—¿Trabajar…? —Los ojos de Mila estaban tan llenos de esperanza y de miedo que a Charlie se le revolvió el estómago—. ¡Yo trabajo! ¡Claro que trabajo, en lo que sea…! —Sin embargo de repente pareció caer en cuenta de algo importante—. Pero… yo no sé hacer nada.
—No es lo que sabes, es lo que puedes aprender —declaró Charlie y miró a Sergio—. Me acabo de quedar sin asistente, y necesito una que tenga buen olfato. El mío es experto ya, pero me vendría muy bien una nariz fresca. A veces siento que tengo el criterio viciado.
Sergio sonrió con ternura porque eso era precisamente lo que lo mantenía enamorado de Charlie, el inmenso corazón que tenía a pesar de que se empeñaba en ocultar su relación a toda costa.
—¿Y… yo qué haría? —preguntó Mila.
—Bueno, como la asistente de un enólogo normalmente llevarías mi agenda, pero lo fundamental es ir conmigo a visitar las bodegas, los laboratorios de diseño de los vinos, y básicamente oler mucho —sonrió Charlie—. Todo lo que necesites saber, yo te lo enseñaré. ¡Quién sabe! Quizás llegue a gustarte como un trabajo a futuro.
Mila sonrió con un poco de esperanza.
—¡Claro que sí! ¡Me gustará! ¡Te aseguro que me gustará! —exclamó.
Sergio suspiró con alivio, porque sabía que con Charlie Mila iba a estar protegida y que tenía buenas posibilidades de lograr demostrar que era una persona autosuficiente.
—¿Qué harás con la escuela?
—Mila terminó la preparatoria hace dos meses —explicó Sergio—. Solo mantiene mi clase para tener una excusa para seguir yendo a la escuela. Puedo ir a buscarla en la mañana, que se cambie aquí y tú pasas por ella.
—Está bien —accedió Charlie—. Va a necesitar algo de ropa adecuada.
—Deja que yo me encargue de eso, todavía tengo guardada mucha… mucha ropa de Alissa —murmuró el profesor y Charlie sabía por qué le tocaba tanto el caso de Mila, y era que Sergio jamás se había dado cuenta de que su padre maltrataba a su hermana pequeña hasta que ya había sido demasiado tarde.
—Bien, entonces mañana temprano pasaré por ti, Mila. ¿De acuerdo?
—¡Gracias, señor Sutton! —agradeció ella emocionada.
Regresar ese día a su casa fue una de las cosas más difíciles que le tocó hacer a Mila, pero agachó la cabeza y se aguantó el mal humor de Marcia porque sabía que al día siguiente todo cambiaría para ella.
Sergio pasó a buscarla y la muchacha se cambió en una de sus habitaciones.
—¿Me veo bien? —preguntó Mila cuando salió y Sergio sonrió con una tristeza llena de ternura.
—Estás perfecta.
Le puso en las manos un bolso pequeño que le había comprado y esperaron a Charlie.
—Buenos días, señor Sutton —lo saludó la muchacha apenas el hombre llegó por ella, pero en cuanto él le abrió la puerta del coche y se quedaron solos, Charlie se giró hacia ella—. Mila… necesito pedirte un favor.
La muchacha asintió sin dudarlo.
—Claro, cualquier cosa, señor Sutton.
El hombre se mesó los cabellos con nerviosismo.
—Para empezar, por favor, llámame Charlie —le pidió él—. Escucha, si de verdad Sergio te ha hablado de mí, sabrás que nuestra relación no es pública —comenzó.
—Sí, algo me dijo —murmuró Mila.
—Yo de verdad amo a Sergio, pero al menos en este momento mi empresa depende en gran medida del capital de mi familia. Estoy trabajando duro en el nuevo proyecto para cambiar eso, pero al menos de momento nadie puede saber… nadie puede saber que soy gay y que tengo un novio, ¿me explico?
La muchacha asintió.
—Claro, te entiendo.
—Entonces quería pedirte… si no es mucha molestia… —Charlie no sabía cómo decírselo.
—¿Qué sea tu tapadera? —preguntó Mila sonriendo.
—¿Tan evidente soy? —rio él.
—Sergio es la única persona que realmente se ha preocupado por mí —murmuró Mila—. Él también necesita que ese proyecto tuyo salga bien para que puedan estar juntos. Así que si crees que esto va a ayudarlos, puedo fingir ser tu novia o lo que quieras.
Charlie suspiró con alivio.
—Te lo agradezco, de verdad te lo agradezco, Mila. En medio año todo esto habrá terminado y por fin voy a poder estar libremente con el amor de mi vida, pero hasta entonces… gracias por fingir ser mi novia.
Mila sonrió con dulzura.
—Para eso son los amigos —dijo—. Pero yo también quisiera pedirte un favor… Charlie.
—Tú dirás.
—¿Podrías no decirle a la gente que soy ciega? …O sea, se van a dar cuenta, pero ¿podrías no ir pregonándolo? Es que no quiero que me traten distinto aquí también —murmuró Mila.
—Por supuesto, además todo el tiempo estarás conmigo y yo te ayudaré en lo que necesites. Tendrás tu propia oficina y nadie tiene que ir a molestarte ahí —sentenció Charlie.
Menos de media hora después entraban al estacionamiento del edificio de oficinas, pero en cuanto entraron al ascensor, Charlie subió a Mila y presionó el botón de Detener.
—¡Espérame un segundo que se me quedaron unos documentos en el coche! —se apuró y corrió hacia su auto.
—Sí, claro… —murmuró Mila pero ya no se escuchaba él por ningún lugar.
Se apoyó en una de las paredes del ascensor y bajó la vista, como solía hacer siempre que no quería que supieran que era ciega. Sergio decía que así solo parecía tímida.
De repente un aroma muy especial inundó su nariz y Mila sintió que los labios le temblaban. Un olor como a madera, tierra húmeda y sándalo… y algunas especias que no logró identificar. Si había un aroma perfecto en el mundo, ese era. Si alguien había hecho un perfume para la felicidad, ese debía ser.
No había escuchado que nadie llegara frente a ella, pero su nariz estaba tan absorta que sus oídos la estaban traicionando, y no podía ni imaginar que frente a ella estaba la figura sombría de Christopher Celis.
En el primer instante Chris se había quedado impactado, aquella chica parecía una criaturita sacada de un cuento de hadas, con su ropa tierna de oficina y su expresión perdida. Pero apenas él había entrado en el ascensor, la muchacha había levantado la cabeza, sus ojos habían subido hasta su pecho y sus pupilas se habían dilatado mientras sus senos subían y bajaban al ritmo de una respiración pesada. ¿Acaso se podía ser más obvia?, pensó con disgusto.
—¿Vas a presionar el botón o solo te vas a quedar mirándome como si fuera comestible? —gruñó.