Casi doce años después
La campana del reloj analógico sonó y Mila abrió los ojos mientras esa sensación de vacío la invadía otra vez. Tanteó sobre la mesa tratando de apagarla lo más rápido que podía, el reloj se cayó al suelo y ella fue detrás, desesperada, tratando de encontrarlo y apagarlo de una vez.
—¡Apágate, apágate! —suplicó tanteando el suelo—. ¡Por favor apágate!
Era estridente y su hermano se molestaba mucho si lo despertaba. Quería decir que normalmente entraba Nico y luego sus puños, y eso nunca terminaba bien para ella.
El golpe en la puerta la estremeció mientras empezaba a temblar porque el reloj seguía sonando.
—Lo siento… lo siento… ya lo apago…
Sintió la presión de su pie desnudo sobre sus dedos en el suelo y ahogó un gemido de terror. Una mano se cerró sobre su cabello pero Mila no luchó por liberarse. Eso solo sería peor.
—¡A ver maldita estúpida! ¿Cuántas veces tengo que decirte que apagues esa mierda? —Nico tironeó de su cabello y ella cerró los ojos como si eso la ayudara a soportar el dolor.
—Lo siento… —fue lo único que respondió. Era como su mantra, porque no importaba si algo era su culpa o no, igual acabaría siendo castigada por eso.
—¡Por supuesto que lo sientes! —La mano que no estaba agarrando su cabello se cerró sobre su cara y apretó sus mejillas hasta que pudo sentir cómo la piel se rompía contra sus propios dientes—. ¡Baja a hacerme el maldito desayuno ya que me despertaste, infeliz!
Pudo sentir su aliento muy cerca de su nariz y su boca, antes era asqueroso… ahora solo le provoca terror, así que casi agradeció cuando la empujó de vuelta al suelo.
El sabor metálico de la sangre le llenó la boca, sus ojos se cristalizaron y golpeó el piso con el puño, intentando no llorar. Si lloraba Nico era capaz de golpearla todavía más.
Se levantó tan rápido como pudo y recogió se pequeño tugurio. Su cuarto, si así se le podía llamar, medía tres por tres metros; tenía algo que se parecía a una cama, un escritorio y una silla con una pata coja que la había dejado caer un par de veces.
No tenía más que eso y algo de ropa, pero eran piezas viejas o rotas que su hermana le daba y según decía Nico, Marcia era una mujer exuberante y hermosa, mientras que ella era una muchachita flacucha y bastante fea.
Siempre que lo escuchaba decirle lo horrible que era su cara y lo poco agraciado que era su cuerpo… simplemente agradecía por no poder verse. No erauna muchacha hermosa. No tenía talento ni habilidades para nada, y ser ciega solo hacía que la gente se distanciara de ella.
«Solo faltan dos meses, Mila… solo faltan dos meses», se daba ánimos para enfrentar el tiempo que le queda en esa casa. «En dos meses saldrás de aquí… y todo terminará»
Preparó su mochila y salió caminando aprisa hacia la cocina. Había dos tramos de escalera en los que se había caído tantas veces que ya les conocía hasta la última astilla, así que se apuró porque tenía que preparar la mesa del desayuno.
Odiaba hacerles desayuno, siempre rompía algo, ponía los platos mal o se le derrama el jugo en la mesa… pero todos los días la obligaban a hacerlo.
Con el tiempo había entendido que solo era un ritual para Marcia, para poder decirle que era una ciega inútil que no servía para nada… ¡como si necesitara un recordatorio de eso!
—¡Vives quemándote, cortándote o lastimándote de las maneras más estúpidas! —se rio Marcia cuando pasó la mano demasiado cerca de la estufa—. ¿Por qué no miras lo que tienes delante, idiota? —le gruñó y luego se carcajeó—. ¡Ah, sí! ¡Porque te quedaste ciega el día que mataste a tus padres! Sí, eso era…
Mila sintió esa opresión horrible en el pecho pero solo bajó la cabeza y no contestó, porque de lo contrario sabía que Nico se tomaría su tiempo para abofetearla, eso era lo más suave que le hacía y solo cuando estaba de buen humor.
Estaba a punto de llevar al comedor el pobre desayuno que podía hacer, cuando escuchó sus voces y se detuvo involuntariamente. No estaban hablando alto, pero ser ciega significaba que el resto de sus sentidos se habían agudizado para suplir en lo posible la vista.
—¿De verdad crees que puedes cazar a este? ¿Como cuánto dinero tiene? —decía Nico.
—Bastante como para que podamos deshacernos de una vez de la bastarda esa —siseó Marcia y Mila sintió que el mundo le da vueltas del miedo—. Lo conocí en el negocio de la renta del viñedo. ¡Vaya mierda lo que dejó papá! Pero al menos para algo sirvió.
—¿Y está como para morirse pronto? —preguntó Nico.
—No, no es un viejo, solo es dos años mayor que yo, pero ya cogimos algunas veces y estoy segura de que le gusto lo suficiente como para ponerme un anillo en el dedo —se contoneó su hermana.
—Pues tus treinta años le sacarían más provecho a un viejo millonario de sesenta años que a un tipo de treinta y dos. —El tono de Nico estaba cargado de sorna y malicia—. Pero será mejor que hablemos del Plan B, por si acaso se demora tu boda.
—No necesitamos un Plan B —gruñó Marcia—. Seguiremos usando la basura que papá dejó, como hasta ahora…
—¡Pero la maldita cumple dieciocho en unos meses! ¡Si se va puede llevárselo todo! —exclamó Nico y Mila sintió que sus piernas se aflojaban. Había estado esperando ese día desde que sus padres habían muerto, el día en que fuera mayor de edad, el día de irse, el día de ser libre…
—¡Esa bastarda no irá a ningún lugar a menos que salga por la puerta en un ataúd! —gruñó su hermana y de repente Mila sintió que ya no podía respirar—. No te preocupes, hermanito, ya pensé en eso. Hablé con el abogado y me dijo que podemos declarar a la ciega como incapacitada para cuidarse. No importa que sea mayor de edad, si no puede valerse por sí misma el tribunal la mantendrá bajo mi custodia… ¡a ella y a su cochina herencia! ¡Para siempre!
Los dos platos se cayeron de las manos de Mila, y ni siquiera esperó a que fueran a castigarla. Salió corriendo, tropezándose con todo porque estaba tan aterrorizada que ni siquiera podía recordar dónde estaban los muebles.
Alcanzó la puerta trasera y la abrió, corriendo a todo lo que le daban las piernas hacia la puertecita de servicio del patio y se golpeó contra el muro porque olvidó contar los pasos. Se sostuvo la cabeza, mientras gritos ahogados salían de su boca. Le dolía el golpe pero más le dolía el alma. Tanteó de rodillas hasta que la piedra se convirtió en madera. La empujo aun a gatas y salió mientras sollozaba con fuerza.
De repente unos brazos la atraparon y la levantaron, y ella sabía exactamente de quién eran.
—¡Sergio! ¡Serg…! ¡Sergio…! —No podía respirar, se ahogaba en llanto mientras la única persona en el mundo que la quería, la sacaba de ahí.