿¡Me oyes!? ¡Así que más te vale empezar a hablar!

Por primera vez desde el momento en que Santiago había abierto los ojos, estos se movieron dirigiéndose hacia el hombre que tenía delante.

—Muy bien —dijo con voz ronca y profunda que no parecía la de un muchacho de poco más de veinte años—. Te diré lo que sé —sentenció y el agente frente a él no pudo evitar aquella media sonrisa de satisfacción por haber conseguido su objetivo—. Sé que no sabes quién soy y que no vas a averiguarlo, porque si a estas alturas aún no tienes idea de cómo me llamo, eso significa que alguien extremadamente inteligente borró absolutamente todos los datos que debían ser borrados de la red sobre mí. Sé que fuiste militar, ejército británico, por el tatuaje que te asoma debajo de la manga. Expulsado evidentemente o no hubieras tratado de borrártelo. Me imagino por mal comportamiento, o falta grave a un oficial superior; la cuestión es que tampoco eres tan pelele, porque alguien logró meterte aquí, quizás como un buen enchufe —sonrió Santi levantando una ceja divertida—. Como agente de la Interpol eres descuidado, no te asignan misiones de campo porque no confían en ti, no terminas ni una puñetera tarea de las que te mandan, y tienes el ego tan equivocado y tan subido que te crees que te lo mereces todo cuando realmente lo único que quieren tus jefes es salir de ti. Por eso te asignaron en este cuarto de interrogatorio, porque son lo bastante inteligentes como para deshacerse de tu molesta presencia sabiendo que estarías aquí perdiendo el tiempo, porque yo no te diría nada. Y ¿te cuento un secreto? Tenían razón.

Y esa fue la última vez que Santiago lo miró.

Sus ojos volvieron a la mesa, a aquella grieta, antes de cerrarlos, y cinco minutos después estaba dormido. Pero como por desgracia para el agente Sullivan aquello no era la CIA ni lo tenían en un «hoyo negro», no podía darle los dos puñetazos que le estaba provocando.

Salió de allí dando un portazo sonoro, pero toda la gente que estaba regodeándose detrás de aquel cristal porque de la boca de Santiago no había salido ni una sola mentira, también se dieron cuenta de que en efecto no lograrían que hablara, al menos no de momento, y por alguna santa razón los franceses eran demasiado estirados como para tener a un hombre de ese tamaño orinándose encima sin ningún pudor. Así que dos horas después lo sacaron de allí más esposado que a Houdini, y lo trasladaron a una pequeña celda de dos por dos metros que ni siquiera tenía ventanas.

Santiago no tenía idea de qué hora era, pero en el mismo momento en que pusieron algo de comer en las rejillas de la puerta, lo devoró sin miramientos, tomó un poco de aquella botella de agua y luego se acostó a dormir en una cama que le quedaba demasiado pequeña.

No protestó, no miró alrededor, lo único que hizo fue tratar de descansar. Descansar, comer y recuperar fuerzas, porque ser electrocutado definitivamente no ayudaba mucho a su salud. Así que descansar, comer y recuperar fuerzas; se había entrenado de sobra para situaciones como aquella, por eso sabía definir muy bien sus prioridades.

Pasó lo que le pareció una noche, y hay que decir que le pareció porque sin ventanas ni relojes era totalmente imposible saber si era de día o de noche. Sabía que esa era una forma muy sutil de tortura, desbalancearle todos los ritmos a los presos hacía que acabaran enloqueciendo poco a poco, pero exactamente tres días después, en el mismo momento en que fueron a concederle un baño, se dieron cuenta de que Santiago bostezaba con total naturalidad a la hora correcta en que debía dormir.

Y eso definitivamente puso de mal humor a mucha gente. Quizás a la gente incorrecta, porque de verdad tenían que ser muy jodidos los que tenían preso a un niño de doce años.

—¿Cómo aguantas esto? —preguntó una voz adolescente con un terrible español, y Santiago abrió los ojos de inmediato pero no se movió.

La pared que tenía contra su codo derecho no era tan ancha como parecía, y definitivamente las celdas no estaban insonorizadas, así que no había tardado nada en reconocer la voz del niño.

—¿Kolya? —preguntó y del otro lado el muchachito le dio un par de golpes a la pared.

—No debiste quedarte —lo escuchó gruñir—. Ahora nadie me sacará de aquí.