CAPÍTULO 3. Un profesor y un abogado

Escrito el 13/08/2024
DAYLIS TORRES SILVA


Charlie se bajó en aquel edificio y miró a todos lados, asegurándose de que nadie lo viera entrar, o al menos nadie conocido. Venía de una de las familias con más dinero y con más prejuicios de toda California, así que ser gay era prácticamente una misión imposible. Sin embargo cuando Sergio lo llamaba a plena luz del día, era porque definitivamente algo urgente pasaba.

—¿Estás bien, amor? —preguntó besándolo apenas Sergio le abrió la puerta, pero lo que se encontró fue a una chica llorando desesperadamente en su sofá—. ¿Mila?

Sergio le había hablado antes de ella. Trabajaba como profesor en una escuela para estudiantes con alguna discapacidad, y no podía evitar involucrarse emocionalmente con sus alumnos, pero la situación de aquella muchacha lo tenía sin dormir desde hacía meses.

—Sí, pasé por ella esta mañana para llevarla a la escuela y la encontré histérica —dijo Sergio—. Al parecer la situación en su casa se complicó.

—Sergio, sabes que no puedes tenerla aquí, es menor de edad y tú eres un hombre de veinticuatro años. ¿Sabes la que te puede caer?

—¡Ay, por favor, Charlie! ¡No puedo ser más gay, eso todo el mundo lo sabe! Además, mi trabajo es cuidar de estos chicos y no puedo seguir tolerando lo que le hacen.

—¡Pues para eso está el Consejo Escolar! ¡Denuncia la sit…!

—¿Y crees que no lo he hecho? ¡Me cansé de denunciar que la están maltratando! —exclamó Sergio—. Pero la familia tiene dinero y ¡el Consejo cobra y lo justifica diciendo que es torpe porque es ciega!

Charlie se mesó los cabellos con impotencia.

—Pues es una pena, pero no sé qué quieres que haga…

Sergio cruzó los brazos frente a él con ese mismo carácter con que lo había conquistado y le hizo una señal para que lo siguiera.

—¿Qué quiero que hagas? Quiero que veas esto —sentenció acercándose a Mila—. Linda, necesito pedirte algo completamente inapropiado, pero delante de ti tienes a mi novio, Charles Sutton, es abogado. Necesito que te levantes la blusa.

—¡Sergio! —exclamó Charlie pero vio que la muchacha solo lo abrazaba y asentía.

Mila tembló mientras se levantaba la blusa y dejaba ver su abdomen. Sergio le dio la vuelta y le mostró también su espalda. Estaba llena de moretones, unos viejos y otros nuevos, pero parecía que no le quedaba ni un solo espacio libre.

Charlie retrocedió mientras su novio volvía a sentar a Mila en el sofá.

—Gracias, linda. Perdóname —murmuró antes de girarse hacia Charlie—. Dime que puedes ver eso y no hacer nada —lo desafió.

—¡Dios! ¡Esto lleva Servicios Sociales, Sergio! ¡Esto lleva cárcel…! —balbuceó.

—Pero no pasará porque los Alexander tienen mucho dinero, y lo jodido es que es su dinero, de ella.

Charlie arrugó el ceño y le hizo un gesto un gesto para sentarse frente a la chiquilla.

—Mila… mira yo soy más abogado corporativo que otra cosa, y más enólogo que todo lo demás. Pero si me explicas… sé que es difícil, pero si me explicas lo que pasa en casa… quizás yo pueda ayudarte —murmuró.

Mila se retorció los dedos en el regazo y luego trató de limpiarse las lágrimas.

—Sergio me habla mucho de ti, te quiere mucho… —murmuró la muchacha como si necesitara eso para ganar confianza—. Mis… mis padres murieron cuando yo tenía seis años, y mi padre me lo dejó todo a mí, toda su herencia… No sé de cuánto es, pero debe ser mucho porque mis hermanos viven de eso desde hace doce años.

—OK. Continúa.

—Yo me quedé bajo la tutela de mi hermanastra, Marcia… ella y Nico, mi otro hermanastro… ellos son los que me hacen esto… —dijo tocándose mientras trataba de controlar el siguiente sollozo—. Yo debo cumplir dieciocho en un par de meses… pensé que podría irme por fin… ¡pero esta mañana les escuché decir que no me dejarían! ¡Ellos no tienen de qué vivir, sino de la herencia! ¡Dijeron que van a declararme incapaz porque soy ciega, para que Marcia siga teniendo mi tutela…! ¡Dijo que solo me dejarían salir de esa casa en un ataúd!

Mila rompió en sollozos y Sergio la abrazó para calmarla mientras él y Charlie se miraban.

—Cálmate, Mila, por favor cálmate, te prometo que vamos a encontrar una solución —dijo el profesor, viendo cómo la respiración de la muchacha se normalizaba poco a poco—. Tenemos que sacarla de ahí.

—No podemos. Hasta que no cumpla los dieciocho sacarla de la casa de su tutora se considerará secuestro… y para ese día ya será demasiado tarde —murmuró Charlie, pero la expresión incómoda en el rostro de Mila lo descolocó—. ¿Estás bien, Mila?

Desde que Charlie había entrado por la puerta algo la había molestado, pero estaba demasiado agobiada como para prestarle atención.

—No… lo siento… —murmuró ella cohibida.

—Puedes hablar, no tengas miedo —la animó Charlie.

—Es que traes… traes un olor muy raro encima… es como artificial, desagradable.

Charlie se miró por todos lados, pero no tenía idea de lo que hablaba.

—¿Yo…? ¿Dónde?

Mila lo alcanzó con una mano y se acercó a él, dándole la vuelta mientras su nariz quedaba muy cerca de su ropa, hasta que desprendió un pequeño adhesivo que se había pegado al borde de su saco.

—Viene de aquí —murmuró ella entregándoselo y Charlie arrugó el ceño, era uno de los viejos adhesivos de olor del coche, muy desgastado ya, un circulito de dos centímetros de diámetro, una nadería que él ni siquiera había notado.

—¿Tú oliste esto? —le preguntó sorprendido.

—Sí… disculpa, es que para los ciegos todos los demás sentidos se agudizan… —murmuró ella—. Mi nariz es como mi ojo derecho y mi oído como el izquierdo.

Charlie se quedó pensativo por algunos minutos y Sergio se dio cuenta de que algo se estaba cocinando en su cabeza.

—¿Qué? —le preguntó.

—Bueno… quizás no podamos hacer nada con la situación actual de Mila, pero definitivamente podemos hacer algo con esa sentencia de incapacidad —murmuró Charlie—. Si piensan declararla incapaz de valerse por sí misma, quizás nosotros podamos demostrar lo contrario.

—¿En serio? ¿Cómo? —preguntó Mila.

—Trabajando. Hay muchas personas invidentes que trabajan y son autosuficientes. ¿Por qué tú no?