Hubiera sido mejor que lo golpearan. Realmente hubiera sido mucho mejor, porque Gus solo atinó a pestañear muy despacio, abriendo y cerrando la boca como un pez fuera del agua, pero sin que nada realmente lograra salir de ella por un buen rato.
—Entiendo que esto puede llegar a ser confuso —continuó el agente del FBI y solo en ese momento Gus sintió que realmente tenía que decir algo.
—¡¿Confuso?! ¡¿Cree que «confuso» es la palabra para esto?! ¡La asesina de mi madre fue condenada, ha estado encerrada por diez años…! ¡¿Cómo me dice ahora que encontraron al verdadero asesino!? ¡¿Eso qué mierda significa!? —gritó fuera de sí, pero el agente frente a él se mantuvo en calma porque estaba más que acostumbrado a lidiar con reacciones como aquella.
—Por favor, déjeme que le explique —le pidió—. ¿Recuerda que hace un par de semanas salió en las noticias que habíamos atrapado a un asesino en serie en Alabama?
Gus frunció el ceño porque lo estaban mencionando mucho en los noticieros y en las redes sociales.
—Sí. Lo escuché —murmuró.
—Bueno, encontramos evidencia de que ese hombre fue el causante de la muerte de la señora Prudence Henderson y…
—¡¿Cómo dijo?! —espetó Gus levantándose con tanta brusquedad que la silla en la que estaba sentado cayó hacia atrás—. ¿¡Qué demonios está diciendo?! ¡¿Cómo que pruebas, qué pruebas?!
—El asesino tenía por… fetiche o manía, ya ni sé. La cuestión es que tomaba trofeos de sus víctimas, la psiquiatra forense dice que era para… para revivir los momentos de los asesinatos —suspiró el agente con impotencia—. El caso es que esos trofeos consistían en alianzas de boda, y el análisis de una de ellas coincidió con un viejo caso… el de su madre.
El agente le hizo un gesto a su compañero, que puso sobre la mesa una pequeña maleta de metal y extrajo una bolsa de evidencias.
—Sé que esto es difícil, pero necesitamos que usted confirme si este es el anillo de su madre —dijo poniendo aquella bolsita directamente bajo la lámpara de luz fría y a Gus se le revolvió por completo el estómago cuando vio aquello.
—No puede ser… —susurró retrocediendo como si le hubieran pegado con un mazo en pleno pecho—. No puede ser… ¡Dios!
—¿Lo reconoce entonces?
Y la respuesta era obvia. Gus habría podido reconocer aquel anillo hasta con los ojos cerrados, solo por el tacto, pero lo que estaba a punto de hacerlo vomitar era ver las manchas viejas que estaba completamente seguro de que eran sangre.
—¿Es… esa sangre es…? —balbuceó con los ojos llenos de lágrimas.
—De su madre, sí —confirmó el policía—. Gracias a eso pudimos relacionar los casos e identificar a su madre como una de sus víctimas.
—¡Es que eso es… es una locura! ¡Es imposible! ¡¿Cómo demonios no se dieron cuenta de algo así antes?! —gritó Gus fuera de sí.
—Porque ha sido… inconsistente —admitió el agente—. Por lo general los asesinos en serie siguen patrones, matan de una forma en específico, reproducen la misma fantasía una y otra vez con cada víctima, pero este no. No ha matado a dos sus víctimas de la misma forma, algunas parecen robos, otras, accidentes, y algunas han sido tan violentas, como es el caso de la señora Henderson, que parecieron asesinatos pasionales. Nunca habríamos podido relacionar todas esas muertes si no se hubieran encontrado los trofeos.
Gus sintió que el corazón le latía demasiado aprisa, y aunque sabía perfectamente cómo era un ataque de pánico, eso no significaba que podía evitar entrar en él.
—Señor Henderson, ¿necesita una botella de agua o…? —Intentó ayudarlo el agente pero Gus solo lanzó su teléfono desbloqueado en medio de la mesa mientras se aflojaba la corbata.
—El primer número… háblele… dígale que venga por mí… —susurró apoyando la espalda en la pared, tratando de controlarse, y quince minutos después Alan aparecía por aquella puerta para llevárselo.
Sin embargo antes de salir todavía se giró hacia el agente con expresión torturada.
—¿Están cien por ciento seguros? —lo increpó.
—El hombre admitió el asesinato de su madre y además tenía… tenía fotos, señor Henderson. Así que la respuesta es «sí». Estamos cien por ciento seguros —sentenció el agente y Gus solo asintió en silencio mientras salía de allí, apresurándose hacia la calle como si necesitara aire fresco y por más que respirara no lograra conseguirlo.
Por suerte Alan no venía solo, en el auto estaba esperándolos Mar y lo primero que hicieron fue meterle una pastilla en la boca porque de lo contrario sabían que no se calmaría. Contarles todo lo que le habían dicho había sido una tortura para Gus, pero sabía que en nadie más confiaba tanto como en ellos para compartir su desesperación.
Por supuesto que terminaron en casa de Alan y Mar, con él sentado en aquel sofá, con las manos en la cabeza y tratando de controlar toda aquella gama de malos sentimientos que lo estaban acorralando.
—¿Entonces ya es seguro? Quiero decir: ¿No hay absolutamente ninguna duda? —preguntó Mar.
—Dice el detective que también tenían fotos y que confesó haberla matado… —murmuró Gus cerrando los ojos—. Además tenía la alianza de mi madre con su sangre. ¡Dios, he estado rompiéndome la cabeza porque eso fue lo único que jamás encontraron, la alianza de mi madre! ¡Se lo pregunté tantas veces a Meg…! —El nombre se le atoró allí, justo allí en la garganta antes de que pudiera siquiera terminar de pronunciarlo.
¡Megan!
Si su madre había sido parte de las víctimas de un asesino serial entonces ella… eso significaba…
Pero antes de que pudiera siquiera decirlo, alguien más lo hizo por él.
—¡Demonios! Dios tiene que querer muy poco a esa chica para haberla hecho pagar por una muerte que no provocó —susurró Mar para sí misma, pero no lo suficientemente bajo como para que Gus no lo escuchara, y no pudo evitar que el corazón se le hundiera por eso.
Ni siquiera valía la pena negar que jamás le había creído, que había pensado que merecía cada segundo de sufrimiento en aquella cárcel y ahora resultaba… ahora resultaba que no era así.
—Ella… todo este tiempo… —murmuró con un nudo en la garganta—. Ella es inocente. Ella no…
—No pienses en eso ahora —trató de disuadirlo Alan.
—¡¿Y en qué demonios quieres que piense?! —le gritó Gus levantándose—. ¡Ella era inocente! ¡Era una chiquilla y la juzgaron como adulta y yo lo permití, y ahora resulta…! ¡Maldición resulta que ha estado diez años en una cárcel de máxima seguridad siendo inocente! ¡¿En qué demonios quieres que piense si no es en…?! ¡Aaaaah!
Gus se giró con una mueca para ver la jeringa que Mar tenía en la mano y que acababa de clavarle en un brazo, aun por encima de la camisa. Y un segundo después todo el mundo se le puso borroso.
—A situaciones desesperadas, medidas drásticas —sentenció Mar mientras Alan agarraba a Gus para que no se rompiera la nariz contra el suelo y lo acostaba en el sofá.
—Gracias por eso —le murmuró él a su esposa—. No podemos dejarlo hacer ninguna estupidez con la cabeza caliente, mejor que duerma hasta mañana y ya entonces veremos cómo lo enfrentamos.
Y en efecto, Gus también estaba convencido de que necesitaba aquel “alto”, porque al día siguiente cuando despertó no se atrevió ni a chistar porque Mar lo hubiera sedado. Solo desayunó en la mayor calma posible y sus ojos se dirigieron hacia Alan, porque sabía que lo que tenía que hacer ese día, no quería hacerlo solo.
Así que una hora después, ya más presentable, él y Alan pidieron una entrevista con el director de la prisión y Gus se quedaba mudo al escuchar aquella noticia.
—Sí, por supuesto, nos notificaron de lo que había sucedido con el caso de la señorita Carter, y su sentencia fue revocada de inmediato. Hace varios días que fue puesta en libertad.
—¿Cómo dijo? —Y lo que le molestaba no era precisamente que la hubieran dejado libre, sino el hecho de que sabía que había salido a un mundo que no conocía.
—Pues eso, que la liberamos cuando nos dieron la orientación —declaró el director.
—Bien… entonces… ¿puede darme el número de su agente de libertad condicional? —pidió Gus porque al menos era una forma de localizarla.
—Pues no, no se le asignó ninguno, porque no salió precisamente bajo ese estatus.
—¡Entonces la dirección de la casa de reinserción! Cuando las presas salen de aquí van a una casa de reinserción social, ¿no es cierto? —se desesperó Gus.
—Sí, ese es el protocolo, pero ella fue declarada inocente, no entra tampoco dentro de ese protocolo, así que solo la liberamos…
—¡¿O sea que solo le abrieron la puerta para que saliera y ya?! —exclamó Gus levantándose—. ¡Y dígame! ¿Con qué la echó fuera de aquí? ¿Cuánto dinero había entre sus pertenencias como para poder siquiera tomar un autobús hasta la ciudad que está a unos malditos treinta kilómetros…?! —gruñó porque sabía que absolutamente todo el dinero que le habían encontrado a Megan había quedado incautado como evidencia del juicio.
Sin embargo antes de que pudiera hacer un escándalo mayor, Alan se disculpó con el director y lo arrastró fuera de allí.
—La culpa es la que está gritando —le advirtió—. No dejes que la culpa te domine.
—Sí bueno… —respiró Gus pesadamente—. Va a ser difícil porque resulta que ahora mismo eso es lo único que me queda.