Mónica miró a su amiga desde su cómodo refugio en la cabecera de la cama, mientras Mimí terminaba de arreglarse frente al espejo.
—¿Estás segura de esto? —preguntó muerta de risa.
—¡Pues claro! ¡Soy una chica dulce, tímida y tierna que se transforma como un cisne y sale a deslumbrar a un apuesto CEO!
—¡Uy, perdón, flor! Yo pensé que lo tímida y lo tierna lo habías perdido en los concursos de camisetas mojadas de la fraternidad —se burló Mónica y su amiga le sacó la lengua.
—¡Eres imposible! ¡Déjame tener mi novela romántica! Ahora con tu «excuse me», me voy a hacer la «deslumbración».
Le lanzó un beso y al menos en esa parte no se equivocaba, porque a Rafael, que la estaba esperando abajo completamente listo, se le pegó la quijada al pecho cuando la vio bajar la escalera, con aquel pequeño vestidito plateado, más entallado que un guante y con todas las piernas afuera.
Mimí llegó hasta él, disfrutando su cara de deslumbrado y esperó ese comentario perfecto donde le decía que era la mujer más hermosa que había visto.
—¡Joooooooder Minitoy! ¿Y a ti cuándo te crecieron las gemelas? —murmuró Rafael mirándole el pecho con fascinación.
—Y ahí murió la ilusión romántica —suspiró Mimí desinflándose—. ¡Qué bestia eres, Satanás…! Pero ¿verdad que crecieron bonitas? —se animó ella misma con un entusiasmo nuevo mientras se las acomodaba.
—Tengo que reconocerlo, Minitoy —dijo él tomando su mano y dándole una vuelta—, eres un diez. ¡Estás buenísima! ¿Cómo fue que el estúpido de Daniel te dejó?
—Pues dijo algo sobre mi falta de atención y mi indiferencia…
—¿Y tenía razón?
—No lo sé, no lo estaba escuchando —murmuró ella encogiéndose de hombros y Rafael se cubrió el rostro con una mano mientras negaba.
Le ofreció su brazo y salieron de la casa. Poco después llegaban a la enorme mansión donde se celebraría la ceremonia y los dos se estiraron… bueno, él, porque Mimí seguía siendo una enana a su lado.
—¿Esto cómo califica en la escala de la tragedia? —preguntó Mimí mientras entraban juntos—. ¿Somos dos dignos despechados, que vienen a presenciar la dolorosa unión de sus ex?
Rafael la miró.
—¿Tú estás despechada?
—¡Joder, no! ¿Eso es un problema? —Mimí hizo un puchero.
—Para nada. Fíngelo —replicó él y los dos se regodearon en las miradas de espanto del resto de los invitados cuando los vieron entrar.
Él era un monumento. Y ella iba contoneando aquellas caderas de una forma que todos los hombres iban ladeando la cabeza para verle el trasero.
Se sentaron y presenciaron aquella ceremonia sin penas ni glorias.
Daniel y Sabrina se veían como cualquier otra pareja, se subieron al pequeño estrado frente al juez, y leyeron sus votos sin muchos percances.
—¿Alguien se opone a este matrimonio? —dijo el juez y Mimí le dio un codazo a Rafael.
—Esta es tu entrada, Satanás —le susurró.
—¡¿La mía?! ¡¿Y yo por qué?! —replicó él con cara de espanto.
—¿Pues tú no querías impedir la boda?
—¡Noooooo! ¡Yo dije que quería joderla, no impedirla! Yo molesto ya que estén casados, pero no impido nada. ¿Te imaginas? ¿Yo qué haría con la zorra de tu prima otra vez?
Mimí se aguantó la carcajada y terminaron aplaudiendo como todo el mundo cuando los novios se besaron.
—¡Qué patéticos son! —suspiró Mimí mientras entraban al salón de la recepción y todos iban a felicitar a los novios—. No hay pasión ahí, fíjate. ¿Quién se sonríe con tanta estupidez?
—¡Patético! —confirmó Rafael—. Pareciera que fueran a coger por el huequito de una sábana.
—¡¿Verdad que sí?! —se rio Mimí—. Pero al final más patéticos somos nosotros, que estamos aquí mirándolos casarse y encima estamos aburridos —dijo bebiéndose una copa de champaña—. ¡Ya sé! —dio una palmada frente al rostro de Rafael—. ¡Lo que tú y yo necesitamos, Satanás, es un error!
Rafael arrugó el ceño sin entender.
—Elabora esa idea.
—Simple: nos despechamos…
—Pero…
—¡Fíngelo tú también! —lo apuró Mimí—. Nos subimos a tu avión privado.
—No tengo avión.
—¡Pues a un puto vuelo comercial, sígueme la corriente! Nos vamos a Las Vegas, nos emborrachamos y mañana ¡taráaaaaaan! ¡amanecemos casados! Pero ¡oh dramático giro de los acontecimientos, ha sido un error! ¡No queremos seguir casados, pero tu abuela que está muriendo nos obliga a permanecer juntos…!
Rafael puso los ojos en blanco mientras bajaba un trago de whisky.
—Minitoy, mi abuela es un roble, todavía practica equitación —le gruñó.
—¡Pues que se caiga del caballo, coño, que ponga un poquito de su parte! —rezongó Mimí subiéndose el escote sobre las gemelas—. Bueno, ¿vamos a ir a joder o qué?
—¡Vamos! —decidió Rafael bebiéndose otro trago y palmeándose las manos, los brazos y la cara.
La chica se colgó de su brazo y caminó con toda la actitud hacia los novios.
—Sabrina, Daniel. ¿Felicidades? —dijo Mimí y Daniel arrugó el ceño apenas la vio.
—¿Y ustedes qué hacen aquí? —protestó mirando a su esposa y Sabrina se puso lívida.
—Bueno yo… le mandé una invitación a Rafael… —respondió Sabrina y eso evidentemente molestó al flamante novio.
—Pues a ella lo hubiera lo entendido —le reclamó señalando a Mimí—, sé que a ella no le importa, pero a él…
—¿Y crees que a mí me importa? —replicó Rafael con sorna—. ¡Por favor! ¡Si me importara en lo más mínimo ya habría hecho una escena, y ahora mismo el que está haciendo eso eres tú! ¿O será que te molesta que ahora estoy con la Min… con Mimí? —Rafael puso una mano descarada sobre sus nalgas y Mimí dio un respingo, aguantando la risa.
Sin embargo, por más gracia que le hiciera el asunto, parecía que sí, que a Daniel le molestaba bastante que Rafael y ella estuvieran juntos, porque su reacción no fue buena.
—¿Y cómo crees que me va a molestar? Yo fui quien la dejó. Igual que Sabrina te dejó a ti. ¡Así que solo son un par de patéticos despechados que no podrían conseguir a nadie más!
—¡Oye oye oye! ¡Frena ese carro, papacito! —siseó Mimí chasqueando los dedos frente a su cara—. ¿Estás insinuando que no puedo conseguir a alguien mejor que tú? ¿O que Satanás no puede conseguir a alguien mejor que Sabrina? ¡Por Dios, míranos!
Daniel apretó los puños porque era verdad que era una mujer despampanante.
—¡Él no habla de sexo nada más, Mimí! ¡Tú eres un desastre! ¡Ustedes, los dos, son unos desastres! —espetó Sabrina.
—¡¿Perrrrrrdón?! —ladró Rafael—. ¿Que yo soy un desastre? ¡Yo soy un hombre excepcional!
—¡Eres un maniático de la organización! —exclamó Sabrina—. ¡Cuentas los alfileres, alineas los adornos con una regla! ¡No hay quien viva en tu casa! ¡Hay más protocolo para acostarse contigo que para entrar a la Casa Blanca porque si no, no se puede…!
Mimí tiró del saco de Rafael para hablarle al oído.
—Dijiste que sí se te paraba, Satanás —lo acusó en un susurro.
—¡Y tú! ¡Tú eres un caos sobre dos piernas! —exclamó Daniel llamando su atención—. ¡He encontrado bragas tuyas en la nevera!
—¿Y qué quieres? ¡Soy artista! —se defendió Mimí.
—¡Eres maestra de artes plásticas! ¡No hay justificación! —gritó Daniel.
—¡Pues fíjate que con ese cuerpazo ella me puede poner las bragas en la cara y yo no me quejaría! —le aseguró Rafael—. La Minitoy es perfectamente querible ¡y cualquiera sería afortunado de vivir con ella!
—¡Y contigo, Satanás, y contigo! —recalcó Mimí.
—¡Ay por favor! ¡Ustedes no se aguantarían ni dos días completos! —se burló Sabrina con sorna.
Rafael y Mimí se miraron con expresión desafiante y de la boca del apuesto Director Comercial solo salieron cinco valientes palabras:
—¿Dónde está el puto juez?
Tomó a Mimí de la mano y la arrastró de regreso al sitio de la ceremonia.
—¿Qué está pasando? —preguntó alguien al ver el movimiento.
—¡Todavía hay otra boda! —gritó Rafael y solo por el chisme y la curiosidad la gente comenzó a ir tras ellos—. ¡Usted, cásenos, ahora mismo! —le dijo al juez apenas lo tuvo enfrente—. Yo arreglo el papeleo legal mañana, pero nos casa ahora para ni perder tiempo. —Sacó su identificación de su cartera y el juez sonrió de oreja a oreja cuando vio el apellido Valverde.
—¿De los Valverde de los chocolates? —preguntó.
—De esos mismos. Ahora cáseme que le voy a hacer un chequecito bueno por esto.
Y el juez no se lo hizo repetir.
La gente se sentaba a la carrera mientras él empezaba una nueva ceremonia y Sabrina y Daniel los veían desde lejos con los rostros espantados. ¡Pues joder, sí que habían jodido la boda!
—¿Tienen sus votos? —preguntó el juez.
Mimí todavía estaba completamente aturdida, pero asintió.
—Bueno… este es un matrimonio sin borrachera, Satanás. ¿Estás seguro?
—Minitoy, tú y yo somos personas perfectamente queribles y casables. ¡Y lo vamos a demostrar! ¿Estás de acuerdo? —replicó él alargando la mano como si fuera un negocio.
Mimí la miró un segundo, pero terminó estrechándola con decisión. Y después de eso había poco que decir.
—Procura que se te pare, Satanás —le advirtió.
—No metas tus bragas en mi nevera, Minitoy.
CAPÍTULO 2. Dos personas perfectamente casables
Escrito el 21/08/2024